Mi propia historia de amor
Por Virginia Flick
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Rosa tiene más de treinta años y trabaja para una pequeña editorial que publica relatos románticos y eróticos. Acaba de romper con su novio de toda la vida, vive alquilada un piso por arriba del de su madre y siente que ha llegado a un punto de inflexión. No sabe muy bien qué hacer con esa sensación y sigue la rutina por inercia, hasta que la maternidad inesperada de su hermana y la muerte de su abuela se convierten en dos hechos clave para que su vida, por fin, cambie. Tampoco se iba a imaginar que Jaime, el hombre que aparecería en su puerta, la iba a empujar a que eso pasara, aunque no fuera el más idóneo socialmente hablando. ¿Y si estaba viviendo su propia historia de amor sin saberlo?
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Mi propia historia de amor - Virginia Flick
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2021 María Cañal Barrera
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Mi propia historia de amor, n.º 299 - julio 2021
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
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Imágenes de cubierta utilizadas con permiso de Dreamstime.com y Shutterstock.
I.S.B.N.: 978-84-1375-898-5
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Epílogo
Capítulo 1
HACERLO EN UNA DUCHA ESTÁ SOBREVALORADO
El escenario de un encuentro sexual en un relato romántico y erótico es muy importante. Debe levantar el morbo suficiente al lector y proyectarlo sobre él. Debe ser capaz de imaginarse en ese contexto con quien cope sus fantasías en esos momentos y añadirlo a su lista de posibles. Rosa no ha aprendido eso en ningún curso, se lo ha enseñado la experiencia.
Rosa estaba en su cafetería favorita. No era una cafetería con sillas dispares ni ponían cafés con dibujos, era la cafetería de su barrio, la de toda la vida, cuyos dueños la habían visto crecer y aficionarse al café. Cuando tenía que escribir sus relatos románticos y eróticos, solía irse allí porque, a pesar de lo que se pudiera pensar a priori, le salía mucho más seguido el relato cuanto más rodeada de gente estaba. Además, tenía una mesa asignada, en ella no se sentaba nunca nadie y podía tener total privacidad siempre. O casi siempre.
«El agua caía con fuerza y empapaba sus cuerpos mezclándose con sus salivas y con su sudor. Mientras ella apretaba su… ¿culo?, su… ¿trasero?, contra su erección, él le pellizcaba los pezones, fuerte y flojo, dejándolos al frescor de los azulejos cuando sus manos se escapaban más abajo…».
—Hacerlo en la ducha está sobrevalorado. —Marga se asomó por detrás de Rosa y le dio un toque en el hombro. Rosa dio un respingo en su silla y casi deja caer el café sobre el portátil.
—¡Idiota, me has asustado! —Rosa se recompuso y colocó la taza algo más lejos del ordenador, luego cerró la tapa porque, de todos modos, no iba a seguir escribiendo con su hermana allí—. Llegas tarde.
—Ya, bueno, solo un cuarto de hora y tengo excusa de la buena. ¿Vas a dejar esta vez que lea el libro antes de que lo publiquen? —Margarita, Marga para todos y Margari para unos pocos, tomó asiento junto a su hermana, dejándose caer exhausta y deshaciéndose del bolso y la chaqueta en un gesto que a Rosa se le antojó inimitable, las había que nacían con elegancia y otras que, como ella, no la tendrían jamás ni aunque la cultivaran.
—Ya sabes que no.
—Yo podría ser tu lector cero, de hecho, lo fui durante un tiempo.
—Bueno, lo fuiste hasta que tu experiencia sexual sobrepasó los límites de mis historias. Ahora me vienes con afirmaciones como esa…
—Chica, es que si hubieses tenido sexo en una ducha no pondrías a tus personajes a follar en una. Perdón por la expresión. —Y puso un mohín sarcástico que hizo reír a Rosa.
—¿Tanto se nota que no he tenido sexo en un baño?
—Yo no he dicho baño, yo he dicho ducha. Un baño es diferente, hay formas que…
—Vale, vale, vale, no quiero saber más.
—Pues te podría venir bien para tus libros.
—Me va bien sin tus experiencias, gracias. —Rosa guardó el portátil dando por zanjada la conversación.
—Siempre tan puritana. ¿Desde cuándo no follas?
—Joder, Margari, ¿tienes que ser tan bruta? Y no soy tan puritana, si no, mira mis libros.
—Eso no tiene nada que ver. ¿Me respondes a la pregunta? —Ahora Marga estaba echada sobre la mesa inspeccionando con los ojos la expresión de su hermana que estaba, a su vez, tirada hacia atrás sobre el respaldo de su silla con los brazos cruzados, en señal de defensa.
—¡Hombre, las flores del jardín! —Rosa y Marga miraron hacia arriba a la vez con el mismo gesto de incomodidad. Desde pequeñas, el dueño de esa cafetería las llamaba así cuando las veía juntas. Habían aprendido a obviar esos comentarios.
—Hola, Leo, ¿nos pones dos cafés, por favor? —Marga le dedicó una sonrisa deslumbrante y llena de falsedad.
—Rosa, ¿quizás a ti una infusión? Llevas dos cafés ya… —repuso Leo con tono profesional.
—Déjame que yo decida cuántos cafés son suficientes para mí, Leo, pero gracias por preocuparte. —La sonrisa de Rosa fue más sincera.
—De acuerdo, ¡dos cafés para las flores! —Leo lanzó la comanda a voz en grito hacia la barra y se marchó a la mesa de al lado.
—Desde Rubén —murmuró Rosa.
—¿Cómo?
—Que no me acuesto con nadie desde Rubén.
—¡Pero si eso fue hace seis meses!
—Ocho. Ya ves, no salgo mucho y esto —dijo señalando el bolso con el portátil— no me deja mucho tiempo libre como para conocer a nadie.
—Tienes que hacer algo con tu vida, Rosa, mírate, sigues viviendo en el barrio, seguimos quedando en la misma cafetería donde celebrábamos los cumpleaños. No follas, perdón, no te acuestas con nadie desde hace casi un año. No avanzas, querida.
—No me va mal.
—Bueno, al menos ya no vives con mamá, aunque vives en el piso de arriba, a eso lo llamo independizarse poco a poco.
—No todos tenemos un trabajo que nos reporta lo suficiente como para vivir en un barrio pijo sin que la despensa esté llena de latas de sopa de tomate. ¿O tú tomas mucha sopa de tomate?
—Si lo hiciera, no me cabría esta falda. En fin, a mí no me importa venir hasta aquí para verte porque, de paso, veo a mamá, pero me preocupas… —Los cafés llegaron y comenzó el ritual de los sobres de azúcar, de un «te lo cambio por tu sacarina» y un «dame el tuyo que yo le echo dos sobres al mío».
Capítulo 2
ROSA
Rosa escribe principalmente sobre mujeres con crisis existenciales agudas. Sus protagonistas siempre están a punto de cambiar algo en su rutina que las va a determinar para el resto de sus vidas. Salen de una existencia gris y sin sustancia hacia una llena de luz y de color (también le gusta cantar la canción de Marisol cuando por fin llega el momento del cambio, como si se tratara del aterrizaje de un cohete en Marte, cuando todos saltan de alegría descorchando botellas de champán). Sin embargo, Rosa no necesita precisamente un gran cambio.
La primera acepción de «rosa» en el diccionario de la RAE es: Flor del rosal, notable por su belleza, la suavidad de su fragancia y su color. Suele llevar el mismo calificativo de la planta que la produce. Quién dice que un diccionario no puede guardar poesía, claro que sí. Pero Rosa siempre ha odiado su nombre, desde su más tierna infancia, desde que la llamaban Rosita en la guardería y hasta que la llamaron Rosón en octavo de EGB. Más adelante lo odió por inercia y aún hoy no se ha reconciliado con él. De todas formas, las hay con peor fortuna que la suya; ahí está su hermana, por ejemplo, que se llama Margarita, aunque ella tiene la suerte de que le hacen el diminutivo en Marga o Margari, todo tiene sus pros y sus contras.
No quiere decir esto que su vida haya sido desgraciada. De niña imaginaba a una chica igual que ella, bueno, igual no, lo mismo era más guapa, más espigada y menos rechoncha, llamándose Claudia, Valentina o Alexa, en mitad de una ciudad en guerra, portando un nombre maravilloso, pero con una existencia complicada y peligrosa. La imaginaba saltando grácil sobre los huecos dejados por las bombas, consiguiendo un mísero mendrugo de pan duro para su familia, y entonces no le parecía tan mala su vida en un barrio obrero del extrarradio, donde lo más peligroso eran los quinquis de la esquina a los que conocía del colegio y que la dejaban en paz porque les explicaba Matemáticas en el recreo.
Rosa se gana la vida escribiendo relatos eróticos para una editorial que se gana la vida vendiendo relatos eróticos. Llegó ahí por casualidad, en una de esas tantas prácticas que hizo al salir de la universidad. Ella pensaba que llegaba al departamento de comunicación de una editorial emprendedora, local y con futuro incierto pero ilusionante. Lo que se encontró