Y llegaste tú 10. Sarah
Por Merche Diolch
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Martín le abrirá su corazón y todos sus amigos la recibirán con los brazos abiertos. Conocer a Martín será lo mejor que le ha ocurrido en mucho tiempo y, gracias a él, se dará la oportunidad de ser feliz pero... ¿Aceptará Aitor que lo sea?
Merche Diolch
Merche Diolch nació en Madrid el día de Reyes de 1979. Lectora empedernida desde la infancia, cursó la carrera de Historia y se especializó en estudios de la Edad Media, aunque no tardó en descubrir que su verdadera vocación era la escritura. Piensa que todos los sueños se pueden alcanzar, pero siempre con constancia, paciencia y trabajando poco a poco para conseguirlos, por eso tanteó el mundo literario por medio de pequeños relatos con los que colaboró en diferentes antologías literarias, hasta que dio el salto publicando ¿Por qué no? y Fuego rojo. Dos novelas que fueron recibidas con expectación por parte de los lectores, logrando cosechar grandes éxitos. Con Para regalo consiguió alcanzar el número uno en las distintas plataformas digitales de ventas y todavía siguen sorprendiendo sus excelentes resultados. Sus series Rapax, Dulce y salado e Y llegaste tú no dejan de atraer nuevos lectores, recogiendo buenas e increíbles críticas que animan a la escritora a continuar en esta profesión, porque, según su propia opinión, «sin los lectores, los escritores no existiríamos». Ha sido dos veces finalista del Premio AURA, cuyo galardón alcanzó en el año 2015. En 2009 fundó la página Yo leo RA, una de las páginas web pioneras en especializarse en el género romántico y de la que derivan incontables actividades y acciones para la promoción del género, como los «Encuentros Literarios RA», que se celebran cada año y a los que asisten más de seiscientas personas. Actualmente ha organizado el CiempoLiT. Festival de Literatura Infantil y Juvenil, con una increíble respuesta por parte de los asistentes. A día de hoy trabaja en varios proyectos que verán la luz a lo largo del año. Enlaces de interés: Blog: http://merchediolch.com/ Facebook: Merche Diolch Twitter:@MercheDiolch Instagram: @merchediolch
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Y llegaste tú 10. Sarah - Merche Diolch
Capítulo 1
—¿Quieres un café? —le preguntó Raquel.
Sarah negó con la cabeza mientras tiraba de las mangas de su jersey sin apartar los ojos de la puerta de la cocina.
—¿Quizás un té? —Dulce insistió levantándose del sofá donde estaba sentada al lado de su invitada.
—No. No me apetece nada, de verdad —contestó con rapidez y, además, de manera algo brusca, lo que la llevó a suavizar su tono de inmediato—: Gracias.
Las dos hermanas se observaron y asintieron a la vez, transmitiéndose un mensaje sin necesidad de hablar. La pequeña se sentó de nuevo y Raquel, que seguía de pie desde la llegada de la policía, se acercó hasta la puerta que daba al jardín y fijó su mirada en el lago.
Las tres se quedaron en silencio… una vez más. Sumidas cada una en sus propios pensamientos, con temor a compartir sus miedos.
La mañana había sido una locura…
En cuanto Miguel llamó a Martín para informarle de lo que había ocurrido con su coche, todo fue un ir y venir del pueblo a la casa del lago. En el aparcamiento del hotel se reunieron con rapidez Tony, Isra, Raquel y Dulce, además de Martín, y el resto de la pandilla, si no hubieran estado trabajando, también habrían acudido a la llamada de su amigo.
Hablaron lo justo, callando más de lo que querían por deferencia a Sarah, quien, desde que leyó la nota, se había sumido en un silencio tenso, alejándose sin darse cuenta de con quien había pasado la noche.
Observaron el Suzuki y, tras leer la nota que la pareja se había encontrado en el parabrisas, todos estuvieron de acuerdo en que había que dar aviso del incidente a la policía. Además, otra de las cosas en las que coincidieron, sin pedir opinión a la camarera, es que debían alejarla del «cuerpo del delito».
La urgencia se asentó entre los jóvenes, sumada a la preocupación que tenían por cuidar de Sarah.
Las chicas tomaron las llaves del coche de Tony y, tras recoger su equipaje de la habitación del hotel, la obligaron a acompañarlas.
Las miradas cómplices y un silencio tenso fueron los eternos compañeros en los momentos que compartieron, aumentando todavía más la tensión que los envolvía cuando el resto de la pandilla apareció en la casa y al poco llegó la policía.
Todos se reunieron en la cocina de la casa de Raquel.
Sarah hizo amago de seguirlos, pero Miguel se lo impidió sin preocuparse por lo que ella opinara.
—Ya se lo explico yo —le indicó sin apenas fijarse en su mirada azul, porque, si lo hubiera hecho, habría adivinado que su dueña no estaba nada contenta de cómo estaba actuando—. Quédate con las chicas. —Movió la cabeza hacia Dulce y Raquel—. Ellas te cuidarán… —comentó y, sin más, desapareció tras la puerta blanca.
Sarah arrugó el ceño, se pasó la mano por el enrevesado cabello castaño y se sentó en el sillón que todavía ocupaba ahora. No había intercambiado ninguna palabra con sus anfitrionas, salvo las justas y necesarias; mientras, en su cabeza, un maremágnum de sensaciones se amontonaba y la preocupación que había sentido al ver el estado del coche de Miguel iba sustituyéndose por el enfado al verse apartada.
Un ruido procedente de la habitación que comenzaba a odiar atrajo su atención. Tenía la esperanza de que, al final, alguno de los que la acompañaban se diera cuenta de que ella tenía que estar allí, tenía algo que decir, que opinar, que contar… Pero no. Nadie parecía percatarse de que la culpable de la situación en la que se encontraban era solo ella.
Se levantó del sillón, atrapó el abrigo que tenía más cerca, sin importarle que no fuera el suyo, y salió por la puerta que daba al jardín sin decirles nada a las chicas.
—Esa es mi cazadora —mencionó Dulce acercándose a su hermana, que observaba a la joven que acababa de irse de la casa.
—Creo que ahora eso no es importante…
—No, tienes razón —convino atrapando el brazo de Raquel y observando a Sarah—. ¿Crees que está asustada? Yo lo estaría.
Raquel asintió con la cabeza.
—Muy asustada, pero no lo reconocerá nunca y… —miró la puerta de la cocina— no me gustaría estar en la piel de Miguel cuando hable con ella.
Dulce elevó una ceja.
—¿Por qué dices eso?
Su hermana tiró de una de sus trenzas, se sentó en el sofá y golpeó el cojín que había al lado de ella para que su hermana la siguiera.
—Porque el enfado ha sustituido al miedo…
—No te entiendo —indicó algo confusa.
Raquel empujó el hombro de su hermana y le sonrió.
—Se nota que eres la pequeña…
Dulce le enseñó la lengua.
—Porque me saques un año, no quiere decir que tengas el título de la sabiduría.
La mayor se rio.
—No, pero en tema de hombres puede que sepa mucho más que tú —le rebatió—. Te recuerdo que yo tengo novio…
—Y yo te recuerdo —repitió con una gran sonrisa— que tuve mucho que ver para que eso sucediera.
Raquel le dio un beso en la mejilla.
—Y te estaré eternamente agradecida.
Dulce le correspondió el gesto y le guiñó un ojo cómplice.
—Ya te lo haré pagar con el tiempo.
La mayor se rio de nuevo, siendo acompañada de inmediato por la otra, justo cuando la puerta de la cocina se abría.
—Me alegra ver que, a pesar de lo sucedido, se siguen escuchando risas en esta casa —señaló al entrar un hombre mayor vestido con uniforme que precedía a Israel.
—Perdón, perdón…
—Nosotras no queríamos…
El policía negó con la cabeza y sonrió.
—Nada de disculparse, niñas —las reprendió—. La vida no se detiene por cuatro neumáticos pinchados.
Raquel asintió y su hermana la imitó.
—Entonces, Samuel, ¿nos mantendrás informados? —preguntó Israel.
El policía se volvió ya cerca de la puerta de la casa y asintió mientras