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Después De La Tormenta: Segunda Edición
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Después De La Tormenta: Segunda Edición
Libro electrónico401 páginas5 horas

Después De La Tormenta: Segunda Edición

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Información de este libro electrónico

O simplemente era yo que no poda sacarlo de mi mente y me haba hecho la estpida idea de que tambin l estaba pensando en m.

IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento21 sept 2017
ISBN9781506521930
Después De La Tormenta: Segunda Edición
Autor

Rafael Valdovinos

Rafael Valdovinos (México, 1994) Estudió la Licenciatura de Realización de Cine Digital. Ha escrito varios relatos de ciencia ficción y fantasía publicados Online. Entre ellas “Después de la Tormenta” que ha despertado gran interés entre sus lectores.

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    Después De La Tormenta - Rafael Valdovinos

    Copyright © 2017 por Rafael Valdovinos.

    Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.:       2017914374

    ISBN:                         Tapa Dura                                                978-1-5065-2191-6

                                      Tapa Blanda                                             978-1-5065-2192-3

                                       Libro Electrónico                                   978-1-5065-2193-0

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Fecha de revisión: 21/09/2017

    Palibrio

    1663 Liberty Drive

    Suite 200

    Bloomington, IN 47403

    Índice

    Prólogo

    Prefacio

    Recuento

    Mudanza

    Nuevo Inicio

    ¿Esto Es Normal?

    El Corazón, La Forma Perfecta De Cegarse

    La Sensación De Que Ambos Nos Estamos Pensando

    Una Noche Que Terminó En Blanco

    Auxilio

    La Premier

    Naturalezas

    Declaración

    Complicaciones

    Incendio

    Tiempo

    Elección

    Gran Día

    Metidos En Problemas

    Palabras Del Pasado

    Judas

    Despedida

    Descenso Al Infierno Y Una Cena Con El Diablo

    Amanecer

    Mazamitla

    Los Romero Y Los Peñalosa

    Corazón De Piedra

    Agradecimientos

    Para mi madrina Rosy Carrillo,

    Quien lo transcribió de mi libreta

    Prólogo

    No fui consciente de mi preferencia, no es tan simple tomar el valor necesario para gritarle al mundo, ¡al mundo de mi familia!, que me atraían personas de mí mismo género. Y ahora, había tomado una decisión de gran trascendencia para mi vida. Emprender un viaje, pero…

    No podía concentrarme en nada que no fuera el dolor, observé de nuevo mis manos, las cortadas aún sangraban. El fuerte rayo del sol que entraba por la ventanilla de la camioneta me hizo sentir relajado, al percibir el calor de un nuevo día, un nuevo comienzo.

    Mi corazón latió más despacio cuando al mirar por el espejo retrovisor nos dimos cuenta de que no nos estaban siguiendo, éramos al fin libres.

    Subí las piernas al asiento. Miré mis dedos, estaban helados, marcados con cicatrices sangrientas. Al recargar de nuevo mi espalda en el asiento sentí que un fuerte dolor me atravesó el pecho, podía jurar que incluso sentía una o varias costillas rotas. Yo y mi mala suerte.

    Pasé un mechón de mi sucio cabello detrás de la oreja, estaba helado y duro.

    Ahora un nuevo reto se presentaba en mi vida, ¿en verdad sería capaz de volver a comenzar?, ¿mi familia ya se habría dado cuenta de que ya no estaba?, ¿ahora que iba a hacer de mi vida?, ¿qué me esperaba el día de mañana?

    —Tranquilo –me dijo colocando su mano libre sobre mí dolorida rodilla, me miró de reojo antes de volver a poner la vista en la carretera– ya estamos a salvo.

    Mis ojos se inundaron de lágrimas, no tenía palabras para contestar por lo que traté de sonreírle, aunque mordía mi labio inferior, logré que pareciera una sonrisa.

    De nuevo quitó la vista de la carretera para posarla en mí, sonriendo. Retiró su mano de mi rodilla y la puso sobre mi mejilla, un dolor me punzó en el rostro.

    —Juntos –dijo tranquilamente– solos tú y yo.

    Dicho esto, con mi mano temblorosa entrelacé mis dedos con los de él, eran cálidos y firmes, mientras que los míos eran pálidos y cortos. Con un ligero apretón me hizo entender un millón de cosas.

    Prefacio

    Bueno, mi vida no es del todo convencional, mi familia jamás logró mantenerse unida.

    Siempre creí que lo que estaba viviendo le pasaba a todo el mundo, que era normal pero estaba muy equivocado.

    Mi madre Elizabeth, ha sido la mujer más despistada sobre la faz de la tierra. Siempre me he preguntado ¿estuvo en sus cinco sentidos cuando nos concibió o éramos producto del qué pasó ayer? sin embargo es la madre que escucha y aconseja aunque su agenda y horario siempre estaban saturados por el trabajo.

    Cristóbal y Christian son mis hermanos mayores, ambos son la peor tortura que puede existir, Cristóbal es el que tiene la cualidad de líder, nació para dar órdenes. Para él es muy sencillo convencer a cualquier persona a acceder a sus caprichos. A pesar de esto y aunque no lo acepte no lo logró con varias personas. Solo que él sabía luchar hasta conseguirlo. Actualmente es el capitán del equipo de fútbol americano de su universidad, él sabía cómo llevarlos a la gloria por completo y se frustraba demasiado cuando perdían y eso rara vez sucedía. Christian es todo lo contrario: calmado en toda situación, también estaba dentro del equipo pero su papel era el de planear estrategias y dar palabras de aliento al equipo. Suena divertido tener hermanos mayores, pero en mi caso no, para mi desgracia ¡son gemelos!

    Arturo es el nuevo esposo de mamá, es y seguirá siendo un estúpido para mí. ¡Nunca pudo recordar la combinación de su portafolio!, sin embargo es hábil en las matemáticas e inversiones. Es fundador y director de su propia empresa de artículos deportivos aquí en León Guanajuato donde vivimos. Está de más decir que Arturo tenía al equipo de mis hermanos con lo mejor de lo mejor, sin mencionar su aferrado fanatismo por el deporte. Es bueno practicarlo, pero no en exceso. Nunca lograré comprender cómo es que con su notoria idiotez su compañía era de las primeras en el mercado.

    Jesús es mi verdadero padre, maestro de bioquímica en una preparatoria de Guadalajara, tenemos bastantes cosas en común, creo que todas en particular, por ejemplo: nuestro atento interés por los libros y el estudio, y lo principal: que el ejercicio no estaba en nuestras agendas.

    Y yo, soy Javier, tengo 16 años y soy de las personas que se sientan en la última banca del salón para que nadie se atreva a conversar conmigo, me considero lo que llaman un nerd ya que en receso no salgo del salón, mucho menos a la lonchería, solo me la pasaba leyendo libros o adelantándome con las tareas para el día siguiente.

    Siempre he intentado salir de lo común: mi cabello color castaño oscuro ha sido un problema, no podía peinarlo de una forma que lo hiciera lucir decente, no recuerdo cuándo fue la última vez que lo corté, ahora está un poco largo, después de que me tapaba los ojos lo recortaba yo mismo un poco. Mi piel también era un problema, excesivamente delicada, cualquier roce con la esquina de una hoja de papel era suficiente para provocarme una herida, también es muy pálida, siempre he pensado que parezco un muerto ya que en lugar de obtener un bronceado perfecto cuando íbamos a la playa, conseguía ronchas rojas por todo el cuerpo.

    Siempre he sido delgado, ciertamente promedio para mi edad. No obstante, mis hermanos me obligaban a realizar alguna de sus rutinas y gracias a ello los músculos de mis brazos, pecho y abdomen estaban algo torneados.

    Recuento

    Mi historia inicia varias semanas después a las vacaciones de pascua.

    Sonó mi despertador, demonios pensé, cuando estiré mi mano y tomé mi celular, que estaba sobre la mesita de noche y sin mirarlo apreté varias teclas. Sabía que volvería a sonar en pocos minutos, pero quería seguir haciéndome el dormido.

    —¡Despierta! –gritó mamá al otro lado de la puerta, tocando fuertemente con los nudillos.

    Hice un gesto de desagrado y enterré la cabeza entre las almohadas.

    «—Las vacaciones terminaron –continuó con un tono de voz completamente relajado.

    «–No me hagas entrar, sabes que no permitiré que faltes a clases, ahora, levántate que tampoco quiero llegar tarde a mi trabajo.

    En algunas ocasiones, como hoy, anhelaba que mi mamá me dijera que podía quedarme en casa, además ¿quién quiere ir a clases cuando todos te miran y juzgan?

    Suspiré.

    Me enderecé de mi cama, era incómodo dormir con la ropa puesta y sobre las cobijas. El frío de mi habitación combinado con el calor que había producido mi cuerpo en las miserables horas de sueño no era nada agradable. Eso me incitaba a que me recostara y descansara.

    Me había quedado dormido leyendo The awakening, era la segunda vez que lo leía en lo que va del año. Me gustaba y me identificaba demasiado con el personaje principal. Mi recámara era el único sitio dónde podía leer y ser yo mismo sin ser juzgado por nadie. Leer este tipo de novelas en la escuela causaba que todos se alejaran de mí como si padeciera de lepra y no faltaban los comentarios ofensivos. De igual manera no me importaba, leía en cualquier oportunidad. En mi casa era diferente, mis hermanos me alegaban diciendo que debería de dejar de leer novelas de amor para practicar algún deporte. Solo tres personas eran los que apoyaban y guardaban silencio ante mis gustos literarios: mis padres.

    Mi cuarto seguía siendo un desastre, no era como el de mis hermanos; infestado de carteles de carros último modelo y aunque mamá se los prohibió, hubo un tiempo que tuvieron imágenes de chicas playboy, cosa que realmente me desquiciaba en ciertos aspectos. Siempre he pensado que eso es un insulto para la figura femenina, por otro lado a veces me provocaban un cosquilleo bajo el ombligo que no sabría cómo explicarlo. Esa era la diferencia, mi habitación eran sólo cuatro paredes pintadas de un azul cielo con los bordes resaltados de blanco, un reloj sobre la puerta que todas las noches escuchaba, el mueble donde tenía mi computador y todos los libros que ya había leído, varias películas y cajas de CD. Mi armario café al lado izquierdo de la cama, con las puertas del centro abiertas y que a simple vista se podía apreciar la ropa hecha bola que había desacomodado antes del viaje de vacaciones.

    Al bajar de la cama mis pies pisaron la ropa sucia y el libro que había sacado de mi mochila hacía unas horas. Me acerqué a la ventana tensando la mandíbula. No podía creer que las vacaciones ya habían terminado, ahora las echaba de menos; despertarme tarde y poder relajarme el resto del día, cosa que en días normales era imposible. Ahora volvería a estresarme por los comentarios absurdos que mis compañeros de clase siempre hacían en mi contra. Suspiré, mirando las pequeñas gotas del rocío que se habían formado en el cristal, abrí la ventana, dejando que el aire helado me despertara.

    Tiene que ser un buen día.

    ¿Qué más ánimos podía darme? no quería que la sonrisa que ponía –que era fingida claro, al menos yo me la creía y esperaba que se viera real-, se desvaneciera, quién quitaba la posibilidad de que esta vez las cosas fueran diferentes entre todos los de mi grupo.

    ¡Estás listo! me dije a mi mismo, hoy tiene que ser un buen día.

    Me giré sin cerrar la ventana. Me deshice de la ropa que había utilizado en el viaje, con la que había dormido. Odiaba admitirlo pero olía a sudor. Me acerqué a las puertas del armario y la hice bola para aventarla dentro, quedando completamente desnudo. Saqué una playera negra que no tenía ningún diseño impreso. No me gustaba la ropa con diseño. Revisé entre los cajones, con la esperanza de encontrar un pantalón limpio y no arrugado. Lo primero que saque fue un par de calcetines (de diferente color) limpios y me los puse rápidamente, después saque mi ropa interior y me la puse.

    Cuando al fin encontré los pantalones me los coloqué y después mi playera, pero al mirarme al espejo me di cuenta de dos cosas…

    Una: éste estilo de ropa me hacía lucir extremadamente delgado. Contemplé como estaba vestido para saber qué podía cambiar o hacer para beneficiarme y verme mejor. Pensé que si me ponía unas botas luciría un poco mejor.

    Dos: mi cabello era un desastre, me gustaba tenerlo largo, que apenas rozaran mis hombros, no porque fuera un estilo o algo de moda sino porque me realmente me gustaba, disfrutaba del largo de mi cabello. Esto hacia sin embargo que los hombres de mi grupo se desgarraran de coraje diciéndome que eso no era normal. ¿Quién decía que era normal y que no lo era? Desde mi punto de vista todo era normal. Si un día veía a alguien con el cabello rosa mexicano o de un verde fosforescente, cubierto de tatuajes y perforaciones, para mí era tan aceptable y normal como una banca bajo la sombra de un árbol en un parque, pero para los demás eso era raro y peligroso.

    Al menos por parte de mis padre –incluido Arturo– no había recibido comentario alguno sobre como quería utilizar mi cabello, de mis hermanos sí, sólo que ellos se rindieron después de insistir y molestar un tiempo.

    Pasé mis manos por las puntas de mi cabello, esperando que esto lo hiciera lucir no tan alborotado, pero fue inútil. Hiciera lo que hiciera parecía que me acababa de levantar, siempre, a toda hora.

    —¡Javier! –volvió a llamar mamá, sólo que esta vez por el eco que se escuchaba sabía que estaba en el piso de abajo y recargada a las escaleras–, ¡se está haciendo tarde!

    —¡Ya voy mamá!

    Grité, dándome por vencido de que mi cabello no se podía amoldar.

    Agarré mi mochila –llena de estampas coloridas como decoración– y me la colgué en los hombros. Había permanecido en el mismo lugar todo este tiempo y de hecho en su interior había lo esencial para el primer día de clases: un cuaderno y un lapicero viejo y mordido de la parte trasera. Y salí.

    Todo estaba silencio. Daba la sensación de calma ya que el aire estaba como dormido en el pasillo que me llevaba a las escaleras. La puerta del cuarto de mis hermanos estaba cerrada, ellos tenía la dicha de dormir un par de horas más ya que Arturo era el que los llevaba a la universidad. Por lo que cuidé de no pisar el primer escalón que era el que hacia un rechinido audible en cada habitación de esta casa. Varias luces del primer piso aún estaban apagadas dándole aún más el toque de una casa dormida, el olor a café y a pan tostado hicieron que mi estómago se estremeciera.

    Por primera vez en un tiempo volvía a tenía hambre.

    Con la rutina de siempre: al entrar a la cocina encontré a mi mamá y a Arturo quién estaba sentado en la mesa, sostenía un periódico por lo alto de su cabeza que sólo me dejaba ver sus manos a los lados que detenían las delicadas hojas. Las primeras letras, grandes y de color negro me llamaron la atención:

    AUMENTA EL INDICE DE INSEGURIDAD

    Lo hice sin mirar los dos recuadros que posiblemente contenían imágenes muy explicitas, algo muy característico de la prensa amarillista. Descargué mi mochila de los hombros y la dejé a un lado de la silla. Mamá estaba recargada en el desayunador, con un movimiento rápido se incorporó y caminó hasta mí con un plato que contenía dos panecillos tostados.

    —¿Emocionado? –preguntó al momento que ponía el plato sobre la mesa. No me había dado cuenta de que ya había un vaso grande con jugo de naranja frente a mí.

    La miré con incredulidad, ¿qué no sabía ya la respuesta?

    —Un poco –la mentira no era mi fuerte, pero está ya me la estaba creyendo–, aunque ansioso no estoy.

    —Creo –intervino Arturo desde el otro lado del periódico–, que este año nos va a ir mejor, no se ha devaluado el dólar, aún. –Dicho esto dobló el periódico por la mitad, tomó inmediatamente la gran taza de café humeante y le dio un sorbo, posando la mirada sobre mí dijo sorprendido– ¡Javier!, no te escuché llegar.

    Sólo le dediqué una sonrisa torcida al momento que agarraba un panecillo.

    —Desayuna rápido, en cinco minutos salimos, sólo subo por mi bolso y para entonces ya debes estar listo.

    —Claro –contesté con la boca llena de pan.

    Mamá subió por las escaleras pisando el último escalón, el terrible rechinido retumbó en toda la casa.

    —¿Qué te parecieron las vacaciones? –preguntó Arturo cuándo yo ya había terminado los dos panecillos y bebía del vaso con jugo.

    —Bien –contesté sintiendo el frío vidrio rozando mis labios.

    —Pero, noté que estuviste solo todo el día en la habitación del hotel.

    Dejé el vaso vacío junto al plato, ahora mi estómago me dolía por haber comido tan rápido.

    —Cada quien pasa las vacaciones como mejor le parece, unos prefieren levantarse temprano para correr, otros prefieren dormir todo el santo día.

    Creo que había exagerado con mi comentario.

    —Yo sólo lo dije porque no querías salir en las fotos.

    Tomé los trastos y los dejé sobre la tarja. Y sin decirle nada, sujeté mi mochila y me dirigí al baño, podía percibir un mal sabor en mi boca y el consiguiente mal olor.

    Cuando estuve dentro del cuarto de baño, azoté la puerta y aventé la mochila bajo el lavamanos. Agarré el cepillo de dientes y rápidamente le unté dentífrico. Sentí como la menta me refrescaba abajo y a los lados de la lengua. Creo que la forma en la que me expreso ante Arturo ha comenzado a superar lo tolerable, debía ser como mis hermanos que incluso lo llamaban papá pero había algo dentro de mí que se accionaba y respondía de esa manera.

    Cuando terminé pasé de largo a Arturo sin siquiera mirarlo, tenía como meta llegar hasta la cochera donde probablemente ya estaría mamá dentro de su carro.

    En cuanto salí de la casa sentí como mi piel se erizaba con el frío del exterior, metí las manos dentro de las bolsas de mi pantalón y suspiré. Tal como había dicho; mamá ya estaba dentro de su carro, que estaba estacionado frente a la banqueta de la casa, las luces de los faros eran difuminados un poco por las gotas de lluvia y neblina, solo pude apreciar un poco la silueta oscura de mamá tras el volante.

    Cuando al fin estuve dentro del carro, percibí el cambio de clima por la calefacción, algo que mi cuerpo agradeció, en cuestión de milésimas de segundo los nervios que se habían tensado por el frío habían vuelto a relajarse.

    Mamá sólo me dedicó una sonrisa y aceleró.

    Las calles que pasábamos ya estaban en movimiento, personas que subían a sus autos, otras que caminaban por las aceras, niños pequeños con grandes mochilas cuadradas en sus espaldas.

    Suspiré empañando un poco el vidrio.

    Doblamos a la izquierda, al fondo de la calle, en medio de dos pequeños árboles que apenas estaban queriendo retoñar, estaba la puerta principal de la preparatoria, que ahora estaba abierta de par en par y llena de alumnos con una sonrisa en la cara, todos menos yo.

    —No te preocupes –interrumpió mamá mis pensamientos al momento que detenía el auto–. Te va a ir muy bien ya lo verás.

    Di un trago de saliva amarga, mientras con mis manos temblorosas abría la puerta del carro, ahora el frío me rodeó por completo.

    —Eso espero –volví a decirme en voz baja.

    —¡Mucha suerte! –gritó desde dentro de su carro, cerrando la puerta ahogué su voz.

    Sentí como mis rodillas comenzaban a temblar, al mismo tiempo que mi ritmo cardiaco se aceleraba, incluso, podía asegurar que se me saldría del pecho.

    Exhalé un largo y profundo suspiro, lentamente, colocando un pie delante del otro subía los tres escasos escalones antes de cruzar la gran puerta de metal.

    Tensé de nuevo la mandíbula, ahora estaba realmente aterrado, nervioso y sin ganas de estar aquí. Las charlas, risas, abrazos se hicieron presentes en el lugar, provocando que un chillido me aturdiera por un momento.

    Sonreí, estúpidamente a la nada, aunque los nervios me consumían provocando que mis labios temblaran un poco, sabía que nadie me estaba observando y ni se daba cuenta de que pasaba a su lado pero tenía que ayudarme un poco para que éste si fuera realmente un buen día.

    No sabía a donde dirigirme, me encontraba en medio de salones, maestros y alumnos. Me sentía tan nervioso como si no conociera este lugar. Conocía cada uno de los rincones del colegio. Sabía dónde era el escondite para cada una de las cajetillas de cigarros que compraban los que ya se sentían expertos en ello, también dónde algunos dejaban pequeños trozos de papel con las respuestas de los exámenes e incluso, el espacio que había entre la sala de juntas y la biblioteca, un lugar pequeño pero el indicado para esconderse. Varias veces me llegué a meter en esa guarida cuando me perseguían los bravucones del grupo. También era el lugar indicado para los que querían tener un tiempo íntimo con su pareja. Fui yo el que descubrió esa pequeña falla de la estructura y quien la uso primero como refugio, pero al no tratarse de algo importante o que mereciera ser reconocido era obvio mi nombre no sería recordado por semejante hazaña. Tal vez solo por los profesores que me nombraban repetidas veces ante los demás compañeros de clase haciendo una comparación entre ellos y yo, nos sabiendo que con eso estaban humillándome ante los demás diciendo que todos deberían ser como yo Algo que claramente a nadie se lo deseaba, vivir tan marginado de todos era enfermizo.

    En ese momento el timbre de la campana resonó en todas las esquinas de los edificios blancos que componían el colegio. Ya era hora de entrar al salón de clases.

    Suspiré y me repetí que tenía que ser un buen día.

    La primera hora fue Química, una de las materias que detestaba con solo escuchar el nombre. La maestra era una señora de baja estatura y regordeta, usaba unos anteojos que le hacían ver los ojos tan grandes como a las caricaturas japonesas.

    La segunda hora fue Apreciación al Arte Escrito y Musical, una de las materias que me hacía reír ya que el profesor trataba de inspirar a todo el grupo poniendo como música de fondo a Vivaldi o algún grupo de blues inglés, sí era relajante hasta el momento que entregaba por mesa un ejemplar de Cómo saber apreciar el Arte en una habitación gris o Todos somos genios en el arte volúmenes de libros que pasaban de las mil páginas y de las cuales siempre pedía un resumen de un capítulo. Yo sabía que él ya los había leído más de algunas diez veces, por lo que cuando estaba de mal humor nos ponía a sacar una síntesis de los capítulos más largos que estos libros tenían. Al término de esa clase mi mano, especialmente la muñeca siempre me dolía demasiado. Rogaba que el último año que me quedaba para terminar la preparatoria no me fuera a tocar más de dos horas consecutivas de esta clase.

    La siguiente fue matemáticas experimental, materia que suponía ser un dolor menor para mi cabeza, por lo que esta hora se pasó rápido. La que le siguió fue Geología a la que afortunadamente entendía con tanta facilidad como a la lectura.

    La hora de receso al menos fue tranquila, esta vez seguí a toda la manada de estudiantes a la gran cafetería que estaba al aire libre. Sabía que todas las bancas de cemento ya estarían ocupadas y que nadie me dejaría sentar a su lado. Sólo compré una botella de té helado y me senté en las gradas que daban acceso a los pasillos de los demás salones.

    Concentrado simplemente en que las últimas dos horas eran de un total asco para mí, Educación Física.

    Después de terminar mi té helado, aplasté lo más que pude la botella de plástico, me puse de pie y caminé directo al bote de basura pero antes de que siquiera lograra levantar la mano para tirarlo un plato se estampó en la pared del ultimo salón, a medio metro de mí.

    —¡Lo siento! –dijo una voz. Sabía perfectamente a quién pertenecía, alguien que me odiaba a más no poder–. Por no pegarte.

    Miré a la mesa que estaba enfrente, César. Era un tipo alto, si me comparaba con él apenas le llegaba al pecho. Era uno de los mejores luchadores que tenía la escuela. Gracias a él la repisa de los premios estaba repleta de relucientes trofeos dorados con el número uno grabado en ellos. Para la preparación académica era un caso perdido, incluso varias veces algunos maestros quisieron que yo le ayudara con tutorías, ya el que tenía el mismo cuaderno desde el primer semestre y ahí sólo tenía varios apuntes incompletos. Obviamente me negué tratando de justificarme con mentiras que no me salían muy bien. Varias clases me senté con él y como las bancas no eran suficientes teníamos que compartir el mismo lugar, todo el tiempo se la había pasado molestándome, quitándome la lapicera cuando estaba tomando apuntes, quitándome la gorra de la cabeza entre otras cosas que se le pasaban por la mente.

    Cuando me di media vuelta lo único que hice fue acelerar el paso hasta quedar fuera de su alcance, pero no me marché sin escuchar las risas de sus lame botas haciendo una tonta imitación mía. Cuando llegué a la parte sur del colegio me relajé un poco; yo teniendo 16 años y seguía ocultándome de todos los problemas. Seguía siendo un miedoso.

    Mi respiración se frenó, éste no era el momento para que me diera un ataque de asma ya habían pasado 6 años desde el último y ya no traía mi inhalador.

    Traté de inhalar con fuerza hasta que mi pulso bajara.

    En ese momento la campana que se encontraba en la parte superior de la pared en la que estaba recargado, sonó. Ya era hora de entrar a clases.

    Cerré los ojos y trate de concentrarme para que mi pulso se tranquilizara. Sería una perfecta excusa si me reportaba en la enfermería pero eso significaba sucumbir ante el chantaje de una enfermedad, además no era un ataque serió.

    Tiene que ser un buen día.

    Me dirigí al edificio M que era donde estaban los vestidores y la gran cancha de baloncesto bajo techo.

    Aun no llegaban todos los compañeros de clase, por lo que inmediatamente me dirigí a mi casillero, lo abrí y metí mi mochila, saqué mi short color blanco y mi playera del mismo color que ésta tenía grabado el logotipo del colegio junto con su lema. No fue fácil quitarme toda la ropa tan rápido como deseaba ya que vigilaba que ninguno de los bravucones llegara y me hiciera una broma de mal gusto. Por lo que, primero me quité los pantalones y sin tomarme la molestia de doblarlos los arrojé dentro de mi casillero sobre mi mochila. Para después, con mayor rapidez ponerme el short.

    Sí, me gustaba ser el primero en entrar al salón, pero no en esta clase ya que el profesor siempre ponía al que llegaba primero a repartir balones a cada equipo lo que significaba que alguno de ellos me lo arrojaría por la espalda como ya lo habían hecho anteriormente.

    Para dejar pasar tiempo, salí de los vestidores y caminé hasta las puertas de cristal que llevaban por un pasillo corto a la cancha encerada, miré por el cristal de la puerta, sólo estaban encendidas las grandes lámparas que colgaban del techo, las bolsetas de los balones ya estaban allí al igual que los conos naranjas acomodados en forma recta. Estas dos horas iban a hacer muy tediosas.

    En ese momento escuché como tanto las mujeres como los hombres salían de su vestidor y caminaban charlando directo a la cancha.

    Las manos me temblaron al momento que tomaba el pasamano de metal de la puerta de cristal y la abría para pasar. Al parecer mi paso era muy lento a comparación con el resto de los compañeros ya que me pasaron de largo y se acomodaban en los equipos que el maestro había designado a inicios de semestre.

    Eso había sido algo bueno para mí ya que yo no había hablado con nadie para que me dejaran incluirme en su equipo.

    Cuando ya estábamos todos acomodados, el maestro entró desde el otro extremo de la cancha. En su mano llevaba la paleta de plástico con las listas y, al igual que nuestras playeras, el logotipo del colegio y su lema.

    Esta vez su uniforme era un poco extraño, llevaba puesto unos pantaloncillos para correr color azul, una playera de cuello color amarilla y una gorra roja igual que sus tenis.

    Comenzó a pasar lista.

    Me sentí aliviado ya que al mirar atrás César no estaba.

    —Carrasco, vaya rápido y sin demoras, busque a su compañero en los vestidores y dígale que tiene que estar en clase si no quiere que le levante un reporte.

    —Claro –contesté antes de apartarme de la fila y caminar, a paso dudoso, de nuevo por donde había entrado.

    Antes de llegar a las puertas, escuché la plática de la actividad que teníamos que hacer esta vez.

    Al entrar de nuevo en los vestidores de los hombres me topé con un lugar solo, estaban las mochilas de mis compañeros en el suelo, algunas de las puertas de los casilleros abiertas, pero al

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