Vanidades México

Torbellino

El humo invadía cada espacio de la habitación pero eso poco le importaba a Federico, quien fumaba un puro absorto en sus pensamientos.

—¿En qué pude haberme equivocado? Tú deberías estar aquí — susurró con tristeza.

Miró a lo lejos la fotografía de Gabriela y sonrió con nostalgia. Siempre fue una chica peleonera y dispuesta a defender al más débil, pero de pronto se volvió un torbellino de protestas, dejó sus estudios de sociología y se marchó de la casa.

—Aquí no se puede respirar, no sé cómo aguanta estar entre tanto humo y con la ventana cerrada— dijo Eusebia entrando al estudio de Federico.

—¿Vas a empezar otra vez con tus reproches?– dijo malhumorado.

—No señor Acosta, yo soy su ama de llaves, no su niñera, y lo que dije fue un simple comentario —agregó cortante.

—¿Sigues molesta, verdad?, por eso todo este show de que eres solo mi ama de llaves cuando eres más que eso.

—¿Y por qué no me hace caso? Gabriela necesita un padre que la oriente y no solo que le dé dinero.

—¿Te olvidas de que ya no es una niña? Gabriela tiene veinte años y sus propias convicciones. Yo poco puedo hacer —señaló convencido.

Eusebia creía que había sido complaciente con su hija y le habían faltado límites. Además, pensaba que ella ocultaba algo y llevaba tres años con la misma cantaleta, asegurando de que su rebeldía tenía que ver con ese secreto.

—Cuánto hace que

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