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Un amante difícil
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Libro electrónico155 páginas4 horas

Un amante difícil

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Información de este libro electrónico

Abby Hunter no tenía mucha experiencia en el juego del coqueteo, pero había decidido que eso tenía que cambiar, sobre todo después de conocer a un hombre tan sexy como Sam Turner.
Entonces él le hizo una oferta que sabía debería rechazar. Sam Turner no creía ni en el amor ni en el matrimonio, y lo único que le ofrecía era una aventura provisional, sin compromisos de ningún tipo. ¿Podría Abby persuadir a un amante tan reacio de que le diera una oportunidad al amor?
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento4 mar 2021
ISBN9788413751481
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    Un amante difícil - Emma Richmond

    Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

    Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

    www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

    Editado por Harlequin Ibérica.

    Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 1999 Emma Richmond

    © 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Un amante difícil, n.º 1488 - marzo 2021

    Título original: The Reluctant Groom

    Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

    Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

    Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

    Todos los derechos están reservados.

    I.S.B.N.:978-84-1375-148-1

    Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

    Índice

    Créditos

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Si te ha gustado este libro…

    Capítulo 1

    EL JARDINERO iba de traje, los crisantemos lucían sus protectores de papel, y cuando su madre la llamaba, Abby acudía corriendo. Nada había cambiado. Pero debería cambiar, pensó la joven con un suspiro. Las cosas tenían que cambiar radicalmente.

    Una crisis, había dicho su madre. Otra. En un momento de distracción, tal y como ella lo había definido, había permitido que un hombre entrara en su casa para ver los libros de su último marido. Él había concertado una entrevista y todo eso, se había presentado incluso con cartas de recomendación, pero ella de repente se había puesto nerviosa. Y Abby debía ir a casa de inmediato.

    Así que Abby Hunter había ido a casa. Se había tomado una semana libre, demasiado tiempo para disgusto de su empresa, y directamente del trabajo había salido disparada para allá. Bajó del coche, todavía ataviada con sus zapatos de tacón alto y su traje formal tan elegante como el del jardinero, y se dirigió lentamente hacia la casa. Alta, delgada, siempre de punta en blanco, con unos maravillosos ojos de color gris claro, Abby poseía una insolente y altiva belleza que la mayor parte de la gente encontraba intimidante. Con su cabello rubio y ondulado exquisitamente recogido en la nuca, parecía el epítome de la mujer moderna. Aunque no estaba del todo segura, pensó con una sonrisa, de que las mujeres modernas siempre acudieran a las llamadas de sus madres. La presencia de sus hermanas nunca era reclamada, sólo la de Abby. Helen y Laura ya estaban casadas y tenían unos trabajos de alta categoría, pero aun así…

    La puerta principal se abrió de repente, interrumpiendo sus pensamientos. Al examinar el rostro de su madre en busca de signos inequívocos de tensión, y no encontrarla peor que de costumbre, Abby esbozó una leve y contenida sonrisa:

    –Hola.

    –Hola, querida –la saludó su madre, nerviosa–. Siento haberte molestado.

    –No te preocupes. Pero me gustaría que no me miraras como temiendo que fuera a darte una bofetada. Sería desastroso para mi imagen.

    –Es que me siento tan… inferior a tu lado. Eres siempre tan eficiente, estás tan segura de ti misma…

    –Sí –asintió Abby con tono suave, y no le dijo, como podría haberle dicho y habría querido decirle tantas veces, que era precisamente así como había querido ser. Siempre responsable de sus actos, siempre prudente y siempre al mando de todo: lo cual explicaba por qué existía aquella barrera entre ellas. Una barrera que ambas habían erigido–. Bueno –entrando en la casa, preguntó con la enérgica eficiencia que la caracterizaba–, entonces, ¿dónde está ese tipo?

    –No seas tan brusca, Abby –le suplicó su madre, quejumbrosa–. Por favor, no. Me he esforzado tanto…

    –Lo sé –suspiró Abby. Conteniendo su impaciencia, le pasó un brazo por los hombros, le quitó de las manos el plumero que siempre solía llevar a modo de bastón y la hizo sentarse con delicadeza en una silla del vestíbulo–. Vamos, cuéntamelo todo.

    –Vino hace unos días, y es perfectamente amable y educado, pero… ¡oh, Abby, lo que pasa es que no puedo con él! Tuve que contarle lo de papá, y él no lo sabía, ¡y de verdad que no puedo quedarme todo el día en casa sólo para asegurarme de que no me va a robar la plata de la casa! –exclamó, consternada.

    –No, claro –convino Abby, sabiendo que aquello no tenía absolutamente nada que ver con la plata de la casa. Sabía que su madre todavía no soportaba hablar de su marido con nadie, ni siquiera con ella, y ciertamente no con un extraño que evidentemente le había hecho preguntas que no estaba en condiciones de contestar.

    Aunque tampoco Abby estaba en condiciones de contestarlas. Su madre parecía pensar que era la única que sufría, pero ella también, y además estaba terriblemente preocupada por las deudas que había dejado su padre. Y por una carta que estaba empezando a provocarle pesadillas.

    Con la mirada baja y retorciéndose las manos, su madre añadió en voz baja:.

    –Tú te las arreglarás con él, ¿verdad, querida? Eres mucho más fuerte que yo, y mucho más… eficaz. Siempre te enfrentas a los problemas mucho mejor que yo.

    «Sí, pero porque tú me obligas a hacerlo», se dijo Abby para sus adentros.

    –¿Quiere comprar los libros?

    –No lo sé, pero yo nunca podría venderlos, Abby…

    –No –la interrumpió para que no se entristeciera aún más. Pero algo habría que vender para pagar las deudas. La casa, por ejemplo, era demasiado grande para que viviera en ella una sola persona. Pero su madre aún no estaba preparada para eso–. Entonces, ¿qué es lo que exactamente ha venido a hacer aquí?

    –Sólo a mirar los libros. Me dijo que era historiador militar… o algo así… –añadió con tono vago.

    –Deberías haberle dicho que volviera después, cuando tú te encontraras mejor.

    –¡Lo intenté, Abby! Lo intenté, pero tiene ese aspecto que… –se defendió–. ¡Una de esas personas a las que, con sólo mirarlas, te sientes impulsada a prometerles cualquier cosa!

    –¿Qué le has prometido? –le preguntó Abby, alarmada.

    –¡Nada! De verdad. Bueno, sólo que podría quedarse aquí el tiempo que quisiera.

    –¿Y cuánto tiempo te dijo él que le gustaría quedarse? –inquirió, suspirando.

    –Una semana. Quizás una semana. ¡Y no ha dejado de preguntarme por tu padre!

    –¿Preguntarte qué, exactamente?

    –¡No lo sé! Sólo sobre él, sobre cómo era…

    –¿Lo conocía?

    –No lo sé, no me lo ha dicho.

    –¿Cómo se llama?

    –Turner, Sam Turner.

    –He mirado todos los papeles de papá, y definitivamente no hay mención alguna de nadie con ese nombre. ¿Dónde está ahora? ¿En el despacho?

    –No, ha salido a comer. Me pone nerviosa, Abby.

    Cuando su madre se ponía nerviosa, pensó Abby, la vida se volvía muy, pero que muy complicada.

    –¿Te quedarás, verdad? –la miró preocupada–. Oh, ese debe de ser mi taxi –añadió aliviada. Ruborizándose, se levantó y agarró presurosa la maleta que Abby no había visto al lado de la puerta principal.

    –¿Tu taxi? –repitió Abby, sorprendida–. ¿Adónde te vas?

    –A casa de Lena, a pasar allí unos días. ¿No te lo he dicho?

    –No –negó secamente Abby.

    –Oh, yo creía que sí. Serás amable con él, ¿verdad? –le suplicó–. Si era amigo de tu padre…

    –¿Pero no habías dicho que es un completo desconocido?

    –Sí, pero si papá le escribió, debió de conocerlo, ¿no te parece?

    –Supongo.

    –Te llamaré cuando llegue, sólo para hacerte saber que estoy bien –y después de besar a su hija en la mejilla, abrió la puerta y salió apresurada.

    Abby pensó que Sam Turner debía de ser un hombre muy especial para haber ahuyentado a su madre de ese modo. Tanto sus hermanas como ella habían intentado sin éxito que se alejara de aquella casa por una temporada, después de que muriera su marido. Si habían fracasado estrepitosamente, ¿qué tenía Sam Turner para que su madre huyera de su presencia con tanto apresuramiento? Pero Abby no tardó en descubrir la respuesta. Mientras el taxi salía de la casa, distinguió un hombre dirigiéndose hacia allí. Y, por primera vez en su vida adulta, el corazón le dio un vuelco en el pecho.

    Su camisa no era de un blanco inmaculado, como la de James, el jardinero, pero aunque hubiera llevado un saco por vestimenta habría destilado la misma elegancia. Alto, delgado, pelo castaño, nariz recta y orgullosa y pómulos salientes. Hipnotizada, Abby continuó observándolo hasta que él se acercó tanto que pudo verle los ojos: de un azul intenso que habría podido pararle los pies a un elefante. En toda su vida no había visto a un hombre más descaradamente masculino.

    A la defensiva, Abby vio que primero miraba a Janes, que ya había empezado sus tareas, y luego a ella, que todavía llevaba en la mano el plumero que le había quitado a su madre. Su rostro era absolutamente inexpresivo, y Abby esperaba que el suyo también.

    –Si ese hombre es el jardinero, supongo que usted será el ama de llaves –declaró con una voz baja, profunda, ligeramente áspera.

    –No –negó Abby–. Soy la hija –y añadió con tono tranquilo–: Aunque tengo que reconocer que el hecho de que un jardinero vista de traje es un tanto estrambótico. ¿Es usted el señor Turner?

    El hombre entornó ligeramente los ojos al detectar su tono, y asintió con la cabeza. Mirando fijamente aquellos hipnóticos ojos azules, Abby creyó detectar un cierto desprecio en sus profundidades, lo cual bastó para tocar su fibra sensible. Con la insolente sonrisa que había ensayado habitualmente durante cerca de catorce años, le preguntó:

    –¿Podría ver su identificación?

    –La señora Hunter ya ha visto mis papales –sonrió desdeñoso.

    –Yo no soy la señora Hunter.

    –No –convino él–. Usted no es la señora Hunter. Mis papeles están en el despacho.

    Abby concluyó, aun sin haber encontrado una sola prueba a su favor, que era un tipo arrogante y egoísta, un hombre acostumbrado

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