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Voces ante el espejo
Voces ante el espejo
Voces ante el espejo
Libro electrónico162 páginas2 horas

Voces ante el espejo

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Información de este libro electrónico

Novela en que la autora desdobla los sentimientos y pensamientos de sus protagonistas, al inmiscuirlos en problemas que nos involucran a todos como sociedad, para reflexionar sobre temas que permean nuestro cotidiano acontecer.
IdiomaEspañol
EditorialInstituto Politécnico Nacional
Fecha de lanzamiento30 nov 2023
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    Voces ante el espejo - Sheyla Preve

    Voces ante el espejo

    Sheyla Prevé

    Instituto Politécnico Nacional

    —México—

    Voces ante el espejo

    Sheyla Prevé

    Primera edición: 2014

    D. R. © 2014

    Instituto Politécnico Nacional

    Luis Enrique Erro s/n

    Unidad Profesional Adolfo López Mateos

    Zacatenco, Deleg. Gustavo A. Madero

    CP 07738, México, DF

    Dirección de Publicaciones

    Tresguerras 27, Centro Histórico

    Deleg. Cuauhtémoc

    CP 06040, México, DF

    ISBN 978-607-414-481-9

    Impreso en México / Printed in Mexico

    http://www.publicaciones.ipn.mx

    Contenido

    Luz, más luz…

    Al otro lado de la cerca

    Moíra

    El canto de las sirenas

    Nikiya

    El arte de amar

    El cliente

    Secretos de familia

    Vía libre

    El faro

    A mi espalda

    Rita

    Técnicas de promiscuidad

    Samsara

    La expiación del placer

    Ancora

    Nota sobre la autora

    A mis ancestros

    Luz, más luz…

    Esa mañana salí de casa con la tristeza apuñalando mi pecho, caminé sin rumbo por calles que llegaron a parecerme infinitas. La pena que guardaba mi corazón en ese momento se concebía incomparable a ninguna otra que hubiera sentido en el pasado. Mi mente se convirtió en un torbellino de ideas caóticas que no llegaban a ninguna solución a mi problema.

    Desconozco la distancia que recorrí. Sólo sé que transitaba sin un rumbo específico. Mi propósito no era escabullirme de los abrumadores problemas, mucho menos llegar a destino alguno. El verdadero objetivo de mi pesado caminar era la intención obstinada de mis pies, que sin piedad me exigían mantenerse en movimiento, aunque fuera utilizando las últimas energías que le quedaban a mi ya extenuado cuerpo.

    Después de lo que parecieron horas me detuve en una esquina para recuperar un poco de aliento, y al voltear el rostro descubrí un pequeño parque. Me acerqué a una banca y me senté sin ninguna expectativa; sin embargo, mis pies me habían conducido ahí por una razón específica. A los pocos minutos olvidé todas aquellas ideas que me agobiaban y comencé a observar mi entorno: unos niños corrían alborozados por el parque; en la banca que estaba frente a mí una pareja se abrazaba con ternura; al otro extremo del parque un abuelo enseñaba a su nieta a utilizar su bicicleta sin las ruedas auxiliares y en el cielo azul planeaba una docena de aves gozosas.

    La dócil brisa acarició mi rostro y, respirando tan profundo como me fue posible, sonreí. ¡Qué maravilla! Era capaz de sonreír a pesar de todo. Esa certeza llevó a mi mente a pasearse por todos aquellos momentos, aunque fueran muy pequeños en que había sido capaz de sonreír; como cuando mi padre y yo girábamos como desquiciados hasta quedar tumbados sobre el pasto del jardín en la casa de mi infancia, o cuando mi madre me abrazaba con ternura y acariciaba mi cabello buscando espantar a los monstruos que escondidos en mi armario provocaban mis pesadillas. Recordé la primera vez que me enamoré y las inolvidables mariposas en mi estómago. El día de mi boda, el nacimiento de mi hermosa hija, sus incipientes pasos y sus primeras palabras.

    Claro está, transité también por los recuerdos menos gratos, por todas aquellas pérdidas que tuve que superar: la muerte de mis padres y, más tarde, la viudez. La despedida de mi hija, quien al casarse siguió a su marido a otro país, y por último los meses finales como mujer jubilada, sola y enferma.

    El sol empezaba a ocultarse cuando los niños abandonaron el parque. Pude maravillarme con las hermosas tonalidades naranjas, azuladas y violetas del cielo crepuscular.

    Entonces sentí la armonía de quien es incapaz de sentir más dolor, de quien sabe está exhalando por última vez y se pierde entonces en la penumbra, en esa incierta oscuridad que a la vez es luz.

    Al otro lado de la cerca

    El húmedo y pesado ambiente que la rodeaba estaba dejándola sin respiración, no podía soportar más la idea de estar encerrada en ese contenedor que se veía forzada a compartir con otras treinta personas igual de cansadas y sofocadas. Chila añoraba sus montañas, sentir la helada ventisca jugueteando con sus largos cabellos, el aroma boscoso mezclado con el humo del fogón encendido por su madre cada mañana y observar el desvanecimiento de la niebla matinal que con su marcha le dejaba el camino libre al brillante y acogedor sol. Al dar otra profunda inhalación, sintió un fuerte malestar provocado por el desagradable e intenso olor que de golpe la regresó a su presente, la amargura se instaló en su corazón y la impotencia la dominó. Aún no comprendía por completo la serie de eventos que la llevaron hasta el vehículo que sería su prisión por largos días, transportándola desde su adorado Chiapas hasta el norte del país, en donde trataría de cruzar la frontera de Estados Unidos como ilegal.

    Hubiera preferido conservar su antigua vida, no le molestaba cuidar a sus hermanos y ayudar a sus padres en la siembra. Incluso añoraba los días de cosecha, sin importar el arduo trabajo, bien valían la pena por la alegría de viajar a San Cristóbal de las Casas el día de la venta; para Chila y sus hermanos era el equivalente a un día de fiesta. Mientras recorrían las hermosas calles de la ciudad colonial, Chila se fascinaba al observar a las mujeres paseándose sobre los elevados tacones, ataviadas con modernas vestimentas, divertidas en grupos de jóvenes. Se imaginaba como una de ellas, viviendo en la ciudad; quizás algún día, cuando su edad lo permitiera, sus padres la dejarían buscar un trabajo e instalarse ahí. Pero perdió todos sus planes al ser acorralada y abusada por un hombre de una comunidad cercana, quien después de usarla la mandó herida y asustada de vuelta a su hogar en donde ya no fue recibida. En pocas horas su vida cambió por completo, se quedó sola y desesperada. ¿Qué más podía hacer? No tenía a donde ir, después de ser repudiada por su padre, corrió llorando por largas horas; cuando la rabia pasó, se dio cuenta de que estaba en el camino hacia San Cristóbal de las Casas, entonces lo decidió: buscaría a su tío Lázaro, tal vez él se apiadaría de ella y la llevaría hasta la frontera. El pánico le carcomía el estómago al no saber qué sería de su vida; por desgracia, o tal vez por suerte, sólo sufrió el miedo por unos minutos más, el agotamiento llegó en forma de bruma densa, nublando primero su visión y después su cerebro, dejándola inconsciente.

    Despertó cuando concluía la primera parte de su viaje. Lázaro había sido coyote por muchos años, conocía todas las formas de cruzar la frontera, pero lo más importante era que sabía la forma de sobrevivir, algo que pocos lograban. Chila supo entonces que estaba en Tijuana y que todavía le faltaba cruzar un desierto. Su nuevo sueño estaba a punto de realizarse. Lázaro le había contado de la gran ciudad a la que se dirigían, los hermosos edificios metálicos y que toda la gente que vivía en ella hablaba gracioso como los turistas que visitaban Chiapas.

    Lázaro y otros dos hombres cortaron una cerca metálica con un aparato que Chila jamás había visto; en cuanto concluyeron, cruzaron la cerca y corrieron con toda su fuerza hasta alejarse lo más posible. Lázaro mantuvo a Chila cerca de él a jalones y a pesar de la oscura noche, ella sabía que estaban dejando atrás a muchas de las personas que viajaban con ellos. Chila siempre pensó que en el desierto sentiría mucho calor, pero aquella noche infernal un frío inexplicable calaba sus huesos; cada zancada era más difícil que la anterior pues sus pies se enterraban en la profunda arena y mientras más fuerza aplicaba a sus pasos más se complicaba su corretear. Jamás había sentido tampoco tal sequedad en su respiración; inhalar se convirtió en un reto y al paso de su avance los gritos se multiplicaban. A lo lejos alcanzó a ver el resplandor de luces rojizas y azuladas que rápidamente avanzaban en la dirección donde se encontraban. No podía permitir que la detuvieran, sin importar lo terrible que le pareciera el desierto, sería peor tener que regresar. La desesperación se apoderó de ella cuando Lázaro la soltó y corrió lejos gritando: ¡no te preocupes Chila, apenas es tu primer intento!

    Moíra

    Pasaban de las tres de la tarde cuando Moira despertó con un agudo dolor de cabeza, abrió los ojos y la intensa luz de la tarde cegó su visión forzándola a cerrarlos de nuevo. Se cubrió el rostro con las manos mientras su cerebro comenzaba a reaccionar, abrió los ojos otra vez y descubrió que no se encontraba sola en la cama. ¿Quién rayos es éste?, se preguntó incorporándose con brusquedad. Observó su alrededor y confirmó que se encontraba en su cuarto de hotel y además, que había dormido con un completo desconocido. Tomó una sábana y se envolvió en ella con rapidez, rodeó la cama sonriendo con ironía hasta detenerse al lado del chico que dormía tranquilo; lo observó por un instante y le consoló un poco el hecho de que al menos era un tipo atractivo, con fuertes y bronceadas extremidades, acompañadas de un rostro con bellas facciones masculinas. Respiró con profundidad, se agachó para tomar la camisa que la noche anterior había terminado en el piso junto a la cama, la enrolló y se la aventó bruscamente a la cara.

    —Hora de irse chico guapo —él joven reaccionó más rápido de lo que había previsto y en cuestión de segundos estuvo parado frente a ella—, terminó la fiesta —concluyó con firmeza, a pesar de haberse visto sorprendida por él y sus hermosos ojos color café.

    —¿Quién eres tú? —indagó el joven a su vez.

    —Moira —respondió, caminó hasta la puerta de la recamara y la abrió para él –y a ti te llegó la hora de ir a casa.

    —¿Ni siquiera preguntarás mi nombre?—Inquirió decepcionado, mientras juntaba su ropa desparramada por la habitación.

    —No lo creo.

    —¿Me darías tu número?

    —¡Por supuesto que no! Y ahora si me disculpas, tengo asuntos urgentes que atender.

    El chico se vistió con agilidad mientras Moira lo observaba divertida; cuando estuvo listo, salió de la habitación y se detuvo en el pasillo.

    —¿Estás segura de que…?

    —Segurísima —afirmó, sin dejarlo terminar la pregunta y le aventó la puerta en las narices—, hasta nunca —dijo al encontrarse sola.

    Atravesó la habitación con parsimonia, llegó hasta su valija de donde tomó un par de prendas, y se dirigió al cuarto de baño, abrió la regadera y mientras esperaba a que el agua brotara tibia, se recargó sobre el lavamanos, fijó la vista en la imagen de la rara chica que le devolvía la mirada desde el espejo. Examinó con detenimiento sus facciones, las cuales nunca se hubiera

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