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El secreto del puzle: Crónica de los barrios sin luna I
El secreto del puzle: Crónica de los barrios sin luna I
El secreto del puzle: Crónica de los barrios sin luna I
Libro electrónico237 páginas3 horas

El secreto del puzle: Crónica de los barrios sin luna I

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Información de este libro electrónico

Francisco Muñiz, director de la empresa de informática más prestigiosa del país, ha aparecido asesinado en su despacho. Todo indica que fue sometido a tortura antes de fallecer. Javi y Oona deberán averiguar quién fue el autor del crimen para lo cual contarán con la ayuda de Fabio, un nuevo miembro en el equipo recién licenciado en psicología. Fabio se convertirá rápidamente en un elemento fundamental ya que la única testigo del crimen es Lucía, hija del fallecido, quien padece un caso grave de autismo.

IdiomaEspañol
EditorialJavIsa23
Fecha de lanzamiento1 ago 2017
ISBN9788416887125
El secreto del puzle: Crónica de los barrios sin luna I
Autor

Nuria García Font

Nuria García Font nació en Madrid en 1990. Desde pequeña, mostró una imaginación vivaz que derivó en un creciente interés por la escritura. Ganadora en su instituto de varios concursos de poesía y relato corto, es a los doce años cuando se inicia en el mundo de la novela. A los catorce escribe su primera obra publicada. Actualmente se encuentra inmersa en la escritura de la saga Crónica de los barrios sin luna, la cual compagina con la preparación de su doctorado en Bioquímica.

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    El secreto del puzle - Nuria García Font

    Título: El secreto del Puzle

    *Crónica de los barrios sin luna I*

    © del texto: Nuria García Font

    www.nuriagarciafont.es

    © de la portada: Fany Carmona

    http://www.fanycarmonailustradora.es

    Modelo: Sailor meguin's threat by Senshistock

    Fondo: Fort 5 by justicestock

    © de esta edición: Ediciones JavIsa23

    www.edicionesjavisa23.com

    E-mail. info@edicionesjavisa23.com

    Tel. 964454451

    Primera edición en e-book: diciembre de 2016

    Segunda edición en e-book: agosto 2019

    ISBN: 978-84-16887-12-5

    © de la edición original en papel: Ediciones JavIsa23, 2016

    ISBN de la edición en papel: 978-84-944431-9-0

    Conversión en e-book: NOA ediciones

    Todos los derechos reservados. Queda prohibida, según las leyes establecidas en esta materia, la reproducción total o parcial de esta obra, en cualquiera de sus formas, gráfica o audiovisual, sin el permiso previo y por escrito de los propietarios del copyright, salvo citaciones en revistas, diarios, libros, Internet, radio y/o televisión, siempre que se haga constar su procedencia y autor.

    Dedicado a mi abuelo, Antonio.

    Que tu mente no se rinda.

    Capítulo 1

    Oona caminaba por los pasillos de la facultad lo más rápido que le permitían sus piernas.

    El ruido de sus botas al chocar contra el suelo resonaba en la vacuidad del corredor. Llevaba en un brazo los apuntes de Inmunología, la asignatura que había estado estudiando durante toda la tarde. En la otra mano apretaba con fuerza el teléfono móvil que aún tenía la pantalla encendida, signo de que había estado activo hacía poco.

    Había leído el mensaje de Javi hacía unos escasos segundos. Inmediatamente había recogido sus cosas y se había puesto en marcha hacia la comisaría. El mensaje había sido enviado un cuarto de hora antes. Esperaba que no la regañasen por haberse demorado.

    Llevaba ya cuatro meses trabajando para el comisario Castro junto a Javi, justo el tiempo que llevaba estudiando el cuarto curso de la carrera y el primero de su especialización: Bioquímica. Sin duda, aquel trabajo le privaba de tiempo para sus estudios, pero no se arrepentía.

    Javi y ella habían sido seleccionados de entre todos los alumnos de la Universidad por sus notas sobresalientes para colaborar con la policía en un departamento especial, el CNC (Casos No Clasificados). Este departamento se encargaba de resolver crímenes con algún aspecto que los hiciera poco comunes. Estaban bajo la órdenes del comisario Alberto Castro quien, además, había sido uno de los cuatro fundadores de la sección.

    Salió a la calle notando el frío glacial, el cual la golpeó con tanta fuerza que no pudo evitar estremecerse. Subió hasta arriba la cremallera del abrigo y enterró la cara en él para protegerse los labios y la nariz. Después echó a andar a gran velocidad para conseguir que su cuerpo entrara en calor.

    Sujetaba firmemente los apuntes temiendo que la fuerza del viento se los llevase y desperdigase por toda la calle. Esquivó a varios viandantes procurando mantener la velocidad constante para no hacer esperar más a Javi y al comisario.

    Cuando divisó el portentoso edificio de la comisaría, sentía que los pulmones le ardían. El frío había resecado su garganta y cada vez que respiraba o tragaba notaba un sinfín de cristales clavándose en la carne. Según entró, fue directamente al lavabo para beber un poco de agua y suavizar así la quemazón.

    El agua tibia hizo que se sintiese mejor, aunque su rostro aún estaba del color de las cerezas. Puso las manos sobre las mejillas para calentarlas. Justo entonces el móvil vibró ostentosamente ante una llamada del impaciente Javi.

    Sin haber terminado de controlar su respiración, Oona abandonó el lavabo y subió las escaleras hacia la sala donde se reunían cuando tenían un nuevo caso.

    Al primero que vio cuando entró fue a Javi sentado en una de las cómodas sillas giratorias. Estaba recostado contra el respaldo con las piernas cruzadas y los dedos tamborileando sobre la mesa. Recibió a Oona con una cálida sonrisa que hizo que a la chica se le acelerase el corazón.

    —Llegas tarde —dijo sin variar su postura.

    Oona se encogió de hombros y ocupó la silla que estaba a su lado. Dejó los apuntes sobre la mesa y se reclinó en el asiento con un suspiro de triunfo.

    —Pareces sofocada.

    —Vengo casi corriendo desde la facultad para no ganarme una bronca.

    Javi alzó las cejas con incredulidad, pues sabía lo poco aficionada que era Oona al ejercicio, especialmente a correr. Ella no pudo evitar mirarlo detenidamente, pero no era de extrañar.

    Javi era un chico cuyo físico se adecuaba mucho mejor al de una estrella de cine que al de un estudiante de Medicina. Era alto, con el pelo del color del trigo y unos cálidos ojos de color avellana. Era increíblemente apuesto y bien formado, fruto de las tardes jugando al tenis, deporte al que dedicaba gran parte de su tiempo libre. Además de su físico portentoso, tenía una personalidad capaz de seducir a cualquiera y eso había servido para que lograse hacer amigos en cualquier parte.

    Oona se había sentido atraída por él desde que lo había conocido al entrar en la universidad. Habían sido presentados por Miguel, un amigo que tenían en común y que estudiaba Biología con Oona. Desde entonces habían intimado bastante y, más aún, desde que habían empezado a trabajar juntos.

    En todo ese tiempo, Oona no se había atrevido a decirle nada a Javi acerca de sus sentimientos porque sabía que su amigo no tenía un carácter adecuado para dedicarse en exclusiva a una sola persona.

    —Bueno, supongo que eso explica por qué tienes tan mal aspecto —bromeó él.

    Oona no lo tomó en serio pues se había mirado en el espejo del lavabo minutos atrás y, exceptuando los ojos llorosos por el frío y las mejillas enrojecidas, había obtenido una valoración positiva.

    En ese momento se abrió la puerta dando paso al comisario Castro, a Ricardo, el policía que colaboraba con Oona y Javi, y a otro chico que ella no reconoció.

    —Buenas tardes —dijo el comisario ocupando su silla.

    —Buenas tardes, señor comisario —respondieron Javi y Oona al unísono.

    El desconocido se sentó en la silla que estaba al lado de la chica.

    —Bien, creo que lo primero es hacer las debidas presentaciones. Oona, Javier, él es Fabio Toral —el aludido se puso en pie y estrechó las manos de los dos amigos—. Ahora lo mejor será ponernos en marcha con el trabajo.

    —¿Cuáles son los hechos? —preguntó Oona con visible interés.

    —Esta mañana han encontrado el cadáver de un hombre llamado Francisco Muñiz en su despacho. Presentaba señales evidentes de que había sido degollado —dijo Ricardo sacando unos papeles de una carpeta entre los cuales estaban algunas fotografías. Fue a ponerlas sobre la mesa, pero miró a Oona con aprensión—. Esto… no creo que sea apropiado mostrar estas fotografías, son muy explícitas y quizá tú…

    Ricardo tenía un comportamiento muy anticuado que, lejos de ofender a Oona, le parecía gracioso por lo poco común que resultaba en un hombre tan joven.

    —Creo que podré soportarlo, Ricardo —dijo con una sonrisa.

    El policía asintió y mostró las imágenes. En ellas se veía a un hombre de unos cincuenta años tendido en el suelo. Su cabeza estaba torcida en un ángulo antinatural y en su garganta se veía un profundo corte rodeado de manchas y gotas de sangre. Tenía los brazos extendidos a ambos lados en una postura casi artística y en las palmas de las manos, en las piernas y en los antebrazos también mostraba hendiduras ensangrentadas.

    Las demás fotografías registraban el resto de la habitación palmo a palmo.

    —Es escalofriante —murmuró Oona apartando la vista de las imágenes—. No obstante, diría que la causa de la muerte no ha sido la pérdida de sangre, sino una fractura en el cuello. ¿Qué opinas tú, Javi?

    —Sí, realmente parece esa la causa —dijo el chico analizando las heridas—. Además, no está atado ni presenta marcas de haberlo estado. Si quieres desangrar a alguien, tienes que sujetarlo ya que, obviamente, tratará de defenderse.

    —No lo creeréis, pero la fractura del cuello es postmortem —dijo Castro—. Quienquiera que lo hiciese desangró a Francisco con cortes en las manos, brazos, piernas y garganta y después le partió el cuello. Y no tuvo que atarlo para hacer nada de esto.

    —Una tortura —dijo entonces Fabio, que no había abierto la boca hasta ese momento.

    Oona se volvió hacia él cuando le oyó hablar, sorprendida; tenía una voz profunda y hablaba en un tono bajo, casi en un susurro. Aprovechando ese momento, analizó al desconocido con más detenimiento. Tenía el pelo del color del betún y unos profundos ojos grises que resultaban algo inquietantes. Iba vestido con ropas holgadas que le hacían parecer más delgado de lo que era. Había en él un aire peculiar, como si estuviese analizando todo lo que ocurría a su alrededor.

    —¿Hay sospechosos? —preguntó Javi.

    —De momento, no muchos —suspiró Castro cogiendo uno de los papeles.

    —¿Y testigos? —inquirió Oona.

    El comisario sonrió con pesar.

    —Sólo uno. Se trata de una testigo, Lucía Muñiz, hija del fallecido. Presenció todo el crimen.

    —Pobre mujer… —dijo Javi.

    —Niña —corrigió Ricardo—. Lucía solo tiene quince años.

    —Qué horror —el chico negó con la cabeza—. Lo mejor es que empecemos cuanto antes. Tendré que ir a hablar con la doctora Alonso.

    —No tan deprisa, Javier —dijo el comisario alzando las manos para que el chico no se levantase—. Tengo que daros una noticia a Oona y a ti: vais a tener un nuevo compañero. Fabio, muy amablemente, ha accedido a unirse a este departamento.

    Los dos amigos miraron a Fabio, que sonrió levemente.

    —Comisario, no deseo ofender a nadie, pero hasta ahora hemos trabajado bien solos Oona y yo —repuso Javi—. No veo por qué necesitamos la ayuda de ningún… bueno, ¿cuál es tu especialidad?

    —La psicología —dijo Fabio—. Me licencié el verano pasado.

    Javi lo miró, incrédulo. Los psicólogos no le agradaban en absoluto. Al oír aquello, Oona entendió por qué Fabio mostraba aquel aspecto analítico. Aunque la reacción de Javi había sido exagerada, en el fondo ella sabía que su amigo había sentido su orgullo herido creyendo que el comisario dudaba de la eficacia de su trabajo.

    —¿Para qué necesitamos un psicólogo?

    —Hace tiempo que nos hacía falta una sección de psicología —dijo Castro—. Para interrogar a los sospechosos y testigos siempre es bueno contar con ella, sobre todo en calidad de asesoramiento. En este caso nos hemos visto obligados a conseguir a alguien, especialmente por nuestra testigo.

    —¿Qué tiene de especial? No creo que Ricardo tenga ningún problema para interrogarla —insistió Javi, cuyo rechazo hacia la colaboración de Fabio comenzaba a resultar más que evidente.

    —Me temo que cualquiera tendría problemas para interrogarla —Oona y Javi miraron al comisario sin entender—. Lucía es autista.

    Ante las palabras de Castro, Javi enmudeció. Aquel caso iba a ser complicado, seguro.

    —Ahora debemos ir a la escena del crimen. La ubicación de la casa es un poco complicada, así que lo mejor es que vosotros nos sigáis con vuestro coche.

    Oona y Javi tenían a su disposición un coche facilitado por la policía que podían utilizar con absoluta libertad, siempre y cuando dicho uso se limitase al ámbito profesional. La chica pensaba que era una pena que no pudiesen utilizar aquel vehículo fuera del horario laboral porque le encantaba.

    Los tres compañeros subieron al automóvil y comenzaron a circular por las calles detrás del comisario y de Ricardo, con Oona al volante.

    —Así que psicólogo —comentó Javi al poco tiempo—. Curiosa carrera. No me digas más, ¿no te sentiste capaz de estudiar psiquiatría?

    Aquella frase tenía una doble connotación. Javi estudiaba medicina y consideraba que la psicología no podía compararse ni de lejos con su carrera.

    —De hecho, jamás me sentí tentado de estudiarla —respondió Fabio—. Considero que el escuchar por encima las quejas de un paciente y recetarle medicamentos no resulta ni de lejos tan emocionante como tratarle al nivel de la psicología.

    Oona sonrió ante aquella respuesta que había dejado a Javi sin argumentos.

    —No le hagas caso, Fabio —dijo, mirando al chico a través del espejo retrovisor—. A Javi no le gustan mucho los psicólogos.

    —A casi nadie —repuso el aludido, dedicándole una media sonrisa a Oona—. La mayoría de la gente considera que los psicólogos somos parecidos a lectores de mentes. Nadie está a salvo al lado de un psicólogo.

    —Por favor, no leas la mía —dijo Javi sin apartar la vista de la carretera.

    —No hace falta, Javi. Tus pensamientos llegarían hasta a los oídos de un sordo.

    Oona rio con disimulo sin dejar de mirar la parte posterior del coche de Castro. Le hubiese gustado ir más rápido, pero debía mantenerse detrás para no perderse.

    Mientras conducía, realizó un análisis de lo que estaba ocurriendo entre Fabio y Javi. A su amigo no le había sentado muy bien el tener que aceptar la colaboración de alguien más, estaba claro, pero desde un punto de vista práctico, no era muy conveniente que tratase a Fabio con ese desdén, ya que el chico trabajaba realmente en la policía mientras que ellos dos eran meros colaboradores.

    —¿Hasta qué punto nos hace falta tener un colaborador permanente? —soltó su amigo de pronto.

    —Javi… —avisó la chica.

    —No, piénsalo. En este caso es fundamental, pero creo que en otros nos podremos apañar, ¿no? A ver, ¿podrías explicarnos la utilidad de tus aptitudes, Fabio?

    Sin alzar la vista, el interpelado sonrió, como si lo que el chico le acababa de pedir fuese muy divertido.

    —Creo que no es el mejor momento… —empezó.

    —Oh, vamos, siento curiosidad —lo tentó Javi.

    —Está bien, como quieras. Si te parece bien puedo averiguar a través de un sencillo ejercicio en qué estáis especializados en la comisaría.

    —¿Y de qué serviría eso?

    —Creo que si soy capaz de averiguar algo así, probablemente no me costará demasiado establecer el perfil psicológico de testigos y sospechosos.

    Javi alzó las cejas con incredulidad, pero asintió, conforme.

    —Vale, empieza.

    —Imaginad que tenéis que cruzar un río de aguas muy rápidas. El río en cuestión está cruzado por un puente que, a simple vista, no parece muy estable. ¿Qué hacéis? Opción uno, realizáis un análisis exhaustivo del puente y distintas pruebas antes de cruzarlo como lanzar alguna roca o similar. Opción dos, desistís de intentar cruzarlo ya que estáis convencidos de que se hundirá bajo vuestro peso. Opción tres, os atrevéis a cruzarlo confiando en que resistirá sin problemas. ¿Qué elegís? ¿Javi?

    —Me quedo con la primera. Es absurdo lanzarse a pasar por encima sin saber siquiera si puede aguantar el peso de una roca.

    —Bien, ¿Oona?

    —La tres. A mí no me parece absurdo cruzarlo sin más. Si lanzas una roca puedes romper el puente por la brusquedad del impacto, pero si vas poco a poco, puede que resista.

    Fabio sonrió, complacido, pero guardó silencio.

    —¿Y bien? —lo apremió Javi.

    —Empezaré con Oona. Tú has elegido la tercera opción, es decir, cruzar el puente sin tener claro que vaya a soportar tu peso. Eso demuestra que tienes valor y que no prejuzgas las cosas, te dejas sorprender por lo que ocurra, por lo que puedas ver y en función de eso actúas. Esto me lleva a pensar que en la comisaría trabajas en algún sitio donde aventurar hipótesis sin pruebas tangibles no sirve de mucho, a saber, interrogando a los sospechosos y evaluando su culpabilidad en función de sus respuestas, comportamiento, etc., o bien analizando las pruebas que encuentras en las escenas del crimen. Dado que el primer trabajo lo hago yo, diría que trabajas en el laboratorio.

    Oona no tuvo que responder. Sus ojos abiertos al máximo demostraron que Fabio había acertado.

    —Y tú, Javi, has elegido la primera. Realizarías toda clase de pequeñas pruebas antes de atreverte a cruzar. Por consiguiente, tú sí que efectúas un juicio previo de las cosas ya que allá donde trabajas debes valerte ante todo de tus conocimientos y experiencia y no te dejas «sorprender» por decirlo así. Normalmente, cuando abordas un trabajo ya sabes de antemano lo que estás manejando igual que cuando cruzas el puente tienes alguna seguridad de que va a aguantar tu peso. Esto me

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