Perdón familiar
Por Jessica Matthews
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Evan Gallagher iba a tener que esperar pacientemente hasta que ella cambiara de opinión... o se dejara llevar por sus verdaderos sentimientos.
Jessica Matthews
Jessica Matthews grew up on a farm in western Kansas where reading was her favorite pastime. Eventually, romances and adventure stories gave way to science textbooks and research papers as she became a medical technologist, but her love for microscopes and test tubes didn’t diminish her passion for storytelling. Having her first book accepted for publication was a dream come true and now, she has written thirty books for Harlequin.
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Perdón familiar - Jessica Matthews
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2001 Jessica Mathews
© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Perdón familiar, n.º 1278 - junio 2016
Título original: A Nurse’s Forgiveness
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Publicada en español en 2001
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-8235-5
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Si te ha gustado este libro…
Capítulo 1
Las fotografías no le hacían justicia.
Evan Gallagher, de pie ante el mostrador de recepción de la Clínica de New Hope, se congratuló a sí mismo por su buena suerte. Se había arriesgado al presentarse sin llamar para ver si estaba trabajando, pero, dadas las circunstancias, no podía. Si lo hubiera hecho, habría echado por tierra sus intenciones.
La mujer a la que había ido a ver acababa de aparecer con una carpeta en la mano y un estetoscopio colgado del cuello. Hasta el momento, todo iba bien.
Ojalá pudiera hablar con ella antes de que se diera cuenta de quién era…
–¿La señora Rochoa? –preguntó Marta Wyman mientras sonreía a Evan y miraba por encima de su hombro.
Una mujer de unos cincuenta años, la única persona que había en la sala de espera, se puso en pie con dificultad y fue hacia ella lentamente.
Evan vio que Marta sonreía todavía más a medida que su paciente se acercaba. Había visto tantas veces sus rasgos en el informe del detective privado que la podría haber identificado en mitad de una muchedumbre.
Sus pómulos marcados, los ojos de color avellana y el pelo castaño rojizo no lo sorprendieron en absoluto, pero las fotografías no habían captado la sensualidad de su boca, la vida de sus ojos, la altivez de su cabeza ni la delicadeza con la que agarró a la señora Rochoa para ayudarla.
Parecía realmente preocupado por aquella mujer, pensó Evan con fastidio. Recordó que el informe del detective decía que era una persona muy querida en aquella población de dos mil habitantes. Obviamente, tenía cariño a todo el mundo menos a la persona a la que Evan representaba.
–¿Todavía le sigue molestando? –preguntó Marta a la mujer. Evan observó que llevaba el pelo recogido en un moño y no pudo evitar preguntarse por dónde le llegaría si lo llevara suelto.
Al tenerla tan cerca, se dio cuenta de que las fotos tampoco lo habían preparado para aquel cuerpo esbelto ni para la calidez de su voz. Aquel tono no era el mismo con el que le había hablado a él por teléfono. Se imaginó una chimenea y tardes largas disfrutando del cálido fuego, seguidas de noches todavía más largas y desayunos en la cama.
Estaba claro que los hombres de New Hope no habían visto que tenían una joya. Según la información de la que disponía, Marta Wyman había salido con varios hombres en sus veintiocho años, pero aquellas relaciones habían sido más platónicas que románticas. La mayor parte del tiempo se lo había pasado estudiando para ser enfermera y manteniendo a sus dos hermanastras, que eran más pequeñas que ella.
Aun así, aquello no justificaba el que Marta se negara a hablar con nadie que estuviera remotamente relacionado con el único pariente que le quedaba vivo.
Por eso, Evan había decidido personarse. Así Marta no le colgaría y le dejaría hablando solo al teléfono como la última vez. No podría quitárselo de encima. Aunque ella hubiera dado clases de defensa personal, cosa que a Evan le parecía muy bien dado los tipos raros que había visto por allí, él también sabía unos cuantos trucos de la infancia, transcurrida en barrios marginales. Además, le sacaba veinte o veintidós centímetros.
–Tengo las articulaciones fatal –contestó la señora Rochoa–. Es por la humedad.
–Lo sé. No es usted la única que está así –señaló Marta.
Evan dedujo que aquella mujer tenía artritis. Se sintió identificado ya que él mismo acababa de pasar por una infección vírica y sabía lo que era luchar contra el propio cuerpo.
En cuanto ambas mujeres pasaron a la consulta y cerraron la puerta, Evan se fue hacia la recepcionista rubia de veintitantos años y se dio cuenta de que estaba postrada en una silla de ruedas. Estaba hablando por teléfono y, según decía su etiqueta, se llamaba Rosalyn. Se resistió a llamar al timbre que había sobre el mostrador. Al fin y al cabo, había ido a ver a Marta y no le vendría muy bien ponerse a malas con la guardiana de su tiempo.
Como si Rosalyn le hubiera leído el pensamiento, se despidió de la persona que estaba al otro lado del hilo.
–¿En qué le puedo ayudar?
Evan le dedicó una gran sonrisa.
–Me gustaría ver a…
Rosalyn le indicó la pizarra.
–Firme ahí –le señaló con las uñas pintadas de rojo.
–Pero si no hay nadie más.
–Todo el mundo tiene que pedir hora –contestó ella sonriendo, pero con seriedad–. No hay excepciones.
Bien. Tendría que cumplir las normas. Evan puso su nombre y esperó que, con un poco de suerte, no lo reconociera.
–Solo serán unos minutos…
–¿Ha venido antes? –preguntó ella enarcando una ceja.
–No.
–Cuando se viene por primera vez, se suele estar en la consulta unos treinta minutos.
–Me alegro de que la doctora sea así de meticulosa –apuntó él. Media hora con Marta. Estaba seguro de que podría convencerla en ese tiempo.
–Si es usted representante de algún laboratorio o vendedor, tendría que haber venido antes de las nueve.
Evan se había puesto adrede ropa informal para que repararan en él. Sabía que la gente solía pensar que los hombres de chaqueta y corbata iban a un funeral o no era dignos de confianza. Le dedicó una de sus mejores sonrisas.
–No soy vendedor. Solo quiero hablar con…
Antes de que le diera tiempo a terminar, apareció Marta por detrás de Rosalyn y la señora Rochoa cruzaba la sala de espera.
Rosalyn se despidió de ella.
–Hasta el mes que viene –dijo ignorándolo a él.
–Ya veremos si no es antes –contestó la mujer saliendo a la calle.
Evan carraspeó.
–Me gustaría ver a…
Lo volvieron a interrumpir. Aquella vez fue la propia Marta, que le preguntó algo a Rosalyn en voz baja.
–¿Sabemos algo de nuestro amigo? –le dijo haciendo tanto énfasis en la última palabra que quedaba claro que la persona en cuestión era todo menos su amigo.
Rosalyn negó con la cabeza.
–Lo siento.
–Cuando lo vea, lo voy a estrangular –dijo enfadada–. No sé cómo se atreve a volver a hacer esto. Debería de caérsele la cara de vergüenza…
Viendo el enfado que tenía, Evan se alegró de no estar cerca de ellas. Marta ni siquiera lo había mirado, pero él no se sentía culpable por haberlo oído porque él estaba antes.
–Querrás decir, si viene –dijo Rosalyn.
–Bueno, qué más da. Se va a enterar y su jefe, también. Ya hablaré con ellos por teléfono o en persona. Ya está bien –añadió maldiciendo en voz baja.
–¿Qué hago? ¿Intento localizarlo?
Marta relajó los hombros y consideró la pregunta.
–Ya lo hemos llamado y no contesta. Vamos a darle hasta la una y media. Si no viene, me va a oír. Estoy dispuesta a presentarme en su casa si es necesario –contestó girándose y saliendo del habitáculo de Rosalyn.
Evan pensó, a juzgar por la penosa apariencia del edificio, que se estaban refiriendo a alguien que tenía que haber ido a arreglar algo.
Rosalyn fue a agarrar el teléfono y se paró al ver a Evan.
–Me gustaría ver a Marta –dijo él sonriendo.
–¿Es una emergencia?
Evan no estaba acostumbrado a que nadie cuestionara sus acciones. Aunque era uno de los miembros más jóvenes del servicio de medicina interna del Hospital de Santa Margarita, en Dallas, era uno de los que más fondos había conseguido. El respeto iba ligado al territorio.
Sintió deseos de levantar una ceja como cuando quería cortar a algún interno orgulloso o a algún estudiante altanero, pero se controló. Había elegido pasar desapercibido para llegar