Pomelo y limón
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Begoña Oro Pradera
Begoña Oro nació en Zaragoza. Cientos de miles de niños, incluido su hijo, han comenzado a leer con libros de su autoría como Lecturas para dormir a un rey, Ensalada de letras, 12 colores o La pandilla de la ardilla y han querido seguir leyendo con su colección de misterio y humor Misterios a domicilio. Especialmente conocido es su personaje de la ardilla Rasi. En 2018 ganó el premio Artes y Letras de Literatura Infantil, el premio Lazarillo de álbum ilustrado junto a Paloma Corral y el premio Jaén junto al científico Alberto J. Schuhmacher por su novela Tú tan cáncer y yo tan virgo. Su novela juvenil Pomelo y limón obtuvo el premio Gran Angular 2011, concedido por la editorial SM, y el premio Hache 2012, concedido por más de mil jóvenes. Su novela Croquetas y wasaps fue incluida en la lista de los diez mejores libros juveniles (2013) de El País. Con la novela infantil El niño del carrito (2015) quedó finalista del premio El Barco de Vapor. Su intensa actividad de fomento de la lectura le lleva a viajar por toda España para tener encuentros con lectores. Fruto de un viaje profesional a Miami, escribió el libro ¡Buenas noches, Miami!, que fue galardonado con el Premio Eurostars Narrativa de Viajes en 2014. Además es autora de numerosos libros para prelectores, como Cuentos bonitos para quedarse fritos, Día a día, letra a letra, de la A a la Z o la colección El conejo Nico. Algunas de sus obras se han traducido al alemán, catalán, coreano, euskera, lituano, portugués y próximamente turco y persa.
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Pomelo y limón - Begoña Oro Pradera
1
a
lguien ha hecho algo. Algo que va a cambiarlo todo. Alguien ha recogido las cartas que escribió María, los dibujos que hizo Jorge, y ha escrito su historia desde el principio, esta historia.
Esta historia es una campaña. Solo que es una campaña al revés.
Porque esta, al contrario que todas las campañas, se ha hecho para que dejen de hablar de ella. No es una campaña de publicidad. Es una campaña de privacidad.
Publicidad ya tienen suficiente. Hasta ahora todo el mundo ha hablado y ha oído hablar de algunos de sus personajes: de Jorge, de su madre, de la madre de María... Sería raro que tú no hubieras cotilleado algún día sobre ellos. Los has visto en la televisión, los has rastreado en internet, has visto sus fotos en las revistas, igual los has buscado en Facebook... Pero no creas que conoces su historia. Solo sabes algunos datos, y no todos son ciertos.
La historia, lo que hace que los datos tengan un sentido, no se había escrito hasta ahora. Cuando la leas dirás: «Aaah, claro». Porque esa es la misión de las historias: dar luz, hacer claros.
Imagina un bosque lleno de maleza. Esa es la realidad. También tu realidad. Y ahora ábrete paso, desbroza un camino, crea un claro en ese bosque, tu bosque, donde sentarte cómodamente a descansar. ¿Cómo? Cuenta la historia, desbroza a palabrazos la desordenada realidad. Crea un claro. Ese milagro produces cada vez que te cuentas la historia de tu vida. Y a ese milagro asistes cada vez que escuchas o lees una historia. Como ahora.
•
miércoles
Querido Jorge:
No puedo estar sin ti. Me muero.
No creas que exagero. Es como la historia de la madreselva que nos contó la Perales. Seguro que no te enteraste bien. En ese momento estabas dibujando. Dibujándome. Fue la primera vez que me dibujaste como una reina, con corona y todo, como la protagonista de la historia.
Y la historia era esta:
El caballero Tristán y la bella Iseo estaban locamente enamorados. Pero Iseo había tenido que casarse con el rey, que era además el tío de Tristán. Cuando el rey se enteró de que su mujer y su sobrino Tristán se veían en secreto, lo expulsó del reino.
Un año entero estuvo Tristán viviendo en el bosque, huido. Veía una flor y le recordaba a Iseo. Llovía y la lluvia le recordaba a Iseo. Sé lo que es eso.
Hasta que un buen día, Tristán se enteró de que pronto pasarían por el bosque el rey y su comitiva. «El rey y su comitiva». Así le dijo un campesino. Y Tristán tradujo: «El rey y la reina. Iseo...».
Entonces Tristán cogió una rama de avellano y talló con su cuchillo este mensaje para su amada: «Iseo, tú y yo somos como la madreselva que se enrosca en el avellano. Juntos pueden vivir largos años, mas si alguien pretende separarlos, muere el avellano enseguida y la madreselva también. Igual es nuestro destino: ni vos sin mí, ni yo sin vos».
Ni vos sin mí, ni yo sin vos.
•
ese tristán debía de ser un genio haciendo chuletas. yo no podría escribir nada ni parecido, y menos en una rama. ya sabes que escribir no es lo mío. pero yo también...
2
e
sta historia, la historia de María y Jorge, no empezó siendo tan triste.
Suele suceder. Es la fórmula clásica de la narrativa: planteamiento, nudo, desenlace. Las historias empiezan bien, luego se complican y al final acaban... acaban como pueden.
Al principio de esta historia, antes de las cartas de María, antes de los dibujos de Jorge, no había cocodrilos. O quizá sí, pero estaban bajo el agua y no se los veía.
Al principio de esta historia, había un chico, una chica, una piscina y un camión de mudanza. Y una verja cubierta de enredadera.
•
miércoles
¡Es increíble! ¿Sabes que tú me regalaste una madreselva?
Cuando se ha marchado Clara con mi mensaje para ti, he ido al salón y le he pedido a mi padre que me dejara buscar una cosa en internet. Tendrías que haberlo visto. Se ha puesto tenso como un gato y luego me ha dicho:
–¿Qué cosa?
–Una madreselva –le he contestado yo.
Me ha mirado con cara rara hasta que le he aclarado:
–Es para un trabajo de Literatura.
Entonces me ha mirado con una cara aún más rara. Y le he contado la historia que nos contó la Perales. Él ha escuchado como si fuera lo más interesante que había oído en su vida, incluso ha tomado unas notas en su libreta, para una campaña, según ha dicho, y hemos buscado juntos imágenes de una madreselva[1].
No te lo vas a creer. Resulta que esa especie de enredadera que crece en la urbanización, en la verja de Juan, ¡es una madreselva! Ahora ya no tiene flor. Tú le arrancaste la última y me la diste. Tienes que acordarte. Yo te dije: «Parece una araña» (en aquella época me hacía la dura). Y tú dijiste: «Es que lo es» (en aquella época te hacías el gracioso). Pero yo no la solté. Luego me la llevé a casa y la tuve encima de mi mesa hasta que se puso tan pocha que parecía de verdad una araña. Días después, tiré la flor a la basura. Qué rabia me da ahora. Solo de pensarlo, me da por llorar.
Que ahora mismo esté llorando por el cadáver de una flor con pinta de araña te dará una idea de mi desesperación. Me cuesta comer, respirar, vivir... Me estoy marchitando por momentos. Como la madreselva. Y ya sabes cómo acaba esa historia. Me muero sin ti.
En el fondo, para qué te voy a mentir, casi me consuela pensar que a ti te pasa igual.
No hago otra cosa que acariciar tu bufanda y mirar tu dibujo. Si al menos pudiera colgarlo... Lo imprimí y lo tengo escondido con todos los demás, dentro de la capucha del jersey blanco que tanto te gusta. ¿Lo ves? ¡Te tengo siempre en la cabeza!
Pero no me basta con eso. También necesito tenerte cerca. Necesito verte. Necesito ver algo más que tu silueta a contraluz en la ventana. Pero estoy encerrada en este castillo. Y entre tu ventana y la mía hoy hay un montón de niebla, y un foso lleno de cocodrilos.
María
•
1 Enlace a
din-don. traigo unas flores para la señorita maría pinilla.
3
a
l principio de esta historia, no había niebla. Al principio había un chico, una chica, una piscina y un camión de mudanza. Y una verja cubierta de pasionaria. Sí, María se equivocó. Lo que crece en la verja de Juan no es una madreselva sino una pasionaria. Pero las dos plantas tienen algo en común. Las dos –madreselva y pasionaria– tienen también una historia. Quién sabe cuál de las dos es más trágica. La de la madreselva, la de Tristán e Iseo, acaba en muerte, y la de la pasionaria[2] es la historia de otra pasión. Su flor tiene unos extraños filamentos puntiagudos, cinco estambres, tres estilos y doce pétalos. ¿Y dónde está la pasión? Durante cien años, nadie supo verla. Y la planta se llamó maracuyá, y su flor era solo una flor. Hasta que el papa Pablo V quiso ver el parecido entre esos filamentos y la corona de espinas que le pusieron a Jesucristo. Además, había cinco estambres, cinco, igual que el número de ridas en el cuerpo de Jesús; tres estilos, tres, como los tres clavos en la cruz donde murió, y doce pétalos, doce, como los doce apóstoles. Desde que aquel papa fabuló esta historia, desde que convirtió los estambres en heridas, los estilos en clavos, los pétalos en apóstoles, aquella flor se llamó pasionaria. Desde entonces, un clavel es un clavel, porque no tiene historia, pero una pasionaria es la muerte y resurrección de Jesucristo. Así una mirada sobre las cosas puede cambiar su historia, e incluso su nombre. Así un pétalo se convierte en un apóstol.
Claro que de todo esto, de Jesucristo, los apóstoles y la corona de espinas, Jorge no tenía mucha idea. María sí. Pero esa sería solo una de las diferencias entre María y Jorge.
•
2 Enlace a
jueves
Querido Jorge:
Este verte sin verte me está matando. Estabas tan guapo esta mañana con ese jersey gris... ¿No sales de clase con dolor de espalda? Yo sí, de tanto inclinarme hacia un lado para esquivar la mole de Unai y verte mejor. Pero sería normal que a ti también te doliera. No sabes cómo te clavo los ojos. No miro otra cosa que tu espalda, tu cuello, tu pelo.
Los demás, la Perales, el Contreras, esa imbécil de Natalia... se creerán que nos vigilan. Estarán contentos de vernos tan lejos a la hora del recreo. ¡Ah! Pero ellos no pueden prohibir que nos miremos cada vez que nos cruzamos. ¡Y me dices tantas cosas con los ojos! Y eso es solo nuestro, solo nuestro.
Hoy me ha parecido que estabas triste. Muy triste y muy cansado. Supongo que las cosas no deben de ser fáciles para ti. Yo me quejo de no tener internet ni móvil, pero tú que sí tienes... No quiero ni imaginar lo que tendrás que leer y oír de ti y de mí, de tu madre, de la mía... No quiero imaginarlo, pero a veces no lo puedo evitar. Y no sé qué es peor. Tengo mucha imaginación.
Por eso no sé si quiero o no quiero que me cuentes, tú que serías el único que podría hacerlo. Los demás... La gente cuchichea a mi paso. Pero cuando me acerco se callan. ¿Cómo pueden pensar que no me doy cuenta? Y Clara no me dice nada. Me pasa tus mensajes, le paso yo los míos para ti y ya está. No hablamos de esto. No sé por qué, nosotras que hemos hablado siempre tanto de todo. Pero a mí no me sale. A ella tampoco. Por un lado, no querría hablar de otra cosa en todo el día. Por otro, no sabría cómo hacerlo sin echarme a llorar.
Solo puedo hablar contigo, aquí, y lloro mientras te escribo. Si esto fuera una carta, aquí tendrías varios manchurrones de tinta. Pero aquí solo ha caído una lágrima sobre la tecla de la J. Precisamente. Y no ha habido ningún cortocircuito. Este ordenador es impasible.
¿Y tú? ¿Quieres hablarme de esto? Sé que no te gusta hablar, ¿o es que no sabes cómo hacerlo? Podrías intentarlo. Igual