NUEVE PERFECTOS DESCONOCIDOS
1
Yao Estoy bien —dijo la mujer—. No me pasa nada.
A Yao no le parecía que estuviese bien.
Era su primer día como enfermero de emergencias en prácticas. Su tercera visita a domicilio. Yao no estaba nervioso, pero se encontraba en un estado de alerta extrema porque no podía soportar cometer siquiera un error insignificante. De niño, los errores le hacían llorar sin consuelo y aún le provocaban calambres en el estómago.
Una única gota de sudor se deslizaba por el rostro de la mujer, dejando un rastro de baba de caracol por encima de su maquillaje. Yao se preguntó por qué las mujeres se pintaban de naranja la cara, pero eso no era relevante.
—Estoy bien. Quizá no sea más que un virus de veinticuatro horas —añadió ella con un leve acento de Europa del Este.
«Fíjate bien en tu paciente y en su entorno», le había dicho Finn, el supervisor de Yao. «Piensa que eres un agente secreto en busca de pistas para realizar un diagnóstico».
Yao veía una mujer de mediana edad y con sobrepeso, con pronunciadas manchas rosas bajo unos ojos de un peculiar verdemar y un pelo castaño y ralo recogido en un triste y menudo moño en la nuca. Estaba pálida y sudorosa y su respiración era irregular. Fumadora empedernida, a juzgar por
Estás leyendo una previsualización, suscríbete para leer más.
Comienza tus 30 días gratuitos