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Los muchachos de la pizzería
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Los muchachos de la pizzería
Libro electrónico203 páginas3 horas

Los muchachos de la pizzería

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Un apasionante e intrigante relato presenta el nuevo título de le Colección 80 Mundos #Novela. La trama parte con la muerte del padre de Marcelo Piercamoli en circunstancias dudosas. Ambos vivían en el mismo edificio, aunque en distintos departamentos, y eran médicos. Una enfermera que no es lo que parece, una hermana ausente, una fortuna que espera herederos. Y los muchachos de la pizzería que, de alguna manera, forman parte de este tejido de odios. ¿Somos los que realmente somos o lo que les hacemos creer a los demás?
Esta novela es, quizás, la historia de seres movidos por el resentimiento que buscan restablecer el equilibrio a través de la venganza. Con un estilo provocador y completamente personal para abordar el lenguaje y las voces narradoras, la autora, plantea un conflicto universal actualizado. Sin dudas, una revelación para la narrativa latinoamericana actual.
IdiomaEspañol
EditorialRIL editores
Fecha de lanzamiento26 jul 2023
ISBN9789560114297
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    Los muchachos de la pizzería - Alejandra Araya

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    Los muchachos de la pizzería

    Primera edición: agosto de 2015

    © Alejandra Araya, 2015

    © RIL® editores, 2015

    Los Leones 2258

    cp 7511055 Providencia

    Santiago de Chile

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    ril@rileditores.com • www.rileditores.com

    En Valparaíso:

    Cochrane 639, of. 92

    cp 2361801 Valparaíso

    6214.jpg (56) 32 274 6203

    valparaiso@rileditores.com

    Composición, diseño de portada e impresión: RIL® editores

    Foto de solapa: Anila Azócar

    Epub hecho en Chile • Epub made in Chile

    ISBN 978-956-01-0216-4

    Derechos reservados.

    A Jaime, porque el amor todo lo puede.

    A Mili, en la libertad del arte.

    A Esperanza, desde mi esperanza.

    Agradecimientos

    A RIL Editores que confió en mi literatura. A Pablo Raffaele, por su anécdota de Los muchachos… A mis padres, por las semillas que pusieron en mi corazón. A los lectores que completan el círculo. A mis hijas que, de alguna manera, siempre están. Y, en especial, al Ingeniero Bergé, crítico de mis textos, cómplice de mi locura literaria y no literaria.

    Las suposiciones son apegos que la cabeza fabrica

    para encontrar explicaciones. Y la vida no

    tiene explicaciones, es ilógica porque

    el ser humano es azaroso.

    El libro de las búsquedas,

    Assic Anur

    Un ojo o algo parecido. La flecha lo traspasa y señala hacia arriba. La lágrima que cae es una gota deformada. Frente a mí, un cuadro. Alrededor del ojo azul hay círculos metidos uno dentro del otro y es imposible determinar qué es. Me levanto y trato de leer la firma del pintor. ¿Qué dice? Medero, Melero, Maidana, Mayorana. La M es notable, el resto, un garabato. Tengo la sensación de haber visto esa imagen en otro sitio, la tapa de un libro, la impresión borrosa de un rostro en una ventana, esas chispas de miradas que quedan en la mente como signos o advertencias. Estoy tan cansado que no sé qué hora es. Tengo un trámite que hacer aquí y me conecto con la realidad en un suspiro.

    Vuelvo a sentarme. Estoy sentado en una sala de espera. El sillón es cómodo; sin embargo, no puede contener mis emociones que son una bomba de tiempo. Siento el reloj que hace tic tic tic. Aguardo que me entreguen la urna. Nunca imaginé que fuera a vivir una experiencia semejante. Dicen que la realidad supera la ficción y la frase cuando se dice en juego, como esas oraciones que a los escritores les encanta armar para parecer inteligentes, carece de peso específico, pero cuando se llena con el camino propio, desconcierta. La sala de «La Gloria» es minimalista, hay plantas de interior, un par de sillones, una mesa ratona y sobre ella, un recipiente lleno de caramelos de menta. A mi lado un revistero con diarios y revistas. Saco La Voz del Oeste y leo la noticia. Sigue desaparecido Ernesto Villarroel, el pediatra de «Vitae» luego del caso del robo del bebé, Mara Beirabán actuará en «Fantasmagórica» con su espectáculo: «Yo, la peor de moda». De gira por el país llega a la provincia para la Fiesta Gay del Sol. La ex vedette y actual conductora escribió el guión sobre su vida y afirma: «Fue un ejercicio liberador. Lo hice para ayudar a otros travestis». El periodista comenta que todo lo recaudado será destinado a su Fundación «Vuelo Rosa» que construirá una sede en San Juan. Paso a los avisos fúnebres. Y lo veo. En realidad son varios avisos, uno debajo del otro, como los rastis con los que jugaba de chico. Dr. Marcelo Piercamoli. Su hijo Marcelo, su hija Minerva. Después avisos de la Clínica «Vitae», de los vecinos del edificio, Lucy puso uno ella sola. Edelmira, Camila, Héctor y Teresa también figuran en otro aviso. El estrés de sacarme de encima este problema no me hace dimensionar el momento. Por la puerta ventana veo el pasto verde y sensual como los ojos de Florencia. «La Gloria» es una empresa de servicios fúnebres, una de las más antiguas en San Juan y yo estoy esperando la urna con las cenizas de mi padre que ha muerto ayer.

    Nunca supuse que fuera capaz de morir así. De todas las formas posibles, sin duda esta fue la que me causó más sorpresa: lo encontré sentado en su sillón preferido que me hizo traer de la finca de Albardón, vestido con su esmoquin negro, impecable, el mismo que usó al recibir el Premio al Médico del Año. Daba la sensación de haberse quedado dormido leyendo el libro que estaba caído al costado. Ni una gota de sangre. Mi padre había sido castrado. Algo de mítico en la forma, en el escenario, esa prudencia de mi padre para vivir sus dobles y triples vidas había dejado el misterio y las sospechas como karma. Yo no quería escándalo. En San Juan no se sobrevive al escándalo. El tumor de próstata, los contactos que la familia Piercamoli supo hacer, mi profesión de médico, mi oficio de escritor y periodista, y la frase que siempre flotó entre nosotros: «Si las cosas se hacen bien, nadie se entera» me permitieron resolver la situación por teléfono. No hubo autopsia, ni presencia policial ingrata, ni impedimento legal para cremar a padre.

    Un hombre trajeado y teñido entra a la sala y me saluda con una amabilidad comprometida. Se presenta como Maidana. Es la voz de la persona con quien hablé por teléfono. Los detalles los manejó Camila. Quise mandar a alguien a buscar las cenizas, pero se las dan solo a los familiares directos. «Es la norma de la empresa», me dijo en la charla y advierto que el pintor de los cuadros de la sala puede ser algo de él, un hijo quizá o él mismo.

    Me invita a tomar asiento y le digo que estoy bien así. Firmo varias planillas, me quiere explicar algo de la urna, el tipo de tapa y cómo abrirla, hago referencia al momento, a que estoy sin dormir desde ayer y se da cuenta de que nada de lo que pueda decir me interesa, lo advierte y me la da. Lo saludo con un apretón de manos. Su mano es suave, y lánguida. Antes le hago un comentario sobre el cuadro y me responde con una sonrisa complaciente, sin más información que un leve cabeceo.

    Luego de hablar con Lali, siento que en mi interior se están moviendo constantemente bloques de pensamientos, algunos se desintegran como el glaciar Perito Moreno y otros emergen con toda la fuerza. Le pedí a Camila que me ayudara en esta circunstancia porque mi intuición me dijo que ella era quien tenía que estar a mi lado. Siento más firmeza en el camino que voy pisando, no la gelatina de hace un tiempo.

    Salgo con mi padre hecho cenizas. Quiero llegar a mi departamento, tirarme a leer y tomar un buen vino, disfrutar el término de esta pesadilla que he vivido desde hace tres meses con mi padre. Es increíble cómo el pasado aprieta a las personas y las convierte en fantasmas. A veces prefiero un buen vino y un libro que una mujer. Aunque los juegos de Florencia cada vez más peligrosos me hacen perder el equilibrio emocional muy fácilmente.

    La amenaza de viento Zonda con un cielo gris que fue el techo que tuvimos de venida, se hizo realidad. Un ventarrón de verano nos envuelve con toda su magnitud y cierra un día de cuarenta grados. Son las 7 de la tarde. Es preferible que lo tome con calma. Es preferible que lo tomemos con calma, le digo a Germán, mi chofer y asistente. Pongo el CD de Édith Piaf. En el asiento de atrás va padre. La urna es plateada, de unos 20 cm, con dos guardas repujadas, una en la base y otra en el cuello. «Hay distintos modelos», dijo Camila. «¿Cuál prefiere?». Cualquiera, es igual.

    ¿Quién habrá matado a mi padre? ¿Quién habrá matado a un hombre que le faltaba poco tiempo para morir? La lista es larga, incluso, por qué no, yo puedo estar en ella. El que lo hizo, fue genial. Impecable. El asesino sabía muy bien el oficio. Detengo mi cabeza que ha empezado a girar en torbellino, conozco este tipo de velocidad. No caeré en el papel de investigador privado de las novelas policiales que tanto me entretenían cuando era un niño. Madre me las regalaba y yo las leía para olvidarme del mundo y no escuchar las peleas y gritos entre ella y padre. Esa fue la causa de mi eterna pasión: la Literatura. No soy hincha de ningún equipo, no me gusta el fútbol, pero entiendo a los fanáticos. Si pudiera escribir ficción, la historia que me acaba de regalar mi padre sería un buen pretexto. Pero no escribo ficción, critico, leo lo que escriben otros y lo pongo sobre una tabla y lo pico como ajo y perejil. La Literatura es mi modo legal de hacer justicia.

    El viento trae tierra, ramas, hojas, papeles que cruzan la ruta. Sí, ni a un metro se ve, Germán, ni a un metro. Perdón por no llorar, padre. Soy un duro, es que en el fondo, somos parecidos. ¿Adónde te pondré? Donde te sientas más cómodo. ¿Sabés? Nunca supe qué hacer con vos, hasta tus cenizas me causan un problema. Quedaría bien tirarlas donde naciste, en Salerno. ¿Qué te parece? Dudo que te guste, toda tu vida borraste tu historia, tus orígenes. Escapaste de Salerno en la caja de la camioneta de tu tío Nicola, entre zapallos, embutidos y bolsas. Escondido para que no te vieran. Germán puso la radio y una canción inundó el auto: «Cada uno da lo que recibe y luego recibe lo que da, nada es más simple, no hay otra norma: nada se pierde, todo se transforma». Pongo el CD de la Piaf, el gorrión de París me gorjea al oído mientras converso con mi padre. ¿Sabés, papá, de quién sospecho? Hay muchos candidatos. Solo sé que debe haberte odiado tanto como yo. Y eso es decir mucho. ¿O te odió más? Porque el trabajo fue perfecto. Ni una gota de sangre. Me tomé el trabajo de revisar cada metro cuadrado, de observar la escena: un trabajo hecho con prolijidad y estética. ¿Los enfermeros? No tienen motivos. ¿O sí? Teresa estaba acompañando a su hija que tenía una cesárea programada en la Clínica. Héctor y Camila habían ido a Zonda, a ver el espectáculo final de la «Fiesta Nacional del Sol». Hace más de un mes que me habían pedido permiso y yo sabía que iban a faltar este sábado, último sábado de febrero. Por eso me quedé en mi departamento. La lectura, el vino y las pastillas me tumbaron. Cuando me desperté a las siete de la mañana y subí al octavo a ver a mi padre, lo encontré muerto.

    Sea quien haya sido, lo felicito y lo admiro. Me sacó un grave problema de encima. (Ahora solo queda Minerva). Se lo digo a Germán: ahí lo llevo a mi padre. Sonríe y dice que sí y asiente con la cabeza y contesta algo así como «no se preocupe, Marcelo, todo pasa». Y realmente no me preocupo. Todo está bajo control y eso me encanta. Germán conduce bien. Antes manejaba una ambulancia y no sé qué entuerto lo dejó sin trabajo. Me lo recomendó Mario. Además de chofer, también hace el papel de asistente, pero no lo digo muy fuerte porque si no Lucy se enoja.

    Dormito, entre el cansancio y las pastillas la duermevela transforma los pensamientos en imágenes nítidas. Veo a madre bajando sola en el Charles de Gaulle, su cara me lo decía todo. Ella tenía motivos para matar a padre, pero está muerta, muerta en un accidente absurdo o planeado. Detrás de madre, como su propia sombra, Edelmira. Amante de padre como un secreto a voces. Tan amante de mi padre y tan sierva de mi madre. ¿Camila? Camila asesina de mi padre. ¿Camila asesina de mi padre? No se me ocurren motivos, pero las personas somos una caja de Pandora. Minerva. Minerva es un animalito enjaulado. Perfectamente me la imagino asesinando a padre. Pero ella no puede hacerlo en el estado en el que está.

    La muerte de padre no me genera curiosidad sino alivio. Hay una maldición gitana que escuché una vez: «Ojalá se te dé todo lo que deseas». De todos mis deseos, este era el más íntimo y alguien, vaya a saber quién, me escuchó y me lo cumplió. Y Édith me canta y me acuna: Non Je Ne Regrette Rien, Non, Rien De Rien, Non, Je Ne Regrette Rien, Ni Le Bien Qu`on M`a Fait, Ni Le Mal Tout Ca M`est Bien Egal. Y estoy en París con Martita. Non, Rien De Rien, Non, Je Ne Regrette. O entre las palabras, leyéndome a mí mismo porque es ahí donde puedo ser quien realmente soy. En definitiva es eso: ser quien uno es. Todo está borrado, padre, no hay ninguna huella. Nadie nunca sabrá la verdad completa y eso me hace dormir tranquilo. No me arrepiento de nada. Probablemente ahora pueda escribir mi propia historia.

    Te llevo a un lugar más seguro, papá. ¿Qué es más seguro? ¡Un departamento! No podés seguir viviendo solo en esa casa. Cómo por qué. ¡Papá, lo que pasó el otro día fue un llamado de atención! Yo no puedo creer que minimicés ese hecho. Te caíste. Te ca-ís-te. Perdiste el conocimiento por unos segundos. Ah, no te caíste, fue un golpe de calor, San Juan en enero es así, una olla hirviendo. Está bien, está bien, dejalo así. Sí, está bien, fue por unos segundos. Edelmira no pudo levantarte, hubo que llamar a una ambulancia. No te quebraste no sé cómo. No, no es una cárcel, vas a vivir en el mismo edificio que yo, pero en el octavo. Sí, sí, yo sigo viviendo en el quinto. ¿Cómo te acordás, eh? También me acuerdo de eso: que me diste la plata para que comprara el piso, por qué no me iba a acordar. Fue uno de los tantos actos de generosidad de tu parte, papá. ¿O no? Si sos generoso con los demás, por qué no lo ibas a ser conmigo. ¿Osiris? Osiris no puede venir, no hay lugar para él en el departamento. Además, yo soy alérgico, papá.

    Germán maneja con cuidado no sé por qué decís eso ahora. Lo de mamá fue una desgracia. Los accidentes están a la orden del día, por favor, no te pongás así. Papá, por favor, vamos, no llorés. Cambiemos de tema. A ver, contame, ¿qué estás leyendo que te encontré muy ensimismado cuando llegué a buscarte? ¡Ah, mirá qué interesante! Así que Ignacio Mariat es tu amigo. Sí, escribe bien, hace un par de años le presenté un libro de cuentos: Dunas del alma. Pretencioso libro de cuentos, pero técnicamente bien escrito. ¿No lo leíste? Te lo presto si querés. Me lo regaló con dedicatoria.

    Me encuentro hablando solo, padre se ha dormido y Germán, tan prudente como una estatua, no me advierte de la situación. Los medicamentos lo sedan. ¿Cómo le diré lo del cáncer de próstata? Con unos amigo, colegas médicos, pudimos cambiar las ecografías y demás estudios cuando él los pidió para verlos. Mi padre es médico. Estoy seguro de que lo sabe y que también sabe cuál es el pronóstico de vida. Solo está probándome para ver de qué manera lo enfrento y se lo digo. Desde Albardón al Centro tenemos unos 30 minutos, la ruta está colapsada de tránsito a cualquier hora.

    ¿Mi padre se hace el dormido o duerme? A esta altura de las circunstancias no sé cuándo dice la verdad y cuándo miente. Si todo es mentira. O todo es verdad. Si mi vida es ficción o realidad. Esa idea me sirve para pensar en el final del artículo que estoy escribiendo para la revista chilena Ojos: «Cuando la oportunidad se viste de concursos, un

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