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Todo menos casarse
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Libro electrónico171 páginas3 horas

Todo menos casarse

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Información de este libro electrónico

Jessica tenía un padre maravilloso. Matt Reynolds era fuerte, guapo y amable, pero lo que Jessica necesitaba de verdad era una madre. Su primer plan consistió en poner un anuncio para buscar una, pero entonces tuvo una idea mejor. Su amigo Zach tenía una madre estupenda. Laura era dulce, bonita y sin marido, y Zach quería un padre casi tanto como Jessica una madre.
Solo había un inconveniente en el plan de los jóvenes celestinos, ¡que Matt y Laura no se soportaban! De hecho, lo único que tenían en común era que harían cualquier cosas por sus hijos, ¡salvo casarse!
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento31 dic 2020
ISBN9788413751399
Todo menos casarse

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    Todo menos casarse - Ruth Jean Dale

    Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

    Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

    www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

    Editado por Harlequin Ibérica.

    Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 1999 Ruth Jean Dale

    © 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Todo menos casarse, n.º 1494 - diciembre 2020

    Título original: Parents Wanted

    Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

    I.S.B.N.: 978-84-1375-139-9

    Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

    Índice

    Créditos

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Si te ha gustado este libro…

    Capítulo 1

    LA SEÑORITA Forbes, recepcionista de siempre de la revista Review, de Rawhide, Colorado, levantó la mirada de la pantalla del ordenador y sonrió.

    –¡Vaya, Jessica Reynolds! ¿Cómo estás? No te he visto desde la fiesta de tu noveno cumpleaños y eso fue, por lo menos, hace tres meses.

    Jessica se agitó incómoda y escondió tras ella la bolsa de plástico que llevaba para que la señorita Forbes no le preguntara por su contenido.

    –Mi cumpleaños es el dieciséis de abril. Gracias por el balón de fútbol.

    –De nada. ¿Quieres un caramelo?

    –Sí, gracias.

    La señorita Forbes siempre tenía un tarro con caramelos en su mesa. Jessica tomó unos cuantos y se metió uno en la boca.

    –¿Y qué te ha traído a esta aburrida redacción en este bonito día de julio?

    –He venido a ver a mi abuelo. ¿Está aquí?

    –Claro que sí.

    –¿Puedo hablar con él?

    –Por supuesto.

    La señorita Forbes le indicó la puerta con el cartel que decía: Editor, Redactor, Dueño y Rey.

    –Pasa, querida. Ya lleva dos horas trabajando en un editorial y, si no está bien ya, nunca lo estará. ¡Y le puedes decir que te he dicho eso!

    Después de volver a sonreírle, volvió a ponerse a escribir.

    Jessica se metió otro caramelo en la boca y cuadró los hombros. Había ido a ver a su abuelo para algo muy importante y no quería cometer errores.

    Se dirigió decididamente a la puerta y la abrió.

    John Reynolds levantó la mirada de lo que estaba escribiendo y sonrió encantado. Su cabello blanco estaba despeinado y Jessica pensó que necesitaba un corte de pelo. Pero también lo necesitaba su padre. Y ella misma, ya puestos.

    John siguió sonriendo y le dijo:

    –Hola, chica. ¡Ven a darle un besazo a tu bisabuelo favorito!

    –Tú eres el único que tengo.

    Y era cierto, pero John sería su bisabuelo favorito aunque tuviera una docena de ellos.

    Se acercó corriendo y le dio un fuerte beso en la mejilla, con cuidado de mantener tras ella la bolsa que llevaba.

    –¿Y qué te trae por aquí cuando deberías estar jugando con tus amigos? –le dijo él luego, haciéndole un gesto para que se sentara.

    Jessica lo hizo y las piernas le colgaron del borde de la silla. ¿No debería haberse vestido adecuadamente para la ocasión? A su bisabuelo le gustaba verla bien vestida y solo llevaba unos vaqueros cortos y gastados y una camiseta roja igual de gastada. Frunció el ceño al ver que sus zapatillas tenían idénticos agujeros sobre los dedos meñiques. Suspiró. Ya era demasiado tarde para preocuparse de eso.

    Él estaba esperando una respuesta, así que apretó los labios y trató de pensar en cómo empezar.

    –Bueno, mira… huh…

    John dejó de sonreír, pero no pareció enfadado ni nada así.

    –Bueno, me parece que esta vez has venido por negocios, ¿no, jovencita?

    –¡Claro!

    Jessica se puso en pie de un salto y, por fin, le mostró la bolsa. La dejó en el suelo y sacó su hucha con forma de cerdo, la misma que su bisabuelo le había regalado las últimas navidades. Luego la dejó sobre la mesa, delante de él.

    John la miró y se pasó los pulgares por detrás de los tirantes.

    –¿Qué es esto?

    –Todo mi dinero. Espero que sea suficiente.

    –¿Para qué?

    La niña se volvió y volvió a rebuscar en la bolsa y sacó luego un trozo de papel con el corazón agitado. Contuvo la respiración y se lo dio.

    Él lo desdobló y lo extendió con mucho cuidado sobre la mesa. Tomó sus gafas y empezó a leer.

    Jessica siguió conteniendo la respiración. Había pensado mucho en el anuncio que quería poner en el periódico de su abuelo. ¿No le había dicho él siempre que se podía conseguir cualquier cosa que se quisiera o librarse de lo que no se deseara con un anuncio en su periódico?

    Ella estaba a punto de ponerlo a prueba. Había trabajado mucho en su anuncio, tratando de encontrar las palabras más adecuadas y reescribiéndolo una y otra vez. Lo había leído tantas veces ya que lo podía recitar de memoria.

    Se busca esposa. Príncipe Azul rico y guapo al que le gustan los niños y las mascotas necesita una esposa. Debe ser bonita y agradable, y gustarle los niños y las mascotas también.

    –Bueno, bueno, bueno, –dijo su bisabuelo quitándose las gafas y mirándola sorprendido–. Príncipe Azul, ¿eh? ¿Estás refiriéndote con esto a alguien a quien conozcamos?

    Jessica se rio nerviosamente.

    –Ya sabes que sí, abuelo. Estoy hablando de papá.

    Él asintió muy serio.

    –Eso es lo que pensé hasta que llegué a eso de rico.

    –Muy rico. Una vez le oí decir a la señorita Forbes que era un muy buen partido. ¿No es eso lo mismo?

    John hizo girar los ojos en sus órbitas.

    –Bueno, en cierta manera, podría ser. Pero yo tampoco diría que mi nieto sea un Príncipe Azul, precisamente.

    –Tengo que poner algo agradable o nadie responderá al anuncio.

    John se rio.

    –¿Es tan importante para ti, querida? ¿Es que no eres feliz? ¿Es que tu padre no se ocupa bien de ti?

    Aquella era la parte que Jessica más temía, lo de tratar de explicarle a su bisabuelo cómo se sentía.

    –Él es… un encanto como papá. Pero como madre… Bueno, como madre, abuelo, es…

    –¿Apesta?

    Jessica suspiró.

    –Sí, eso es.

    –Pero yo creía que tenía novias. ¿Es que no sale de vez en cuando?

    Entonces fue el turno de Jessica para hacer girar los ojos.

    –Claro, pero no con madres. Son bonitas y todo eso, pero se limitan a darme una palmadita en la cabeza y tratar de largarse tan pronto como pueden. Esa tal Brandee es la peor.

    –¿Te refieres a Brandee Haycox, la hija del banquero?

    Jessica parpadeó.

    –No lo sé. Solo sé que a ella no le gustan nada los niños y que odia a los perros. la primera vez que vio a Fluffy, gritó.

    –Querida, Fluffy es un husky siberiano de cuarenta kilos de peso, con ojos plateados y colmillos de lobo.

    Jessica se mordió el labio inferior.

    –¡A esa mujer no le gustan los perros! ¿A qué clase de persona no le gustan los perros?

    –En eso te doy la razón. ¿No pensarás que tu padre está pensando en casarse con ella? –le preguntó John muy seriamente.

    A Jessica se le llenaron los ojos de lágrimas.

    –Espero que no, pero se tiene que casar con alguien. ¡Yo necesito una madre! Necesito a alguien que sepa cómo peinarme sin arrancarme el pelo de raíz –dijo llevándose una mano al largo cabello, liso salvo en las puntas–. Y quiero aprender a cocinar, y necesito a alguien que me cosa los botones y todo lo demás. Abuelo, a papá no se le dan muy bien las cosas de chicas.

    –Nunca.

    –Así que tengo que hacer algo.

    Miró a su alrededor y tomó un pisapapeles metálico. Iba a romper la hucha con él cuando su abuelo la contuvo.

    –¡Espera! –dijo agarrándole el brazo a medio camino.

    Jessica frunció el ceño.

    –¿No quieres saber cuánto dinero tengo? Tal vez no sea suficiente.

    –Tienes de sobra –respondió él quitándole el pisapapeles de la mano–. Estoy seguro.

    Aquello había sido una gran preocupación para Jessica y suspiró aliviada.

    John le puso un dedo bajo la barbilla y la miró a los ojos.

    –Esto es realmente importante para ti, ¿no pequeña?

    Jessica volvió a suspirar.

    –Lo es, abuelo, estoy creciendo. Tengo casi diez años…

    –Apenas nueve.

    –…Y pronto voy a ser una adolescente. Alguien tendrá que enseñarme cómo ser una chica o puede que meta la pata.

    Su bisabuelo se quedó mirándola en silencio, con una mirada triste y pensativa. Entonces, de repente, se enderezó en su asiento.

    –Muy bien, lo haremos –dijo.

    Jessica se arrojó a sus brazos, tan llena de alivio que apenas podía hablar.

    –¡Gracias, gracias!

    –Y así será como lo hagamos. Pondremos un anuncio ciego…

    –¡Los anuncios no pueden ver!

    John se rio.

    –Eso significa que no diremos de quién es el anuncio. Diremos que se envíen las respuestas al apartado postal del periódico.

    –Muy bien.

    Jessica no entendía muy bien lo que quería decir, pero no le importó mucho, con tal de que su anuncio se publicara.

    –Luego, cuando las tengamos todas, si es que alguien responde, le diremos a tu padre lo que hemos hecho.

    –Vamos a rezar –sugirió Jessica sin hacerse muchas ilusiones de que aquello le fuera a gustar a su padre.

    Pero como él siempre le decía, ella estaba haciendo eso por el bien de él, se diera cuenta él o no.

    –Ya lo sabes –dijo John sonriendo–. No creo que esto le vaya a gustar mucho, pero para cuando lo sepa, ya será demasiado tarde.

    Intercambiaron una mirada conspirativa. Luego él dijo más alegremente:

    –De todas formas, ya cruzaremos ese puente cuando lleguemos a él. Ya ves, chica. No eres la única a la que le gustaría verlo sentar la cabeza con una buena chica.

    –A la que le gusten los niños y los perros –le recordó, ya que esa era la parte más importante.

    –Por supuesto –dijo él levantándose–. Toma tu hucha y vete ahora. Tengo que hacer que el anuncio salga en el ejemplar de hoy mismo.

    –Gracias, abuelo –exclamó Jessica abrazándolo–. Pero quiero que te quedes con mi hucha. Papá dice que solo los canallas no pagan sus deudas.

    –Bueno, puedo esperar a que me pagues hasta ver si la cosa funciona, supongo. Guardaré la hucha hasta entonces.

    –Gracias, abuelo. Te quiero.

    –Y yo a ti también. ¿Dónde está hoy tu padre?

    –Trabajando en la casa de la señorita Gilliam.

    –¿Todavía?

    –Y no creo que lo arregle nunca –dijo la niña muy seriamente, repitiendo lo que había oído en casa.

    –Probablemente no. Pobre Laura. Así

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