La órbita de los planetas (Finalista del V Premio HQÑ Digital)
Por Toni Sanz
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La vida se desarrolla apacible para Siena junto al director de su tesis, el profesor Frati, centrados en sus investigaciones sobre los archivos secretos del reinado de Pío IX en el Palacio Guidonia de Roma, hasta la llegada de Enzo Bianco, un colaborador del profesor, del cual Siena quedará cautiva por su atractivo e inteligencia.
Con la desaparición de Frati a manos de un grupo llamado Syllabus, Siena y Enzo se convertirán en protagonistas de una intrigante historia que entremezcla los secretos del papado de Pío IX, confiados a la familia Guidonia a causa del advenimiento de la República Romana en 1849, con el presente, a raíz de la renuncia de Benedicto XVI al papado. Al final, nacerá entre ellos una historia de amor de final incierto.
Cada una de las trepidantes aventuras deberá encontrar la órbita sobre la que gravitar.
Finalista del V Premio Internacional HQÑ
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La órbita de los planetas (Finalista del V Premio HQÑ Digital) - Toni Sanz
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2017 Antonio Sanz Oliva
© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
La órbita de los planetas, n.º 170 - septiembre 2017
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, HQÑ y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imágenes de cubierta utilizadas con permiso de Dreamstime.com y Fotolia.
I.S.B.N.: 978-84-9170-027-2
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Portadilla
Créditos
Índice
Dedicatoria
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Si te ha gustado este libro…
A Ascen Núñez y Juan Carlos Mato, grandes escritores y amigos, cuyos libros son siempre una inspiración para mí.
Capítulo 1
Palacio Guidonia, Roma. En la actualidad
La puerta del palacio estaba entreabierta y eso solo significaba una cosa, que otra vez llegaba tarde. Uno de los criados le indicó con la mano que ya estaban todos arriba y no le dio tiempo ni a contestarle; no quería ni pensar cómo se lo tomaría el profesor Frati. Corrió a través del patio como si le fuera la vida en ello, tropezando con el empedrado del suelo hasta alcanzar las escaleras de mármol de Candoglia que conducían a la zona noble. Luego tuvo que sortear las esculturas romanas que salpicaban los vanos de la larga logia, decorada con fastuosos frescos, que daba paso a la biblioteca. Una vez allí, la recibió la intimidante voz de Frati, que ni siquiera se giró para recriminarle su tardanza.
–Señorita Albani, llega otra vez tarde.
–Lo siento profesor, es que…
–No necesito escuchar sus absurdas excusas. ¿Qué ha sido esta vez? ¿El autobús? ¿O tal vez su abuela que ha enfermado de repente…? –dijo, contrariado, con su tono paternalista y condescendiente de siempre–. Sabe que odio la impuntualidad, y espero que no vuelva a repetirse –concluyó, rematando la reprimenda.
Siena no osó replicarle, conocía perfectamente al profesor Frati y sabía que con aquellas insignificancias solo podía poner en peligro su tesis doctoral, así que guardó silencio y esperó paciente a que la reclamara a su lado.
–Pero no se quede ahí en la puerta –le apremió con la mano–, tengo que presentarle a alguien… Doctor Bianco, ella es mi ayudante, la señorita Albani.
Siena se giró hacia su derecha para, acto seguido, quedarse boquiabierta. Cuando el profesor le insinuó que llegaría un colega para ayudarles en las labores de catalogación de la biblioteca Guidonia, dio por supuesto que este sería de una edad similar a la de su mentor, y no pudo reprimir su satisfacción cuando un joven alto, de pelo rubio perfectamente recortado y unos penetrantes ojos azules, le dedicó una discreta pero maravillosa sonrisa.
–Encantada, señor Bianco –dijo Siena alargando con satisfacción su mano para saludarlo.
–Puede llamarme Enzo y el placer es todo mío –dijo él devolviéndole el saludo.
–El profesor Bianco ha llegado esta mañana de Bolonia –añadió Frati–. A pesar de su juventud, es toda una eminencia en lo referente al estudio de los padres de la astronomía en nuestro país. Él nos ayudará en la catalogación de toda la documentación que al respecto se halla en esta biblioteca. Bien, y ahora que ya han sido presentados, si tienen la bondad de acercarse…
Frati había dispuesto sobre la mesa varios manuscritos que, por su aspecto, tenían una antigüedad considerable. Estaban colocados en orden, separados entre ellos con precisión milimétrica, como si algún neurótico compulsivo los hubiera ordenado. Siena le acercó un par de guantes de algodón para que se los pusiera, pero el profesor los rechazó, haciendo aspavientos.
–Eso son paparruchadas de bibliotecario de pueblo. Todo el mundo debería saber que los guantes de algodón solo consiguen llenar de grasa el papel y que acaban por estropearlo más que si se tocan con las manos desnudas… ¿No es así, profesor Bianco?
–La verdad es que no le falta razón, aunque siempre hay que seguir las instrucciones del dueño del manuscrito –puntualizó.
–Cierto, cierto, pero no es el caso. Muerto el último de los Guidonia, esta biblioteca ha pasado a manos del Estado Vaticano, lo que significa que ahora es cosa mía, así que, manos a la obra –apremió a su colega, que observaba los libros con los ojos bien abiertos y casi babeando.
Cuando tomó entre sus manos uno de los manuscritos, lo cogió de tal forma que parecía más un niño de pañales que un libro. Se lo mostró a su compañero, que se agachó para comprobar la autenticidad de aquella joya que se revelaba, por primera vez, a la luz de la ciencia. Siena, con su pequeño bloc entre las manos, intentó anotar todo lo que se decía; el profesor Frati raramente volvía a repetir un comentario, y tenía que estar listar para poder recordar el mínimo detalle de lo que se dijera.
–Querido amigo, le presento a De Orbitae Planetarum, una de las obras inéditas de Domenico da Novara… Ha sido un hallazgo increíble –comentó satisfecho de sí mismo.
–Sin duda es un hito difícilmente repetible –indicó Enzo Bianco–. No todos los días se descubre algo de lo que no se tenían indicios de su existencia… Y dígame, ¿ha tenido ocasión de examinarlo ya?
–Solo levemente, por eso le he mandado llamar. Usted sabe, mejor que nadie, que no se conserva nada del gran Domenico da Novara, más allá de algunos almanaques astrológicos, pero por lo que siempre se le recordará es por haber sido el maestro de Copérnico durante su estancia en la Universidad de Bolonia. Esto demostraría que, antes que él, ya existían no solo refutaciones de la teoría ptolemaica sino verdaderos tratados sobre heliocentrismo.
–Sin duda este hallazgo puede revolucionar la historia. Le felicito, profesor.
–El volumen no se encuentra en muy buen estado; ni siquiera llegó a ser editado como un verdadero libro. Me imagino que no se atrevió a causa de su temor a la Inquisición, por eso me resulta complicado descifrar su contenido. Está lleno de anotaciones al margen y la caligrafía se me resiste, pero estoy seguro de que, con su ayuda, avanzaremos muchísimo en su comprensión.
–Estaré encantado de trabajar con usted, profesor. Si quiere, podemos empezar ahora mismo. Ardo en deseos de conocer lo que esconde este pequeño tesoro.
–Lamentablemente, doctor Bianco, hoy no va a ser posible. Esta misma tarde tengo una reunión inexcusable del patronato que tengo el honor de presidir. Hay que decidir no solo el destino de esta biblioteca, si no del mismo Palacio Guidonia y todos los bienes que atesora. Hay muchos intereses encontrados, y me temo que el tema burocrático me va a robar excesivo tiempo. Me gustaría que usted se ocupara personalmente de lo concerniente a la biblioteca… No se preocupe, le ayudará mi asistente, la señorita Albani –le dijo, dándole unos golpecitos en el hombro al ver su cara de preocupación–. A pesar de su impuntualidad, es una investigadora brillante y muy eficiente como colaboradora. Ella conoce a la perfección la historia de la casa y los entresijos del descubrimiento de este y otros libros… Ahora, si me disculpan, tengo que marcharme.
Siena, solícita, le ayudó a ponerse su pesado abrigo de pata de gallo y le entregó la cartera. Frati se marchó, rumiando entre dientes lo mucho que le contrariaba dejar su verdadera pasión para tener que ocuparse de temas administrativos.
Enzo Bianco, después de cancelar múltiples compromisos para poder colaborar con Frati, se encontraba solo ante aquella vorágine y se encogió de hombros mientras veía desaparecer por el patio la figura de su colega. Entonces se volvió hacia Siena y le lanzó una sonrisa para hacerle comprender que aquella contrariedad no era culpa suya. Se colocó las manos en los bolsillos y aupando su cuerpo sobre la punta de los pies, le dijo:
–Está bien, señorita Albani, soy todo suyo… ¿Por dónde quiere que empecemos?
Ella lo miró con alivio. Por primera vez podía llevar la iniciativa sin tener que esperar una orden de Frati, y su nuevo colega prometía que el trabajo no iba a ser precisamente aburrido. Así que decidió tener con él un trato mucho más cercano.
–Por ejemplo, podíamos apearnos del tratamiento, estaría bien que me llamara Siena.
–Como gustes, Siena… ¿Quieres que comencemos por el libro de Novara o prefieres hacer otra cosa?
–La biblioteca, como podrás ver, es muy extensa, y necesitaremos bastantes semanas para su estudio. Si te parece, podemos echarle un vistazo al palacio, para que te vayas familiarizando con él, así te cuento un poco de la historia de los príncipes de Guidonia.
–Perfecto. Será un honor conocerla de la mano de tan bella cicerone –le contestó, esbozando una amable sonrisa.
Siena lo llevó hasta la logia del primer piso, desde la que podía observarse el fantástico patio renacentista que vertebraba el palacio.
–El edificio data del siglo XV y todavía conserva sus magníficos frescos originales, algunos de los cuales son de Melozzo da Forlì. Su último propietario, el cardenal Tarsicio de Montecelio, lo donó al Estado Vaticano al morir y…
–Disculpa, pensaba que el palacio pertenecía a la familia Guidonia.
–Tienes razón. A veces, suelen confundirse el nombre familiar con el título que ostentaban. Efectivamente, durante mucho tiempo fue la sede de la familia Montecelio, Príncipes de Guidonia, hasta que esta se extinguió con Tarsicio que, por su dignidad cardenalicia, tuvo que renunciar al principado.
–¿A qué clase de nobleza pertenecían?
–A la Pontificia… Después de la Unificación, siguieron ostentando sus títulos, siempre vinculados directamente al Papado. Eran príncipes asistentes al Solio Pontificio, como lo son ahora los Torlonia o los Colonna pero, desde que se instaló en Roma el rey de Italia, fueron comúnmente conocidos como la Nobleza Negra.
–Que interesante. Y ¿por qué se les llamaba así? Suena algo siniestro.
–Sin otra cosa que poder hacer, pretendieron desairar al nuevo rey vistiendo de luto y cerrando sus salones a la corte mientras durara el cautiverio
de Pío IX y del resto de los pontífices, cosa que no se solucionó hasta mucho más tarde, en 1929, con la firma de los Pactos Lateranenses que daban carta de soberanía al Estado Vaticano.
–¿Existen retratos de la familia? Me gustaría saber cómo eran esos Guidonia.
–Sí. En el salón de baile hay unos cuantos cuadros de sus últimos representantes. La verdad es que me dan escalofríos con solo mirarlos. Hay ciertas historias que circulan sobre ellos y la desgracia que se abatió sobre la familia.
–O sea, que también hay una historia espeluznante que rodea este palacio… ¿No estará encantado? –sugirió Bianco en tono de burla.
–Tienes razón. Encantada o no, esta casa pone los pelos de punta. Parece que todo esté tal cual lo dejaron: sus cortinas, cuadros y hasta el polvo de los muebles –dijo Siena resoplando–. A veces pienso que los Guidonia van a bajar de sus cuadros y me los voy a encontrar de bruces en cualquier rincón. Si no fuera porque necesito que el profesor Frati firme mi tesis, a buenas horas me hubiera embarcado en este trabajo.
–¿Hace mucho tiempo que trabajas para él?
–Desde hace un par de años. Comencé siendo su asistente en el departamento de archivística y ahora él dirige mi doctorado.
–¿Sobre qué versa tu tesis?
–Sería muy tedioso de explicar pero, resumiendo, estoy realizando un estudio sobre los archivos secretos del reinado de Pío IX.
–Ardua tarea, sin duda…
–Para una mujer, te ha faltado decir –contestó Siena con suspicacia.
–Lejos de mí pensar algo así, pero no es un tema al que se tenga fácil acceso.
–El profesor Frati está muy bien relacionado con las altas esferas vaticanas y sin sus influencias me hubiera sido imposible.
–De todas maneras, es un tema muy extenso. Tardarías siglos en recopilar esa información, y mucho más en establecer una tesis.
–Tienes razón. Mi investigación es mucho más modesta. Tiene que ver con los sucesos de La Salette, las apariciones marianas que se dieron a mitad del siglo XIX y que, según mi hipótesis, influenciaron los acontecimientos posteriores, como la desaparición de los Estados Pontificios.
–Nunca oí hablar de ellas –dijo Enzo con extrañeza.
–Hoy en día se conocen poco, sobre todo después de las de Lourdes y Fátima, que se han llevado fama y notoriedad pero, en su tiempo, las apariciones de La Salette tuvieron tanta o más repercusión que pueda tener el tercer secreto de Fátima hoy en día.
–Entonces, estás ayudando al profesor Frati a cambio de que él pueda facilitarte el acceso a ciertos archivos vaticanos, ¿no es así?
–No exactamente. Tenemos la sospecha, corroborada por ciertos documentos, de que, antes de su huida al reino de Nápoles en 1848, Pío IX le confió al príncipe de Guidonia, a la sazón, Lorenzo de Montecelio, ciertos papeles comprometedores que no quería que cayeran en manos de republicanos y, sobre todo, de masones. Si no me falla la intuición, todavía estarían ocultos en algún lugar de esta casa. El problema es que no hemos tenido la oportunidad de catalogar e inventariar todo lo que se ha encontrado y no sabemos si, entre lo que ha salido a la luz, estarán los documentos que busco.
–Estaría encantado de poder ayudarte a…
–Oh, no. No me gustaría que tuvieras problemas con el profesor por mi culpa. Además, tienes una ingente cantidad de trabajo por delante. El Cardenal Montecelio era un apasionado de la astronomía y hay cientos de volúmenes que te mantendrán ocupado, como has podido ver.