Nuevos planes
Por Melissa James
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Brett había desaparecido hacía seis años y a Samantha no le habían quedado más que buenos recuerdos… y una hija a la que criar sola. Pero Brett había regresado y por fin había conseguido encontrar a su esposa. El problema era que ahora tenía una hija que no sabía nada de él. Aunque sabía que nunca podría compensar todos los años que había faltado, Brett seguía siendo el marido de Sam y, aunque ella había cambiado y lo trataba con enorme desconfianza, él seguía amándola apasionadamente…
Melissa James
Melissa James is a former nurse, waitress, shop assistant and history student at university. Falling into writing through her husband (who thought it would be a good way to keep her out of trouble while the kids were little) Melissa was soon hooked. A native Australian, she now lives in Switzerland which is fabulous inspiration for new stories.
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Nuevos planes - Melissa James
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2006 Lisa Chaplin
© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Nuevos planes, n.º 2089 - noviembre 2017
Título original: Long-Lost Father
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-9170-482-9
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Si te ha gustado este libro…
Capítulo 1
ASÍ QUE se casó con el príncipe y fueron felices para siempre en su precioso castillo –Samantha Holloway cerró el libro de cuentos y le acarició el rostro a su hija–. Es hora de dormir, princesa.
La niña abrió su boquita de piñón para bostezar.
–Bueno –los ojos castaños, tan parecidos a los de su padre, se volvieron hacia Samantha, pero sin enfocarla. Unos ojos tan preciosos como desoladores porque aunque llenos de expresión, no tenían brillo–. ¿Sigues queriéndome como de aquí a la luna?
A Sam se le hizo un nudo en la garganta mientras le acariciaba el pelo.
–Más que a nada en el mundo, princesa.
Querer y proteger a su hija era su misión en la vida.
Casey sonrió, con la expresión traviesa que también había heredado de su padre y los mismos hoyuelos en las mejillas.
–Buenas noches, mami.
Después de rezar su oración, se dio la vuelta y se tapó con la sábana antes de quedarse dormida.
Sam colocó los muñecos de peluche y el libro de cuentos en su estantería y luego hizo lo mismo con el resto de la casa. La limpieza y el orden no eran una obsesión ni un lujo para ellas. Era una necesidad, una obligación. Un juguete en el suelo era un accidente potencial; tirar la leche y no pasar la fregona de inmediato podía ser una tragedia.
Si tu hija era ciega, el desorden podría ser mortal.
Cuando terminó con las tareas y entró en su habitación, Sam dejó escapar un largo suspiro de alivio. Se acercó a la ventana y miró la calle a través de las ramas de los árboles, disfrutando de la paz y el silencio.
Ahora era su momento… para vivir.
«Pero no tengo a nadie con quien vivirlo».
«No hagas eso. La autocompasión es tan destructiva para ti como para Casey».
Se tumbaría un rato en la hamaca del porche, pensó. Sí, tenía que ser positiva…
El vestido de algodón cayó al suelo sin ruido. La ropa interior de color crema, la única concesión a la coquetería, lo siguió, pieza por pieza, por simple abandono. Luego, los años de rutina la obligaron a colocarlo todo sobre la cama. Sam se estiró, pasándose los dedos por los rubios rizos mientras respiraba profundamente el aire de la noche, olvidándose de la mujer responsable que debía ser durante el día, aunque sólo fuese una hora.
Por mucho que quisiera a Casey, y ningún ser humano podía querer más a su hijo, disfrutaba de la gloriosa libertad de estar sola. En ese momento, le pertenecía sólo a la dulce y aterciopelada noche de verano.
Las noches de febrero en Sidney eran muy calurosas, cargadas de tormenta, y hasta la prenda más delicada era una carga insoportable. A Sam le encantaba caminar por la casa ligera de ropa y dejar que la brisa que entraba por las ventanas refrescara su piel. Con una ligera bata de seda por todo atuendo, tumbada en la hamaca del porche que sólo podía instalar por las noches para que Casey no tropezase con ella, se perdía en el silencio y la oscuridad…
El distante sonido de un trueno la perturbó. Pero después de aquél llegarían más. Sam miró la piscina. Las luces del fondo parecían llamarla… Era su único capricho, alquilar una casa con piscina. Se decía a sí misma que Casey necesitaba hidroterapia, pero en el fondo sabía que era por ella. Nadar era la única forma de relajar la tensión que acumulaba durante el día.
Y hacía una noche perfecta para nadar… bajo la luz de la luna, las estrellas y esas nubes oscuras, aterradoras y hermosas… le habría gustado perderse en ellas, convertirse en parte de la noche.
«Deja de recordar».
Tenía poco tiempo antes de que estallase la tormenta. Ella era todo lo que Casey tenía y no podía hacer locuras como antes, cuando no importaba… antes de que Casey le diese fuerzas, significado y amor a su vida.
Veinte o treinta largos disiparían la tensión, la devolverían a la realidad.
Pero no admitiría nunca que de lo que quería escapar era de él, de su recuerdo.
Un minuto después, con su bañador favorito, de color azul cielo, se lanzó al agua, la zambullida coincidió con el trueno.
«Nada hasta cansarte y así no podrás pensar».
Siempre que había tormenta los recuerdos se agolpaban. La tensión se apoderaba de su corazón, de su cuerpo y de su alma, haciéndola sentirse tan sola… Y pensar en él era como esperar a un caballero de brillante armadura que la rescatase de su infinita soledad. Recuerdos de su risa, de él apretando su mano con un brillo intenso en sus ojos castaños con puntitos dorados…
–Samantha Holloway, éste es mi médico, Brett Glennon –se lo había presentado su jefe durante una fiesta en su elegante villa de Kew–. Te ha visto sola y ha querido conocerte.
Brett le había sonreído como si supiera un secreto maravilloso, increíble, que ella desconocía. Una mujer ya madura a los veintidós años, Sam esperó la típica frasecita de seductor sobre que el destino los había unido o algo parecido, pero él se limitó a mirar sus pies desnudos.
–No me puedo resistir ante unos pies tan bonitos como ésos. Los míos están celosos.
Y se quitó los zapatos, desafiando las miradas de desaprobación de la elegante concurrencia, con una sonrisa de complicidad que le había derretido el corazón.
Había sido así desde el principio. La hacía sentirse especial, la hacía reír. La vida no era ni seria ni trágica con Brett. Ella no era la doncella de hielo, era Sam, una joven que disfrutaba de la vida con un hombre que veía a la niña asustada que había bajo esa fría fachada.
Brett era la risa que nunca antes había conocido, el cariño que tanto había deseado en la oscuridad del orfanato. Y en su noche de bodas, la había hecho olvidar sus miedos y disfrutar de una pasión que sólo conocía por las novelas de amor. Durante cinco maravillosos meses, él había sido la luz de su vida, su amor, su razón para levantarse por las mañanas. Brett lo era todo.
Y entonces desapareció. Y el sol desapareció con él. De nuevo, retornó a la soledad, al abandono, al vacío del orfanato y las casas de acogida… a la nada. Brett se había ido, dejándola atrás.
Sin embargo, durante un tiempo, alguien la había amado. O al menos, lo creyó así. A veces deseaba haber seguido en la ignorancia…
De todas formas, Brett no la dejó completamente sola. Le había dejado un precioso tesoro y cada día le daba las gracias a Dios por su hija. Para Sam, Casey era perfecta, preciosa, su querida niña, su única familia. Y llevaba seis años yendo de un lado a otro para que siguieran juntas, para que nadie pudiera separarlas.
David y Margaret Glennon eran sus abuelos, pero sólo podrían obtener la custodia de la niña por encima de su cadáver.
«No pienses». «¡Sigue nadando!»
En una noche como aquélla era imposible no revivir esos meses con Brett. Se había ido mucho tiempo atrás y los recuerdos eran lo único que tenía de él. Pero le dolía tanto haberlo perdido, haber perdido el amor de un hombre que la conocía como nadie…
Algunas veces esos recuerdos eran abrumadores, de tan reales. Casi podía sentir el roce de sus labios en la boca, su aliento, los susurros que la hacían reír, que la excitaban o que la volvían loca de amor. Y aquella noche anhelaba lo que nunca más podría tener…
«¡Nada más rápido!» «Veinte. Veintiuno».
Los recuerdos, hermosos e inolvidables, eran también dolorosos y amargos. Le dolían tanto como le dolieron sus palabras después de aquel primer beso. Brett la había llevado al lado de la piscina, detrás de unas palmeras, riendo, y algo en él había derretido todas sus defensas, todos sus prejuicios contra los hombres.
Después de aquel beso increíble, y él no estaba riéndose cuando se apartó, le había dicho, con voz temblorosa y casi amarga:
–¿Por qué no he podido conocerte dentro de tres años?
«No pienses en ello. Sigue nadando. Sólo te quedan…»
–Hola,