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Zona cero
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Libro electrónico188 páginas2 horas

Zona cero

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Jane creía ardientemente en la vida normal, hasta hace muy poco. El marido la ha abandonado y ella se ha instalado en Manhattan. El once de septiembre de 2001, desde la oficina contempla, con un vaso de café en la mano, uno de los hechos más trágicos de la historia de Nueva York.
De ese momento se aleja polvorienta y pronto iniciará un combate contra la mujer que cae de las torres.
La novela es una descripción de la ruina, desde su origen hasta el inicio del desescombro, en instantáneas ordenadas y combates ficticios con el poder limitador de la mente.
Un proceso de duelo artístico vivido desde la descripción fría de la tragedia y el caos encendido posterior.
Es una historia absorbente, servida con una escritura contundente y física. Núria Busquet nos propone un duelo material y espiritual, un texto centrífugo que fusiona la historia personal y la historia universal, para intentar crear una tela fija de color azul Klein.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento7 mar 2022
ISBN9788418639838
Zona cero
Autor

Núria Busquet Molist

Núria Busquet Molist (Cardedeu, 1974). Traductora y escritora. Licenciada en Traducción e Interpretación (UAB, 1996) y Máster en Estudios de la Diferencia Sexual (UB, 2006). Se dedica profesionalmente a la traducción literaria y la transcreación como traductora autónoma.Colabora habitualmente en libros y artículos sobre teatro, traducción, poesía y crítica poética. Participó en el XXIII Seminari de Traducció Poètica de Farrera, organizado por la Institució de les Lletres Catalanes, dedicado a los poetas rusos, del que realizó la edición del libro Esperit i Fang junto con Ricard San Vicente. Colaboró como ponente en el Coloquio internacional Llengües i cultures en contacte: el català i l’Europa d’avui. Diàlegs culturals mitjançant traduccions literàries, que tuvo lugar en la Universidad de Bucarest en abril de 2015, con la comunicación Jerusalem: translating the Englishness, sobre la traducción de la obra de teatro Jerusalem, de Jezz Butterworth. Además de la citada obra teatral, ha traducido otras obras de teatro, así como novela y poesía (Douglas Stuart, Tessa Hadley, Dylan Thomas, Elizabeth Strout, Louise Glück, Ted Hughes, Sylvia Plath y Margaret Atwood son algunos de los autores que ha traducido al catalán). Con su traducción de El Colós, de Sylvia Plath, obtuvo el premio Jordi Domènech de traducción de poesía en 2019. También ha participado como traductora y poeta en diversas antologías.En cuanto a obra propia, es autora del libro de poemas Arca Mínima (Edicions Tremendes, 2015) y la novela Partículas (Lleonard Muntaner, 2017), que en julio de 2017 ganó el premio Pare Colom del Ayuntamiento de Inca, merecedora también del premio El lector de l’Odisea en octubre de 2018. En septiembre de 2019 publicó la novela Zona cero (LaBreu, 2019), que fue una de las doce obras finalistas en el premio Òmnium a mejor novela del año y finalista también del Premi Llibreter.Es organizadora del Festival de Poesía de Cardedeu PAM! (Poesía a Manta!) y miembro de APTIC, AELC y PEN catalán.

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    Zona cero - Núria Busquet Molist

    sobre la autora

    Núria Busquet Molist (Cardedeu, 1974). Traductora y escritora. Licenciada en Traducción e Interpretación (UAB, 1996) y Máster en Estudios de la Diferencia Sexual (UB, 2006). Se dedica profesionalmente a la traducción literaria y la transcreación como traductora autónoma.

    Colabora habitualmente en libros y artículos sobre teatro, traducción, poesía y crítica poética. Participó en el XXIII Seminari de Traducció Poètica de Farrera, organizado por la Institució de les Lletres Catalanes, dedicado a los poetas rusos, del que realizó la edición del libro Esperit i Fang junto con Ricard San Vicente. Colaboró como ponente en el Coloquio internacional Llengües i cultures en contacte: el català i l’Europa d’avui. Diàlegs culturals mitjançant traduccions literàries, que tuvo lugar en la Universidad de Bucarest en abril de 2015, con la comunicación Jerusalem: translating the Englishness, sobre la traducción de la obra de teatro Jerusalem, de Jezz Butterworth. Además de la citada obra teatral, ha traducido otras obras de teatro, así como novela y poesía (Douglas Stuart, Tessa Hadley, Dylan Thomas, Elizabeth Strout, Louise Glück, Ted Hughes, Sylvia Plath y Margaret Atwood son algunos de los autores que ha traducido al catalán). Con su traducción de El Colós, de Sylvia Plath, obtuvo el premio Jordi Domènech de traducción de poesía en 2019. También ha participado como traductora y poeta en diversas antologías.

    En cuanto a obra propia, es autora del libro de poemas Arca Mínima (Edicions Tremendes, 2015) y la novela Partículas (Lleonard Muntaner, 2017), que en julio de 2017 ganó el premio Pare Colom del Ayuntamiento de Inca, merecedora también del premio El lector de l’Odisea en octubre de 2018. En septiembre de 2019 publicó la novela Zona cero (LaBreu, 2019), que fue una de las doce obras finalistas en el premio Òmnium a mejor novela del año y finalista también del Premi Llibreter.

    Es organizadora del Festival de Poesía de Cardedeu PAM! (Poesía a Manta!) y miembro de APTIC, AELC y PEN catalán.

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    * * *

    Para Xavi

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    * * *

    Solo dos cosas puedo hacer por ellos:

    describir este vuelo

    y no decir la última palabra.

    WISLAWA SZYMBORSKA

    "Fotografía del 11 de septiembre", Instant

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    * * *

    Zona cero

    Escuchad. Oiréis sonidos, a partir de ahora, que os parecerán ajenos. También podría ser, nunca se sabe, que lleguéis a encontrar un vínculo entre las acciones que leeréis y el resorte parado que os permite avanzar sin frenaros, y que los sonidos de dentro, no os acaben de afectar. No os preocupéis, es absolutamente normal. El contacto con la parte exterior de la carcasa no molesta, pero pensar en el saco perezoso del interior no acaba de convenceros, por lo que tiene de finito. Podría ser. El miedo de morir, aunque sea simbólicamente, puede llegar a convertir el hierro duro en una cómoda colcha.

    Pero insistid: pegad la oreja contra el tacto frío. Escuchad la maquinaria. Parece que no haga ruido, en un primer momento, ¿verdad? Es silenciosa, la muy cobarde. Solo se muestra cuando dejar de funcionar correctamente. Cuando se estropea. Cuando ya no se relaciona con el planeta, la galaxia. Solo se oye en convivencia o en ruina. Somos inconscientes de nuestra existencia hasta que no nos la muestra algún circuito perjudicado, o un futuro inservible que no nos deja avanzar hacia donde pensábamos. Cuando nos ahoga la luz. Cuando caemos sobre el asfalto.

    Muy bien.

    Escuchad también el ruido que yo hago ahora. Las teclas que ahora toco: escribo y borro, escribo y borro. Sabéis que no soy yo no sois vosotros; no es, tampoco, el pensamiento del cual resulta la misma acción de ser yo. Diríais que son solo palabras. Unidas en frases que se quieren volver relato con una única esperanza: respirar, existir, crecer. Alzarse. Y escuchad el soplo del aire, que a medida que se separa del cuerpo lo hace menos puro y más real, vaciado de la toxicidad pastosa que no deja nunca de entrar por la tráquea y hace hervir la sangre. Y cuando hierve, sí: hace un ruido insoportable. Escuchadlo, por favor.

    En las porciones de vida, lejos de la pantalla en blanco, podéis escuchar la línea que limita: aquí, los humanos normales. Y aquí, los humanos que un día creyeron morir y tuvieron que aprender a levantarse. En un pánico ancestral, mantienen cada célula del cuerpo como una piedra, una estatua. Por eso están tan callados. Esperan, en silencio, un toque de aliento divino que les permita el movimiento, el sonido. Allá en el suelo, entre edificios, ¿los veis? Fénixs sin alas. Escribir sobre ellos es como reírnos de nosotros.

    Os dicen, sin voz: ¿Qué importancia tiene saber que nadamos contra corriente desde la voluntad de no ser nada y en cambio queremos serlo todo a la vez? ¿Que nos dirigimos todos hacia el abismo porque el desfiladero, en el fondo, nos gusta? ¿Qué es, vivir, si no avanzar en el sentido inverso de la existencia, volver hacia atrás y hacia delante, como un paria sin tierra ni una razón para ser paria, más que la voluntad tozuda de serlo, para no acabar nunca de acabar?.

    Escuchad, ¡escuchémoslos!

    Fuimos humanos entre humanos sin ser humanos del todo, porque estuvimos a punto de dejarlo, pero entonces, en aquel instante, ¡nos sentimos tan reales! Nos esforzamos sin ganas, y ahora vivimos sin saber todavía si querer seguir viviendo es una suerte o una desgracia. Se entiende: sabemos, como vosotros, que somos un polvillo de vida que se apaga en un planeta lleno de vida en medio de una galaxia inerte.

    Escuchad este silbido que no cesa, como un mensaje del otro lado. La urgencia imposible. Es esta, la importancia: ser consciente a cada momento del ruido insoportable que no oímos si no atendemos: el motor del avión que se dirige inevitablemente hacia nosotros, la carcoma que trabaja pacientemente dentro de un mueble que el tiempo insiste en corroer y nosotros restauramos, una y otra vez. La angustia de las torres solitarias que se mantienen de pie y nos recuerdan cuál es el fin.

    Escuchad, que ahora me dispongo a escribir, escribo y borro, escribo y borro. Lo que todavía no se ha escrito nos acosa poco a poco: un silencio ensordecedor, implacable, inaudible en medio del griterío humano.

    Escuchad, escuchadme, todavía.

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    * * *

    Four darks in red

    (Cuatro sombras en rojo)

    Mark Rothko, 1958

    Whitney Museum of American Art, Nueva York

    Un lienzo dividido en cuatro bandas horizontales de diferente anchura que parecen flotar en el plano y se difuminan en el color rojo del fondo, sobre el que están situadas. La luminosidad se extrae de la repetición de capas finas de pintura, que permite que la capa inicial sobresalga en algunos puntos del cuadro.

    La base de la obra son los negros, marrones y rojos, que, combinados de diferente manera y presentes por todas partes, producen un efecto de vibración y movimiento en un lienzo que sabemos estático, una ilusión óptica controlada.

    Esta combinación, según el autor, evoca las tres emociones básicas: la tragedia, el éxtasis, la fatalidad.

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    * * *

    I

    CUATRO SOMBRAS EN ROJO

    (INSTANTÁNEAS)

    PRIMERA INSTANTÁNEA:

    DOS HOMBRES PASAN LOS CONTROLES DE SEGURIDAD DEL AEROPUERTO

    La cámara de seguridad nos sitúa en el tiempo y en el espacio: es el día once de septiembre del 2001, 9-11-01 en el orden norteamericano, son las 5.45h y 14 segundos. Dos hombres de piel oscura acaban de pasar el control de seguridad del aeropuerto. Uno va detrás del otro. El de delante, que es el que sabe lo que se hace, lleva una camisa blanca, unos pantalones oscuros, la tarjeta de embarque en la mano y un maletín de piel negra que le cuelga del hombro. Camina con seguridad, nadie le impide el paso. Alza un pelín la barbilla. Sabe que morirá y en el rostro se le reconoce una seguridad miedosa, la duda sobre la existencia de un paraíso demasiado poco definido para un humano. Aun así, la seguridad que transmite no se debe al paraíso que le espera. Es la seguridad del final preparado y pensado, rodeado de otros que no lo saben. Es la seguridad de la no-marcha atrás, que se rebela desde la cabeza e intenta silenciar el estómago.

    Ha desayunado. Pensaba que no lo haría, pero lo ha hecho. Se ha terminado los últimos dos huevos con tostadas que tenía en la nevera. Se ha tomado un te especiado. Se ha duchado y se ha afeitado. Ha esperado que se despierten los otros. La noche ha sido plácida. Ayer habló con su madre y le aseguró que pronto, pronto estarían juntos. Ella dio gracias a Alá.

    El hombre que va detrás suyo, en el control de seguridad, también va con una camisa blanca, pantalones de color crudo. Coge el maletín que ha pasado por la cinta del control de seguridad y lo sujeta como quien coge una bandeja. Tiene mucho miedo, se le nota por su porte. Él es quien no ha dormido, quien se ha pasado media noche en el lavabo con diarrea. Se siente enfermo y la falta de sueño y de comer se le ve en la cara. Lo sabe. Que morirá de aquí a unas horas, y que el éxito de su misión, morir matando, dependerá de cómo haga lo que le toca hacer que es, en orden estricto: tomar el control de la cabina con los otros y dejar que su compañero pilote el aparato hasta el objetivo: una torre específica de la ciudad de Nueva York. Observa, de reojo, no sin envidia, la seguridad del otro. No lo tiene tan claro como él, pero disimula. No es que dude de las posibilidades de éxito de la misión, sino de la misión en ella misma. Tiene esperanza. Grave error. Que algo salga mal, que pueda aterrizar y bajar del avión en algún momento. Una mente como la suya es un embrollo de deseos y de posibilidades. Fatal para un terrorista suicida. Pero es que tiene mujer y dos hijos. Los ama. Hace meses que no los ve.

    Giro inconsciente de la mente para compensar un pensamiento intolerable: sabe que se lo agradecerán. No tiene muchas opciones: morir matando y obtener la gloria eterna, asegurándoles el futuro de paso, o morir a manos de sus compañeros, castigado, humillado. No es que quiera morir, pero llegados a este punto, ya que lo tiene que hacer, mejor morir dejando algo. Esta es la conclusión a la que llega, y esto le calma.

    A la izquierda de la foto, de espaldas, está el guarda de seguridad que los ha dejado pasar.

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    * * *

    I

    A las siete y cuarto, y no a las siete, es decir, un cuarto de hora tarde, llego a mi oficina de la planta 80. Torre sur. En lugar de hacerlo en la estación del World Trade Center, he bajado una estación antes para poder salir fuera, caminar, notar el aire. Lo he decidido en el último momento. Dentro del metro había sentido un nervio extraño al recordar que, al salir de casa y mirar el cielo, el día me había parecido de un azul edénico. El azul, como es sabido, es un color que calma, y más si es un azul con matices de paraíso. Sí: he pensado, Jane, hoy hace un día bonito y tu obligación es comenzarlo mirando hacia arriba.

    Penetro en el edificio por la puerta de la plaza. Llevo en la mano, dentro de una bolsa de papel marrón, un bagel de pasas que he comprado antes en el puesto de Anthony, de la calle Greenwich, justo delante de la torre sur. Sorprende, a esta hora, el ruido del tráfico. Los tacones repican, resuenan por encima del ruido de la gente con la que me cruzo, los unos, los otros, en un hormiguero ajetreado convertido en vestíbulo de un día laborable. Entro en el ascensor directo que me llevará hasta otro vestíbulo, el de la planta 78, y allí espero otro ascensor, el último, que es el que me deja en mi sitio. Al llegar a la oficina, enciendo mecánicamente las luces y este lugar inhóspito, a oscuras, deja de ser un erial para transformarse en un lugar vivo por el milagro de la luz. El aleluya del día se abre delante de mí con una perspectiva poco amable: en el silencio de la soledad de la oficina puedo imaginar los sonidos constantes, repetitivos que, al cabo de unas horas, harán de banda sonora de mi día. Como cada día inacabable. Me cuesta respirar por un momento. La muerte, el final, a menudo pide audiencia sin avisar para hacer un paseo siniestro en el devenir de la rutina. Entonces, pienso en todo el trabajo pendiente, vuelvo al presente, el cual, por el hecho de ser presente, tiene más sustancia, como mínimo más tacto, así que dejo el bagel sobre la mesa y voy hacia la máquina de café, mientras espero que el ordenador se encienda. La luz artificial se refleja sobre las mesas, y todo aquello deja poco a poco de ser un lugar mío para convertirse en el escenario colectivo de mi vida. Aquí, nada cambia. Y es un pensamiento reconfortante, lo reconozco. Y solo es martes.

    Siempre soy la primera. Intencionadamente constante en llegar antes que nadie, por dos razones, una de las cuales pragmática a la vez

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