Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Papá por error
Papá por error
Papá por error
Libro electrónico166 páginas3 horas

Papá por error

Calificación: 5 de 5 estrellas

5/5

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Querido hijo:
Todavía no has nacido, pero ya me resulta fácil confiar en ti. Necesito desesperadamente aclarar mis confusos pensamientos. Por motivos que algún día comprenderás, siempre había planeado que tú y yo pudiéramos formar nuestra propia familia, pero la clínica de fertilidad ha cometido un terrible error y ahora tu padre biológico quiere formar parte de nuestras vidas. Matt Hanson es un importante empresario... pero la experiencia me hace recelar. Ojalá estuvieras aquí ya, sé que sabría si dejarme llevar por lo que mi corazón siente por Matt en cuanto lo viera tomarte en sus brazos...
Te quiere,
mamá.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento6 jul 2017
ISBN9788491700784
Papá por error

Relacionado con Papá por error

Títulos en esta serie (100)

Ver más

Libros electrónicos relacionados

Romance contemporáneo para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Papá por error

Calificación: 4.8 de 5 estrellas
5/5

10 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Papá por error - Karen Potter

    Editado por Harlequin Ibérica.

    Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 2005 Karen Potter

    © 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Papá por error, n.º 1999 - julio 2017

    Título original: Daddy in Waiting

    Publicada originalmente por Silhouette® Books.

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

    I.S.B.N.: 978-84-9170-078-4

    Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

    Índice

    Portadilla

    Créditos

    Índice

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Capítulo 13

    Epílogo

    Si te ha gustado este libro…

    Capítulo 1

    QUÉ DIRÍA su bisabuela sobre su decisión de tener un bebé sin encontrar primero un marido?

    Jenny Ames orientó la silla giratoria hacia la ventana y observó el soleado día de otoño de Cincinnati. Suspiró al divisar la nube que, sospechaba, albergaba el espíritu incansable de su bisabuela.

    La vieja mujer, muerta hacía casi diez años, seguía persiguiendo a Jenny. Siempre se había metido con su postura, con la ropa que llevaba, la comida que comía, los amigos que tenía.

    Jenny sonrió. La bisabuela habría sufrido un infarto al oír hablar de un banco de esperma, así que, todo lo que hubiera venido después, habría sido una pérdida de saliva.

    Para bien o para mal, nunca conocería a su tataranieta.

    En cuanto a sus propios padres, Jenny los consideró de pasada. Probablemente estuvieran demasiado ocupados recorriendo el desierto australiano disfrazados de directores de documentales como para preocuparse por su bebé.

    Si Jenny les hubiera hablado del bebé.

    Que no era el caso. Ellos no tenían ni idea de cómo cuidar o proteger a un niño, ¿así que por qué molestarse? Ella y Alexis serían una familia de dos, y serían la familia más feliz sobre la tierra. Jenny había aprendido de unos expertos lo que no tenía que hacer, y estaba decidida a no volver a colocar su felicidad en manos de otros.

    La puerta del despacho se abrió, sacándola de su ensimismamiento. Jenny giró la cabeza y vio al hombre alto y bronceado que entraba. Tenía el pelo y los ojos marrones, irresistibles como una chocolatina. Sintió una excitación nada familiar pero trató de controlarse. El séptimo mes de embarazo no era el momento adecuado para dejarse llevar por hombres guapos y desconocidos.

    Su extremado sex-appeal era casi perfecto con aquel traje Armani y el maletín hecho con la piel de algún desafortunado reptil. Jenny se preguntó si lo habría cazado él mismo. Sus ojos oscuros no mostraban emoción alguna; ni placer, ni bienvenida, ni amistad. Parecía poderoso, seguro de sí mismo y decidido. Muy decidido.

    Jenny se sintió al instante intimidada. Rara vez tenían visitantes inesperados en la fundación Prescott. Aunque la placa de la puerta de su despacho decía «directora ejecutiva», ese día ella hacía de recepcionista. En aquella oficina para dos personas, ella y su ayudante se intercambiaban los puestos a menudo, sin importarles el aspecto que pudieran darle al mundo exterior, siempre y cuando el trabajo se realizase.

    Jenny se enderezó y se colocó la chaqueta del traje de trabajo cubriéndole la tripa. Sonrió. Él no.

    –¿Puedo ayudarlo? –preguntó ella.

    –Estoy aquí para ver a Genevieve Marie Ames –dijo él con brusquedad–. ¿Está aquí?

    Jenny tuvo que controlar el escalofrío que recorrió su espalda. ¿Quién sería aquel hombre tan serio e inquietante y qué tendría que ver con ella?

    –¿Está aquí? –repitió él.

    –Perdone, ¿está quién?

    –¿Está aquí la señorita Ames?

    –Lo siento. La señorita Ames no está en su despacho –técnicamente no lo estaba, pero él no tenía por qué saber eso–. ¿Querría dejar algún mensaje?

    Cuando Jenny se estiró para tomar papel y lápiz, las solapas de su chaqueta se separaron y dejaron ver su avanzado estado de gestación. El hombre se echó hacia delante para ofrecerle la tarjeta y su mano se quedó suspendida en el aire cuando sus ojos se fijaron en el estado de Jenny.

    Ya se habían quedado mirándola antes, pero nunca con tanta intensidad. Era como si la tocaran unas manos invisibles, pero daba más miedo.

    La puerta del despacho se abrió y, por el rabillo del ojo, Jenny vio entrar a su ayudante.

    –Tengo que ir volando a la oficina de correos, pero enseguida vuelvo, Jenny.

    –¿Jenny? ¿No será ése el diminutivo de Genevieve, por casualidad?

    –¿Quién es usted? –preguntó Jenny.

    –Mi nombre es Matt Hanson –dijo él mientras dejaba caer la tarjeta, que aterrizó sobre el escritorio. Señaló la tripa de Jenny con un dedo–, y creo que ése es mi bebé.

    Matt observó cómo desaparecía el escaso color de la cara de Jenny. Era pálida en cualquier caso, con el pelo rubio platino y los ojos azules, pero, si le quedaba algo del color del verano recién acabado, desde luego había desaparecido. De pronto temió que fuese a desmayarse, pero no sería la primera persona en caerse redonda ante esa situación.

    Ella se puso en pie lentamente e indicó con una mano temblorosa hacia la sala de conferencias de la fundación.

    –Quizá debiéramos hablar en privado –dijo ella.

    Cuando cruzaron la puerta, Jenny se acercó a una ventana que había al otro lado de la sala. Matt se colocó junto a la puerta, bloqueando la entrada y la salida.

    En los minutos que transcurrieron antes de que Jenny dijera algo, Matt tuvo la oportunidad de estudiar a la mujer que había puesto su vida patas arriba. Él siempre se había carcajeado cuando la gente decía que las mujeres embarazadas tenían un brillo especial y, sin embargo, Jenny Ames era el epítome de la belleza maternal.

    Llevaba el pelo recogido y su traje azul era el complemento perfecto a la seriedad que representaba su puesto en la fundación. Con sus pechos redondos y su voluminosa barriga, era difícil imaginar qué aspecto habría tenido antes, pero apostaría a que era una mujer despampanante.

    Parecía serena y cautelosa, una mujer que cualquier hombre estaría feliz de llevar a su lado, embarazada o no, y sexy, extremadamente sexy.

    Matt se dijo a sí mismo que debía controlarse. Observó cómo Jenny se daba la vuelta para mirarlo, tragaba saliva nerviosa y se humedecía los labios. Estudió su aspecto como él lo había hecho con ella. No se quejó. Creía que lo justo era lo justo. No había nada en su expresión que denotara apreciación, pero al menos no hizo ningún chiste.

    Jenny colocó una mano sobre su tripa y lo miró a los ojos. Entonces preguntó:

    –¿Podría decirme otra vez su nombre?

    –Hanson. Matthew Robert Hanson.

    –¿Lo conozco?

    –No, señorita Ames. No nos hemos visto nunca.

    –¿Entonces por qué piensa que el bebé que llevo dentro es suyo?

    –Supongo que conoce al doctor Horace Bentley, de la clínica Morningstar.

    –Sí, pero no entiendo lo que tiene que ver él con usted.

    –Hubo una confusión en la clínica.

    –¿Qué tipo de confusión? –preguntó Jenny abriendo mucho los ojos.

    –En pocas palabras, le dieron a usted mi esperma.

    –Eso no es posible –dijo ella con un tono de conclusión que estuvo a punto de sacarlo de sus casillas–. A mí me inseminaron con esperma de donante.

    –Y yo era el donante –dijo él.

    –No me lo creo –contestó Jenny furiosa–. ¿Por qué iban a decirle a usted algo así y a mí no?

    –Les dije que no lo hicieran –repuso él, dejándola de piedra–. Quería disfrutar del placer de decírselo yo mismo.

    Jenny expresó su incredulidad con una risotada.

    –Si no me cree, llame a la clínica –añadió él.

    –No sé el número –dijo Jenny volviéndose hacia la ventana en un intento evidente por terminar la conversación.

    Matt recitó el número de memoria.

    –Llame ahora, señorita Ames –al ver que vacilaba, añadió–. Hágalo.

    Jenny descolgó el auricular y marcó con rapidez. El doctor Bentley estaba allí, como Matt sabía de antemano. Era una de las ventajas de tener una docena de abogados sedientos de sangre esperando la orden para abalanzarse. Le aseguraba la ayuda instantánea de cualquier persona.

    –¿Doctor Bentley? –comenzó Jenny suavemente–. Sí, el señor Hanson está aquí ahora. Dice que hubo una confusión en la clínica. ¿Por qué no me advirtieron de ello? Sí, recibí el mensaje de que había llamado usted, pero pensé que era para concertar una cita. ¿No cree que al menos podría haberme vuelto a llamar?

    Matt se imaginó la explicación del doctor, si en realidad hubiese una explicación para semejante incompetencia.

    –No me importa si lo amenazó con mil abogados –dijo Jenny finalmente.

    –Sólo fueron doce –susurró Matt.

    –No deberían haberle dado mi nombre. Si la única conexión entre él y yo es un número en una lista, y su muestra ya no existe, ¿cómo saben que fue a mí a quien se lo dieron? Había otras mujeres allí aquel día.

    Matt escuchó los argumentos de Jenny pero se negó a considerarlos. No era que no se hubiera puesto en esa situación cientos de veces en su cabeza. Él sabía la verdad. Y pronto, la señorita Ames también la sabría.

    –No, no lo entiendo. No tiene ningún sentido. Vuelva a comprobar sus archivos y verá que ha cometido otro error. Ya hablamos sobre mi decisión de hacerlo con un donante desconocido, y pensé que usted había comprendido mis razones.

    –¿Sin padre no hay complicaciones, señorita Ames? –dijo Matt en voz baja.

    Mientras la observaba, Jenny levantó una mano para apoyarse contra el marco de la ventana. Notó que le temblaban los dedos. Matt se puso en pie para sostenerla en caso de que fuera a desmayarse, pero dudaba que fuese necesario. Aquélla era una pequeña mujer fuerte.

    Jenny cerró los ojos y escuchó, luego meneó la cabeza suavemente.

    –No –dijo con firmeza–. No.

    Matt se preguntó lo que le estaría diciendo el doctor. Esperaba que no tuviera nada que ver con su comportamiento en la clínica. No quería que nadie se enterara de eso. Él había ido allí para corregir el error de haber almacenado su esperma en primer lugar, luego había amenazado con pleitear a la clínica por la redirección de su preciado esperma. Cuando el doctor le había dicho que iba a ser padre, se había caído redondo.

    –No tengo abogado –dijo Jenny con una voz que evidenciaba su fuerza de voluntad–. No necesitaré ninguno a no ser que usted insista en darles mi número y mi dirección a hombres desconocidos.

    Matt se resintió al ser llamado desconocido, pero no dijo nada. Podía imaginarse cómo iba a acabar esa conversación y no le gustaba en absoluto.

    –Como ya he dicho, no acepto este supuesto error. No habrá amniocentesis, ni pruebas de ADN. Es mi hija. ¿Comprende que no pienso regresar a la clínica para hacer visitas prenatales? Muy bien. Al menos comprende eso.

    Jenny colgó el auricular de golpe y miró a Matt.

    A juzgar por

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1