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Llovieron estrellas
Por María Beatobe
Calificación: 5 de 5 estrellas
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Información de este libro electrónico
Después del incidente en el bar, Naira está cada vez más convencida de que Gael es alguien demasiado importante en su vida, aunque ella intente negárselo constantemente. Además un fin de semana en la sierra con sus inseparables amigas, Hugo, Marco y dos amigos más, va a ser suficiente para que se confirme a sí misma lo que siente por él.
Las frías noches en la sierra darán para mucho... así que no os perdáis la séptima parte de la serie por amor, porque lloverán estrellas...
Las frías noches en la sierra darán para mucho... así que no os perdáis la séptima parte de la serie por amor, porque lloverán estrellas...
Autor
María Beatobe
María Beatobe nació en Madrid un 14 de febrero de 1979. Educadora Infantil de profesión y graduada en Educación Social, practica la docencia en un centro educativo desde 2002. Su vida diaria se desarrolla entre su familia, el trabajo en una Casa de Niños y la escritura en los tiempos que consigue sacar. Escritora de romántica desde la adolescencia, es amante de caminar descalza, sentarse en el suelo, leer a Benedetti y cantar a voz en grito en el coche. Autora de “Nos dejamos llevar por una mirada” y la serie de diez partes new adult “Por amor” publicadas por Planeta de Libros, entre otras. Disfruta escribiendo y creando historias que como ella dice “le dicta el corazón a cualquier hora del día. La inspiración no tiene horarios” Muy activa en redes sociales ya que para ella, la cercanía entre lectores y autores es primordial. Sigue a la autora: Facebook: maria beatobe escritora Twitter: @mariabeatobe Instagram: @mariabeatobe Pinterest: maria beatobe
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Llovieron estrellas - María Beatobe
Portada
Índice
Capítulo 113
Capítulo 114
Capítulo 115
Capítulo 116
Capítulo 117
Capítulo 118
Capítulo 119
Capítulo 120
Capítulo 121
Capítulo 122
Capítulo 123
Capítulo 124
Capítulo 125
Capítulo 126
Capítulo 127
Capítulo 128
Capítulo 129
Capítulo 130
Capítulo 131
Biografía
Créditos
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113
capitulo.jpgEn cuanto los atracadores salieron del bar, corrí como alma que lleva el diablo en busca de Gael. No podía soportar pensar que le hubiera pasado algo por querer defenderme. Entré en el baño mirando casi sin ver de lo nerviosa que estaba y lo encontré en el suelo mientras intentaba incorporarse con gesto de dolor.
—¡Gael! —grité mientras me agachaba para ayudarle a levantarse—. ¿Estás bien? ¿Qué te ha hecho?
Se levantó con dificultad y enseguida lo vi. Tenía el ojo inflamado hasta tal punto que había empezado a perder su forma.
—Ese hijo de puta me ha golpeado con la jodida culata de la pistola —respondió mientras se palpaba el ojo con cuidado.
—Ven —le dije, ayudándole a levantarse—. ¿Te duele algo más?
—No, tranquila. ¿Tú estás bien?
—Sí.
—¿Seguro?
—Que sí, Gael —respondí nerviosa—. Vamos fuera a ponerte hielo.
Todos estábamos alterados, como en shock, después de aquella corta pero intensa experiencia. El camarero lloraba sin consuelo por el susto y por la cantidad de dinero que se habían llevado.
—No te preocupes por la pasta, tío. Alégrate de que estás bien —dijo Hugo, intentando animarle.
—Ya…, si lo sé…, pero es la primera vez que entran a atracar aquí y estoy… —dijo, revolviéndose el pelo.
—Es normal. Todos nos hemos asustado —respondió Hugo.
Mis amigas estaban sentadas en una de las mesas del fondo del local. No decían nada; tenían la mirada como perdida. Habíamos tenido un susto de cojones. Hugo se sentó con ellas y rodeó a Cloe con el brazo con sumo cuidado. Ella no lo dudó y aceptó su gesto inclinándose hacia él.
Me metí con angustia detrás de la barra para coger algo de hielo y un trapo para ponérselo a Gael sobre la mejilla, ya que cada vez estaba peor y no tenía muy buena pinta.
Cuando salí con el paño helado me acerqué a él, que me esperaba sentado en un taburete junto a la barra con gesto preocupado.
—¿De verdad que estás bien? —susurró.
—Shhh…, no hables. Déjame que te ponga el hielo.
Se limitó a cerrar los ojos y asentir. Con mucho cuidado, le acerqué el paño al rostro y lo posé con delicadeza; Gael se apartó ligeramente y apretó la mandíbula.
—Shhh…, tranquilo —susurré—. ¿Duele?
—Muchísimo —musitó.
Abrió los ojos y me miró con demasiada intensidad como para que pudiera aguantarlo. Algo me decía que no hablábamos del golpe.
—¿Por qué lo has hecho? —pregunté.
—¿El qué? ¿Encararme a ese gilipollas?
—Sí.
—Porque cuando he visto que ese hijo de puta te agarraba con fuerza, he querido matarle —dijo con rabia.
—Las consecuencias podrían haber sido peores —musité, sin dejar de mirarle mientras le sostenía el paño sobre la mejilla.
—Me hubiera dado lo mismo. A ti ya te había soltado y era lo que quería.
Después hubo un silencio incómodo. Desde que lo había dejado con él, no habíamos vuelto a estar tan cerca el uno del otro ni yo me había sentido tan cómoda a su lado. Alzó despacio la mano para acariciar ligeramente la mía, la que mantenía el hielo, sin dejar de mirarme. Sentí un escalofrío al volver a sentir su piel y era totalmente consciente de que, al notar ese leve roce, los ojos se me habían empañado. Pero ¿cómo no iban a hacerlo? Si estaba totalmente loca por él… y eso no era fácil ni esconderlo ni controlarlo. Cualquier persona con sentimientos habría reaccionado de la misma manera.
Cogí aire y, con todo el dolor de mi alma, me separé de él. Dejé el trapo sobre la mesa y, dándome la vuelta sin mirarle, me fui con mis amigas.
Cuando me senté con ellas, Hugo se levantó y, por el rabillo del ojo, le vi acercarse a Gael.
—¿Cómo estáis? —pregunté.
—Bien, nena —dijo Noe.
—¿Y tú? —añadió Cloe.
—Bien también.
—¿Qué tal el ojo de Gael?
—Pues cada vez lo tiene peor. Creo que debería acercarse a urgencias a que se lo miraran.
Nos quedamos calladas; la tensión aún atravesaba el local de esquina a esquina.
—Bueno, creo que deberíamos irnos, ¿no? —dijo Cloe.
—Sí —respondí.
Según me levantaba para acercarme a Hugo y Gael, empezamos a oír el sonido de las sirenas de la policía. El camarero había debido de avisarles.
—Yo me marcho ya —dije.
—¿Seguro que estás bien? —preguntó Hugo, poniéndome la mano sobre el hombro.
—Sí, tranquilo.
—Ya llega la policía —interrumpió el camarero, nervioso—. ¿Os importa quedaros para declarar como testigos?
—Sin problema —respondió Gael.
Le miré y me dio hasta miedo lo que sentí. Quería abrazarle con fuerza para que el desasosiego que sentía en ese momento bajara de intensidad y descendiera como los posos del café.
Me debió de leer la mente, porque se levantó despacio y me tendió la mano. El corazón me empezó a bombear a toda velocidad. ¿Le abrazaba? No, no podía hacerlo. Y aunque sonara frío como el témpano, no podía ponérselo tan fácil después del daño que me había hecho.
Así que, con un nudo en la garganta, me retiré de nuevo a la mesa con mis amigas, a la espera de que llegara la policía y nos tomara declaración.
114
capitulo.jpgLa semana siguiente estuvimos un poco perdidas en la universidad; el atraco nos había dejado
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