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Esposa a medida
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Libro electrónico181 páginas3 horas

Esposa a medida

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Aquélla era la mejor manera de encontrar una mujer…
Ganar dinero era algo que Max Sheridan podía hacer hasta con los ojos cerrados, pero le resultaba imposible saber qué tenedor debía utilizar o cuándo abrir una puerta. Cosas que debía saber si quería encontrar esposa en la alta sociedad. Por eso necesitaba a Jessie Martinelli, asesora de buenos modales y protocolo de los nuevos ricos. Pero lo cierto era que ir con aquella belleza a las fiestas y salir con ella a cenar a la luz de las velas le hacía sentirse confundido.
¿De verdad quería casarse para prosperar y no por amor? Además, no podía olvidar aquel beso que le hacía pensar que quizá él también pudiera enseñarle un par de cosas sobre la pasión a la señorita "buenos modales"…
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento21 sept 2017
ISBN9788491700890
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    Esposa a medida - Judith McWilliams

    HarperCollins 200 años. Désde 1817.

    Editado por Harlequin Ibérica.

    Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 2006 Judith Mcwilliams

    © 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Esposa a medida, n.º 2070 - septiembre 2017

    Título original: Made-To-Order Wife

    Publicada originalmente por Silhouette® Books.

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

    Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

    I.S.B.N.:978-84-9170-089-0

    Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

    Índice

    Portadilla

    Créditos

    Índice

    Prólogo

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Si te ha gustado este libro…

    Prólogo

    Finalmente lo había conseguido! Y la prueba estaba ahí, en blanco y negro, para que la viera todo el mundo.

    Con un sentimiento de júbilo, Max Sheridan estudió el artículo de Forbes que, anualmente, nombraba a los americanos más ricos. Por primera vez, su nombre aparecía entre los millonarios de la lista. Eran sólo once letras, pero esas once letras representaban la culminación de diecisiete años de jornadas de dieciocho horas de trabajo y una determinación inquebrantable.

    Metió la mano en el bolsillo de los pantalones del traje gris hecho a medida que llevaba puesto, y sacó un sencillo llavero de acero inoxidable. Separó una pequeña llave de latón, y abrió el cajón inferior derecho del enorme escritorio de época. Echando a un lado una pila de contratos, sacó un estropeado cuaderno de espiral. Con cuidado, lo puso sobre el escritorio, y lo abrió por la única página que tenía algo escrito.

    Una paleta de recuerdos, dolor y esperanza lo embargó al ver las palabras escritas. Tenía dieciséis años cuando elaboró la lista de cosas que iba a conseguir en la vida. Entonces, era un asustado y desafiante adolescente que acababa de enterrar a sus padres.

    De pie junto a sus tumbas, se había jurado que jamás volvería a dejar su vida a merced de las decisiones de terceras personas. Y había mantenido ese juramento. Se había escapado del hogar de acogida al que lo habían enviado el estado después de morir sus padres, determinado a ganar el dinero suficiente para que nunca nadie volviera a tener poder sobre él. Recorrió con su mirada la elegante oficina, a cincuenta y dos pisos por encima de las bulliciosas calles de Nueva York, con sus valiosas antigüedades y piezas de arte. Estaba más alejado de la pobreza en la que había crecido de lo que jamás hubiera podido imaginar.

    Con la pluma dorada de su escritorio, Max trazó lentamente una línea negra y gruesa a través del antepenúltimo punto de su lista, que decía: «conseguir un millón de dólares». Sus ojos azules se entornaron al fijarse en los últimos dos puntos: «casarme y tener una familia».

    Casarse con la mujer adecuada sería el último paso de aquel largo viaje hacia la respetabilidad. Sería una prueba visible de que lo había conseguido. De que ya no era aquel pobre mocoso, sino alguien aceptado en las esferas más altas de la sociedad. Y conseguir a la mujer perfecta sería casi como planear la adquisición de una empresa. Primero había que identificar el objetivo, y después elaborar una serie de estrategias para lograrlo.

    Se volvió hacia una página en blanco del cuaderno y, por primera vez en diecisiete años, empezó a escribir en él.

    «Objetivo: esposa», escribió en la parte superior de la hoja. Pensó durante unos segundos, y añadió un guión junto a la palabra «esposa» y escribió «madre». Su papel de madre de sus hijos era tan importante como su papel de esposa.

    Max fijó su mirada vacía en el Monet de la pared a su derecha mientras ordenaba sus ideas.

    Puesto que él no sabía nada de cómo ser padre, tendría que depender de su mujer para que le enseñara cómo reconocer y cultivar las necesidades emocionales de sus hijos. Tendría que enseñarle la dinámica básica de la vida familiar que la mayoría de personas había adquirido de manera instintiva durante su infancia. Lo único que él había aprendido era el peligro de acercarse demasiado a cualquiera de sus padres cuando habían bebido. Eso, y la inutilidad de contar con ellos para nada. Así que, uno de los requisitos más importantes en una esposa era que hubiera tenido una infancia feliz y normal.

    También debía de ser atractiva físicamente. El sentido común le decía que su matrimonio tendría más posibilidades de tener éxito si se sentía sexualmente atraído hacia su esposa. La imagen de su última novia, una famosa modelo internacional, le vino a la cabeza. Desde luego, no era la idea que tenía de una esposa pero, definitivamente, despertaba su libido con su cuerpo alto y delgado, sus facciones perfectas y su pelo largo y rubio.

    «Alta, rubia, guapa», añadió a su lista. Se paró un momento a pensar, y tachó la palabra «guapa» para sustituirla por «atractiva». El aspecto no era tan importante, y no quería limitar sus opciones.

    Aunque, definitivamente, tenía que ser inteligente, puesto que sus hijos heredarían sus genes. Debía ser una licenciada para compensar el que él no hubiera terminado la escuela secundaria.

    Y él debía gustarle. No esperaba que su mujer lo amara más de lo que él tenía intención de amarla a ella. Por su experiencia, el amor era, en el mejor de los casos, una excusa para permitirse excesos emocionales y, en el peor, una trampa humillante y degradante. Max hizo una mueca de dolor al recordar la voz autocompasiva de su padre al afirmar que no podía hacer nada respecto al extravagantemente adúltero comportamiento de su mujer porque la amaba.

    No, él no quería formar parte de esa locura llamada amor. Además, por lo que había visto, los matrimonios basados en el amor resultaban ser muy absorbentes. Las mujeres enamoradas esperaban que el hombre estuviera siempre encima de ellas, y él no tenía tiempo para esas tonterías. Estaba demasiado ocupado gestionando sus negocios. Aunque tenía la intención de reducir su jornada cuando naciera su primer hijo, también tenía la intención de pasar la mayor parte de su tiempo libre con sus hijos. Sus hijos iban a ser lo más importante en el mundo para él, y necesitaba una esposa que lo entendiera. Que no esperase ser el centro de atención de su vida. Que encontrara su satisfacción emocional en los hijos, no en él. Que estuviera satisfecha con su respeto y afecto, y que no esperara un juramento de devoción infinita.

    Pero, aunque no quería que su matrimonio estuviera atestado de complicadas emociones, tampoco quería que se casaran con él por su dinero. Una mujer cuyo único interés en él fuera su valor neto podría decidir desistir a la menor señal de problemas, y un divorcio acompañado por una amarga disputa legal por la custodia de los hijos sería devastador para la salud emocional de los niños. Incluso alguien con su inexistente habilidad paternal podía comprenderlo.

    Podía proteger hasta cierto punto tanto a sus hijos como a sí mismo haciendo que su futura esposa firmara un acuerdo prematrimonial. Añadió una anotación al respecto. No era una solución infalible frente a caza-fortunas pero, probablemente, era lo mejor que podía hacer.

    Por último, quería una esposa perteneciente a una familia socialmente importante, a la que sus hijos estuvieran orgullosos de pertenecer, en contraste a la suya propia. Deseaba que su esposa reflejara el hecho de que había triunfado financiera y socialmente.

    Max estudió su lista con satisfacción. Aquello era exactamente lo que quería en una esposa.

    ¿Pero qué querría su futura esposa en un marido? Ese inquietante pensamiento ocupó su mente. ¿Resultaría atractivo al tipo de mujer que quería desposar? Inconscientemente, sus dedos rozaron la cicatriz que tenía en la mandíbula derecha, resultado de una pelea en un bar en la que se vio envuelto a los dieciocho años. ¿Sería su riqueza suficiente para compensar su tormentoso pasado? Dependía de un montón de factores, algunos de los cuales estaban fuera de su control. Y siendo así, era imprescindible que se hiciera con el control de lo que pudiera. Una de las cosas que podía hacer era pulir sus habilidades sociales. Aprender a moverse con facilidad entre la clase social a la que pertenecería su futura esposa.

    De repente, recordó algo que había oído por casualidad a un grupo de mujeres próximo a él en un cóctel la semana anterior. Se trataba de un comentario sobre Bunny Berringer, la esposa modelo de pasarela de Sam Berringer, uno de sus socios en la empresa. Algo de que, gracias al dinero de Sam, Bunny había sufrido una transformación, convirtiéndose en un clon de la fallecida Princesa Diana. Pero ninguna de ellas tenía idea de cómo lo había conseguido.

    Aunque Max no dudaba de que Bunny hubiera trabajado duro para aprender las habilidades necesarias, alguien debía haberle enseñado qué hacer y cuándo. Y quien quiera que fuera esa persona, había mantenido la boca cerrada, si no, aquellas pirañas de la fiesta habrían oído algo.

    Quizás debía hablar con Sam y preguntarle quién los había ayudado. Siempre se había llevado bien con él. Si le explicaba por qué necesitaba la información… Lo peor que podía hacer Sam era rechazar darle la información, pero no le diría a nadie que le había preguntado. Era demasiado listo para revelar una confidencia.

    Por teléfono, le pidió a su asistente personal que le comunicara con Sam. Debía poner su plan en marcha lo antes posible. Estaban en el mes de julio, y quería estar instalado en su propia casa con su esposa, preferiblemente embarazada de su primer hijo, para el día de Acción de Gracias.

    Capítulo 1

    Jessie miró su pequeño reloj de oro mientras se apresuraba hacia los ascensores del vestíbulo del enorme edificio de oficinas. Era la una y cincuenta y tres. Perfecto. Llegaría a la oficina de Max Sheridan con cinco minutos de adelanto. Lo suficientemente temprano para dejar claro que la reunión era importante para ella, pero no demasiado temprano como para parecer ansiosa.

    Entró en el ascensor vacío, presionó el botón del piso cincuenta y dos, y se miró en los espejos del ascensor. La falda negra plisada que llevaba casi hasta las rodillas estaba impecable, y la chaqueta a juego no tenía ni una pelusa. Bajó la mirada hacia sus largas y delgadas piernas, en busca de alguna carrera en las medias. Gracias a Dios, no había ninguna. Ni una mota en sus brillantes zapatos de tacón negros o en su estrecha cartera negra.

    Cuando el día anterior recibió la inesperada llamada para ver al inaccesible director de Sheridan Electronics, no estaba segura de qué ponerse. Normalmente se vestía para proyectar una imagen determinada, que dependía de para quién trabajaba y qué estaba intentando conseguir. Pero como no tenía ni idea de por qué el enigmático Max Sheridan quería verla, al final había optado por un aspecto conservador y profesional.

    Cuando se abrieron las puertas del ascensor, Jessie respiró profundamente, ignoró las mariposas que sentía en el estómago, y caminó con decisión hacia una mujer de mediana edad que estaba sentada detrás de un elegante escritorio de época en el área de recepción.

    –Soy Jessie Martinelli –dijo–. Estoy citada con el señor Sheridan a las dos.

    –Buenas tardes, señorita Martinelli. Espere un segundo mientras compruebo con su asistente personal si está libre.

    Mientras la mujer hacía la llamada, Jessie miró a su alrededor. El lugar reflejaba buen gusto. Una enorme alfombra color crema y azul cubría el suelo, y unos cómodos sillones distribuidos por la sala le daban la apariencia del salón en una casa. Era la primera vez que pisaba el piso directivo de Sheridan Electronics. Había visitado el departamento de recursos humanos en el piso de abajo el año pasado, cuando dio una presentación sobre sus clases. Pero, debido a la falta de visión de la mujer que la atendió, que no vio la necesidad de enseñar modales para los negocios a sus directores de cuentas, no había tenido razón para volver a visitar el edificio.

    ¿Sería ésa la razón de la inesperada llamada? ¿Habrían decidido que sus clases resultarían útiles, y querría Max Sheridan discutirlas? Sintió cierta emoción. Conseguir un contrato con un conglomerado como el de Sheridan obraría maravillas en el balance de su empresa.

    –El señor Sheridan la recibirá ahora, señorita Martinelli. Si me hace el favor de seguirme… –le dijo la mujer con una profesional sonrisa.

    Jessie respiró hondamente y siguió a la recepcionista.

    –La señorita Martinelli, señor –la mujer se apartó para dejar que pasara, y Jessie entró en la oficina rogando que no se notara lo nerviosa que estaba.

    Jessie se puso tensa al ver levantarse al hombre que había tras el escritorio de caoba. La oficina era enorme, pero Max Sheridan dominada el espacio fácilmente. Había visto fotografías de él

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