El gusto de lo prohibido
Por Carole Mortimer
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César tenía a su volcánica chef justo donde la quería: en su apartamento, a sus órdenes. Él sabía que sus empleadas deberían ser intocables, pero Grace había tentado su hastiado paladar y se encontró pidiendo algo nuevo en la carta: un sabor prohibido…
Carole Mortimer
Carole Mortimer was born in England, the youngest of three children. She began writing in 1978, and has now written over one hundred and seventy books for Harlequin Mills and Boon®. Carole has six sons, Matthew, Joshua, Timothy, Michael, David and Peter. She says, ‘I’m happily married to Peter senior; we’re best friends as well as lovers, which is probably the best recipe for a successful relationship. We live in a lovely part of England.’
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El gusto de lo prohibido - Carole Mortimer
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www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2013 Carole Mortimer
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
El gusto de lo prohibido, n.º 327 - noviembre 2021
Título original: A Taste of the Forbidden
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com
I.S.B.N.: 978-84-1375-891-6
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Si te ha gustado este libro…
Capítulo 1
–¿Seguro que no te importa quedarte sola?
–Grace, ¿quieres dejar de preocuparte y marcharte de una vez? –su hermana, Beth, lanzó sobre ella una afectuosa pero impaciente mirada–. Tengo veintitrés años y soy más que capaz de vivir sola. Además, necesitamos el dinero.
Era cierto. Las facturas que se habían ido acumulando durante los seis meses que su madre estuvo enferma, cuando tuvo que dejar su trabajo como chef de repostería en uno de los mejores hoteles de Londres para que Beth pudiera terminar su máster en la Universidad de Oxford, seguían sin pagarse.
Beth había encontrado trabajo en una conocida editorial londinense, pero con su salario no podían mantenerse las dos y pagar las facturas. Por eso, y durante un mes de prueba, Grace se iba a Hampshire con intención de convertirse en cocinera-ama de llaves en la mansión inglesa de un multimillonario argentino. Seguramente, como en Hampshire, César Navarro tendría otros empleados en las propiedades que poseía por todo el mundo. Y a saber qué hacían cuando él no estaba en casa.
–Me pregunto cómo será César Navarro en persona –comentó Beth.
Grace soltó un bufido mientras miraba el contenido de su enorme bolso.
–Dudo mucho que vaya a tener la oportunidad de conocerlo.
Su hermana menor frunció el ceño.
–¿Qué quieres decir?
Cualquiera que mirase a Beth, alta, rubia y de ojos oscuros, y a Grace, de metro sesenta, largo pelo oscuro y ojos azules verdosos, seguramente no tardaría en deducir que no eran hermanas biológicas.
Grace había sido adoptada cuando tenía seis semanas y fue hija única hasta los ocho años, cuando sus padres aparecieron con Beth, de cinco años, a la que presentaron como su nueva hermanita. Había sido amor a primera vista para las dos y, por suerte, ese cariño las había ayudado cuando su padre adoptivo murió cuatro años atrás en el accidente de tráfico que dejó a su madre en una silla de ruedas. Ella había fallecido hacía dos meses a consecuencia de una grave enfermedad.
Grace hizo un gesto de tristeza.
–Según su ayudante en Londres, quien me entrevistó y me dio el puesto tras pasar el estricto control de seguridad, debo tener el desayuno preparado a las siete menos cuarto para que su asistente, Rafael, pueda servirlo en el comedor a las siete. Luego debo hacerme invisible hasta que el señor Navarro se haya ido a trabajar y después puedo limpiar la casa, pero no su estudio, donde está prohibido entrar. Por las noches es la misma rutina, a menos que Rafael diga lo contrario. La cena debe ser servida exactamente a las ocho y tengo que estar fuera de la casa a las nueve, después de lo cual la vida del señor Navarro debe de ser una juerga continua.
–¿De verdad crees eso?
–No –Grace torció el gesto–. Lo que creo es que el arrogante señor Navarro no quiere ni ver ni oír a una humilde empleada doméstica.
Beth esbozó una sonrisa.
–Parece un poco… en fin, exagerado con respecto a su intimidad, ¿no?
–Teniendo tanto dinero seguramente está acostumbrado a hacer lo que le da la gana.
Y los pobres no podían exigir. A pesar de tener unas referencias excelentes, Grace no encontraba otro trabajo como jefe de repostería en Londres. La habían rechazado en todas partes porque llevaba ochos meses sin trabajar. Finalmente, desesperada, había acudido a una agencia de empleo, donde le habían ofrecido un mes de prueba, muy bien pagado, en la finca de César Navarro en Hampshire.
–Al menos tienes una casita para ti sola en la finca –le recordó su hermana.
–Eso es porque el señor Navarro no comparte su intimidad con nadie –Grace hizo una mueca.
–Da igual, cariño, iré a verte algún fin de semana y te haré compañía durante un par de días –la consoló Beth.
–Tengo la impresión de que para entonces me hará falta un poco de compañía –riendo, Grace la abrazó por última vez–. Llámame al móvil si me necesitas.
–Por lo que cuentas, puede que seas tú quien tenga que llamarme a menudo.
Grace pensó en las extrañas demandas de su nuevo jefe mientras se dirigía a Hampshire. Había oído hablar de César Navarro, por supuesto. ¿Quién no había oído hablar del multimillonario empresario argentino de treinta y poco años que tenía mansiones en la mayoría de las capitales del mundo y parecía poseer la mitad de los negocios del planeta? Bueno, tal vez la mitad del planeta era una exageración, un cuarto sería más realista.
Su imperio incluía negocios de alta tecnología, medios de comunicación, líneas áreas, inmobiliarias, hoteles, viñedos. Tenía tantos intereses que Grace se preguntó de dónde sacaba tiempo para hacer algo que no fuese trabajar.
Tal vez no hacía nada más.
Había tenido que esperar un par de días para saber si habría una segunda entrevista, sin duda mientras llevaban a cabo el minucioso control de seguridad, y en ese tiempo había buscado información sobre el esquivo señor Navarro en internet.
«Insociable» seguramente lo describía mejor, había pensado después de leer varias referencias. Treinta y tres años, el mayor de dos hijos nacidos en una familia acaudalada de padres separados, madre estadounidense y padre argentino, había crecido en el país de su padre pero había estudiado en la Universidad de Harvard antes de abrir su propio negocio a los veintitrés años.
Un negocio que había convertido en un imperio de tales proporciones que debía viajar continuamente en su jet privado o en helicóptero para alojarse en las exclusivas mansiones que tenía por todo el mundo.
En la web de su compañía había varias fotografías de cuando era más joven; un hombre guapísimo de rostro aristocrático, penetrantes ojos oscuros, altos pómulos, labios esculpidos y mentón cuadrado. Pero, sin excepción, todas las fotografías mostraban a un hombre de rostro serio y circunspecto.
Había también dos fotografías de adulto, una posando para la cámara y la otra tomada a distancia, mientras bajaba de un avión para subir a un helicóptero en algún aeropuerto privado. Y en las dos tenía un aspecto igualmente atractivo, pero incluso más serio.
Parecía unos centímetros más alto que el hombre que iba a su lado, el traje clásico destacando unos hombros anchos y un cuerpo fibroso, el pelo oscuro algo largo y ligeramente alborotado por el viento o por las aspas del helicóptero, las aristocráticas facciones dominadas por unos inteligentes ojos oscuros bajo unas cejas igualmente oscuras.
Teniendo en cuenta lo poderoso y atractivo que era, resultaba incomprensible que su futuro jefe no fuese también el mayor donjuán del planeta, de esos que siempre aparecían con mujeres bellas del brazo, en lugar de salvaguardar su vida privada de manera tan obsesiva.
A menos que…
Tal vez había alguna razón por la que César Navarro nunca había sido fotografiado con una mujer guapa del brazo; la misma razón por la que guardaba celosamente su vida privada. Y tal vez el hombre moreno que iba con él no era simplemente su ayudante.
Sería una pena, desde luego. Rico, soltero, joven, tan apuesto que volvería loca a cualquier mujer… y todo para disfrute de otro hombre.
Grace esbozó una sonrisa ante tan absurdos pensamientos, pero cuando se aproximó a la entrada de la finca en la que iba a vivir y trabajar durante al menos un mes la sonrisa se convirtió en un gesto de preocupación.
Frente a unas puertas de hierro forjado, en un muro de piedra de cuatro metros de altura, había dos hombres de traje oscuro y aspecto amenazador, el pelo cortado al estilo militar, los ojos escondidos tras unas gafas negras aunque no lucía el sol aquel día de septiembre, con un cielo cubierto de nubes.
Uno de los hombres se acercó al coche y Grace pisó el freno mientras bajaba la ventanilla.
–¿Grace Blake?
–Pues… sí, soy yo –respondió, aliviada al saber que la esperaban, pero un poco preocupada por tanta seguridad. Kevin Maddox le había dado a entender que su jefe no llegaría a Inglaterra hasta el día siguiente.
El corpulento guardia de seguridad asintió con la cabeza después de mirar en el interior del coche para comprobar que iba sola.
–¿Puede abrir el maletero?
–¿El maletero?
–Si no le importa –insistió el hombre, haciéndose a un lado mientras Grace bajaba del coche y abría el maletero con cara de pocos amigos. Después de comprobar el contenido de la maleta se apartó