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Pequeños cuentos perversos
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Pequeños cuentos perversos
Libro electrónico65 páginas1 hora

Pequeños cuentos perversos

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Una tarde en el cielo de Tijuana aparecen letras con las que los niños forman palabras como león, perro, felicidad, pero basta un leve soplo para que éstas formen a su capricho otras palabras como encajuelado, redada, sicario.

Las narraciones de "Pequeños cuentos perversos", de Hugo Salcedo, ofrecen la misma cualidad. Son historias escritas al amparo de la esperanza que revelan de manera súbita los aspectos ácidos y espinosos de la vida. Un cantante recibe una llamada inesperada, pilas de cadáveres expuestos al sol murmuran sus tragedias, mujeres que desaparecen y otro Jonás encerrado en una ballena altera su historia.

Hay en los cuentos de este libro algo que se oculta, una vacilación perversa que deja al lector con la velada sensación de que en el frágil equilibrio en el que vivimos somos al mismo tiempo quien jala del gatillo y quien recibe el balazo.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento15 oct 2015
ISBN9786079409357
Pequeños cuentos perversos

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    Vista previa del libro

    Pequeños cuentos perversos - Hugo Salcedo

    Índice

    Portada

    Créditos

    El jardín de la Emperatriz Quianglong

    Al otro lado de la prolongada piscina

    No era una niña ingenua

    Embrujado

    Veinte metros abajo

    Escucho el ladrar de los perros

    Esa diezmillonésima mínima parte

    La desgracia del taxista

    Tenía rato

    Era una embarcación ruinosa

    El penetrante olor a carne descompuesta

    De su maletín, la mujer

    Con los vientos de Santa Ana

    Justo el día en que yo nací

    Cansada de tanto ajetreo

    En uno de los laterales

    Adela llegó cuando atardecía

    En la rugosa rama del Cují

    Secados al sol

    Colofón

    Sobre el autor

    Pequeños cuentos perversos

    Hugo Salcedo

    Créditos

    Pequeños cuentos perversos / Hugo Octavio Salcedo

    Primera edición electrónica: 2015 

    D.R.©2015, Jus, Libreros y Editores, S. A. de C. V. en colaboración con Editorial Jus 

    Donceles 66, Centro Histórico 

    C.P. 06010, México, D.F 

    Comentarios y sugerencias: 

    (55) 12 03 37 81 / (55) 12 03 38 19 

    www.jus.com.mx / www.jus.com.mx/revista 

    ISBN: 978-607-9409-35-7, Jus, Libreros y Editores, S. A. de C.V. 

    Todos los Derechos Reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta 

    obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento 

    informático, la copia o la grabación, sin la previa autorización por escrito de los editores. 

    DISEÑO DE PORTADA: Anabella Mikulan / Victoria Aguiar PUMPKIN STUDIO 

    holapumpkin@gmail.com 

    FORMACIÓN: Anabella Mikulan 

    CUIDADO EDITORIAL: Jus, Libreros y Editores, S. A. de C. V. en colaboración con Editorial Jus

    El jardín de la Emperatriz Quianglong

    El jardín de la emperatriz Quianlong es ancho y profundo, pleno de nísperos, cipreses y ciruelos antiguos. Bajo la sombra de un esbelto árbol ella se acicala su larga cabellera con una peineta nacarada. Es verano, tiempo de los más recios calores. Su mucama, la más joven, le abanica rítmicamente a sus espaldas mientras la otra, la más vieja, descansa tendida a sus pies, en silencio, dispuesta a ofrecerle bocadillos que tan sólo con mirarlos son ya una delicia.

    La concubina predilecta del monarca lamenta que la vida sea tan corta y que teniéndolo todo, en realidad sólo tenga la oportunidad de veinte escasos días al año para distraerse a la orilla de ese estanque rebosante de lirios y de lotos. Allí el entorno propicia una tranquilidad suprema, sin el ajetreo de los banquetes oficiales ni de las bochornosas recepciones en honor a los jefes del ejército o a los embajadores que de tiempo en tiempo vienen con afortunadas noticias de la guerra que se libra al norte, en las estepas de Mongolia.

    La Emperatriz, al mirarse con detenimiento sus minúsculos pies encorsetados con sedas perfumadas, recuerda cuando ella tuvo que hacer lo mismo a su primogénita: era la última vez que los dedos de la chiquilla verían la luz del sol. Que tus pies huelan el aroma, repitió en silencio. En una especie de ceremonial, le habían cogido los bracitos a la niña para que no se moviera, y ella misma le envolvió salvajemente cada una de sus dos extremidades. De afuera hacia adentro, con una energía más que potente. Del dedo meñique hasta el pulgar. Apretando. Lastimando. Encimando las débiles falanges de cartón. Un dedo sobre el otro. Fuerte, muy fuerte. Para que los pies no crezcan. Para que sean siempre un grácil pececito y vuelen casi, cuando no puedan caminar.

    Alguna vez la propia madre de Quianlong, en compañía de otras mucamas, le hizo a ella igual. Ese recuerdo por supuesto que estaba olvidado en la mente de la actual Emperatriz, pero ahora ella lo suponía con certeza ante el semejante ritual que le había entorpecido las extremidades pero que –al tiempo– la había convertido en posible soberana.

    ¡No llores, Sishi!, rememora ahora la exquisita consorte repitiendo el nombre de su inocente cría a quien le pedía –como si la pequeña de meses la entendiera– que empezara a acomodar su diminuto cuerpo en el estrecho cuerpo de una princesita de pies pequeños, para que no midan nunca más de doce centímetros como marca la tradición, nunca más grandes que el tamaño de una blanquecina flor de Loto.

    Una termina por acostumbrarse a los caprichos de la vida, se dice como para consolarse. Vuelta y vuelta con la cinta de seda,

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