Una novia diferente
Por Kim Lawrence
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Sebastian Rey-Defoe se había resignado a un matrimonio de conveniencia… hasta que una pelirroja interrumpió la ceremonia y lo puso en evidencia delante de todos. Lo peor era que Sebastian la conocía y sabía de qué se estaba vengando.
Mari Jones estaba decidida a herir a Sebastian en su orgullo y hacerle pagar por sus pecados, pero no había contado con la chispa que prendió en cuanto volvió a encontrarse con el arrogante magnate.
Tampoco se imaginaba las consecuencias de su plan…
Kim Lawrence
Kim Lawrence was encouraged by her husband to write when the unsocial hours of nursing didn’t look attractive! He told her she could do anything she set her mind to, so Kim tried her hand at writing. Always a keen Mills & Boon reader, it seemed natural for her to write a romance novel – now she can’t imagine doing anything else. She is a keen gardener and cook and enjoys running on the beach with her Jack Russell. Kim lives in Wales.
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Una novia diferente - Kim Lawrence
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2015 Kim Lawrence
© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Una novia diferente, n.º 2412 - septiembre 2015
Título original: The Sins of Sebastian Rey-Defoe
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-6787-1
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Portadilla
Créditos
Índice
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Epílogo
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Prólogo
Blaisdon Gazette, 17 de noviembre de 1990
Un portavoz del hospital informó esta mañana de que dos niños pequeños, aparentemente gemelos, fueron hallados ayer en la escalinata de la iglesia de St. Benedict. Los bebés se encuentran en estado grave, pero su vida no corre peligro. Mientras tanto la policía sigue la pista de la madre, quien podría necesitar atención médica urgente.
London Reporter, 17 de noviembre de 1990
El pequeño Sebastian Rey-Defoe de siete años, hijo de la famosa lady Sylvia Defoe y nieto del difunto multimillonario filántropo Sebastian Rey, fue el encargado de colocar la primera piedra de la nueva ala del hospital en sustitución de su padre, ausente de la ceremonia por sus compromisos como capitán de la selección argentina de polo.
Sebastian, quien solo sufrió heridas leves en el accidente de coche donde murió su abuelo, es el futuro heredero de la inmensa fortuna de la familia Rey y de la mansión Mandeville Hall, en Inglaterra.
14 de febrero de 2008
–¿Me podrías explicar por qué tengo que alojarme en un sitio llamado el Unicornio rosa? –preguntó Sebastian con una mueca de disgusto.
–Lo siento –dijo su secretaria, siempre de irritante buen humor, fingiendo que no se percataba del sarcasmo–. Pero es el día de San Valentín y no quedan habitaciones libres en ningún otro sitio a menos de treinta kilómetros de la escuela de Fleur. Lake District es uno de los destinos más románticos para esta fecha... Pero tranquilo, que no es contagioso. El hotel tiene cinco estrellas y unas vistas estupendas. Su página web está llena de comentarios positivos abalando el toque personal, y tu habitación es... ¿cómo dicen? De un precioso diseño minimalista con vigas al descubierto y...
–¡Oh, no! –con sus casi dos metros de estatura no encajaría muy bien en una habitación minimalista con vigas. Se preguntó si su menuda secretaria lo estaría castigando por algo.
–No seas tan negativo. Tienes suerte de que hayan cancelado una reserva en el Unicornio rosa.
–He despedido a gente por mucho menos. ¿Es que no sabes lo despiadado que puedo llegar a ser? –el artículo dominical del mes pasado sugería que no podría haber amasado una fortuna tan grande si no hubiera mostrado una indiferencia total hacia el prójimo.
–Ya será menos... ¿Dónde ibas a encontrar a otra persona que soportara tu particular sentido del humor?
–¿Crees que estoy de broma?
–¿O alguien tan eficiente como yo que no se ponga a llorar cuando la reprendes o que se enamore de ti sin ser correspondida?
Sebastian reprimió una sonrisa a duras penas.
–¿Quién en su sano juicio le pondría el nombre de Unicornio rosa a un hotel?
Tuvo la respuesta al llegar: la misma gente que ponía a un pobre chico a tocar la guitarra una tarde de febrero con cero grados y una absurda imitación de vestimenta española que ningún español de verdad se pondría ni muerto, para amenizar con empalagosas canciones de amor a las parejas de enamorados que se hacían carantoñas en el cenador.
Si aquella era la idea que tenían del romanticismo, que se la quedaran.
Las perspectivas no pintaban nada bien, pero pensó que era el justo remate para un día de perros en el que le habían puesto una multa de aparcamiento.
Tendría que haber sido un día especial de celebración. Su hermanastra de trece años había ganado el premio juvenil de ciencias y su madre, lady Sylvia Defoe, se había presentado de improviso y contra todo pronóstico para dar una extraña muestra de apoyo maternal.
Tenía que admitir que había estado a punto de dejarse engañar por la escena, pero volvió a la realidad cuando Sylvia se apartó de su hija, la miró con reprobación y le recordó en voz alta que ella nunca había tenido acné ni granos. Luego, por si no la hubiera traumatizado ya bastante, se puso a coquetear con todos los hombres en la sala mientras su hija se encogía de vergüenza y humillación. Seb lo había presenciado todo y había sentido el sufrimiento y la rabia de su hermanastra como si fueran propios.
La gota que colmó el vaso fue cuando encontró a su madre y al recién casado profesor de biología abrazados de una manera excesivamente amistosa en una de las aulas. La puerta estaba abierta de par en par y cualquiera podría haberlos visto, pero posiblemente esa fuera la idea. A su madre nada le gustaba más que montar una escena.
Seb le ofreció al abochornado profesor un pañuelo para que se limpiara el carmín de la cara y le sugirió que fuera a reunirse con su mujer. Esperó a que se escabullera y, ahorrándose una sutileza que de nada serviría, le preguntó a su madre qué demonios se creía que estaba haciendo.
–No sé por qué te enfadas tanto, Seb –se quejó ella con un mohín–. ¿Qué tiene de malo divertirse un poco? Tu padre tuvo una aventura con aquella golfa... –soltó un dramático gemido y los ojos se le llenaron de lágrimas que podía derramar a voluntad.
–Ya me conozco la historia, madre, así que no esperes compasión por mi parte. Divorcios, aventuras, matrimonios... Es el cuento de nunca acabar y a mí ya me aburre. Pero como vuelvas a humillar a Fleur no volveré a dirigirte la palabra.
Su madre dejó de llorar al instante y lo miró con horror.
–No puedes estar hablando en serio, Seb.
–Créeme, estoy hablando muy serio –no era cierto. Hiciera lo que hiciera, ella siempre sería su madre–. ¿Alguna vez te paras a pensar en el dolor que causas cuando haces lo que te da la gana? –la miró fijamente y sacudió la cabeza–. Por supuesto que no. No sé para qué me molesto en preguntar.
El Unicornio rosa había sido engalanado para la ocasión con coronas de rosas rojas. Sebastian caminó velozmente hacia la puerta con una mueca ceñuda que llamó la atención de varias huéspedes. Si había una de esas malditas cosas en su almohada haría que... Suspiró y desechó la idea. El resto del mundo estaba tan embobado con sus fantasías románticas que nadie prestaría atención a una voz sensata entre aquel derroche de flores y corazones.
Sonrió burlonamente y se sacudió los copos de nieve que habían empezado a caer sobre su hombro. Más de una pareja incauta acabaría congelándose aquella noche, pensó mientras recorría con una mirada cínica las cabezas de los enamorados. Pero fue su expresión desdeñosa la que se le congeló en su aristocrático rostro al tiempo que una ola de calor prendía en su estómago y se propagaba por todo su cuerpo.
Apenas reparó en lo que la mujer llevaba puesto. Un vestido azul del que con gusto la despojaría. Tenía un cuerpo espectacular, todo curvas y piernas kilométricas, y Sebastian empleó unos cuantos segundos en contemplarlas con ojos hambrientos antes de posarse finalmente en su rostro.
¿Cómo podía ser? Nunca había imaginado que se encontraría a una mujer que se pareciese a ella. Su cara era un óvalo perfecto, pero no era la exquisita simetría de sus rasgos lo que mantenía cautiva la mirada de Sebastian ni la que prendía fuego en sus entrañas. Era su expresión, su risa mientras echaba la cabeza hacia atrás para ver la nieve y revelar la delicada y esbelta curva de su cuello.
Tenía los labios carnosos y los ojos grandes, y su pelo era una exuberante cascada de rizos rojos y dorados que le llegaba a la cintura.
Una ráfaga de aire frío lo sacó de su ensimismamiento. Bajó la mirada para recuperarse del impacto visual y se pasó una mano por sus oscuros cabellos mientras soltaba un prolongado suspiro. A continuación volvió a mirar, endureciéndose contra la extraña e incontrolable reacción inicial. Había sido un día muy largo y llevaba demasiado tiempo sin... Por desgracia había cosas que su secretaria no podía programarle.
Decidió que se tomaría libre el fin de semana y justo entonces, mientras pensaba con quién podría compartirlo, la risa de la pelirroja llegó hasta sus oídos. Era un sonido delicioso y suave, ligeramente ronco, dotado de una cualidad casi... tangible, como un dedo que le acariciara la espalda.
La envidia no era una emoción que le resultara familiar a Sebastian, por lo que le costó reconocer el nudo que se le formó en el estómago al fijarse en el hombre que estaba a su lado... ¿Su marido? ¿Su amante? Fuera quien fuera, deslizó un dedo bajo la barbilla de su pareja y le hizo levantar la cara hacia él.
Esa vez no se extrañó al reconocerlo: aquel tipo con suerte era el marido de Alice Drummond, quien alternaba una exigente carrera médica con dos hijos y un marido profesor que con veinte años había escrito un libro, su único logro hasta la fecha, y que seguía viviendo de los réditos... Cuando no estaba engañando a su esposa con pelirrojas de larguísimas piernas.
Sebastian apretó la mandíbula y apartó la mirada. Las infidelidades de un conocido no eran asunto suyo. Pero entonces ella volvió a reírse, y aquella risa tan despreocupada, tan casquivana, tan condenadamente sensual fue la gota que colmó el vaso. Primero su madre, y ahora aquella mujer... Otra mujer egoísta y ligera de cascos a la que le importaba un bledo el daño que pudiera causar en su búsqueda de placer, los corazones rotos y los matrimonios destrozados que dejaba a su paso.
Una vocecita interior le decía que no era buena idea, pero solo era un débil susurro comparada con la indignación que le martilleaba el cráneo mientras atravesaba la hierba a grandes zancadas.
–Parece que Alice no ha podido venir esta noche, ¿no, Adrian?
Mari intentó guardar el equilibrio cuando Adrian la soltó bruscamente. ¿Cómo? ¿La había apartado de un empujón?
Pero Adrian no llegó a ver su expresión dolida y perpleja pues tenía puesta toda su atención en el dueño de aquella voz