Pequeños cuentos perversos
Por Hugo Salcedo
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Las narraciones de "Pequeños cuentos perversos", de Hugo Salcedo, ofrecen la misma cualidad. Son historias escritas al amparo de la esperanza que revelan de manera súbita los aspectos ácidos y espinosos de la vida. Un cantante recibe una llamada inesperada, pilas de cadáveres expuestos al sol murmuran sus tragedias, mujeres que desaparecen y otro Jonás encerrado en una ballena altera su historia.
Hay en los cuentos de este libro algo que se oculta, una vacilación perversa que deja al lector con la velada sensación de que en el frágil equilibrio en el que vivimos somos al mismo tiempo quien jala del gatillo y quien recibe el balazo.
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Pequeños cuentos perversos - Hugo Salcedo
Índice
Portada
Créditos
El jardín de la Emperatriz Quianglong
Al otro lado de la prolongada piscina
No era una niña ingenua
Embrujado
Veinte metros abajo
Escucho el ladrar de los perros
Esa diezmillonésima mínima parte
La desgracia del taxista
Tenía rato
Era una embarcación ruinosa
El penetrante olor a carne descompuesta
De su maletín, la mujer
Con los vientos de Santa Ana
Justo el día en que yo nací
Cansada de tanto ajetreo
En uno de los laterales
Adela llegó cuando atardecía
En la rugosa rama del Cují
Secados al sol
Colofón
Sobre el autor
Pequeños cuentos perversos
Hugo Salcedo
Créditos
Pequeños cuentos perversos / Hugo Octavio Salcedo
Primera edición electrónica: 2015
D.R.©2015, Jus, Libreros y Editores, S. A. de C. V. en colaboración con Editorial Jus
Donceles 66, Centro Histórico
C.P. 06010, México, D.F
Comentarios y sugerencias:
(55) 12 03 37 81 / (55) 12 03 38 19
www.jus.com.mx / www.jus.com.mx/revista
ISBN: 978-607-9409-35-7, Jus, Libreros y Editores, S. A. de C.V.
Todos los Derechos Reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta
obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento
informático, la copia o la grabación, sin la previa autorización por escrito de los editores.
DISEÑO DE PORTADA: Anabella Mikulan / Victoria Aguiar PUMPKIN STUDIO
holapumpkin@gmail.com
FORMACIÓN: Anabella Mikulan
CUIDADO EDITORIAL: Jus, Libreros y Editores, S. A. de C. V. en colaboración con Editorial Jus
El jardín de la Emperatriz Quianglong
El jardín de la emperatriz Quianlong es ancho y profundo, pleno de nísperos, cipreses y ciruelos antiguos. Bajo la sombra de un esbelto árbol ella se acicala su larga cabellera con una peineta nacarada. Es verano, tiempo de los más recios calores. Su mucama, la más joven, le abanica rítmicamente a sus espaldas mientras la otra, la más vieja, descansa tendida a sus pies, en silencio, dispuesta a ofrecerle bocadillos que tan sólo con mirarlos son ya una delicia.
La concubina predilecta del monarca lamenta que la vida sea tan corta y que teniéndolo todo, en realidad sólo tenga la oportunidad de veinte escasos días al año para distraerse a la orilla de ese estanque rebosante de lirios y de lotos. Allí el entorno propicia una tranquilidad suprema, sin el ajetreo de los banquetes oficiales ni de las bochornosas recepciones en honor a los jefes del ejército o a los embajadores que de tiempo en tiempo vienen con afortunadas noticias de la guerra que se libra al norte, en las estepas de Mongolia.
La Emperatriz, al mirarse con detenimiento sus minúsculos pies encorsetados con sedas perfumadas, recuerda cuando ella tuvo que hacer lo mismo a su primogénita: era la última vez que los dedos de la chiquilla verían la luz del sol. Que tus pies huelan el aroma
, repitió en silencio. En una especie de ceremonial, le habían cogido los bracitos a la niña para que no se moviera, y ella misma le envolvió salvajemente cada una de sus dos extremidades. De afuera hacia adentro, con una energía más que potente. Del dedo meñique hasta el pulgar. Apretando. Lastimando. Encimando las débiles falanges de cartón. Un dedo sobre el otro. Fuerte, muy fuerte. Para que los pies no crezcan. Para que sean siempre un grácil pececito y vuelen casi, cuando no puedan caminar.
Alguna vez la propia madre de Quianlong, en compañía de otras mucamas, le hizo a ella igual. Ese recuerdo por supuesto que estaba olvidado en la mente de la actual Emperatriz, pero ahora ella lo suponía con certeza ante el semejante ritual que le había entorpecido las extremidades pero que –al tiempo– la había convertido en posible soberana.
¡No llores, Sishi!
, rememora ahora la exquisita consorte repitiendo el nombre de su inocente cría a quien le pedía –como si la pequeña de meses la entendiera– que empezara a acomodar su diminuto cuerpo en el estrecho cuerpo de una princesita de pies pequeños, para que no midan nunca más de doce centímetros como marca la tradición, nunca más grandes que el tamaño de una blanquecina flor de Loto.
Una termina por acostumbrarse a los caprichos de la vida
, se dice como para consolarse. Vuelta y vuelta con la cinta de seda,