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Mil años para amarte. Por mil años más, vol. 2
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Libro electrónico553 páginas7 horas

Mil años para amarte. Por mil años más, vol. 2

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Han pasado tres años desde que un poderoso tsunami llamado Franc impactó por primera vez en la vida de Verónica.
A pesar de que el destino y una serie de malas decisiones hicieron que sus caminos tomaran rumbos opuestos, la vida les da una segunda oportunidad, como suele hacer cuando dos almas gemelas se conocen en el momento equivocado.
Pero Vero ya no es la misma…
¿Conseguirá el amor vencer todas las barreras y juntar los pedacitos de estos dos corazones locos?
IdiomaEspañol
EditorialZafiro eBooks
Fecha de lanzamiento30 jun 2021
ISBN9788408244233
Mil años para amarte. Por mil años más, vol. 2
Autor

Romy Low

Me llamo Romy Low y soy una artista polifacética, a veces políticamente incorrecta, a la que le gusta hacer un montón de cosas: cantar, componer, actuar, escribir… Adicta a mi marido y a las buenas energías, devoro novela romántica desde que soy una pubescente. De hecho tengo mi propio club de lectura, formado por mi amada madre y mi grupo de «amiguis». Hija del Mediterráneo, nací y crecí en un precioso pueblecito cerca de Barcelona, rodeada de naturaleza y de preciosos paisajes. Bueno, y de un montón de verdes campos de cultivo con olor a estiércol… Aunque me diplomé en Ciencias Empresariales por la UAB e hice un máster en Dirección de Comunicación, Relaciones Públicas y Protocolo, desde bien pequeñita ya sentía una fuerte vocación por la cultura y las artes escénicas. Esa pasión fue la que, finalmente, me hizo dar un giro inesperado a mi vida profesional y cursar estudios de Arte Dramático para centrar mi carrera en la rama interpretativa, tanto en cine como en televisión, y más tarde en el panorama musical y novelístico. Encontrarás más información sobre mí en: Instagram: http://instagram.com/romylowofficial Facebook: https://www.facebook.com/romylowofficial Twitter: https://twitter.com/RomyLow Spotify: http://spoti.fi/2BO3FrJ Youtube: https://www.youtube.com/user/ROMYLOWTV Web: https://romylow.wordpress.com/ Flickr: https://www.flickr.com/photos/79227830@N05/ TikTok: https://vm.tiktok.com/ZMeg7E9UE/

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    Vista previa del libro

    Mil años para amarte. Por mil años más, vol. 2 - Romy Low

    9788408244233_epub_cover.jpg

    Índice

    Portada

    Sinopsis

    Portadilla

    Dedicatoria

    Cita

    Prólogo

    1. Con calma

    2. Nada que perder

    3. Bipolar

    4. Todo o nada

    5. Alegría

    6. Franc Simán del Paraíso

    7. Juntos

    8. M. A.

    9. El «plan»

    10. Condenado a amarte

    11. Sevilla

    12. Confianza

    13. Sinvergüenza

    14. Todo llega y todo pasa

    15. Juego de tronos

    16. El efecto mariposa

    17. El lado oscuro del paraíso

    18. La cerilla y la gasolina

    19. Magia

    20. Yumanyi

    21. Por mil años más

    22. Quédate conmigo

    23. La Liga de la Justicia

    24. Un instante de perfección

    25. Al final del camino

    26. Surfeando con la vida

    Epílogo

    Biografía

    Referencias a las canciones

    Créditos

    Gracias por adquirir este eBook

    Visita Planetadelibros.com y descubre una

    nueva forma de disfrutar de la lectura

    Sinopsis

    Han pasado tres años desde que un poderoso tsunami llamado Franc impactó por primera vez en la vida de Verónica.

    A pesar de que el destino y una serie de malas decisiones hicieron que sus caminos tomaran rumbos opuestos, la vida les da una segunda oportunidad, como suele hacer cuando dos almas gemelas se conocen en el momento equivocado.

    Pero Vero ya no es la misma…

    ¿Conseguirá el amor vencer todas las barreras y juntar los pedacitos de estos dos corazones locos?

    Si te apetece disfrutar de la banda sonora de la novela mientras la lees, puedes acceder a ella a través de este link:

    https://open.spotify.com/playlist/0r6AKYi3M2NTGgLeQ4sbkv?si=T_mkA2TRTEKYZyO-UjhDYw

    Mil años para amarte

    Por mil años más, vol. 2

    Romy Low

    Dedicado a mi Franc.

    La luz de mi corazón.

    El aire que respiro.

    Mi inspiración y mi amor eterno.

    Y a mi Aura.

    Mi amada madre y mi bendición.

    Siempre es levemente siniestro volver a los lugares

    que han sido testigos de un instante de perfección.

    Sobre héroes y tumbas,

    E

    RNESTO

    S

    ABATO

    Prólogo

    —¡Cariño mío! Pero… ¿qué ha pasado? —Aura mira a su hija con cara de preocupación, mientras la coge en brazos para intentar consolarla.

    —¡Mami, mami! ¡Inés ha tirado la miguita! —le cuenta la pequeña Vero, con un llanto tan desconsolado que apenas la entiende.

    —No la he tidado, ze me ha caído y ze ha peldido —intenta justificarse Inés, que las mira desde abajo con sus apenas noventa centímetros de estatura.

    —¡Es mentira, mami! ¡La ha tirado aposta!

    —A ver chiquitinas, tranquilizaos. ¿Seguro que se ha perdido?

    Vero abre el pequeño joyero blanco de porcelana acondicionado como un diminuto piso, en el que, desde hace meses, guarda su mascota, una diminuta miga de pan a la que adora más que a nada en el mundo.

    —Vaya, pues no está aquí. ¿Y la habéis buscado?

    Zí, pedo no la encontramoz.

    —Bueeeno, pero no pasa nada cariñito. —Aura desliza las palmas de las manos por los mofletes de su hija para secarle los lagrimones que se desbordan de sus ojos sin contención—. Podemos buscar una miga nueva y…

    —Yo ya ze lo he dicho —le aclara la pequeña Inés a Aura, cruzando los bracitos en un gracioso gesto de autosuficiencia.

    —¡No! ¡Yo quiero mi miguita!

    —Amorcito, pero ¿tú sabes cuántas miguitas hay en el mundo? ¡Yo te traigo las que tú quieras!

    —¡Es que yo quiero la mía, mami!

    —Lo sé, cielito mío, lo sé, pero es que esa precisamente no puede ser…

    La pequeña, que ha dejado de llorar, observa el joyero hipando compulsivamente, hasta que de repente coge y lo lanza contra el suelo, rompiéndolo en varios pedazos.

    —¡Oye, Vero! ¿Por qué has hecho eso? ¿Acaso quieres ser una niña mala? —la reprende su madre.

    —Me da igual.

    —¿Ah sí? Pues a mí no. —Aura la deja en el suelo y, fingiendo más enfado del que en realidad siente, la apunta con el dedo y la regaña—. Ahora mismo vas a recoger todos los pedacitos y los vas a pegar uno a uno, hasta que quede tal como estaba.

    —¡No!

    —¿Cómo que no? Ya lo creo que sí —le asegura una Aura a quien la paciencia está a punto de abandonarla, mientras se saca una de sus zapatillas y se la enseña a una enfurruñada Vero.

    Y la pequeña, que ya sabe lo que eso significa, se agacha a regañadientes y recoge todos los trozos de porcelana esparcidos a su alrededor.

    Una hora más tarde, la mujer, junto a las dos niñas, contemplan orgullosas y con las manos llenas de pegamento la no muy exitosa obra de reconstrucción del pequeño recipiente.

    Un recipiente en el que la pequeña Vero jamás volvería a dejar entrar otra miguita.

    1

    Con calma

    —¡Tiííííítaaaaaaa!

    Mi sobrinita Vera viene corriendo hacia mí y se lanza a mis brazos como si saltara desde un trampolín, haciéndome incluso retroceder a causa del impacto.

    —Je, je, je. ¡Hola, cosita! ¿Ya han llegado los papis?

    —¡Síííííí! Están ahí con los yayos.

    Me encamino hacia ellos mientras contemplo el verde paisaje que nos rodea por todas partes.

    Estoy en el precioso terreno que mis padres, junto con mi hermana, tras vender todas sus propiedades, se han comprado en la mejor urbanización del pueblo.

    Años y años oyendo a mi madre hablar de este sueño y hoy ya se pueden ver los cimientos de las dos enormes casas, de las cuales toda la superficie de la tercera planta será una preciosa buhardilla con entrada independiente, que mi madre ha hecho construir para que yo también tenga mi espacio.

    Así que algunos domingos, cuando el tiempo lo permite, nos juntamos aquí, alrededor de una barbacoa improvisada, mientras soñamos imaginando cómo será todo cuando esté acabado.

    —¡Herma! ¡Corre, ven! —me grita mi hermana desde la otra punta del terreno—. ¡Llegas justo a tiempo!

    Cargada con Vera, corro a toda prisa hacia ella, que, en cuanto llego, me pone la mano sobre su redonda tripa de casi cinco meses. Enseguida noto las pataditas de Sofía, mi sobrina aún sin rostro, y que nos avisan de que se avecina una guerrera.

    Pero aunque estoy inmensamente feliz por ella, eso no basta para llenar el vacío que hay en mi pecho. Un vacío que me ha acompañado a lo largo de mi vida de forma intermitente, pero que estas últimas semanas se me hace insoportable cuando hago balance y pienso en todo lo que he perdido.

    En especial desde que anteanoche echara por tierra la que, seguramente, hubiera sido una oportunidad única de sentirme amada y cuidada por una de las mejores personas que he conocido, Román… Mi dulce Román…

    Cuando me despedí de él de madrugada frente a mi casa, los dos sabíamos que ya no volveríamos a vernos. Todavía me pregunto cómo pudo hacer lo que hizo. ¿Puede haber un acto más puro que renunciar al amor por la felicidad de la otra persona? Me dan escalofríos solo de pensarlo.

    Y el hecho de no haber sido capaz de corresponderle me destroza…

    Y aun así, a pesar de todo ello, de toda esta tristeza, solo hay una imagen en mi cabeza, una que está por encima del bien y del mal, de lo correcto y de lo incorrecto, y que no he podido ignorar ni siquiera un segundo durante las últimas treinta y seis horas. Unos ojos castaños y un pelo brillante que había conseguido mantener a raya, anclados en lo más profundo de mi memoria, gracias a altas y elaboradas dosis de amnesia autoimpuesta.

    Y ahora, a pesar de que Román lo hizo con su mejor intención, por culpa de aquellos dos puñeteros minutos mi contador se ha puesto a cero. Y vuelta a empezar. A pelearme todo el tiempo conmigo misma para conseguir sacarme al maldito Franc Simán de la cabeza. Y cuanto antes mejor. Porque si algo tengo claro es que, a pesar de todo, nada va a cambiar. Como si esos dos minutos nunca hubieran existido…

    Asqueada conmigo misma, me doy una colleja mentalmente y me obligo a dejar de pensar. Y en ese estado de devastación emocional intento aguantar el tipo delante de mi familia.

    Me siento como un árbol, como uno cualquiera de los cientos que hay a mi alrededor. Un ser vivo que no puede expresarse. Un testigo mudo, plantado en la tierra, incapaz de interactuar.

    Un par de horas más tarde, cuando las pilas de la actriz que llevo dentro se están agotando, utilizo la hábil excusa de que ya no me siento los pies a causa del frío y me retiro.

    Antes de volver al piso que dentro de diez meses dejará de ser mi casa, me paso a tomar un café con Inés, que me recibe en albornoz, recién salida de la ducha y a medio maquillar.

    —Perriii —me saluda mientras me espachurra contra ella—. Pero… vaya careto llevas. ¿Qué te pasa? ¿Estás bien?

    —Pues claro. —«Vero Falseti, de los Falseti de Sicilia para servirles»—. ¿Adónde vas?

    —Cris me va a llevar a no sé qué exhibición de bachata o algo así.

    —Vaya… Qué guay…

    —Oye, ¿y por qué no te arreglas y te vienes con nosotros? —me propone, y un ligero brillo aparece en sus ojos.

    Y aunque sé que me lo ofrece con toda la ilusión, hoy me siento incapaz de hablar ni de relacionarme con nadie, ni siquiera de tener una conversación banal. Ayer me costó un esfuerzo sobrehumano aguantar la sesión en el Just, incluso la música se me hacía insoportable. De no ser por Patri y sus «chupitos tomahawk», no habría superado la noche…

    Necesito aislarme en mi mundo, uno en el que no se espere nada de mí y donde no pueda destrozarle la vida a nadie.

    —La verdad es que me parece un planazo, pero hoy estoy muy cansada y…

    —Oye, que nos conocemos… Quien yo me sé no tendrá nada que ver con que estés así, ¿no?

    «¡Zasca!»

    Y al instante sé que se refiere a Franc. Ayer, cuando le conté el episodio del viernes, acabamos las dos llorando como Magdalenas por Román… Y luego riéndonos con la retahíla de amenazas que salían por su boca si se me ocurría, ni por un segundo, acercarme a menos de un metro de Lucifer, nombre con el que ha bautizado a, según ella, la principal fuente de mis desgracias.

    —Nooo… —«¿Nooo?»—. Es un poco todo, Román, que estoy muy cansada… No te preocupes, ¿vale? Id tranquilos y la próxima me apunto seguro.

    —Ya —me dice mirándome con escepticismo—. Bueno, tú verás, mi amol. Si cambias de opinión, ya tienes mi número. Llámame. Te va a gustar —zanja, imitando la voz de una línea erótica.

    Cuando llego a casa media hora más tarde, mis padres todavía no han vuelto.

    En cuanto entro en mi habitación y miro el escritorio lleno de libros y apuntes, se me hace un mundo. Mañana empiezan las clases tras las fiestas navideñas y necesito ponerme al día con todo, pero estoy tan cansada que decido echarme un rato, a ver si con un poco de suerte consigo dormir algo.

    Mientras me cambio de ropa, suena un aviso de mensaje nuevo, y rápidamente miro de quién es.

    «Dios santo… Es de Franc.»

    Mi mundo deja de girar.

    Misión cumplida. Ya te tengo xd

    Me rodeo el cuerpo con los brazos para sostenerme a mí misma.

    «Maldito Franc y su jodido efecto.»

    Corro hacia el baño y me mojo la nuca con el agua helada que sale del grifo.

    Esto sí que no me lo esperaba.

    Creía que lo de la otra noche me lo dijo por decir, porque de alguna manera se vio obligado por la situación. Pero en ningún momento había creído que fuera a ponerse en contacto conmigo de verdad, y más después de mi vacilada…

    Regreso a mi habitación apretándome las sienes, mientras me pregunto si podría soportar volver siquiera a estar cerca de él y me sorprendo a mí misma por el simple hecho de planteármelo. Puede que sea tonta. O posiblemente alguna vez me haya dado un golpe en la cabeza que me haya hecho perder el equilibrio y la agudeza mental, no lo sé… Lo único que sé es que desde que lo conocí, nada ha sido igual.

    Principalmente porque yo no he sido igual.

    Yo era más bien de esas personas que creían que las cosas eran blancas o negras. Si te aman, amas; si te hacen daño, odias… Así solía ser… hasta que lo conocí.

    Hasta que, tras su primera caricia, supe que debería echar a correr.

    Hasta que el primer roce de sus labios me ató a Franc para siempre.

    Hasta que amé sin ser amada y, tras depositar mi confianza en él, la hizo pedazos como se tritura una materia hasta convertirla en polvo.

    Y he intentado odiarlo. Bien lo sabe Dios. De todas las formas posibles. Pero no lo he conseguido.

    Ahora la única cuestión es si seré capaz de hacer borrón y cuenta nueva. De olvidar todo eso que tanto daño nos ha hecho. De volver a confiar en él y mirarlo a los ojos sin que la dolorosa vara del rencor me golpee en las palmas cada vez que me relaje.

    Y lo más importante, si quiero hacerlo…

    Y es este último pensamiento el que me pide sensatez y tomarme mi tiempo para pensar, en lugar de correr a contestarle a la desesperada, tratando de evitar que la bola de malas decisiones que en su día nos destruyó vuelva a arrastrarnos con ella montaña abajo.

    Me quedo mirando el teléfono e, incapaz de tocarlo, me meto en la cama y me tapo hasta la cabeza.

    Durante más de una hora, fogonazos de recuerdos me torturan sin darme tregua. Todas las sensaciones que tan lejos habían quedado regresan a mi mente como si no hubiera pasado el tiempo. El cálido tacto de su piel, el sabor de sus besos, su forma de provocarme, su olor… Su novia.

    ¡Si creía que iba a poder relajarme ni siquiera un minuto es que estaba flipando!

    Harta de dar vueltas, me levanto. Voy hasta la cocina, me preparo una tila y, mientras me la bebo, apoyada en el frío mármol, no paro de hacerme preguntas.

    ¿De verdad quiero verle? ¿Podría soportarlo? Quizá, después de tanto tiempo, esta sea una buena oportunidad para saber por qué… Por qué hizo lo que hizo. Ahuyentar algunos de los fantasmas que me persiguen y liberar un poco de carga.

    Suspiro profundamente. La Vero insegura y asustadiza que él conoció ya no existe.

    Murió.

    Ahora voy a ser fuerte y voy a coger el toro por los cuernos.

    Voy directa a por el móvil y tecleo rápido.

    Hombre! Veo que sigues siendo un hombre de recursos XD

    Envío y lanzo el aparato sobre la cama. Me siento frente al escritorio, pero no me da tiempo ni a abrir la carpeta.

    La situación lo requería;) Qué tal estás? Cuándo puedo verte?

    Vaya… Directo lo sigue siendo. Eso no ha cambiado.

    Pues créeme cuando te digo que voy saturada… Me organizo, y hablamos entre semana?

    «Esta vez te voy a hacer caso, mami, y me voy a hacer valer.»

    Perfecto. Te escribo entre semana entonces. Cuídate, Vero.

    Y ya está.

    Así de simples son a veces los momentos más importantes en la vida de uno, como si fueran un episodio más.

    Suceden sin esperarlos. De repente, agitan tu mundo como se agita el líquido de una coctelera, y segundos después todo vuelve a la calma, como si nada hubiera sucedido.

    Y así es como pretendo enfrentarme a esto.

    Con calma.

    Ahora solo falta ver si lo consigo.

    2

    Nada que perder

    —¡Ahí va la hostia! —me espeta Irazu, mi profesora de Técnicas de Improvisación, mientras intento sin ningún éxito meterme en la piel de Adela, la hija menor y la más rebelde de La casa de Bernarda Alba—. Pero Vero, hija de Dios, ¿qué coño estás haciendo?

    Me levanto del suelo y me froto la cara con las manos.

    —Joder, lo siento, hoy no es mi día, no puedo concentrarme.

    Y es que no hace ni cinco minutos he mirado el móvil a escondidas para comprobar la hora y casi me da un ictus cuando he visto que tenía un mensaje de Franc.

    Y, claro, no lo he podido leer.

    —Me importa un carajo que sea tu día o el del vecino —me dice ella muy seria—. En una función solo hay una oportunidad y no se puede fallar, así que los malos días se quedan en la calle.

    Está siendo más dura de lo normal, pero es que me lo merezco.

    —Lo sé, lo siento… —me disculpo con la cabeza gacha.

    —No me sirve, Verónica. Sal de clase y, cuando estés preparada, vuelves a entrar.

    Aunque ver así a Irazu me descoloca un poco, la obedezco sin rechistar. Suele ser ruda, como buena chicarrona del norte, pero conmigo… es diferente. Y es que a pesar de sacarme más de veinte años nos hemos hecho bastante amigas y muchas tardes nos quedamos después de las clases a tomar algo en el bar de la esquina.

    Salgo al pasillo y me siento en uno de los antiguos butacones de teatro reutilizados. Estoy inquieta. No han pasado ni veinticuatro horas desde que Franc me dijo que me escribiría entre semana… Y aunque la curiosidad me carcome, no me he atrevido a coger mi mochila para coger el móvil.

    Apoyo los codos en las rodillas y entierro la cara entre mis manos en un ejercicio de concentración, pero estoy demasiado distraída.

    Espero veinte interminables minutos a que termine la clase y, cuando ha salido todo el mundo, entro y voy directa hasta mi profe-amiga.

    —Oye, Irazu, te has pasado un poquito, ¿no?

    —Me he pasado, ¿verdad? —Me mira exagerando una mueca de inocencia y yo asiento con expresión acusatoria—. Bueno, razones tenía… Y así acallamos los rumores de que eres mi favorita.

    —Ah, ¿es que soy tu favorita? —le pregunto con retintín mientras recojo mis cosas.

    —Eso dicen, yo no sé…

    Me guiña un ojo y salimos juntas.

    Aunque hubiera querido, hoy no habría podido quedarme, son casi las siete y tengo que llegar a un casting antes de una hora. Así que me despido de ella con más brío que otra cosa y me meto en el tanque de un salto.

    Saco el teléfono con manos impacientes y veo que tengo un mensaje de Franc.

    Por fin…

    Hola, Vero. Te apetece que vayamos al cine mañana?

    «Joder… ¡¿Ya?! Venga Vero, pim pam.»

    Vaya, sí que has estado rápido, jeje.

    Tus palabras son órdenes para mí. Qué me dices?

    Pienso deprisa. Mañana es martes. Cuando salga del Just, tengo un casting a primera hora de la tarde. Solo tendría que saltarme mi clase de spinning con Inés, nuestra alternativa a las clases de aeróbic, a las que dejamos de ir desde que Violeta se fue del gym el año pasado.

    «Dios, ¿qué hago…?»

    No tengo nada que perder. O eso creo…

    La imagen de Inés arrancándome las uñas una a una con unos alicates aparece ante mí cuando empiezo a teclear.

    Venga, hecho. Dónde quedamos?

    Te recojo sobre las cinco y vamos a los multicines del Night Park:)

    Mejor nos vemos allí a eso de las seis, ya que iré desde Barcelona, no te preocupes.

    Y esta vez tarda un poco más en contestar.

    Allí te espero entonces. Un besito.

    ¿Un besito? ¿Ha escrito un besito?

    Hasta mañana!

    Mi primer impulso es llamar a Inés para explicárselo, pero pensándolo bien, mejor que no lo haga. Sería capaz de venir a buscarme con un escuadrón militar y encerrarme en un zulo, donde me tiraría cubos de agua helada cada cinco minutos hasta hacerme entrar en razón.

    Así que arranco el coche y, con una extraña sensación de inquietud recorriéndome el cuerpo, me dispongo a finiquitar el lunes.

    * * *

    Al día siguiente, poco antes de las cuatro de la tarde ya estoy en la productora donde tiene lugar el casting. A pesar de haber salido con tiempo para ir sin prisas y no ponerme más nerviosa aún, ya tengo diez personas delante.

    Por suerte, el casting es de los rápidos y a las cinco ya estoy fuera del plató.

    Antes de salir del local, entro en un lavabo y me cambio de ropa. Hoy necesito sentirme cómoda, ser completamente yo… Así que sustituyo el vestido de corte ejecutivo y los tacones por una camiseta azul desgastada y un pantalón tejano ancho con unas botas estilo biker.

    Con el corazón latiéndome a mil por hora solo de pensar a donde voy, pongo rumbo a Telsa, esa ciudad que ya tiene su alfiler en el mapa de mi vida, pero conforme me voy acercando, no puedo evitar que mi determinación se tambalee. Una determinación que zozobra peligrosamente cuando estoy aparcando en el Night Park, a doscientos metros escasos de los multicines.

    El tono de llamada de mi teléfono interrumpe el hilo de mis pensamientos.

    Es él.

    «¿Me estará viendo?»

    Lo cojo instantáneamente.

    —¡Hola, Franc! ¡Estoy aparcando!

    —Ah, vale, perfecto. Estoy frente a las taquillas. Aquí te espero.

    Me echo un último vistazo en el espejo retrovisor y, con toda la seguridad posible, cojo mi mochila, me bajo del coche y camino hacia allí.

    Se me seca la boca en cuanto lo diviso.

    Plantado en medio de una inmensa plaza, arrebatadoramente guapo, con las manos en los bolsillos de un elegante abrigo azul marino, oteando a su alrededor imagino que en mi busca.

    En cuanto me ve, una sonrisa se dibuja en su rostro y echa a andar hacia mí.

    De repente me viene a la cabeza una de esas imágenes cursis, a cámara lenta, en las que un chico y una chica corren a encontrarse frente a la orilla del mar, con el atardecer de fondo, y se comen a besos mientras se funden en un abrazo en el que él la coge por la cintura y la eleva en el air…

    «¡¡¡Ve al médico!!! ¡¡¡Tía, ve al médico y háztelo mirar!!!»

    —Ya estás aquí…

    Su voz, esa por la que un día habría pagado millones por escuchar, me hace tocar tierra sin tren de aterrizaje.

    —Eso parece —le digo, plantada frente a la montaña de su cuerpo.

    Y cuando me estoy preguntando qué debería hacer, si darle dos besos, uno solo en la mejilla, o qué se yo…, llega el primer nocaut de la tarde.

    —Me moría por verte —me suelta así, sin anestesia, y seguidamente me rodea con sus brazos y me atrae hacia él.

    Nos fundimos en un abrazo cálido, intenso, que dura una eternidad. Hasta que poco a poco la cosa se va relajando y nos separamos, con las emociones a flor de piel.

    Nos quedamos como dos pasmarotes, frente a frente, sin saber muy bien qué decir ni qué hacer. Seguramente, lo mismo que yo, tenga cientos de preguntas que le gustaría hacerme, pero resultaría violento, al menos para mí, embarcarme en una conversación de tal magnitud sin haber allanado siquiera un poquito el terreno.

    Así que poniendo en práctica mi (con los años adquirido) poder de conciliación, le doy al interruptor del modo «happy» e intento salvar esta incómoda situación.

    —Bueno, ¿y qué vamos a ver? —le pregunto con mi más auténtica expresión de mujer encantada de la vida.

    Aquella sonrisa suya tan seductora reaparece en todo su esplendor. Me guiña un ojo mientras se saca del bolsillo unas entradas que agita en el aire.

    «Ya empezamos…»

    —¿Vamos? —me pregunta, mientras hace ademán de cederme el paso.

    —Solo si me dejas invitarte a las palomitas —le advierto sin moverme del sitio. Y lo digo en serio.

    Lo veo librar una pequeña batalla interna, pero finalmente claudica.

    —Bueno… pero sin que sirva de precedente. —Es listo. Y sabe que no está en posición de llevarme la contraria lo más mínimo.

    —Eso ya lo veremos —le replico, esquivándolo y echando a andar con paso decidido hacia el edificio, mientras, de refilón, me da tiempo de ver cómo hace una divertida mueca antes de emprender la marcha y ponerse a mi altura en dos zancadas.

    Tras comprar un par de botellines de agua, un cubo de palomitas gigante con medio kilo de Lacasitos dentro, nos acomodamos en la inmensa sala, donde, durante casi dos horas, disfrutamos de este hobby que tenemos en común.

    Me ofrece palomitas y, aunque declino el ofrecimiento, sí acepto algún Lacasito recubierto de sal de los que se va encontrando de vez en cuando. Y ese gesto se me acaba antojando muy muy íntimo…

    Ni siquiera nos rozamos, ni por un instante. En un par de ocasiones me mira fugazmente y me sonríe. Y yo intento meterme de lleno en la película, pero apenas lo consigo…

    Cuando termina, intercambiamos impresiones durante el corto trayecto hasta la salida. Y cuando salimos a la fría noche, volvemos al punto de partida, plantados en la misma plaza de antes y en el mismo plan. Nos miramos a los ojos sin atrevernos a decir nada ninguno de los dos y la tensión se puede cortar con un cuchillo.

    De repente lo veo morderse los labios tratando de contener una sonrisa y me doy cuenta de que, igual que a mí, a estas alturas esta situación debe de resultarle ridícula.

    Sé que nos debemos una conversación, eso está claro, pero no pienso forzar nada que no surja de forma espontánea.

    Así que antes de hacer algo de lo que me pueda arrepentir, soy yo la que tomo las riendas de la situación.

    —Bueno, pues… muchas gracias por la invitación —le digo, preparándolo para una despedida inminente, mientras saco de mi bolso las llaves del coche.

    —Gracias a ti por venir, Vero. Te acompaño.

    Recorremos los pocos metros que nos separan del tanque con su mano puesta sobre mi zona lumbar y siento que el universo entero se concentra en esos pocos centímetros de mi cuerpo. Abro la puerta, lanzo mis cosas en el asiento del copiloto y, cuando me vuelvo hacia él, lo tengo cerca.

    Demasiado cerca.

    De repente enreda sus manos en mi pelo y me lo acaricia con una delicadeza que me provoca escalofríos. Y en ese instante, una bofetada de ese olor que una vez fue mi perdición, se cuela por mis fosas nasales y me transporta al séptimo cielo, despertando un millón de recuerdos y de emociones a la vez.

    Sus ojos se clavan en los míos, esos ojos que tanto he anhelado y a la vez tanto he temido. Y cuando creo que no voy a poder soportar mucho más tiempo la intensidad del momento, mi corazón da un peligroso vuelco cuando, sin previo aviso, me pregunta:

    —Verónica…, ¿puedo besarte?

    Me quedo bloqueada y un pánico sin precedentes me atenaza por dentro. Pero la tierna expresión con que me mira, unida a algo mucho más poderoso que nosotros mismos, consigue desarmarme por completo, sin darme siquiera la opción de valorar mi respuesta.

    —Eh… s… sí…

    Y en cuanto sus labios rozan los míos, mis pies… dejan de tocar el suelo.

    Ese simple contacto impacta en mí como un bálsamo de vida. Remueve mis sentimientos más profundos y consigue derribar momentáneamente todas mis barreras.

    Tras ese primer beso llegan muchos más. Dulces. Delicados. Sus labios se posan en los míos una y otra vez, con nuestras frentes pegadas, aspirando ese olor que me transporta a aquellos tiempos en los que la magia iba a sellar nuestros destinos para siempre.

    —No te imaginas las ganas que tenía… —susurra con los ojos cerrados, sin separar su frente de la mía—. Prométeme que nos veremos pronto.

    Y juro que puedo sentir mi alma elevarse de tal manera que me asusta.

    Me asusta de verdad.

    —Claro.

    Y con esa única palabra, una que contiene más significado del que nadie jamás le haya otorgado, me separo de él y me subo al coche, mientras me siento temblar peligrosamente.

    —Ve con cuidado —me dice antes de cerrar mi puerta y separarse un paso para quedarse allí plantado, observándome mientras me alejo, hasta que desaparezco de su campo visual.

    3

    Bipolar

    Estadística.

    Esa ciencia que recolecta datos con el fin de establecer comparaciones que permitan comprender un fenómeno en particular y que a mí parece que se me da fatal.

    Y no hablo de mis estudios, que también…

    Pero ¿qué diría la estadística sobre el margen de tiempo razonable para contactar con alguien después de decirle que te mueres por verlo?

    Han pasado tres largos días con sus tres largas noches desde mi cita con Franc. Y ni un mensaje. Ni una llamada.

    Y aunque en mi fuero interno tenía la esperanza de que esta vez podría ser diferente, el alma me escuece por la decepción, al darme cuenta de que es más de lo mismo.

    La antigua Vero estaría llorando por las esquinas, suplicando a todas las figuras divinas del universo que hubiera una poderosa razón, como que lo hubieran secuestrado, o que llevara tres días en un coma inducido (todo con final feliz, claro…).

    Pero a día de hoy, en lo que a Franc se refiere, la realidad se presenta ante mí nítida y con interruptor de desconexión para los dramas.

    Así que pasadas las nueve de la noche, le doy al play de mi lista de reproducción «Favoritos», y al ritmo de I Feel Love, de Sam Smith, empiezo a prepararme para mi jornada en el Just. Hoy he quedado con Inés para ir juntas y cuando salgo de la ducha, con una toalla enrollada en el cuerpo y otra en la cabeza, le dejo un mensaje.

    Hola, loki. A qué hora quedamos?

    La pantalla se ilumina enseguida.

    Perriii! A las once te recojooo. **

    Le contesto con un pulgar arriba y sigo a lo mío.

    Lo he pensado mucho y esta noche finalmente voy a contarle lo de mi cita del pasado martes con Franc. Sé que corro un serio riesgo de morir estrangulada, pero inconscientemente creo que lo hago para reforzar mi recién tomada decisión de olvidarme de él de una puñetera vez por todas.

    El móvil se ilumina de nuevo. Y lo primero que pienso es que algo se le ha olvidado… Pero no, es Franc.

    Dónde están tus huesitos?

    «Pero… ¡¿¿¿En serio???!»

    No me lo puedo creer.

    Es que ni me lo pienso. Mis dedos cobran vida propia.

    Mis huesitos? Mira, Franc, estoy cansada de jugar, muy cansada… No es esto lo que quiero, yo quiero algo verdadero.

    Tiro el teléfono, dándole un buen trastazo sobre el escritorio, y me vuelvo hacia mi armario. Empiezo a deslizar todas las perchas compulsivamente de un lado a otro de la barra, buscando algo para esta noche, pero estoy tan irritada que ni siquiera veo la ropa.

    Me detengo en seco cuando oigo el teléfono vibrar contra mi mesa.

    Un sudor frío me empapa las palmas de las manos, mientras le doy la vuelta al aparato como si estuviera levantando una carta del tarot.

    Pero por qué te pones así? Si estoy deseando verte.

    «Qué cojones…»

    Algo verdadero no es decirle a alguien que tienes muchas ganas de verle y luego estar tres días sin dar señales. No sé qué quieres.

    «Calma, Vero…»

    Y con el siguiente mensaje, que tarda algo más en llegar, me mata.

    Te quiero a ti, pero tengo miedo… Y recuerda que todo lo que te digo es de corazón.

    «Dios… Dios Dios Dios Dios…»

    De repente toda la ira se convierte en un intento de contener millones de fuegos artificiales estallando a la vez en mi corazón.

    «Soy bipolar. Lo soy, fijo.»

    Una pregunta que me formulo de forma silenciosa es la que finalmente me hace aflojar.

    ¿Podría ser que aún tuviéramos una oportunidad?

    Pero miedo de qué? Me gustaría saber qué pasa por esa cabecita… Yo también tengo ganas de verte. Siento haber sido tan dura.

    Me has dado en la fibra sensible en un día bastante malillo.

    «¿Y eso qué significa? ¿Es un vete a la mierda? ¿Un no eres más borde porque no puedes

    No entiendo. Qué quieres decir?

    Y ya está. Ya no hay más mensajes. Me quedo de pie, con el cuerpo paralizado, esperando una contestación que no llega.

    Dejo el móvil sobre la mesa y empiezo a dar vueltas sin sentido por el poco espacio que hay en mi habitación. Y cuando pasan unos minutos y sigo sin tener noticias, me tiro en la cama y me tapo la cara con las manos, mientras me doy de bofetadas mentalmente por ser tan tremendamente gilipollas.

    Ya está.

    Lo he estropeado.

    Tengo ganas de gritar.

    Y de llorar.

    Y cuando la desesperación está a punto de hacerme cometer alguna locura, el tono de una llamada entrante me hace incorporarme y llegar hasta mi escritorio de un salto.

    Es un número fijo. Desconocido.

    Aun así lo cojo al instante.

    —Vero. —La voz de Franc, más apagada de lo habitual, me provoca una pequeña sacudida—. Me había quedado sin batería.

    —Hola, Franc.

    —Oye… Lo siento. No te enfades conmigo, por favor.

    «¡Que alguien inmortalice este momento! Franc Simán pidiendo disculpas.»

    —Eh… yo… perdona… —Hay tantas cosas que me gustaría decirle, que no sabría ni por dónde empezar—. Es que…

    —Ya ya, no hace falta que me digas nada. Me lo merezco.

    Esa reflexión me deja boquiabierta.

    —Bueno. Ninguno de los dos hemos hecho las cosas bien —le reconozco en un arranque de sinceridad.

    De repente tengo la sensación de que no estamos hablando solo de estos últimos días.

    —Vero…, no quiero hablar de esto así… —me contesta echando mano de la sensatez, algo de lo que un día no anduvo muy sobrado—. Lo haremos, pero así no.

    Por un momento me parece estar tratando con otra persona. Alguien a quien estoy conociendo mejor en los últimos cinco días que en todos los meses que compartimos.

    —Te tomo la palabra —le digo, dándole a entender que espero esa conversación.

    —Bueno, ¿y qué estás haciendo? —me pregunta, dando un giro radical a la conversación.

    —Pues me estaba arreglando para irme a trabajar.

    —Poniéndote más guapa aún. —«Ooooh…»—. Y oye, ¿cuándo podré verte? ¿Qué haces por ejemplo… el domingo?

    El domingo… Vaya, casi se me olvida. Hace unos días hice una locura y saqué unas entradas para llevar a mi madre a ver una obra de la que me lleva hablando media vida y que ahora vuelve a representarse en un teatro de Barcelona.

    —Pues casualmente voy a llevar a mi madre al teatro —le cuento, aunque no estoy muy segura de que no suene a excusa.

    —¿De verdad? —me pregunta ligeramente emocionado—. ¿Y qué vais a ver?

    La jaula de las locas, una obra de hace un montón de años y que vuelve a estar en cartelera —le explico sin darle más énfasis.

    —Sé cuál es. De hecho tengo muchas ganas de ir a verla —me confiesa.

    —Pues vente.

    «No me jodas. ¿Yo he dicho eso? Va a pensar que estoy como una regadera.»

    —¿Me lo dices en serio? —Y, en contra de todo pronóstico, si una voz puede iluminarse, la suya ahora mismo está compitiendo con la luz del Sol.

    «Qué va. Se me ha escapado. Es por culpa de ese puto efecto que tienes, que no me deja pensar con claridad.»

    —Si te apetece…

    —Claro que me apetece. ¿Dónde puedo comprar la entrada?

    Por un momento me pregunto si le ha quedado claro que voy con mi madre. Lógicamente pensaba que me diría que no…

    —Pero oye… que voy con mi madre…

    —A mí no me importa.

    Me quedo muda de estupefacción.

    ¿Quién es este hombre? Aunque ahora que lo pienso, algo tan excéntrico como esto solo podría hacerlo él.

    —Será un poco raro, pero… —le digo saliéndome del alma— si lo tienes claro, yo me encargo de la entrada, así te la cojo a nuestro lado.

    —Venga, perfecto, y ya lo arreglamos allí. —«Sí, sobre todo, ¿eh…?»—. Mándame los detalles en cuanto los tengas…

    —Sí, sí, claro, no te preocupes —le aseguro, sin creerme lo que estoy haciendo.

    —Te veo el domingo entonces. Y Vero… ve con cuidado.

    «Pero qué obsesión tiene este hombre con que vaya con cuidado

    —Vale. Y tú también.

    «¡Ja!»

    Y me parece oírlo reír antes de colgar.

    En cuanto vuelvo al silencio de mi habitación, tomo conciencia de todo.

    Por un lado estoy a punto de estallar y ponerme a gritar de ilusión. Y me relamo de gusto al volver a experimentar estas sensaciones que solo había sentido con él… Pero por otro lado, una voz que resuena en mi cabeza me recuerda de dónde venimos y me hace reprimir cualquier impulso de dejarme llevar por la emoción.

    Cuando consigo serenarme, caigo en la cuenta de que esta locura implica que tendré que hablarle a mi madre de Franc. Así que la siguiente hora me la paso dándole vueltas al tema, pensando en lo que le voy a contar y, sobre todo, en lo que no le voy a contar. Y lo mismo con Inés, a la que voy a ver en apenas unos minutos, y que en la vida se imaginaría…

    * * *

    —El martes estuve con Franc.

    La cara de mi amiga se va transformando en milésimas de segundo en la de una asesina en serie.

    Por un momento me dan ganas de cachearla para asegurarme de que va desarmada.

    —Verónica Tesa, dime que no lo he entendido bien y que en realidad quieres decir que el martes te pusiste un frac.

    Se me escapa la risa sin poder remediarlo.

    —Claro que sí, guapi —le digo, mientras la veo dejar su copa de balón sobre la barra.

    «Uish, qué miedito…»

    —Me voy —me suelta, volviéndose un poco.

    —Pero ¿qué…?

    —Era broma. —«La mato…»—. Pero ¡¡¡jodeeeeeeeeer!!! Estamos a sábado. ¡¿A qué esperabas para contármelo?!

    —Yo… pues… ¡no sé! ¡No quería que te enfadaras! ¡O tener que oír cosas como «Estás loca, te voy a arrancar los ojos», o «Vas a acabar con la mierda a diez metros por encima del cuello»!

    —Vale, gracias por decírtelo tú misma —me contesta, mientras recupera su bebida y sorbe por la cañita.

    —Joder… —Mi estado llama la atención de Patri, que se planta ante nosotras en un microsegundo, desde la otra punta de la barra.

    —Upsss, ¿qué está pasando aquí? —nos pregunta, mirándonos alternativamente a una y a otra.

    —Pregúntaselo a tu amiga —le sugiere Inés, señalándome con la cabeza—. Pregúntale, pregúntale.

    Patri me mira poniendo los brazos en jarras.

    —Bueno, ¿me lo vas a contar o no?

    —Pues nada, que el martes estuve con Franc. Pero no es lo que os imagináis. No pasó nada… Fuimos al cine y pasamos un rato muy agradable —les explico sin entrar en detalles.

    —Ajá… ¿Y ya está? ¿Habéis hablado de algo? ¿Quedado en algo?

    Inés permanece de espectadora, sin sacarse la cañita de la boca.

    —Emmm… Psssí… —Y tras meditarlo un momento decido explicárselo. Son mis amigas. Un día u otro se enterarían—. Hemos quedado el domingo para ir al teatro con mi madre.

    Inés, a la que casi se le cae la copa de las manos, se atraganta y empieza a toser con esa tos que parece

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