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V Laboratorio de Escritura Teatral (LET): Un cadáver exquisito - El corazón de astronauta - Los deberes -Alicias buscan Maravillas -Viaje al fin de la noche - Mariela perdona
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V Laboratorio de Escritura Teatral (LET): Un cadáver exquisito - El corazón de astronauta - Los deberes -Alicias buscan Maravillas -Viaje al fin de la noche - Mariela perdona
Libro electrónico446 páginas5 horas

V Laboratorio de Escritura Teatral (LET): Un cadáver exquisito - El corazón de astronauta - Los deberes -Alicias buscan Maravillas -Viaje al fin de la noche - Mariela perdona

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Un cadáver exquisito – Manuel Benito
En pleno invierno suizo, dos hombres, uno polaco y el otro búlgaro, roban el cadáver del actor Charles Chaplin para pedir un rescate a su viuda, Oona Chaplin. Ella les asegura que no va a darles nada a cambio de recuperarlo porque, aunque amaba a su marido, eso no le va a devolver la vida. El comisario que investiga el caso necesita la ayuda de Oona para detener a los secuestradores y dar ejemplo a toda la población inmigrante, pero ella, también inmigrante, se niega a colaborar. Los medios de comunicación dan la noticia del robo, y entonces el entorno que rodea a Oona y a la familia Chaplin empieza a presionar para que se resuelva el caso.

El corazón de astronauta – Beatriz Bergamín
El corazón de astronauta es la historia de amor de una mujer que necesita ser amada. Como no lo consigue, crea en las redes sociales el perfil falso de un hombre del que se enamora otra mujer que necesita amar, sin saber que su foto pertenece a un hombre real que no es capaz de amar.

Los deberes – Marcos Gisbert
En un instituto público de enseñanza secundaria, el claustro de profesores entra en conflicto cuando descubre un arma de fuego en la mochila de un alumno. El joven, de origen estadounidense, lleva apenas dos años residiendo en España. ¿Bajo qué luz puede abordarse la violencia en las aulas? ¿Las herramientas de la nueva escuela sirven para una concienciación real? ¿Qué papel juegan el Estado, la escuela, la familia, en la perpetuación de la violencia como modo de relacionarnos? ¿Qué es la violencia?

Alicias buscan Maravillas – Lucía Miranda
Aquí el protagonista eres TÚ. Sí, TÚ. El País de las Maravillas está en peligro y, para salvarlo, Alicia necesita hacer seis cosas imposibles antes del desayuno. La primera, que TÚ acudas a su llamada y la acompañes en este viaje para niños de 8 a 88 años por la diversidad: sombrereros con esquizofrenia, una ciega y una perra inseparables o un grupo de flores que huyen de sus padres.
Una historia entre lo documental y lo Carroll, escondida en un parque de Madrid.

Viaje al fin de la noche – María San Miguel
Viaje al fin de la noche es un mosaico del presente en el País Vasco construido con las voces que aún no han sido escuchadas. Ahora los hijos y las hijas de las víctimas y de los perpetradores son los actores de una nueva sociedad que trata de dejar atrás una historia de dolor y violencia. ¿Qué heredamos realmente de las experiencias vividas por nuestros padres? ¿Es posible construir un nuevo contexto a pesar el dolor y de la herencia recibida?

Mariela perdona – Claudia Tobo
Mariela, víctima del conflicto armado colombiano, regresa a su pueblo tras firmarse la paz, pero su casa ya no existe. Se enfrenta al duelo, a la rabia y a la reconciliación. Quiere reconstruir su casa y su perdón sin saber muy bien cómo hacerlo. Mariela sabe odiar pero no tiene ni idea de cómo se vive en paz, de cómo se pone en práctica aquello que le dijeron que le daría la felicidad.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento18 oct 2017
ISBN9788480488891
V Laboratorio de Escritura Teatral (LET): Un cadáver exquisito - El corazón de astronauta - Los deberes -Alicias buscan Maravillas -Viaje al fin de la noche - Mariela perdona
Autor

Manuel Benito

MANUEL BENITO (Madrid, 1976). <p>Empieza dirigiendo sus propios textos y adaptaciones antes de estudiar interpretación. Como actor, trabaja en varios montajes con distintas compañías. Con <em>Solo una oportunidad</em>, primer montaje de su compañía, MbymB, gana el Premio Jóvenes Creadores 2003 del Ayuntamiento de Madrid, además de una beca de formación.</p> <p>Como autor estrena, entre otras, la ya mencionada <em>Solo una oportunidad</em>, <em>Los dioses y los días</em>, <em>Lo vi allí solito y me lo llevé</em>,<em> </em><em>Eres una zorra endemoniada pero te quiero mucho</em>, <em>Proyecto Hildegart</em>, <em>El día que volvimos otra vez a comer mierda</em>, <em>Las mil caras de Caperucita</em>, <em>Por entre esas duras peñas</em><em> </em>(versión de <em>Don Quijote de la Mancha</em>), <em>Tanto nitrógeno no puede ser bueno</em>, <em>Las veladas niculistas</em>...</p> <p>Estudia Dramaturgia en la RESAD y<em> </em>allí estrena <em>Meeting</em> y <em>El regreso del hijo</em><em>. </em>Realiza también lecturas dramatizadas de varias de sus obras: <em>Las palabras a una reja o la venganza encontrada</em>, <em>La bolsa o la vida</em>, <em>Cómo suicidarse sin que se note</em>, <em>El perro del republicano tiene los cojones como calabacines</em>, <em>La suerte, igual que viene...</em>, <em>Gran oferta</em><em>... </em></p> <p>Ha colaborado en el programa de RNE <em>Carne Cruda</em>, como el personaje nico (el perro protagonista de <em>Solo una oportunidad</em><em>)</em>. También ha colaborado con las revistas teatrales <em>Primer Acto</em> y <em>Godot</em>, y las publicaciones<em> </em><em>Gaceta Universitaria</em> o <em>Alquimia</em><em>.</em> Periódicamente publica la revista <em>la hora de nico</em>. Ha traducido textos teatrales del inglés, el francés y el italiano. Ha adaptado obras de Lope de Vega y también material no teatral, para ser puesto en escena, como algunos cuentos de Alberto Moravia, una novela danesa o las <em>Heroidas</em> de Ovidio. Trabaja en producción y como jefe de prensa de distintas compañías de teatro, y en el equipo de producción del Teatro Guindalera durante diez años.</p>

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    V Laboratorio de Escritura Teatral (LET) - Manuel Benito

    V Laboratorio de Escritura Teatral

    Un cadáver exquisito

    MANUEL BENITO

    El corazón de astronauta

    BEATRIZ BERGAMÍN

    Los deberes

    MARCOS GISBERT

    Alicias buscan Maravillas

    LUCÍA MIRANDA

    Viaje al fin de la noche

    MARÍA SAN MIGUEL

    Mariela perdona

    CLAUDIA TOBO

    Sin la autorización por escrito de la editorial, no se permite la reproducción total o parcial de estas obras ni tampoco su tratamiento o transmisión por ningún medio o sistema.

    De igual manera, todos los derechos que de ellas dimanen, cualquiera que sea la naturaleza de estos, así como las traducciones que puedan hacerse, incluyéndose igualmente las representaciones profesionales y de aficionados, las películas de corto y largo metraje, recitación, lectura pública y retransmisión por radio o televisión, quedan estrictamente reservados. Se pone un especial énfasis en el tema de las lecturas públicas, cuyo permiso deberá asegurarse por escrito.

    Las solicitudes para la representación de estas obras, de cualquier clase y en cualquier lugar del mundo, habrán de dirigirse a Sociedad General de Autores y Editores, SGAE, en la calle de Fernando VI número 4, 28004 Madrid, España.

    V LABORATORIO DE ESCRITURA TEATRAL

    Primera edición, 2017

    © De Un cadáver exquisito: Manuel A. Benito Picón

    © De El corazón de astronauta: Beatriz Bargamín Serredi

    © De Los deberes: Marcos Gisbert Ferri

    © De Alicias buscan Maravillas: Lucía Rodríguez Miranda

    © De la ilustración: Javier Burgos

    © De Viaje al fin de la noche: María San Miguel Santos

    © De Mariela perdona: Claudia Tobo Tobo

    © De las ilustraciones: Luis Forero

    © De la Presentación: Carles Alberola

    © De los textos preliminares: sus autores

    © Para esta edición: Fundación SGAE, 2017

    Coordinación editorial: Pilar López. Diseño gráfico: José Luis de Hijes

    Maquetación y procesos digitales de edición: bolchiroservicios.com

    Corrección: Susana Pulido. Logotipo de la colección: Francisco Nieva

    Imprime: Estugraf Impresores, SL

    Edita: Fundación SGAE

    Bárbara de Braganza, 7, 28004 Madrid

    www.fundacionsgae.org

    publicaciones@fundacionsgae.org

    ISBN: 978-84-8048-888-4

    ISBN electrónico: 978-84-8048-889-1

    DL: M-26510-2017

    Por el secreto compartido

    Sinceramente, para alguien que disfruta escribiendo, ¿puede haber algo mejor que reunirse con otros autores para contar historias? Sí, que te paguen por hacerlo. Y en eso consiste el Laboratorio de Escritura Teatral de la Fundación SGAE: hablar, escuchar, escribir, reflexionar, reescribir, hablar, escuchar, escribir, reflexionar, reescribir... Así, en bucle. Durante seis meses. Y cobrando, no lo olvidemos.

    Pero al margen de nuestro placer y de la enorme fortuna amasada en este tiempo, todo esto ¿para qué? Pues para que ahora puedas tener en tus manos estos seis textos, diversos, complejos, románticos, existenciales, llenos de humor y dolor, donde las ausencias aúllan y se hacen presentes, y donde los sueños caminan a nuestro lado susurrándonos que las cosas, si las sueñas, pasan.

    Mi agradecimiento a la Fundación SGAE por confiar en mí para dirigir el V Laboratorio de Escritura Teatral. Y sobre todo mi agradecimiento eterno y mi respeto a Manuel Benito, Beatriz Bergamín, Marcos Gisbert, Lucía Miranda, María San Miguel y Claudia Tobo, autores y autoras con los que he compartido estos meses de trabajo intenso. Gracias infinitas por dejarme habitar vuestras historias cuando se estaban tejiendo y eran tan frágiles, por vuestra generosidad al asumir mis cuestionamientos y provocaciones, por el respeto con el que habéis recibido las reflexiones de vuestros compañeros. Y gracias por pensar en el lector o el espectador como destinatario último de nuestro trabajo, pues soy de los que creen que escribir tiene sentido si lo hacemos abrazados a aquellos que nos leerán o verán nuestras historias representadas en escena.

    Con el deseo de que estos textos te permitan a ti, lector, viajar a territorios conocidos o desconocidos, y que algún día desde algún escenario te hagan vivir más intensamente, te invito a que pases la página porque ahí empieza lo realmente emocionante.

    Carles Alberola

    Director del V Laboratorio de Escritura Teatral

    Índice

    Cubierta

    Portada

    Créditos

    Presentación. Carles Alberola

    Un cadáver exquisito

    Manuel Benito

    El corazón de astronauta

    Beatriz Bergamín

    Los deberes

    Marcos Gisbert

    Alicias buscan Maravillas

    Lucía Miranda

    Viaje al fin de la noche

    María San Miguel

    Mariela perdona

    Claudia Tobo

    Catálogo editorial Fundación SGAE

    Un cadáver exquisito

    MANUEL BENITO

    A Jacobo Muñoz, que me habló de esta historia

    y se empeñó en que la escribiera

    Manuel Benito, como escritor, es un ser con un particular sentido del humor que refleja muy apropiadamente en toda su obra teatral. Existe en el Manuel Benito autor cierta ingenuidad, como la del niño inteligente que ha decidido no crecer más pero que guarda un gran tesoro de vivencias y sensaciones cuidadosamente acumuladas. Él sabe escuchar en silencio, recibe y almacena todo lo que sucede a su alrededor (como el bebé cuando se asoma al mundo) y uno imagina cómo va ensanchando su mundo interno. Quizá por eso, cuando escribe, su punto de vista crítico es a la vez amable. Ya son famosos los mensajes que deja escritos en servilletas por todo Madrid, con toques críticos e inteligentes pero llenos de un humor cordial. Además, su pulcritud en la forma es admirable. Cada palabra está escrupulosamente bien escogida o es virtuosamente acertada, y nunca descubrirá uno la falta de la más insignificante tilde.

    Para escribir esta obra viaja a Suiza y toma prestados algunos acontecimientos del robo del cadáver de Charles Chaplin. Su intento es partir de un hecho real y recrearlo en la ficción para hablar de la inmigración y de cómo algunos países, que parecen tener los brazos abiertos a ella, se comportan de una forma totalmente contraria a lo que publican.

    Un cadáver exquisito transcurre en el sur de Suiza, en marzo de 1978, y nos habla de la necesidad imperiosa de dos almas inocentes, que se ven obligadas a realizar un acto muy alejado de los impulsos de su naturaleza porque un entorno tremendamente injusto les empuja a ello. En una sociedad que se cree perfecta, pero que no es benevolente con el que no pertenece a ella, llegando incluso a rozar la inmoralidad, dos víctimas de ese mismo sistema, dos pobres hombres desesperados por conseguir un minuto de felicidad en un mundo hostil como Suiza, cometen la torpeza de intentar sacar partido de alguien que se beneficiaba de ese mundo pero que, curiosamente, era un espejo de esas mismas víctimas. ¿Por qué deciden secuestrar el cadáver de Charles Chaplin? ¿Hay algún tipo de vínculo entre el cadáver secuestrado y los secuestradores? ¿La acción del desentierro, secuestro y peripecias posteriores no podría ser una representación de cualquier historia de Charlot? Hay un momento durante la obra en que los secuestradores y la imagen del secuestrado se funden en una misma realidad, en una pequeña pantomima sobre la figura de Charlot, situada en una estación de trenes abandonada. Y lo que vemos y escuchamos es un eco de los mensajes y emociones que recibíamos de las magistrales películas de Charles Chaplin. Indudablemente, la sombra de Chaplin es alargada y sigue viva no solo en múltiples creaciones sino en el comportamiento, en la vida de personajes reales. Va más allá de ser un modelo de referencia para todo tipo de creación artística en las artes escénicas, el cine, la literatura, etc. Como decía Einstein, su arte es universal, todo el mundo lo comprende y admira. Su cine forma parte de la memoria colectiva de todas las culturas. Sus personajes, cargados de ternura y buenos sentimientos, desposeídos siempre por un sistema injusto, están presentes en todos nosotros. ¿Quién no se acuerda de esos personajes que rezuman ternura por todos sus poros? Manuel Benito, consciente de todo eso, ha sabido con gran habilidad enlazar esos valores heredados por la creación chaplinesca con el tremendo problema de la inmigración en Europa, y en concreto en una nación tan civilizada como Suiza. A fin de cuentas, Charles Chaplin fue un inmigrante, privilegiado, como es natural, pero al que por su actitud comprometida le cerraron las puertas de Estados Unidos, donde había desarrollado toda su carrera cinematográfica.

    Durante la primera lectura de la obra uno no tiene que esforzarse mucho para visualizar la acción de los personajes, provocada por sus impulsos vitales, que nacen de unos deseos muy claros. Vemos inmediatamente la línea de acción de todos ellos, sus mundos internos y las relaciones emocionales con los otros. En las acciones más simples, como barrer el suelo, detectamos el alma del personaje, qué desea, qué teme, en qué mundo vive, cómo se siente. Podríamos decir que la acción dramática es tan clara y rica que un director escénico no tendría que romperse mucho la cabeza para montar la obra.

    Su estilo tiene el color y el sabor de las películas anteriores al cine sonoro. A veces, acciones sin texto tienen la cualidad, de una forma muy simple pero acertada, de inducir a la sonrisa y, a la vez, a la ternura y la compasión que producen esos personajes desposeídos. Chaplin decía que la simplicidad es algo difícil de alcanzar, y aquí se alcanza. La acción, muy ágil, tiene el ritmo de aquellas comedias cinematográficas. Sus golpes, tropiezos, caídas e impulsos ingenuos nos provocan risa y simpatía, pero también conmiseración, como cuando ante el tropiezo de una persona que inesperadamente se da un tremendo tortazo nos partimos de risa. El dolor puede ser la razón de la risa de alguien, pero la risa no debe ser la razón del dolor de alguien. Lo decía Chaplin, y está presente en la obra de Manuel Benito. Nos reímos de sus miserias pero a la vez sentimos pena por el sufrimiento humano. Decía Chaplin que la vida mirada de cerca es una tragedia, pero vista de lejos, parece una comedia. Un cadáver exquisito es una comedia ágil, tierna y con toques líricos, que confío ver muy pronto sobre un escenario. Eso espero y deseo.

    Juan Pastor Millet

    Director de escena y maestro de actores

    Un cadáver exquisito

    Personajes

    Gandscho Ganev: Mecánico de coches búlgaro, de 40 años. Habla francés con acento extranjero; ciertas palabras no las pronuncia bien y algunas expresiones las dice erróneamente.

    Roman Joseph Wardas: Mecánico de coches polaco, de 24 años. Habla francés con acento extranjero, pero sabe más francés que Gandscho.

    Oona ¹ Chaplin: Mujer estadounidense de 53 años, viuda de Charles Chaplin, con apellido de soltera O’Neill. Habla francés perfectamente.

    Jules Melville: Comisario de policía de la Suiza francófona, de 50 años. El francés es su lengua materna.

    La acción, inspirada en hechos reales, transcurre en el sur de Suiza, en las proximidades del lago Lemán, entre el 2 y el 13 de marzo de 1978.

    Índice de escenas

    Uno

    Dos

    Tres

    Cuatro

    Cinco

    Seis

    Siete

    Ocho

    Nueve

    Diez

    Once

    Doce

    Trece

    Catorce

    Quince

    Dieciséis

    Diecisiete

    Uno

    2 de marzo de 1978, a punto de amanecer

    Salón de una casa de veraneo al pie de la montaña suiza. Las ventanas están cerradas, pero tienen unas contraventanas abiertas y, a medida que va avanzando la escena, va amaneciendo y empieza a entrar por ellas cada vez más luz. En el salón vemos un sofá, una mesa baja, una estantería con algún libro, un mueble bar y cajones, un televisor, una mesa de comedor rodeada por sillas...

    Gandscho y Roman entran con un pesado y voluminoso ataúd que tiene unas grandes asas de plata. Gandscho, el más corpulento de los dos, entra el primero tirando del ataúd, pero este pesa tanto que Roman no puede empujar más, y Gandscho casi tiene que tirar él solo. Dejan el ataúd en el centro de la sala. Van con unos chubasqueros sucios y mojados (incluso con restos de nieve), puestos encima de los abrigos. Sus zapatos están manchados de tierra.

    Roman.— Deberíamos haberlo vuelto a...

    Gandscho.— Ya está amaneciendo. Si no fueras tan flojo, nos habría dado tiempo.

    Roman.— Muy bien.

    Gandscho.— Además, nieva. No me gusta la nieve, ya te lo he dicho.

    Roman.— (Irónicamente) A mí sí. A mí me encanta la nieve. Sobre todo, me encanta quedarme bajo la nieve durante horas.

    Gandscho mira a Roman unos segundos y está a punto de decirle algo, pero recapacita y se calla. Roman sale por la puerta. Gandscho observa las asas del ataúd y trata de arrancarlas, sin éxito. A continuación sale, y el salón queda en silencio unos segundos. Vuelve a entrar Roman sin chubasquero y sin zapatos, pero con el abrigo puesto. Sus calcetines tienen agujeros. Lleva en las manos un cepillo y un recogedor. Barre la tierra que han soltado los zapatos por toda la sala. Barre con sumo cuidado alrededor del ataúd. Se oye ruido de vasos fuera. Roman apoya el cepillo y el recogedor en una silla y se acerca al ataúd, pasa un dedo por su superficie y al comprobar lo sucio que está, sale. Enseguida entra Gandscho con un destornillador y trata de hacer presión con él para arrancar un asa del ataúd, sin éxito. Lo deja por imposible y camina hacia la puerta. Se encuentra con Roman, que vuelve con un trapo en la mano.

    Quítate los zapatos y el chubasquero, que acabo de barrer.

    Gandscho.— A sus órdenes, jefe. (Sale)

    Roman limpia con el trapo la superficie del ataúd. Saca de su bolsillo una vela y la deja sobre el ataúd; saca una caja de cerillas, enciende la vela y se santigua. Deja la caja de cerillas sobre la mesa baja. Entra Gandscho de nuevo, sin chubasquero ni zapatos (también sus calcetines tienen agujeros), con el abrigo puesto y con una caja metálica de la que coge una galleta y le da un mordisco. Le ofrece a Roman.

    Galletas. (Roman no le hace caso, está rezando) ¿Qué estás haciendo? (Roman sigue sin contestar) Muy bien.

    Gandscho deja la caja de galletas sobre la mesa baja y vuelve a salir. Roman termina de rezar y comienza a pasar concienzudamente el trapo por toda la superficie del ataúd. Al rato regresa Gandscho llevando una bandeja con tazas humeantes.

    No hay cerveza. Maldito país. (Deja la bandeja sobre la mesa y enciende el televisor)

    Roman.— ¿Qué haces?

    Gandscho.— Pues entretenerme.

    Roman.— Un respeto, por favor.

    Gandscho.— ¿Respeto?

    Roman señala el ataúd. Gandscho, molesto por no tener cerveza, se sienta en el sofá. Roman, también molesto, pero no por no tener cerveza sino por haber hecho algo que no quería hacer, se acerca al televisor y lo apaga. Gandscho se levanta, mira a Roman desafiante, vuelve a encender el televisor, se sienta de nuevo, coge una taza humeante y la caja de galletas, y apoya los pies sobre la mesa.

    He encontrado té y galletas, menuda porquería. (Le ofrece la caja de galletas desde el sofá)

    Roman.— No como galletas, gracias.

    Gandscho.— (Coge otra galleta y deja la caja sobre la mesa) Pues no sé dónde hay más comida. Y tú eres de los que tienen hambre a todas horas. (Muerde la galleta)

    Roman.— Te dije que parásemos a comprar algo.

    Gandscho.— Sí, con el regalito en la furgoneta. Además, las tiendas aún no han abierto... (Se termina la galleta) No están mal. No sé por qué no comes galletas, todavía tienes edad de comer galletas, lo has demostrado esta noche.

    Roman.— El ser mayor que yo no te da derecho a...

    Gandscho.— Cállate.

    Roman.— (Se sienta en el sofá, coge la otra taza de té y le da un trago) Tenía miedo.

    Gandscho.— Pues ya se te puede ir quitando...

    Roman.— Es muy fácil decirlo.

    Gandscho.— Llorica. (Coge otra galleta. Mira la tele mientras sigue comiendo. Vuelve a ofrecer galletas a Roman) Come algo. (Roman no come) Están ricas. Son saladas. Las galletas, son saladas. Y mira qué forma tan extraña... (Le enseña una) Parece un hueso.

    Roman.— (Lee la etiqueta del lateral de la caja) Gandscho... (Le mira)

    Gandscho.— ¿Qué miras?

    Roman.— ¿De dónde has sacado esto?

    Gandscho.— De la despensa.

    Roman.— Son galletas para perros.

    Gandscho le observa con cara de desconfianza.

    Hundekekse. Hund es perro. En alemán.

    Gandscho.— (Deja en la caja la galleta que tiene en la mano, con asco, mirando a Roman) ¿Seguro?

    Roman.— Es útil saber un poco de alemán. Sobre todo si vives en Suiza.

    Gandscho.— No te creo. ¿Desde cuándo los perros comen galletas?

    Roman.— ¿Y por qué tienen forma de hueso?

    Gandscho.— Porque estos suizos están locos. Es el frío, que les afecta.

    Roman.— Y entonces ¿por qué la dejas?

    Gandscho.— Para dar un trago a esta porquería. (Da un trago) Pero la vuelvo a coger, ¿ves? (Coge la galleta, la mira, piensa que tal vez sea para perros pero que tiene hambre y se la va a terminar. Se la mete en la boca) ¡Qué rica!

    Roman.— ¿Y no había nada más en la despensa? (Coge la tapa de la caja)

    Gandscho.— Té y galletas, ya te lo he dicho. Ahí está la prueba de que no son para perros. ¿Por qué guardarlas en la despensa, junto al té, si fueran para perros?

    Roman.— (Le enseña la tapa) ¿Y qué me dices de este perro que hay en la tapa?

    Gandscho mira la tapa, haciendo como que ya no le apetece comer galletas e intentando ver el perro, pero sin sus gafas no puede. Roman se levanta, coge el trapo, el cepillo y el recogedor, y se dispone a salir de la sala, pero antes se acerca al televisor y lo apaga.

    Gandscho.— ¿Qué haces? (Roman sale sin contestar. Gandscho grita) ¡En algún sitio de la casa tiene que haber algo que no sea té y galletas! ¡Ponte a buscar! (Coge otra galleta, la mira, indeciso, y se la mete en la boca) Pues no están tan malas.

    Tras comerse la galleta y beberse el té, Gandscho se saca un paquete de cigarrillos del bolsillo y se pone uno en la boca. Busca cerillas en sus bolsillos, sin éxito. Entonces ve la caja de cerillas que Roman había dejado sobre la mesa y la coge, pero está vacía. La tira sobre la mesa. Se levanta. Se dispone a encender el cigarrillo con la llama de la vela que está sobre el ataúd. Pero se lo piensa dos veces y no lo hace. Sale de la habitación. Roman regresa con el trapo en una mano y un producto de limpieza en la otra, y comienza a frotar el ataúd a conciencia. Gandscho entra de nuevo en la sala fumando, y con una cámara de fotos colgada del cuello.

    Te va a quedar impecable. (Roman le ignora) El ataúd. (Roman le sigue ignorando) He encontrado más cerillas. Para que puedas seguir encendiendo tus velitas... (Roman sigue sin responder) ¿Quieres dejar de sacarle brilla?

    Roman.— Brillo. Se dice brillo. ¿Te molesta la limpieza?

    Gandscho.— Es una pérdida de tiempo.

    Roman.— Lo suponía, te molesta la limpieza.

    Gandscho.— No digas estupideces. Nada más llegar lo primero que buscas en la casa son los productos de limpieza, pero no te preocupas por encontrar nada de comer. Y luego dices que tienes hambre. (Le quita el trapo)

    Roman.— Pero ¿qué haces?

    Gandscho.— Tenemos que seguir buscando comida por la casa, porque quedan pocas galletas y además...

    Roman.— Hasta que lo volvamos a enterrar le debemos un respeto.

    Gandscho.— ¿Un respeto?

    Roman.— Es un cadáver y debería descansar en un lugar sagrado.

    Gandscho.— Un respeto al hambre que tengo, eso es lo que tú no has mostrado...

    Roman.— ¿Y qué tiene que ver...?

    Gandscho.— Además, tengo que sacarle unas fotos.

    Roman.— ¿Unas fotos? ¿Ahora unas fotos? ¿Para enviárselas a tu esposa y a tus hijos?

    Gandscho le quita la tapa a la cámara que lleva al cuello y se dispone a hacer fotos al ataúd. Roman sigue junto al ataúd y Gandscho le hace una seña para que se aparte, pero Roman no lo hace.

    Gandscho.— ¿Te quieres quitar de ahí?

    Roman.— ¿Qué pasa? ¿Te avergüenzas de mí? ¿No quieres que salga yo en las fotos? Como si lo hubieras robado tú solito, que no podías ni conducir, no veías...

    Gandscho.— Aparta, Roman.

    Roman.— No pienso hacerlo. Si quieres hacer fotos, hazlas conmigo.

    Gandscho.— (Empujando a Roman, que cae al suelo) ¡Quítate de ahí!

    Roman.— (Desde el suelo) No te entiendo. ¡Fotos, ahora!

    Gandscho.— Mejor que no me entiendas.

    Roman.— Qué ganas tengo de que acabe todo esto y perderte de vista...

    Gandscho comienza a hacer fotos, unas diez o doce.

    Gandscho.— Lo mismo pienso yo.

    Roman.— ¿Y de dónde has sacado esa cámara?

    Gandscho.— De un armario del primer piso.

    Roman.— Dijimos que solo usaríamos lo necesario...

    Gandscho.— Esto es necesario.

    Roman.— Además, ¿cuándo has aprendido a hacer fotos...?

    Gandscho termina, rebobina el carrete, abre la tapa de la cámara, lo saca y se lo guarda en el bolsillo. Durante toda esta operación, Roman le observa embelesado, sin levantarse del suelo. Después, Gandscho deja la cámara sobre la mesa. Roman se levanta y la mira sin atreverse a acercarse a ella.

    Gandscho.— ¿Qué miras? No, tú no puedes usarla, tú solo puedes usar lo necesario. Y hablando de lo necesario... ¿Tienes sueño?

    Roman.— No voy a poder dormir.

    Gandscho.— ¿Por el frío?

    Roman.— No voy a poder dormir con esto aquí... Esta noche lo enterramos.

    Gandscho.— Eso sí que no va a ser necesario.

    Roman.— ¿Por qué?

    Gandscho.— Este es el negocio del siglo. En un par de días tendremos el dinero y...

    Roman.— Debe estar enterrado.

    Gandscho.— En cuanto anochezca llamamos a la viuda, y mañana como muy tarde...

    Roman.— Qué fácil lo ves todo.

    Gandscho.— No pienso trabajar en vano. Lo que planeamos fue enterrarlo en otro lugar esta misma noche, tras haberlo desenterrado, pero no ha podido ser por tu culpa. Se nos hubiera hecho de día, porque eres una nenaza y no puedes coger peso... Y además, seguía nevando... Ahora el regalito lo tenemos con nosotros, en casa. Pues aquí se va a quedar. Cuando nos den el dinero, nos largamos del país y punto. Sin enterrarlo.

    Roman.— Qué fácil lo ves todo.

    Gandscho.— Nos dan la pasta y les damos la dirección de la casa para que recojan el muerto. Para entonces ya estaremos muy lejos. ¿Enterrarlo? ¿Para qué?

    Roman.— Pero no puede ser, Gandscho, los muertos deben estar bajo tierra.

    Gandscho.— Eso son tonterías religiosas.

    Roman.— Además...

    Gandscho.— ¿Qué?

    Roman.— Estás acatarrado y no lo notas, pero... ¿quién hubiera dicho que pudiera... oler tan... mal?

    Gandscho.— Pero ¡con este frío no huele! Yo no huelo nada. Anda, vamos a quitarlo del medio del salón.

    Roman.— No, vamos a enterrarlo.

    Gandscho.— Nada de enterrarlo. Ayúdame. Vamos a llevarlo a esa esquina. (Señala un lugar del escenario y se acerca al ataúd)

    Roman.— No, aquí en el salón no, mejor lo metemos en la habitación de al lado, que hay un cuadro de la Virgen.

    Gandscho.— Ya estamos otra vez...

    Roman.— (Se acerca al ataúd por el lado opuesto a Gandscho) ¡Huele fatal!

    Gandscho.— Lo vamos a poner donde yo diga... (Comienza a tirar del ataúd hacia el lugar que había dicho antes) Deberíamos hacer algo con las asas.

    Roman.— (Empieza a empujar) ¿Qué quieres hacer con las asas?

    Gandscho.— Arrancarlas. Son de plata.

    Roman.— ¡Ni se te ocurra! ¡Y no tires tan fuerte, que estás rayando el suelo!

    Dos

    2 de marzo de 1978, por la tarde

    En un lateral de la escena, una cabina telefónica, pequeña, con puerta para evitar el frío. En el otro lateral de la escena, una mesita baja con un teléfono y un bloc de notas, en casa de Oona Chaplin.

    Gandscho y Roman se disponen a hacer una llamada desde la cabina. Ambos están dentro muy juntos porque fuera hace frío.

    Gandscho.— Dame monedas.

    Roman.— ¿Monedas?

    Gandscho.— Algo suelto, para llamar.

    Roman.— Ah, ¿era yo quien tenía que traer monedas para llamar?

    Gandscho.— No, no hemos decidido quién tenía que traer monedas, pero te las estoy pidiendo a ti. Esto es un trabajo en equipa.

    Roman.— Esto es un trabajo en equipo cuando te conviene. ¿Por qué tengo que pagar yo la llamada? Ya he pagado los bocadillos de la comida con el poco dinero que me quedaba.

    Gandscho.— Y yo he pagado las cervezas de la comida con el poco dinero que me quedaba, así que estamos en paz.

    Roman.— Pues yo no he bebido cerveza, así que...

    Gandscho.— Cállate y busca en las bolsillas.

    Roman.— ¡Bolsillos! (Se mete la mano en el bolsillo y le da unas monedas) No me parece bien, deberíamos haber hablado esto antes.

    Gandscho.— Hay cosas que no es necesario hablar.

    Roman.— Me gusta tenerlo todo previsto. Odio las sorpresas, no me gusta improvisar...

    Gandscho.— Pues si trabajas conmigo, muchas veces te va a tocar improvisar.

    Roman.— Tienes suerte de que me quede algo suelto en el bolsillo... (Le repite la palabra un par de veces, algo cabreado) ¡Bolsillo! ¡Bolsillo!

    Gandscho.— ¡El número!

    Roman.— ¿Qué número?

    Gandscho.— ¿Dónde has puesto el número de teléfono?

    Roman.— Lo has guardado tú.

    Gandscho.— No, lo has guardado tú, lo has apuntado en un papel que había encima de la mesa y te lo has guardado, que te he visto perfectamente...

    Roman.— (Le mete la mano a Gandscho en el bolsillo de la chaqueta y saca un papel) Aquí, aquí lo he guardado, en tu bolsillo.

    Gandscho.— (Mira el papel pero no puede leer sin gafas) Díctamelo. Esto es un trabajo en equipa. (Introduce las monedas en la ranura tras palpar con los dedos para encontrarla)

    Roman.— ¿Y tus gafas?

    Gandscho.— En casa... En la bolsilla del impermeable...

    Roman.— ¿Las has perdido? ¿Tú, que no pierdes nunca nada?

    Gandscho.— No las he perdido, están en la bolsilla del...

    Roman.— ¡Bolsillo!

    Gandscho.— No las he perdido.

    Roman.— 777 74 61. El número. 777 74 61.

    Gandscho.— (Se dispone a marcar el número) 777... No veo... Marca tú...

    Roman.— Inútil.

    Gandscho.— Imbécil.

    Roman marca el número. Suena el teléfono en la casa de Oona. Gandscho y Roman esperan, nerviosos.

    (Contando en voz alta los tonos del teléfono) Uno... Dos... Tres...

    Roman.— (Que se impacienta) ¿Lo ves? No contestan. No hay nadie en la casa. Esto no va a salir bien. Vámonos.

    Gandscho.— Cállate... Seis... Siete...

    Oona se acerca a la mesita del teléfono y descuelga.

    Oona.— Residencia Chaplin.

    Gandscho.— (Fingiendo la voz) ¿Señora Chaplin?

    Oona.— Sí, soy yo.

    Gandscho.— Buenas tardes, señora. No cuelgue, lo que tengo que decirle es importante, muy importante, importantísimo.

    A Roman, por los nervios de la situación, le entra la risa al escuchar la voz que está fingiendo Gandscho.

    Oona.— ¿Quién es usted?

    Gandscho.— (Que ve a Roman reírse, tapa el auricular y le habla enfadado) ¿Y tú de qué te ríes, imbécil?

    Oona.— ¿Oiga?

    Roman.— ¿Y esa voz?

    Gandscho.— (A Roman) ¿Te quieres callar?

    Oona.— ¿Oiga?

    Gandscho.— Señora, calle y escúcheme atentamente. Tenemos el cadáver de su esposo. Oculto, para que la policía no pueda encontrarlo.

    Oona.— ¿Por fin se ponen en contacto conmigo?

    Gandscho.— ¿Cómo? ¿No se sorprende?

    Oona.— ¿Por qué habría de sorprenderme? Esperaba esta llamada desde hace horas. ¿Quién es usted?

    Gandscho.— (A Roman, media frase con la voz fingida y cuando

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