Obsesiones secretas
Por Emma Darcy
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Katie se había quedado sorprendida por su propia reacción ante un completo desconocido. La última vez que había sentido un deseo tan arrollador había sido diez años antes, entre los brazos de un hombre al que la habían obligado a abandonar. Cuando cayeron las máscaras, reapareció el pasado. Carver estaba empeñado en recuperar a Katie, pero... ¿como amante, o como algo más?
Emma Darcy
Initially a French/English teacher, Emma Darcy changed careers to computer programming before the happy demands of marriage and motherhood. Very much a people person, and always interested in relationships, she finds the world of romance fiction a thrilling one and the challenge of creating her own cast of characters very addictive.
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Obsesiones secretas - Emma Darcy
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2001 Emma Darcy
© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Obsesiones secretas, n.º 5512 - enero 2017
Título original: Claiming His Mistress
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-8811-1
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
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Capítulo 1
Lo primero que llamó la atención de Carver Dane fue su pelo: una llamativa melena negra rizada. Sonrió de forma burlona para sí mismo; por lo general las personas solían sentirse atraídas por un mismo tipo de físico, y aunque el fracaso de dos relaciones debería haberlo disuadido, no fue así. No era capaz de apartar la mirada de ella. Claro que podría tratarse de una peluca ya que no solo era un baile de máscaras, sino también una fiesta de disfraces. Resultaba imposible saberlo con seguridad desde aquella distancia, sobre todo porque la máscara que ella llevaba, de color morado y escarlata y con brillantina, ocultaba el nacimiento del pelo.
A propósito, él dio una serie de pasos con su acompañante de baile para acercarse un poco más.
Aquella melena rizada pertenecía a una mujer que iba disfrazada de Carmen, la protagonista de la ópera de Bizet.
Carver se dijo a sí mismo que debería mantenerse alejado de ella; tenía un cuerpo maravilloso enfundado en un ceñido vestido rojo con volantes rojos y morados. La parte delantera del vestido tenía una provocativa abertura que, cada vez que su compañero de baile la hacía girar, dejaba a la vista unas piernas bien formadas. Llevaba pulseras de oro en los brazos y aros, también de oro, en las orejas.
Carver pensó que era una mujer muy sexy. Mantuvo la vista fija en ella y se propuso pedirle el siguiente baile.
Katie Beaumont se estaba divirtiendo. Hacía mucho tiempo que no se dejaba el pelo suelto, aunque solo fuese por diversión.
Entre tanta gente desconocida, estar disfrazada de Carmen la hacía sentirse liberada. No tenía que mantener una imagen de seriedad; aquel baile la liberaba de todo, especialmente de la preocupación de lo que los demás pudiesen pensar de ella.
Su compañero, disfrazado de torero, estaba extenuado cuando terminó el baile.
–¡Ha sido estupendo! –resopló e intentó acercarla hacia él–. Vamos a tomarnos una copa.
–Te lo agradezco, pero me están esperando en mi mesa –se excusó ella, sonriendo mientras se apartaba–. Pásatelo bien –añadió, ya que no quería hacerle un feo.
Era un bailarín entusiasta, pero no quería su compañía fuera de la pista de baile: aquella noche era para su propio disfrute.
Le resultó fácil desaparecer entre la multitud. La habían sentado en una de las mesas oficiales, junto a Amanda, su amiga del colegio a la cual le habían ido muy bien las cosas y se había casado con Max Fairweather, un importante agente de bolsa de los círculos financieros de Sydney.
Katie se alegraba de haberse vuelto a encontrar con ella tras haber perdido el contacto durante tantos años, y, aunque no tenía ningún interés en participar en la vida social de la alta sociedad de Sydney, le resultada divertido disfrutar de la compañía de Amanda de vez en cuando, que además daba un poco de chispa a su vida.
Katie sonrió para sí misma al ver los extravagantes ademanes con los que su amiga entretenía a los demás invitados mientras les relataba una divertida anécdota. Sin duda alguna, era una anfitriona estupenda.
–¿Cómo te ha ido con el torero? –le preguntó Amanda a Katie de forma maliciosa en cuanto esta se sentó a su lado.
Katie sonrió ya que sabía que estaba a punto de truncar los planes de Amanda por encontrarle marido.
–Baila bien, pero es un poco engreído.
–Pues tendremos que encontrar un pretendiente mejor –murmuró Amanda–. El que a mí me gusta es aquel pirata tan sexy.
–¿Un pirata? –preguntó Katie encogiéndose de hombros–. No me he fijado.
–Pues él sí se ha fijado en ti. No te ha quitado ojo de encima durante el último baile.
Katie se rio. Se había dado cuenta de que unos cuantos hombres se habían fijado en ella, de manera que uno más no significaba nada. El disfraz de Carmen era muy seductor.
Pero a Katie no le importaba. Aquella noche le daba igual cuántos hombres la mirasen; le encantaba experimentar la sensación de sentirse deseada.
–Tú no deberías estar fijándote en nadie, Amanda –le recriminó de forma burlona–. Recuerda que yo he venido en el lugar de tu marido.
–No me lo recuerdes. Estoy muy enfadada con Max por no haber venido, sobre todo teniendo en cuenta que formo parte de la comisión para recaudar fondos. Él y su afición al golf… –murmuró Amanda mientras se servía más champán.
–¿No me dijiste que los contactos eran buenos para su negocio? –le preguntó Katie–. Mantener este nivel de vida tiene su precio.
–¡Y que lo digas! –suspiró Amanda–. Aun así, preferiría estar bebiendo el mejor champán que estar preocupándome de montar un negocio. ¿Estás segura de que quieres seguir adelante con el proyecto de taxis para transportar niños?
–Sí. Ya tengo todo estudiado y voy a tener una reunión con la compañía inversora que me recomendó Max.
–Estoy segura de que podría encontrarte a un marido apropiado.
Katie negó con la cabeza.
–Prefiero mantenerme por mis propios medios.
Amanda suspiró exasperada.
–No es normal –dijo señalando con el brazo a su alrededor–. Esto es lo normal para alguien como tú.
–¿El qué? ¿Un baile de disfraces con máscaras? Esto es pura fantasía –se rio Katie de forma burlona–. De todos modos te agradezco que me convencieses para venir y que me encontrases este disfraz.
–¡De manera que sí te lo estás pasando bien! –exclamó Amanda de manera triunfal.
–Sí –sonrió Katie.
Su amiga le ofreció una copa de champán y brindaron.
–¡Por una noche de diversión y frivolidad! ¡Y que haya muchas más!
Katie sonrió y tomó un sorbo de su champán, pero no pensó lo mismo que Amanda. Disfrutaba de un poco de diversión y frivolidad de vez en cuando, pero todo aquello perdería su magia si lo repetía demasiado a menudo.
Katie sospechaba que Amanda mantenía aquel ritmo de vida porque su marido, que era una excelente persona, era más bien serio; y aquello equilibraba las cosas.
También sospechaba que Max se había marchado el fin de semana a jugar al golf porque un baile de disfraces no era su estilo.
Aun así el matrimonio parecía funcionar bastante bien.
Katie se preguntó si los años que había pasado trabajando de niñera en Londres le habían hecho adoptar una actitud escéptica acerca de la duración de cualquier relación. Ser testigo de las intrigas y las infidelidades que ocurrían en el seno de matrimonios supuestamente estables le habían hecho abrir los ojos, y proteger a los hijos de ello no había sido fácil. Le gustaba la inocencia de los niños pequeños y disfrutaba más de su compañía que de la de