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Brújula perdida: No me dejes ir, #2
Brújula perdida: No me dejes ir, #2
Brújula perdida: No me dejes ir, #2
Libro electrónico339 páginas5 horas

Brújula perdida: No me dejes ir, #2

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Información de este libro electrónico

Después de que West Rivers comete el peor error de su vida, nada es igual con su mejor amigo de toda la vida, Max Friedmann. Este rompió su collar de la amistad, no le quiere hablar (a pesar de que son vecinos)… y West solo siente que su mundo se vino abajo.

La reciente confesión de Max en la que se declaraba gay ocasionó que su mejor amigo se alejara de él… y Max no podría estar más dolido y ofendido. ¿West es homofóbico? ¿Quién había creído su salvador en tiempos tristes en realidad era quien peor lo iba a castigar por ser él mismo? Siquiera, ¿por qué le había dicho que podía contarle lo que quisiera, si lo iba a juzgar por sus gustos, por algo que no puede cambiar ni controlar? ¡Era un imbécil, lo odiaba, y no quería verlo ni en pintura!

Por su parte, West no sabe qué hacer. Se alejó de Max para poder aclarar su cabeza, porque ahora se siente raro estando cerca de su mejor amigo, no sabe qué piensa o siente por él, no sabe por qué tiene esa clase de sueños sobre su mejor amigo… pero si hay algo que sabe es que necesita a Max.

Tiene que hacer algo para recuperarlo. Tiene que pensar en un plan, hacer cosas que nunca antes había hecho…

Porque sí, Westley es una Brújula.

Pero sin Max, es una Brújula Perdida.

IdiomaEspañol
EditorialViolet Pollux
Fecha de lanzamiento28 jul 2019
ISBN9781393350453
Brújula perdida: No me dejes ir, #2
Autor

Violet Pollux

Violet Pollux. Poeta, escritore, músico, o simplemente artista. Sube videos a YouTube compartiendo el arte que hace con todo el mundo, y sueña con ser activista LGBTQA+ algún día. Ama los libros de romance, más que todo los de temáticas queer, los poemarios, además de la música que se haga sentir y el arte que llegue al alma. Autore de las sagas They Ship Us, El Chico de las Sopas de Letras, No me dejes ir, novelas como El show debe continuar, novelettes como El blog secreto del chico perdido, Ocho palabras al cielo y numerosos poemarios. Estudiante de Medicina y Educación Mención Dificultades de Aprendizaje. Puedes enterarte de sus novedades y leer material gratis en su blog: vpollux.wordpress.com, y, en caso de cualquier pregunta, puedes escribirle a su correo: violetpollux@gmail.com ¡También estás invitadx a unirte a su lista de correo para estar al tanto de sus nuevas obras en violetpollux.blogspot.com, y a seguirle en sus redes sociales (es @VioletPollux en todos lados), además de comprar otros títulos de su autoría para apoyarle!

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  • Calificación: 2 de 5 estrellas
    2/5
    Tiene un bonito mensaje, pero demasiado repetitivo, le dan vueltas a los mismos temas desde libro 1, y raya muchas veces en lo absurdo , en mucha ocasiones odié a ambos protagonistas
  • Calificación: 3 de 5 estrellas
    3/5
    Igual que el primer libro, una historia muy emocionante y romántica. Pero en muchas partes todo parece un poco ilógico y repetitivo. Pero con un bonito y entretenido mensaje.

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Brújula perdida - Violet Pollux

Violet Pollux

Brújula Perdida

Libro II de la trilogía No Me Dejes Ir

Copyright © 2018 by Violet Pollux

Gracias por leer. Si disfrutas este libro, por favor, recuerda dejar una review de él en la plataforma en la que lo adquiriste y conectarte con el autor.

Esta novela es una obra de ficción. Los nombres, personajes e incidentes retratados en él son obra de la imaginación del autor. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, eventos o localidades es totalmente casual.

Aparte de pequeñas citas para publicidad en redes sociales y reviews, ninguna parte de este libro puede ser reproducida, almacenada o transmitida de ninguna forma ni por ningún medio, ya sea electrónico, mecánico, fotocopiado, grabación, escaneado o de cualquier otro modo, sin el permiso del escritor. Es ilegal copiar este libro, publicarlo en un sitio web o distribuirlo por cualquier otro medio sin permiso.

Gracias por apoyar a los autores, su arte y una cultura diversa y creativa al comprar sus libros y cumplir con las leyes del copyright.

Todos los derechos reservados.

First edition

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Contents

Sinopsis

Dedicatoria

Uno

Dos

Tres

Cuatro

Cinco

Seis

Siete

Ocho

Nueve

Diez

Once

Doce

Trece

Catorce

Quince

Dieciséis

Diecisiete

Dieciocho

Diecinueve

Veinte

Veintiuno

Veintidós

Veintitrés

Veinticuatro

También por Violet Pollux

Sobre el tercer libro de la trilogía No Me Dejes Ir

Sobre Violet Pollux

Sinopsis

Después de que West Rivers comete el peor error de su vida, nada es igual con su mejor amigo de toda la vida, Max Friedmann. Este rompió su collar de la amistad, no le quiere hablar (a pesar de que son vecinos)… y West solo siente que su mundo se vino abajo.

La reciente confesión de Max en la que se declaraba gay ocasionó que su mejor amigo se alejara de él… y Max no podría estar más dolido y ofendido. ¿West es homofóbico? ¿Quién había creído su salvador en tiempos tristes en realidad era quien peor lo iba a castigar por ser él mismo? Siquiera, ¿por qué le había dicho que podía contarle lo que quisiera, si lo iba a juzgar por sus gustos, por algo que no puede cambiar ni controlar? ¡Es un imbécil, lo odia, y no quiere verlo ni en pintura!

Por su parte, West no sabe qué hacer. Se alejó de Max para poder aclarar su cabeza, porque ahora se siente raro estando cerca de su mejor amigo, no sabe qué piensa o siente por él, no sabe por qué tiene esa clase de sueños sobre su mejor amigo… pero si hay algo que sabe es que necesita a Max.

Tiene que hacer algo para recuperarlo. Tiene que pensar en un plan, hacer cosas que nunca antes había hecho…

Porque sí, Westley es una Brújula.

Pero sin Max, es una Brújula Perdida.

Dedicatoria

A Matías, por siempre creer en mí y apoyarme.

Y a ti, por creer en mi arte.

Uno

Chapter Separator

Max Friedmann, adolescente rubio y de ojos verdes, suspiró con tristeza en su habitación. Negó con la cabeza repetidas veces, intentando convencerse a sí mismo de que había hecho lo correcto, que no había actuado de forma apresurada.

Recordó el rostro de su mejor amigo, Westley Rivers, moreno y de ojos profundamente encantadores, cuando lo dejó inconsciente en el suelo tras golpearlo… y apretó las manos en puños.

¡Odiaba tanto que todo eso hubiera pasado! Odiaba que Westley, su Brújula, su todo, se hubiera alejado, que fuera homofóbico y, más que eso, no haberse dado cuenta de ello antes. Pensó un poco, trayendo a su memoria cuando Bastian, su amigo pelirrojo, se había confesado bisexual, y recordó que Brújula no lo trató de forma distinta; nada había cambiado.

Y ahora, con él, por supuesto, era lo opuesto…

Porque se trataba de él, de Maximilian Friedmann, y por eso las cosas eran diferentes.

Maldijo por lo bajo el ser gay.

¿Por qué no podía haber nacido siendo distinto? ¿Por qué había tenido que tener esos gustos? ¿Por qué no podía ser heterosexual?

¿Por qué Westley tenía que ser su mejor amigo?

¡De seguro, si fuera otra persona, nada de ello habría ocurrido! De seguro cualquier otro lo habría tomado como si no fuera nada —porque en verdad no lo era, pero ese no era el punto— y habría seguido actuando con él como siempre.

Negó con la cabeza ante el pensamiento; podía ser cierto que Brújula había reaccionado mal ante sus gustos, pero no se arrepentía de que fuera su mejor amigo.

Preferiría no tener mejor amigo a tener uno que no fuera él, admitió para sí.

Suspiró de nuevo y le subió a la música que estaba oyendo en los auriculares. Dejó que esta le inundara los pensamientos, barriendo todo lo que no fueran notas, melodías, armonías y acordes, y sintió cómo sus ojos se llenaban de lágrimas.

Comenzó a llorar.

Sus sollozos llenaban la habitación, por lo que agradeció tener las cortinas cerradas y la puerta con pestillo. Llevó la mano a su cuello e, inconscientemente, buscó su collar, cosa que siempre hacía cuando estaba triste. Lo tocaba y recordaba que no estaba solo en el mundo, que había otra persona que lo quería como si él fuera el universo en sí mismo, que estaba allí para ayudarlo y apoyarlo en lo que fuera, y sonreía, sintiéndose feliz por lo afortunado que había sido al conocerlo.

A excepción de que esa vez, por supuesto, no encontró nada.

Oh, cierto, recordó. Ya no somos amigos. Le doy asco. Ya no me quiere.

Y con ese pensamiento, lloró incluso más que antes.

Se quitó los auriculares, dándose cuenta de que eso de Tchaikovsky y Saint Saëns, fantasía que había tenido tantas veces, nunca se cumpliría.

Es que soy tan idiota, se regañó mentalmente. ¡No sé cómo es siquiera posible que exista una persona tan estúpida como yo!

Después de lamentarse y llorar por aproximadamente media hora más, tomó el libro que había estado leyendo hacía días y había dejado, pasando a terminar de leerlo.

Y entonces supo lo que era llorar de verdad.

Lloró como si el cielo se estuviera partiendo a la mitad y como si él mismo estuviera partiéndose con este, como si estuviera lloviendo dentro de sí, como si nunca fuera a estar completo de nuevo —porque, en realidad, así se sentía sin Westley.

Era sábado por la noche… ¡Se suponía que debía estar haciendo algo divertido, disfrutando de su vida, riéndose, pasándola en grande con sus amigos!

Y, en cambio, se encontraba allí, en su habitación, llorando, lamentándose por ser idiota y sensible y gay —aunque más que todo gay, porque sabía que eso era lo que había alejado a su mejor amigo.

Bastian había intentado contactarlo, llamándolo, pero Max ni siquiera contestó. No quería hablar con nadie, no quería hacer nada, no quería pensar; solo quería que todo el dolor se fuera, que su mejor amigo volviera y le dijera que no le tenía asco, que aún lo amaba y que todavía era su mundo.

Que volviera, que lo abrazara, que reparara todos los pedazos que estaban rotos dentro de él.

Que lo reparara, porque todo él se sentía roto.

Pero… sabía que no pasaría.

Sabía que ya nada sería como antes, que no lo quería, que nunca podrían ser los mejores amigos que fueron cuando eran apenas unos niños.

Y antes de darse cuenta, se durmió.

El domingo por la mañana, maldijo apenas se levantó. Su familia iría a su casa y, más importante que eso, Westley.

Bueno, eso había prometido… pero, siendo honesto, esperaba que no fuera.

No quería verlo de nuevo. No quería recordar todo lo que lo quería porque, oh, cierto, no era recíproco.

Se bañó, sonrió frente al espejo, fingiendo ser feliz, intentando convencerse a sí mismo de que lo era y, cuando le pareció que la mueca era al menos aceptable, bajó, ya que su habitación estaba en el primer piso de la casa. Ayudó a preparar todo, recibió invitados, charló en alemán y holandés, dependiendo de la persona con la que se encontraba y, cuando llegó Andrieske, la madre de Alieke, le dijo que podía hacerse cargo de la pequeña, por lo que asumió el cuidado de esta por el resto de la reunión.

La niña lograba sacarlo de sus pensamientos con sus ocurrencias; ya se encontraba riendo y saltando con ella, como si no tuviera el corazón roto y el alma destrozada. Sonrió y jugó, sintiéndose feliz por un momento, olvidando todo lo demás, hasta que, para su mala suerte, Westley llegó a su casa.

Y sintió que todas sus fuerzas se iban de su cuerpo.

No obstante, no lo demostró…

Era demasiado orgulloso como para hacerlo.

Continuó jugando con Alieke, como si su mejor amigo —o ex mejor amigo, más bien— no existiera. No le importó dejarlo solo en medio de ese montón de gente que prefería hablar en sus idiomas natales antes que en inglés; no se trataba de Brújula, se trataba de sí mismo esa vez.

Su madre lo llamó un par de veces para que ayudara con los platos y la comida en general, cosa que hizo con una sonrisa en el rostro, como si no le costara lo más mínimo. Luego, todos estaban sentados en el comedor, empezando a devorar sus alimentos y, aunque le dejaron el puesto adyacente al del castaño, todo iba bien. Cuando este le hablaba, sonreía y le respondía de forma cortés, como si nada, como si el viernes no hubiera ocurrido, como si nada hubiera ocurrido. Incluso contó un par de chistes, sacando unas risas adorables por parte de Westley, cosa que lo hizo sonreír por dentro —aunque también le partió un poco más el corazón, pero intentó no darle tanta importancia a esto último.

Su tío Egmont bromeó con ambos un par de veces, haciéndolos reír o sonrojarse, cosa que, si bien no había sido planeada en un principio, Max agradeció mentalmente —le servía para relajarse, aunque fuera un poco, y distraerse de toda la tempestad que reinaba en su interior.

Y todo iba bien… dentro de lo que cabía, por supuesto.

Hasta que uno de los invitados mencionó, en medio de aquella charla que tenían mientras comían, que el chico de ojos verdes, siendo un niño, había sido todo un loquillo.

—¿Es que no recuerdan cuando le preguntó a Egbert si podía tocar un poco de Tchaikosvky? —saltó alguien.

—¡Me preguntó si podía tocar el concierto para violín! —su padre rompió a reír—. ¡Imagínense, a mí, justo a mí, y Tchaikovsky! —rió incluso más—. ¡Me acuerdo ahora y me causa gracia como si fuera el primer día!

Todos en la sala estallaron en carcajadas, excepto Max y Westley, quienes bajaron la vista.

El rubio recordaba ese día como si hubiera sido ayer. Tenía apenas ocho años, quizá menos, y le había preguntado eso a su padre con las mejores intenciones del mundo. Recién había oído el concierto y le había encantado; nadie podía culparlo por eso, porque Tchaikovsky se había lucido con dicha composición, pero su progenitor no pensaba de igual manera…

Lo golpeó y le gritó, amenazándole con que si alguna vez volvía a mencionar el nombre del compositor ruso, lo mataría con sus propias manos.

—¡En esta casa nadie escucha a Tchaikovsky! —sentenció—. ¡Y tú no serás la excepción, ¿me oyes, jovencito?!

Max asintió con la cabeza. Tenía los ojos llenos de lágrimas. No sabía que tener gustos distintos fuera tan malo e, incluso, que estuviera prohibido. Desde ese día se prometió a sí mismo que no le contaría a nadie sobre ese compositor; nunca más volvería a oírlo. Solo escucharía a Mozart; él era el único bueno en todo el mundo.

Mandaría a Tchaikovsky a la porra, se olvidaría de él por completo y haría como si ni siquiera existiera.

A excepción de que, con el pasar del tiempo, se dio cuenta de que no podía simplemente dejar a un lado su gusto por el compositor ruso. No era como si pudiera obligar a su cerebro a que dejara de gustarle lo que le gustaba, que dejara de amar lo que amaba, que dejara de sentir lo que sentía cuando escuchaba los acordes de ese artista llegándole al alma.

Y si sus padres no aceptaban eso, no le quedaba más opción: aunque fuera a escondidas lo escucharía.

¡Y es que Max sabía que, de igual forma, no tenía nada de malo que le gustara Tchaikovsky! Era diferente, su familia no estaba acostumbrada a él, pero eso no significaba que estuviera mal, que fuera un error o que fuera del demonio.

Era distinto, pero eso no lo hacía menos bueno que cualquier otro compositor.

El rubio, volviendo a la realidad, sintió como una mano era deslizada en la suya.

Se trataba de Westley.

Quería decirle que estaba ahí con él, que seguía queriéndolo, que no estaba solo.

Con el único detalle de que ya era demasiado tarde…

Apartó su mano de la del moreno, encogiéndola y evitando que quedara al descubierto. Intentó reír, para que los demás no pensaran que aquello ocurrido hacía más de ocho años seguía afectándolo —aunque sí lo hacía— y, a pesar de que todos en la mesa bromearon al respecto, Westley no sonrió ni hizo el más mínimo gesto que indicara que le parecía gracioso.

O que estaba feliz.

—Maximilian, ¿podemos hablar después de que termine la comida? —preguntó en voz lo suficientemente alta para que otras personas escucharan. La atención se concentró en ellos y el chico de ojos verdes, de mala gana, sonrió, diciendo que sí, que por supuesto, que por qué no habría de hablar con él.

Cuando acabó la comida y la competencia, la cual, por cierto, el otro equipo ganó, ambos adolescentes se dirigieron a la habitación de Max.

—¡¿Qué demonios quieres?! —bramó este cuando estuvieron solos.

—Yo… —El moreno bajó su vista hasta el suelo—. Creí que… que…

—¡¿Creíste que te había perdonado?! —escupió Max con odio y enojo—. ¡No, Westley, no lo he hecho, pero no quiero que las demás personas se enteren de los problemas entre nosotros!

—¿Aún hay un… nosotros?

El rubio bufó y apretó las manos en puños.

—¡No, ya no hay un nosotros ni mejores amigos ni nada! ¡Ya no hay nada, ¿entiendes?! —estaba hecho una furia—. ¡Se acabó!

—Pero… —El ojimiel se mordió el labio—. Al menos déjame explicarte.

—¡¿Explicarme qué?! ¡¿Que te parezco asqueroso porque soy gay?! ¡Ya es suficiente con que mi familia me odie porque me gusta un compositor, ¿no crees?!

—Pequeño, no… —Se acercó al rubio—. No es lo que parece, ¿sí?

—¡¿Ah, no?! ¡Entonces explícame por qué te alejaste de mí! ¡Explícame por qué te apartaste sin siquiera decirme qué demonios te ocurría!

El castaño quedó en blanco.

¿Cómo explicarle todo lo que había ocurrido, todo lo que había estado viviendo, si ni él mismo lo comprendía?

¿Cómo le decía lo que se pensaba que era si ni él mismo estaba seguro de que fuera eso?

—¡Me parece perfecto! —rugió Max cuando vio a su ex mejor amigo quedarse en dicho estado de silencio tras varios segundos—. ¡Me parece genial! —Buscó unas prendas de ropa y se las entregó—. ¡Toma toda esta mierda! ¡Te pertenece!

—Max —lloriqueó Westley—. Traje estas cosas para no tener que buscarlas en mi casa cuando duerma aquí…

—¡No vas a volver a dormir aquí!

—¿Qué?

—¡QUE NO VOLVERÁS A DORMIR AQUÍ! ¡LÁRGATE DE MI CASA!

—Pero, Max —dijo el otro rompiendo en llanto—. No… no me hagas esto, por favor, yo puedo explicarte…

—¡NO PUEDES EXPLICAR PORQUE NO HAY NADA QUE EXPLICAR! ¡ME ODIAS POR SER GAY, Y YO TE ODIO POR HABER CONFIADO EN TI Y POR HABER CREÍDO QUE DE VERDAD ME SEGUIRÍAS QUERIENDO CUANDO TE LO DIJERA!

—¡POR SUPUESTO QUE TODAVÍA TE QUIERO! —West dejó caer las pertenencias que le había dado su mejor amigo y corrió a abrazarlo—. ¡ERES MI TODO, MAXIMILIAN, NO PODRÍA DEJAR DE QUERERTE NUNCA!

—¡SUÉLTAME Y DEJA DE DECIR MENTIRAS! —Se soltó del agarre del chico más alto—. ¡DEJA DE DECIR QUE ME QUIERES, PORQUE SÉ QUE NO LO HACES, Y LLÉVATE TUS ESTÚPIDAS COSAS, QUE NO QUIERO VOLVER A VER NADA QUE SEA TUYO POR EL RESTO DE MI VIDA!

—¡NO ME IMPORTAN MIS PERTENENCIAS, SOLO ME IMPORTAS TÚ!

—¡PUES YO YA NO TE QUIERO! —bramó el rubio con lágrimas en los ojos y el rostro en alto, orgulloso, como siempre—. Lárgate de mi casa, Westley, y de mi vida, porque ya no te quiero.

Y con eso, el moreno entendió que ya todo había acabado.

Se limpió las lágrimas de las mejillas y salió, como si no le doliera, como si el pecho no le estuviera escociendo por dentro, como si no sintiera que se le estaba yendo la vida misma entre los dedos, y entró a su casa.

El chico de ojos verdes, al ver la actitud de su amigo, se enojó incluso más y lanzó las pertenencias de este por la ventana, haciendo que aterrizaran en el suelo. Seguidamente, se aventó en su cama, hundiendo el rostro en su almohada y subiendo la mano para tocar su collar, hasta que recordó que no estaba allí, que ya no estaría allí nunca más, y lloró de forma más amarga. Maldijo quererlo tanto, maldijo que fuera tan perfecto y único, y se dijo a sí mismo que ya no importaba, que lo superaría —y otro millón de mentiras más para hacerse creer que la ida de Westley no le dolía.

Y que no quería que lo abrazara y le dijera que todo estaría bien, como siempre hacía cuando se sentía roto o muerto por dentro.

El lunes, para su sorpresa, pasó con rapidez. No fue un día tan malo… o bueno, sí lo fue, pero intentó ignorar todo y a todos.

Excepto en la hora de ajedrez. No había mucha gente y, los pocos que estaban se irían pronto, según lo que sabía, por lo que se permitió no fingir tanto. Sacudía la cabeza de vez en cuando, intentando convencerse de que había hecho lo correcto, y sacó su poemario favorito¹ de su bolso. Se dispuso a leer uno de sus y, cuando iba por la mitad, escuchó a Eddie White, su antiguo archienemigo con el que por los momentos estaba en tregua, dirigirse a los jugadores que quedaban en el aula.

—No sé si lo han notado, campeones, pero Max se siente mal. Váyanse temprano y dejen que esté solo un rato, ¿sí? Nos vemos mañana.

Para su sorpresa, todos le prestaron atención, por lo que se quedó a solas con él en menos de cinco minutos.

—¿Tan mal así me veo? —preguntó el chico de ojos verdes.

—Cualquier persona con cerebro se daría cuenta de cuán roto tienes el corazón —comentó Eddie haciendo una mueca y revolviéndole el pelo.

—Lo siento, yo…

—No tienes que pedir disculpas por tener el corazón roto —Se encogió de hombros—. No es tu culpa, no es como si lo hubieras podido evitar.

Max sonrió de lado, pensando que sus ojos azules y su cabello negro azabache no se veían tan mal como había pensado en el pasado.

—Sí podría haberlo hecho, pero me di cuenta demasiado tarde.

Eddie pasó por las mesas, recogiendo los tableros y las fichas y, cuando acabó, las colocó en su sitio.

—Gracias —dijo Max mostrando sus hoyuelos—. Eso me ahorra trabajo.

—La persona que te partió el corazón es idiota —aseguró con total confianza—. Un completo idiota.

—Ese idiota es la persona que más amo en todo el mundo —respondió Max dirigiendo su mirada al suelo.

Eddie suspiró.

—¿Quieres que te lleve a casa?

—¿No sería un abuso de mi parte?

—Los amigos se hacen favores entre sí. No veo por qué sería un abuso.

Max enarcó una ceja.

—¿Me consideras tu amigo?

—Dijiste que lo éramos —Eddie se encogió de hombros—. ¿Recuerdas, no? Te llevé a casa ese día y…

—Sí, claro, ya recuerdo —Asintió con la cabeza y guardó sus cosas. Hablaba de la tregua—. En cinco minutos nos vamos, ¿sí?

—Toma todo el tiempo que quieras.

Cuando ya ambos estaban en el auto, Eddie comenzó una conversación, y Max, intentando olvidar todo lo que estaba en su cabeza, se unió, permitiéndose disfrutar del momento. Rió a carcajadas y pensó que, en definitiva, eso de ser amigo de Eddie no había sido mala idea en lo absoluto.

—Deberíamos salir —dijo este de la nada.

—¿Qué? —preguntó Max.

—Claro —White sonrió y se encogió de hombros—. Los amigos salen. No veo nada de malo en hacerlo.

—Bueno…

El otro rió un poco, encogiéndose de hombros de nuevo.

—No sería a una cita ni nada por el estilo. Solo sería salir para liberar tu mente, pensar en otras cosas, relajarte durante un rato —Alzó las cejas y vio a Max, sonriendo—. Nada de compromisos; simplemente una salida amistosa y para nada romántica.

El rubio lo pensó y, después de un momento, asintió con la cabeza.

—¿A dónde vamos?

Eddie sonrió incluso más y cambió de dirección.

—A donde tú quieras.

¹ El poemario favorito de Max es Mariposas rotas, el cual escribió Violet Pollux y que está disponible en todas las tiendas digitales y que puedes obtener en: https://books2read.com/b/mKJXD9. También lo puedes comprar en físico. Sin embargo, en el mundo literario de Violet, el libro fue escrito por A. L. Ice, que es como se llama en dicho mundo.

Dos

Chapter Separator

—Así que, ¿no te dolió ni un poco lo que leyó Max en clases? —preguntó Fox, mi amigo pelinegro y de hoyuelos, cuando llegamos a su casa. Sus progenitores se habían separado tras unos pocos años de su concepción, él vivía con su papá, porque había ganado su custodia en la corte (por una razón que él seguía sin comprender), pero el señor desde hacía unos años no pasaba mucho tiempo en casa porque había conseguido un trabajo que le remuneraba muy bien, pero que le exigía bastante.

Y por mucho tiempo me refería a nada. Era casi como si Fox viviera solo.

Supongo que era algo que ambos teníamos en común: la carencia de una madre en nuestras vidas y el sentimiento de soledad que un padre (con malas habilidades para comunicarse, en mi caso, y en el suyo uno ausente) no podía llenar por completo.

Quizá por eso nos llevábamos tan bien… a pesar de ser tan estúpidos.

Volviendo a la realidad, alcé las cejas, haciéndome el desentendido.

—¿A qué te refieres?

Me vio de soslayo.

—Hasta yo entendí que eso iba contigo, idiota.

Suspiré. Claro que sabía a lo que se refería, claro que me había dolido, claro que sabía que iba conmigo.

Pero el caso era que no quería pensar en ello…

—No me lo recuerdes, ¿sí?

Era martes por la noche. Teníamos examen de cálculo al día siguiente, por lo que decidimos reunirnos para estudiar después de la práctica de fútbol. El día anterior no pudimos ver clase de inglés, por lo que la profesora pidió ver esa clase el día siguiente, para no atrasarnos. El tema había sido poesía, como ya habíamos venido viendo y, de nuevo, el único que recordó llevar un poema para leer había sido Max.

"Conmigo usabas una capa de superhéroe / y yo la admiraba / y a veces / cuando me abrazabas tan fuerte / que juntabas mis pedazos rotos / cuando me sonreías tan alegremente / que me iluminabas el camino que debía seguir / cuando me cantabas tantas canciones de amor / que yo sentía que las habías escrito tú mismo / para mí / y solo para mí / cuando me tomabas la mano y yo sentía que / finalmente / había encontrado mi lugar en el mundo / (…) / A veces me cubría con la capa de superhéroe / que usabas / para salvarme // Pero ahora / el / sentimiento / es / el / opuesto // Porque prometiste salvarme / pero fuiste tú / quien terminó matándome²".

Los alumnos estallaron en aplausos cuando terminó. La profesora lo felicitó por, además de recordar el siquiera llevar un poema, recitarlo como si de verdad sintiera lo que estaba leyendo.

—Cuando lo escucho leer eso así, podría jurar que tiene el corazón roto, joven Friedmann —comentó la profesora.

—Si supiera que en realidad ni me esfuerzo… —bromeó mi rubio de ojos verdes.

La profesora rió y le ordenó sentarse. Seguidamente anunció que, en vista de que nadie más había llevado el poema, como ella nos había pedido, esa actividad se posponía

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