Lo único que hice fue caminar
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En medio de las ráfagas de soledad que anticipan el fin del negocio, este hombre se pone a recordar su vida, habla con una distancia luminosa sobre los espacios que ha transitado, piensa en sus seres queridos y recorre con mirada cinematográfica lo que le ofrece el presente.
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Lo único que hice fue caminar - Diego David Alarcón
Lo único que hice fue caminar
Copyright © 2021 SAGA Egmont
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ISBN: 9788726975727
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
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I.
1. Este local es siempre para mí un cielo oscuro. Y siempre es de noche. Y no hay luna. A veces un relámpago ilumina íntegro el horizonte y tengo un panorama de la belleza que hay dentro de ese resplandor. Y luego se acaba el relámpago y vuelve la negrura. Este estado se ha ido descubriendo de a capas, y trato de recuperar aquí los diferentes hitos o instancias de esta actividad.
***
Aquí estoy viviendo ahora pero ya se me termina el tiempo de alquiler del negocio. Pensé por un tiempo en resistir porque sí, que me desalojen por la fuerza, pero la idea se debilitó y perdió sentido para mí. No siento tener que defenderme. Me traje el sillón de casa para acá. Veo las nubes yéndose al techo por las noches, a veces en el día. Ya no voy a las galerías. Eso cumplió su tiempo también.
¿Qué se hace cuando todo parece haber cumplido ya su tiempo?
2. Estábamos en los últimos tiempos de las cabinas. Así le llamábamos resumidamente al telecentro. En sus buenos tiempos atendían cuatro o más empleadas y un empleado. Se llenaba de gente, gente hacía cola, la cola salía del local y seguía en la vereda. Sacaban turno con un papelito, luego hasta teníamos un turnero electrónico con números y letras rojas. Después atendimos entre la familia. Después mi viejo y yo. Después solo yo. Mi viejo iba y venía entre trámites abogadiles y juntadas.
Dormíamos allí muchas veces él y yo. Él en la cabina once que era espaciosa, yo en el antebaño. En el local tirábamos un colchón y dormíamos (o él o yo, no había dos colchones). Luego mi padre enfermó por dormir ahí. Casi se agarra una pulmonía severa, y quedé yo apropiándome de ese espacio.
3. En ese tiempo mi hija tenía un año. Ahora dice cosas como éstas: Vamos a la casa de los gorriones, pero para eso hay que seguir estas huellas de cerdo. Y como esta: Ese perro parece un lobo comiendo hojas. Y dibuja y pinta todo el tiempo y extraordinariamente bien.
4. Mi biografía se reduce a esto: he caminado. Solía despertarme y salir a caminar. Me iba a barrios que no conocía. Me perdía porque sabía que cuando me lo propusiera y me concentrara sabría volver. Caminé mucho de noche. Caminé mucho de siesta.
¡Lo único que hice fue caminar!
Por el parque hacia el Oeste. Por la ciudad. Por donde sabía y por donde no sabía. Por donde no recuerdo.
Mi furia, mi exaltación, la volqué a las suelas que desaparecían con el gasto.
El tema que me acuciaba por esa época era que el anonimato de todo aquello en cierta forma me estaba matando. Veía claramente que me costaba caro. Quiero decir, hice mucho de lo que soy andando, sin haberlo plasmado en soportes de existencia rígidos, estables.
Mi psique se transformó en la modalidad Andando.
Por ejemplo. Leía caminando. Leía subiendo, escalando un cerro. Ese es un extremo. Leía poesía caminando (Blake, Rimbaud, Temperley), y cuando me detenía y me sentaba, porque me había subido a un trolebús, por caso, seguía caminando aunque mi posición fuese la de sentado.
Que yo recuerde, desde mis 17 años hasta mi fecha actual (tengo cuarenta) me la pasé caminando de ese modo. Dentro de mi cuerpo, en mi sentir, la única cosa que hago, es caminar.
Uno dice: las cosas no deberían quedar así. Y comprobé que si me movía con valor o una responsabilidad temeraria, conseguía plasmar algo. Pero ese acto disolvía un contenido, como una pastilla efervescente en un vaso de agua.
II.
1. Cuando me estaba separando, en esa transición, y hacía mis excursiones a las galerías, y me tocaba estar con mi hija, a veces la llevaba conmigo. Guardaba las apariencias frente a mi esposa con un departamento
