Coreografía de la ausencia
Por Horacio Esber
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Coreografía de la ausencia - Horacio Esber
Coreografía de la ausencia
HORACIO ESBER
Coreografía de la ausencia
Esber, Horacio Eduardo
Coreografía de la ausencia / Horacio Eduardo Esber. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Horacio Eduardo Esber, 2022.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-88-3045-2
1. Novelas. I. Título.
CDD A863
© Horacio Esber, 2019, 2021
Edición en formato digital: diciembre de 2021
Diseño de cubierta: Guadalupe Serra
Ilustraciones interiores: Claudia Sanz Bayeto
Diseño Gráfico: interior, edición y corrección: Mariana Kruk
ISBN 978-987-88-3045-2
Libro de edición argentina.
Conversión a formato digital: Libresque
A Lara
A la memoria de Marieke Aafjes
Uno no puede quedarse mucho tiempo despierto en esta oscuridad…
GARY SNYDER
Tal como advertí al presentar mi anterior novela, Legados
, parafraseo nuevamente a Victor Sergé: Esta novela pertenece al dominio de la narrativa. La verdad que crea el novelista no puede confundirse, de ningún modo, con la verdad del historiador o del cronista. Toda pretensión de establecer una relación precisa entre los personajes o episodios de este libro y los personajes y hechos históricos conocidos no tendría, por tanto, justificación
.
De Gaby para Lu (Principios de noviembre 1999)
Luciana:
Solamente a vos podía ocurrírsele: dejarnos cartas para exorcizar la distancia. Quedaban en el cajón del escritorio. El abuelo Emilio nos las entregaba cuando llegábamos a visitarlo.
Teníamos siete años. ¿Vos venías con tu familia desde Rufino, no? Porque a Rosario se fueron cuando eras más grande. Nunca fui a Rosario. Bueno, yo llegaba con la mía desde Ranchos, como siempre, tenía la sensación que nunca salíamos de ahí.
Igual, a pesar de tus cartas y las mías, sufría por no verte. Es que después de esos veranos compartiendo nuestros eneros en Ernestina, qué querés que te diga, de repente ya no encontrarnos fue muy difícil para mí. ¿Perdonarle a tu viejo que decidiera no venir más? No entendía qué significaba eso: una cuestión de trabajo, ¿y a mí qué? ¿Suficiente como para separarnos? No podía convencerme de que ya no nos veríamos, ni jugaríamos juntos a las escondidas en los rincones de la casona. ¿Te acordás?, sólo vos cabías en el hueco que quedaba entre el enorme baúl y la pared del fondo del sótano. Nada, nunca más eso ni tampoco andaríamos de nuevo, toda la tarde (siesta incluida), en los alrededores del pueblo. Paseando cerca de la laguna Salada. Dejen de chivatear, como decía la nona cuando regresábamos.
Prima, a lo mejor te sorprenda esta carta, y quizá suene raro que haya dicho: venías
. Es que estoy viviendo acá, con la abuela Inés.
Largué todo y me vine nomás.
Ya no queda gente en el pueblo. Ni tampoco el tren. Hace unos días averigüé que hay más o menos 119 (a pesar de que hace rato estoy viviendo aquí, no me cuentan como propio todavía). Dicen que Ernestina se ha convertido en un pueblo fantasma. A mí me da lo mismo. No sé. Más adelante te cuento qué hago acá. Por qué decidí venirme, el lugar en los que he pasado momentos muy alegres (no hablo de felicidad, porque dudo que exista semejante cosa, ¿no?). Queda poco y no hay casi nada. Por la noche el silencio es pesado. Más que eso: inhumano. Quizá sea por la época o por la seca. Y mirá cómo son las cosas, a pesar de eso, a veces, en la noche, cuando la abuela ya se ha dormido, voy a caminar. Salgo del pueblo, bordeo en la periferia
y vuelvo a entrar por el norte del Boulevard San Martín. Y aunque te parezca forzado, con o sin nubes, una especie de neblina baja y fría se adueña de todo. Me gusta quedarme en la punta y mirar la negrura entre las formas difuminadas. Puedo pasarme una eternidad ahí, haciendo eso: mirar hasta dónde dé. Bruma quieta, tan quieta como la afonía que la envuelve.
¿Sabés? una noche descubrí que justo en la rama más gruesa del Plátano, en cuyo tronco suelo apoyarme, anida una lechuza. No sé qué hace ahí, pero ya la he visto más de una.
Disfruto todo esto: poquedad de lo ausente.
Pasan los días y confirmo que fue lo mejor que pude hacer. Dejar Buenos Aires y venirme.
¿Sabés qué pasa? Si bien allá vivía cómodo (¿conocés Saavedra?) y trabajaba lejos del centro, igual no pude quedarme. Fue un miércoles de marzo; recién empezaba el mes. No sé, a lo mejor fue la sirena de una ambulancia o el grito de alguien que corría abajo, en la calle. No quise averiguar de qué se trataba. Ni me asomé, y eso que el balcón del departamento es amplio.
Ese día no fui a trabajar. Llamé a la oficina y dije que no iba, así, sin más explicaciones. Me senté en el sillón de leer (es lo único que me traje…, bueno, eso, los libros y un poco de ropa fueron toda la mudanza) y me quedé un rato largo. Aunque suene artificioso, la verdad es que me puse a pensar. No daba para más. Y yo sabía que a mis viejos les beneficiaría que viniese a lo de la nona. Mis hermanos, que al principio seguro rechazarían la idea, enseguida se darían cuenta: les convenía.
Ah, trabajo en traducciones, inglés—español y francés—español. Ya sabés, tu tía me mandó a idiomas desde chiquito. Hoy se lo agradezco porque me la rebusco con eso. Con eso y con lo que me pasa papá. Le dije que sigo estudiando a distancia. No sé si me cree. A él le sirve creerme y que me quede con su suegra para cuidarla. Ellos vienen de visita cada mes, mes y medio. Llegan a media mañana, almuerzan y a la tarde, después de tomar unos mates, regresan a Pergamino. No sé si sabés que se instalaron en esa ciudad hace unos cinco años. Conocés a tu tío, y más a tu tía, eligieron Pergamino. Viven de Ranchos y viven en Pergamino. Se fueron tras eso que siempre quisieron, ser alguien en la vida
y no les daba para serlo en Buenos Aires, no se animaron y Ranchos les quedaba chico.
¿Vos estás estudiado? Me acuerdo que querías ser actriz o dedicarte a la música. Dejamos de escribirnos cuando teníamos 17, ¿no? Más o menos por ahí. Pero fueron muchos años, ¿por qué no intentarlo de nuevo? Claro, vos vas a decir qué ahora que me sobra el tiempo, como estoy sin nada por hacer, se me da por retomar las cartas. Sabés qué pasa, se me ocurrió mientras leía un texto —todavía no publicado— de John Berger, ¿lo tenés? Dejame que te cuente. Estaba en el banco de siempre. El Boulevard vacío. Leía:
…Apenas queda un rato de oscuridad. Todavía no he dormido. Pensaba en el futuro. No en cualquier futuro en cualquier parte. Ni en nuestro futuro juntos. Pensaba en el futuro que intentarán abortar aquí…
.
Cerré la carpeta. No pude seguir leyendo. ¿Sabés?, todo lo relaciono con mi vida. Todo lo vinculo con las cosas que me han pasado y me pasan. Incluso cada vez que me cuentan por qué se van de Ernestina y, aunque no tenga nada que ver, yo hago una especie de analogía, de paralelo, espacio en el que las vidas se fusionan.
Enseguida vuelvo a la casa de la abuela Inés. Y empiezo, como un desesperado, a buscar otra novela, un cuento, una poesía, algo que me permita pegar todo en un amasijo de letras. Lu, hago eso cuidándome de la nona, no sea cosa que descubra que me río solo. Y fue en uno de esos momentos en los que pensé que, tal vez a vos te copaba la idea de volver a escribirnos.
La abuela Inés está muy bien, aunque ya no le interesan las noticias como antes. No pregunta, ni qué día es ni qué hay en el mundo. Teje la mayor parte del tiempo, calcetines, ropita de bebé, saquitos para nenes y nenas, cosas así. Después los manda al Patronato de la Infancia de Capital. Le cuesta moverse. Pero va y viene sin ayuda. A veces usa una silla de ruedas. Hace todo en la casa. Lo único, ya no sube las escaleras hacia el piso alto: el altillo ¿te acordás? Primero discutió un poco, terca como es, costó convencerla pero al final lo conseguí. Me instalé aquí arriba. En un par de semanas lo acomodé a mi gusto. Armé la biblioteca y el escritorio mirando al ventanal, es decir: a mi espalda los libros, de frente la ventana. La cama justo en el declive del techo y en el centro, el sillón de lectura. No hay internet ni televisión por cable, en el pueblo, digo. No me importa. Me traje el minicomponente. Cuando no pongo compact o casetes de música, escucho la radio. Así me entero de lo que pasa.
Hablando de eso. ¿Te enteraste lo de Ramallo? Operación Ramallo
, la llamaron. Me tiene un poco obsesionado aunque hayan pasado un par de meses. Cuesta asimilar que la cana haya fusilado a los secuestradores y sus rehenes. Por algo es la maldita policía
. Encima ese tal Saldaña que va y se suicida
en la celda de la comisaría, la misma noche que lo agarraron. No sé si sabés lo que pasó —si te enteraste seguí leyendo desde más adelante—, unos chabones asaltaron el Banco Nación de Villa Ramallo. La cosa es que la bonaerense los sitió y quedaron encerrados dentro del Banco junto con clientes y laburantes. Horas después salieron, tratando de escaparse, en el auto del gerente llevando como rehén a éste, a su mujer y a otro más, creo que un contador. La cuestión es que ahí nomás de salir, la cana entró a tirar a mansalva, el auto quedó todo agujereado. Murieron un ladrón, el gerente y el otro, el contador. La esposa se salvó. También dos de los ladrones. Pero como te dije, a Saldaña lo suicidaron en la comisaría. Por lo menos eso dicen en la radio y también las pericias forenses.
Yo no sé por qué me he quedado colgado con esta historia. ¿Por qué se me da ahora por contártela? Si te interesa más adelante te digo como sigue.
Vos ya sabés que me gusta mucho leer. Acá tengo tiempo de sobra. La pila de pendientes ahora baja más rápido. En Ernestina, como te dije, no hay casi nada, menos que menos una librería. Entonces voy hasta Pedernales a unos 10 Km desde acá. Voy en la Jeep Gladiator del abuelo Emilio. Casi no tuvo uso desde que murió. Yo la puse en condiciones. Un día me animo y me doy una vuelta por Ranchos.
La abuela Inés, a la nochecita, después de cenar se queda mirándome sin hablar. No interrumpo sus recuerdos, creo que nos está viendo a todos. Anoche, antes de irse a dormir me preguntó: —¿Qué querés que te regale, Gabrielito?
Cómo supo que la semana que viene es navidad, ni idea. Te mando un beso y ojalá te prendás de nuevo y me contestés, después de todo fue idea tuya.
G.
De Lu para Gaby (Diciembre de 1999)
Miralo al Primo. De verdad, no me la esperaba.
Te re juro, Gaby, nunca me olvidé de aquellas cartas. A diferencia de vos, yo flasheaba cuando las recibía. Me gustaba más leerte y escribir que encontrarnos. Desde chiquita me limaba la idea de juntarnos con toda la parentela, mis hermanos, los tíos, los primos. Salvo con vos, no sé si recordás, yo tenía problemas con todo el mundo. Bueno, salvo con vos y los abuelos. Ellos me protegían, el abuelo no dejaba que nadie me dijera nada.
Y claro, me acuerdo de las escondidas. Te aseguro que todavía hoy puedo mandarme entre el baúl y la pared del fondo.
¡Qué lindo escribís! Es como si te estuviera viendo. Siempre tan formal. No te digo careta porque te vas a rayar. Me va a costar ponerme a tu altura, cabezón. Cabezón, cabezón, jajaj.
Lo que sí, de pendejo, ¡qué mal que escribías! Después de recibir tu carta, Caro Primo, busqué un toco entre los papeles viejos que guarda mi mamá y ¿a qué no sabés lo que encontré?... Sí, acertaste, dos de tus cartas. Te copio una partecita de cada una, lo hago tal cual están escritas, con errores y todo:
…La carta que mandé el otro día, vueno la anterior de esta aunque vos no me creas yo la mandé el mismo día que me llegó lo que devehaber pasado fue que el correo tardo en mandarla vos sabes que el correo muy vien no funciona (…) Te cuento que en San Luis fuimos de vacaciones. Estuvimos en la Hostería de las Verbenas y ahí dormimos y comimos. Visitamos las Sierras de las quijadas que nos gustó mucho a todos. Y pasamos por una capilla de unas monjas que hacen dulces y los venden. Las monjas viven ahí para siempre, se llaman monjas benedictinas. Mientras estábamos en San Luis vinieron los reyes magos y me dejaron una máquina que saca fotos de verdad. P.D.: Cuando terminé de escribir me trageron una gata que creo se llama Pequi. Y si no se llama Pequi en la otra carta te escribo como se llama...
Ja ja, qué te parece. Seguro te estás matando de risa. Por qué no buscás si tenés alguna de las mías y me copiás algo. Dale, no seas guacho. Creo que voy a delirar si me encuentro releyéndome. Es cierto lo que decís, lo de que aquellos años fueron los mejores. Esperá que voy a dar vuelta el casete, estoy escuchando Cocrouchis de Los Tipitos, ¿los tenés?
¡Qué boluda, te dije que esperaras como si estuviésemos chateando! Jajajaj. Así que ni siquiera tenés internet. Mejor, así no nos queda otra que el papel.
Te confieso que cuando vi el sobre encima de la almohada de mi cama, mi vieja siempre tan original, adiviné de quién era y me dio una cosa acá, en la panza, que ni te cuento. Me puse tan contenta que ahí nomás fui a buscar un vinito antes de abrirla. ¡Cómo leerte sin un eskabio, chabón!
Terminé y me puse a llorar. Tu carta me hizo ver que de verdad no me cabe ninguna, man. También yo me tomo el palo, Gaby. Lo tengo todo arreglado. Cuando llegue esta carta a tus manos ya no estaré en Rosario.
Aunque los dos somos de la generación X vos a los 11 todavía creías en los Reyes. Tenés 22 años, uno más que yo, ¿no?
No me llevo con mis viejos, tampoco con mis hermanos. Ellos se quejan que no me integro. Que para mí Rosario es Santa Fe. Con eso quieren decir que todo lo que hago lo hago para provocar. Trasca, la boluda de mi vieja insiste con que soy una inadaptada. Que lo único que me importa es hacer retratos en la peatonal y tocar la flauta. ¿Y eso qué tiene de malo? Estuve en la Festival Internacional de Poesía, de a ratos tocaba y en otros me ponía a retratar. Muchos elogiaron lo que hacía. Pero la nena les da vergüenza.
¿Sabías que toco la flauta traversa? Soy buena, en serio.
También dibujo. Ellos se comieron el mambo de que estudiaría medicina o maestra jardinera. Están muy mal los viejos, no aguanto el encierro ni los pibes. Gaby, no pinto ninguna y menos que menos en esa tribu.
Para completar el cuadro, la vieja todo el día con la misma obsesión: Cuándo vas a traer un novio. La chamuyé un par de veces. Negra conciencia, como dicen Los Tipitos. No da para más. No pude hacerles entender que no me va eso de la minita de blanco.
Por eso me voy. Ya arreglé con un flaco para que me lleve a Uruguay. Me contaron que allá voy a conseguir laburo fácil, no sé, camarera, repositora en un supermercado o lo que sea. Cualquiera con tal de no verlos. Además, me dijeron que en el verano, pinta ir a Punta del Diablo o Cabo Polonio, porque a los chetos argentinos o brasileros que van, les copa ver una mina retratando o haciendo música. Y ni te cuento a los chilenos. Esos son los peores, los chilenos con plata, recontra engreídos y machistas… igual dejan buenas propinas.
Que te hayas alejado de todo, incluso de los tíos, es lógico, Gaby. Tu viejo siempre fue un tipo distante. Y tu vieja, bueno, qué decir, ¿no? Un flash que te hayas decidido a vivir en ese pueblo. Pueblo fantasma, según contás. Porque aparte de ser un formal, te recuerdo como un pibe, más que nada, solitario.
Me encantaría que siguiéramos escribiéndonos. Vos no contestés esta carta, por más que yo me demore en mandar la próxima. Te prometo que cuando sepa dónde estaré o una dirección segura te escribo de nuevo y entonces sí, me respondés.
Por las dudas, te dejo mi correo electrónico: lucianalara@hotmail.com, pero sólo te lo dejo para casos de emergencia. Quiero las cartas en papel porque van a ser mi única soga con el origen. Vos, si tenés, también mandame el tuyo.
Te mando un dibujo: así es como recuerdo la casona de Ernestina. Dale un beso gigante a la abuela Inés de mi parte. Y si podés, más adelante mandame una foto de los dos.
Luciana.
De Lu para Gaby. (Julio de 2000)
Me tomé el palo. Estuve varios meses en Montevideo y aunque quise andar tranquila, no pude. Todo mal con los montevideanos. También de ahí tuve que escaparme.
No sé, a lo mejor delire, ¿pintará caravana para siempre?
Mejor empiezo por contarte desde el principio porque no vas a entender nada.
Antes de año nuevo, mientras todos se preparaban para la boludez del milenio, yo anuncié que me iba. Les dije a mis hermanos que la única que veía era esa. Ellos quisieron que me rescatara. No entendieron que rescatarme de una era no verlos más.
Sabés bien que mi familia era incapaz de hacerme el aguante. Y sé que soy muy pendeja, lo aprendí desde chiquita; quizá cuando Víctor, en 3er. año de la secundaria, me tocó el culo y lo fajé de una. Me di vuelta y le metí un cachetazo en medio de la cara; el patio completo miró. Varias pibas aplaudieron. No se me ocurrió buchonear con la preceptora. Pero mis hermanos y mis viejos insistieron con que eso debería haber hecho. Batir. No me cabió que tuviera que pedir ayuda. ¡Podía defenderme sola! Mi propia familia en contra. Estaban del lado del director y no del mío. ¿A vos te parece?
¡Hijos de puta!
Ahí supe, no me olvido más. Guachadas como esa hubo