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Mil años para esperarte. Por mil años más, vol. 1
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Libro electrónico509 páginas7 horas

Mil años para esperarte. Por mil años más, vol. 1

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Verónica es una chica sencilla, de familia humilde, que lleva atrapada toda la vida en una relación tóxica con su amor de la infancia.
Sin embargo, algo en ella está cambiando, y tras años librando una dura batalla interna, por primera vez está dispuesta a tomar las riendas de su vida y salir al mundo a perseguir sus sueños.
Pero con lo que ella no contaba era con que un poderoso tsunami llamado Franc impactara en su vida arrasando toda su visión sobre el amor, el sexo y las relaciones, en una apasionante historia más fuerte que sus propios destinos.
Descubre cómo comienza la vibrante y conmovedora historia de un amor tan profundo como el mismísimo universo, que revolucionará tu corazón y se quedará grabada en él por siempre jamás.
IdiomaEspañol
EditorialZafiro eBooks
Fecha de lanzamiento17 may 2021
ISBN9788408241898
Mil años para esperarte. Por mil años más, vol. 1
Autor

Romy Low

Me llamo Romy Low y soy una artista polifacética, a veces políticamente incorrecta, a la que le gusta hacer un montón de cosas: cantar, componer, actuar, escribir… Adicta a mi marido y a las buenas energías, devoro novela romántica desde que soy una pubescente. De hecho tengo mi propio club de lectura, formado por mi amada madre y mi grupo de «amiguis». Hija del Mediterráneo, nací y crecí en un precioso pueblecito cerca de Barcelona, rodeada de naturaleza y de preciosos paisajes. Bueno, y de un montón de verdes campos de cultivo con olor a estiércol… Aunque me diplomé en Ciencias Empresariales por la UAB e hice un máster en Dirección de Comunicación, Relaciones Públicas y Protocolo, desde bien pequeñita ya sentía una fuerte vocación por la cultura y las artes escénicas. Esa pasión fue la que, finalmente, me hizo dar un giro inesperado a mi vida profesional y cursar estudios de Arte Dramático para centrar mi carrera en la rama interpretativa, tanto en cine como en televisión, y más tarde en el panorama musical y novelístico. Encontrarás más información sobre mí en: Instagram: http://instagram.com/romylowofficial Facebook: https://www.facebook.com/romylowofficial Twitter: https://twitter.com/RomyLow Spotify: http://spoti.fi/2BO3FrJ Youtube: https://www.youtube.com/user/ROMYLOWTV Web: https://romylow.wordpress.com/ Flickr: https://www.flickr.com/photos/79227830@N05/ TikTok: https://vm.tiktok.com/ZMeg7E9UE/

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    Vista previa del libro

    Mil años para esperarte. Por mil años más, vol. 1 - Romy Low

    9788408241898_epub_cover.jpg

    Índice

    Portada

    Sinopsis

    Portadilla

    Dedicatoria

    Prólogo

    1. Be Happy

    2. Desencuentro

    3. La proposición

    4. La Zona Nocturna

    5. Franc Simán

    6. Breiko breiko

    7. Reincidentes

    8. Autocontrol

    9. El nuevo mundo

    10. Verónica… Verónica… Verónica…

    11. Una y mil veces

    12. Los cinco sentidos

    13. Blaires

    14. Veinte poemas de amor

    15. Beluga azul

    16. Ingravidez

    17. Genève

    18. Adicta

    19. Fuerza mayor

    20. Palocasitos

    21. Paseando a Miss Tesa

    22. Drama Queen

    23. Mi mejor versión

    24. A cien metros bajo el suelo

    25. Malas decisiones

    26. Corazón partío

    27. Al otro lado

    28. Paraíso

    29. Charco de barro

    30. Puto karma

    Epílogo

    Biografía

    Referencia a las canciones

    Créditos

    Gracias por adquirir este eBook

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    Sinopsis

    Verónica es una chica sencilla, de familia humilde, que lleva atrapada toda la vida en una relación tóxica con su amor de la infancia.

    Sin embargo, algo en ella está cambiando, y tras años librando una dura batalla interna, por primera vez está dispuesta a tomar las riendas de su vida y salir al mundo a perseguir sus sueños.

    Pero con lo que ella no contaba era con que un poderoso tsunami llamado Franc impactara en su vida arrasando toda su visión sobre el amor, el sexo y las relaciones, en una apasionante historia más fuerte que sus propios destinos.

    Descubre cómo comienza la vibrante y conmovedora historia de un amor tan profundo como el mismísimo universo, que revolucionará tu corazón y se quedará grabada en él por siempre jamás.

    Si te apetece disfrutar de la banda sonora de la novela mientras la lees, puedes acceder a ella a través de este link:

    https://open.spotify.com/playlist/6aQ2jKzmM5lFOPiefEXV5e?si=WllJ-oZEQFWYWLbbM-2F-A

    Mil años para esperarte

    Por mil años más, vol. 1

    Romy Low

    En memoria de mi Inés…

    Cuando llegue al cielo, lo primero que haré será buscarte,

    lo segundo abrazarte,

    y lo tercero, pedirnos un chupito.

    Prólogo

    Tres años antes…

    Magia… Esa palabra tan abstracta, pero con tanto significado.

    Estoy en uno de esos días, «otro más», en los que mi mente me ataca desde todos los frentes.

    Mientras conduzco por la carretera de curvas desde mi pueblo hasta la ciudad de Salés, rumbo a la Facultad de Empresariales, recuerdo la discusión de anoche con Alejandro.

    Como tantas otras veces, había venido a casa a recogerme con su coche para perdernos en alguno de «nuestros rincones». Y allí estábamos, medio escondidos en mitad de la noche, en un camino oscuro que nos permitía cierta intimidad.

    Me sentía inquieta. Tenía que contarle que una conocida agencia de modelos llamada La Agencia se había puesto en contacto conmigo para ofrecerme un curso con el que, supuestamente, me iba a convertir en una «modelo profesional».

    Mientras nos fumábamos un cigarrillo, con las ventanillas bajadas a pesar del infernal frío de enero, le solté la bomba.

    Y su reacción no tardó en llegar.

    —¿Por qué no te dejas ya de tonterías y te buscas un trabajo normal, como todo el mundo? —Su tono reflejaba un atisbo de desprecio—. No sé, de secretaria, en un despacho o algo así, que para eso es para lo que estás estudiando.

    Y no es que le cogiera por sorpresa… Alejandro ya conoce mis inquietudes. Yo apenas tenía doce años y él catorce cuando nos hicimos novios, ceremonia que sellamos con un inexperto beso en los labios para, instantes después, salir corriendo con nuestras bicis. Y es que en un pueblo donde no hay más que campos interminables y granjas por todas partes, echarte novio poco después de soltar el biberón y buscar aventuras a lo Stranger Things resultaba una opción de lo más natural.

    Ya han pasado siete años desde aquello, y a día de hoy me conoce mejor que a sí mismo. Me ha visto cantando y bailando en docenas de vídeos y fotografías prácticamente desde que aprendí a andar. Sabe que he estado en una compañía de teatro y en una coral durante años, y que he hecho mis pinitos en el mundo de la publicidad, porque a mi padre le encantaba llevarme a la gran ciudad e invertir tiempo para que su niña bonita saliera en la tele.

    Me conoce, y a pesar de que no lo digiere, sabe que yo no soy una chica corriente, que no me conformo, que tengo inquietudes que en un pueblo pequeño como ese en el que vivimos podrían traducirse en «Pero ¡mira que tiene pájaros en la cabeza esta chica!».

    —Pfff… ¿En serio me estás diciendo eso? —le contesté con una mezcla de indignación y desgana, revolviéndome en el asiento del copiloto.

    —Ya tienes diecinueve años, Vero. Quizá vaya siendo hora de que dejes esas gilipolleces, te lo digo en serio.

    Me callé y opté por cambiar de tema.

    No le dije que yo ya había tomado mi decisión, y que aquella misma tarde, cuando saliera de clase, tenía una entrevista en aquella agencia, y que estaba un poco nerviosa…

    No le dije todo esto porque hay muchas cosas que no puedo hablar con él. Le quiero, y sé que él me quiere, siempre ha sido muy bueno conmigo. Pero algo en mí está cambiando y no puedo soportar la idea de que mi vida sea esto para el resto de mis días.

    No puedo seguir ignorando la realidad.

    Necesito magia… Necesito esa chispa… Siempre la he necesitado, para vivir, para respirar. Aunque estos últimos años la haya mantenido en modo hibernación, quiero creer que hay algo mucho más grande, algo emocionante que me está esperando ahí fuera.

    Y es mi alma, cada vez con más fuerza, la que me pide a gritos que salga de mi micromundo y abra mi mente a algo… ¡que ni siquiera sé lo que es!

    Lo que tampoco le dije anoche a Alejandro fue que, ese último comentario suyo, supuso mi punto de inflexión.

    1

    Be Happy

    Hoy…

    Son las doce pasadas del mediodía cuando estoy llegando a mi tercer casting de hoy en Barcelona, una prueba con acting para Be Happy, una marca de antidepresivos.

    Rezo mentalmente para que vaya rápido o no llegaré a mi clase de aeróbic, y no es que me convenga mucho saltármela, pues en La Agencia ya me han dado el toque… A pesar de que me hicieron perder casi veinte kilos durante el curso, mi maldito metabolismo se rebela contra mí. Así que ahora mi vida consiste en una lucha continua para mantenerme por debajo de mi peso «normal».

    Consigo aparcar el tanque, un viejo coche extralargo que mi padre comparte conmigo. Me cambio rápidamente las Converse por unos tacones de diez centímetros y salgo a toda prisa.

    Entro en el local y voy hacia la lista para apuntarme. «Mierda, tengo al menos veinte personas delante». Relleno todos los datos, nombre, edad, estatura… y me siento en la única silla vacía que queda.

    Cuando echo una ojeada a mi alrededor, me encuentro el cuadro de siempre, chicas de todas las nacionalidades, altísimas y bellísimas, y con ese aire bohemio que las caracteriza.

    Y en mi fuero interno me pregunto qué coño hago yo aquí. Si no fuera porque de vez en cuando me va saliendo algún trabajito… Hace unos meses hice un spot publicitario para una conocida marca de leche. Tenía que subirme a una cinta de correr con un maillot de licra fucsia que me marcaba todas las costillas, incluidas las que no tengo, mientras bebía leche como si fuera el elixir de los dioses. ¡Y todo eso sin sudar ni una gota! Desde entonces pasé a ser conocida por todo el pueblo como «la del anuncio de la leche».

    Le doy una patada a mis pensamientos y me pongo los auriculares. Me sumerjo en la voz de Norah Jones y su Don’t Know Why, cojo mis apuntes de Finanzas y a esperar.

    Casi dos horas después me llaman, «¡Por fin!», y entro en el plató junto con otras dos chicas.

    Hay un tipo detrás de una cámara, otro sentado a una mesa delante de varias pantallas y una mujer con unos pelos que ni Simba en sus mejores tiempos, que comienza a darnos instrucciones.

    —Bien, chicas, bienvenidas. Hoy vamos a ir un poco más allá. Esta vez no buscamos solo una cara bonita. —«Empezamos bien, sin presiones…»—. Lo que quiero de vosotras es que saquéis vuestro lado más frustrado, que os imaginéis que sois un chicle pisado en una acera.

    «¿En serio?»

    De repente las otras chicas, a cual más guapérrima de las dos, se miran entre ellas, y me imagino unas enormes gotas de sudor chorreándoles por las sienes. Al contrario que yo, que pienso: «Bien, esto me va a gustar».

    —Buscamos a una persona que sea capaz de mostrar que está hundida —continúa Simba, con la misma energía con la que se da un discurso en el Congreso de la nación—, sumida en el abismo más oscuro, para luego resurgir como el Ave Fénix cuando se toma el producto en cuestión.

    Y ahí ya nos acojonamos.

    La primera chica empieza el casting. Se presenta, muestra sus perfiles y pasa a la acción. De pronto hace unas muecas muy raras, que, echándole mucha imaginación, podrían parecer… ¿pucheros? A los diez segundos Simba la interrumpe.

    —Suficiente. Muchas gracias. ¡Siguiente!

    Y ahí va la segunda. Calcando a la primera, se presenta, muestra sus perfiles y a continuación se bloquea. Se pone roja como un tomate por la vergüenza y finalmente decide retirarse.

    —Gracias. ¡Siguiente! —ordena Simba, esta vez con menos paciencia.

    Vale. Me toca a mí. Esto va a ser divertido. Allá vamos.

    —Hola. Me llamo Verónica Tesa, tengo veintidós años y estos son mis perfiles. —Muestro mi perfil derecho y seguidamente el izquierdo. Y sin más dilación, me tiro al suelo como si me hubiera pasado una apisonadora por encima y empiezo a emitir sonidos lastimeros.

    Cuando llevo así varios segundos, todo el equipo se va incorporando y Simba, acercándose a mí, me pregunta:

    —Oye, ¿estás bien?

    De repente, inspirándome en cómo brota una flor en primavera, me levanto poco a poco. Abro los brazos como si estuviera recibiendo el Santo Grial y susurrando como si me hubiera pegado la gran fumada, digo:

    —Oh, Dios mío… ¡Oh, Dios mío! ¡Estoy viva! ¡Soy feliz! Y… ¿¿¿por qué??? Porque me he tomado una pastilla de Be Happy y ahora sí… ¡ahora ya puedo volaaar!

    Se hace un silencio sepulcral en el plató y observo a Simba con el rabillo del ojo. Se ha puesto pálida. El cámara ya no mira a través del objetivo, sino que mira la escena directamente. Y el «pantallas», que ahora está de pie con los ojos como platos, empieza a aplaudir a la vez que asiente con la cabeza, primero lento y luego más rápido, hasta que contagia su reacción al resto y todos empiezan a aplaudir y a reír como si acabaran de ver el trailer de Deadpool.

    —Hummm… Interesante —exclama Simba, recuperándose del shock—. Gracias, Verónica. Ya te diremos algo.

    —Bueno… quizá me haya pasado… Puedo hacerlo más contenido si queréis —les digo, pues cuando se me ha pasado el subidón reconozco que tal vez me he dejado llevar un poquito…

    —No, no, gracias, ha sido suficiente —contraataca Simba—. Cualquier cosa ya te llamaremos.

    Y dándoles las gracias a todos, salgo del plató a toda leche, con esa familiar sensación de no haberlo hecho bien.

    * * *

    Antes de subirme al tanque, veo que tengo tres mensajes en el móvil, todos de Inés.

    Inés es la tercera hermana que nunca tuve, aparte de mi verdadera hermana mayor Sara. Nos criamos juntas y nuestras familias han convivido desde siempre muy estrechamente. Entre nosotras no hay secretos, ni podría haberlos. Nos conocemos tan bien que sería algo imposible.

    Durante todos los años en los que he estado con Alejandro, ella también ha salido con un chico, Diego, con el que está, al igual que yo, en proceso de ruptura. Y aunque durante ese tiempo nuestra relación no ha sido tan intensa como solía serlo, desde hace unos meses nos hemos vuelto a acercar muchísimo, y en este momento siento que volvemos a ser un pilar la una para la otra.

    A qué hora quedamos para el gym?

    Eeeoooooo! Dónde estás? Paso por tu casa a buscarte o qué?

    Cacho perriiiiii! Dime algoooooooooooo!

    2

    Desencuentro

    Me subo al tanque a toda prisa y, como si mis brazos fueran una catapulta, lanzo todas mis cosas a los asientos de atrás. Me calzo mis Converse de nuevo y, antes de arrancar, contesto a Inés.

    Nos vemos directamente en el gym que voy muy justa. OO’

    Mientras voy conduciendo, con la música a todo volumen, hago moviola sobre cómo ha ido el día de hoy y llego a la conclusión de que empiezo a estar cansada de esta nueva rutina camuflada en la que se ha convertido mi vida. Y eso me preocupa…

    Facultad, castings, gimnasio, estudiar y a dormir. Por ese orden. Y vuelta a empezar. Mi vida comienza a parecerse a una de esas películas en las que el protagonista se queda atrapado y revive una y otra vez el mismo día.

    Me repito varias veces para mis adentros que tengo que pensar en ello.

    * * *

    Aparco en batería en el único sitio libre que queda frente a mi bloque y salgo del tanque trastabillando, cargada con todas mis cosas. Cuando alzo la vista hacia mi portal, diviso una sombra apoyada en la puerta.

    Al principio no la reconozco, pero conforme me voy acercando, la silueta va cobrando identidad… Alejandro.

    «Mierda.»

    Tiene aspecto demacrado, parece cansado. Con una pierna apoyada en la pared y la cabeza gacha, da caladas compulsivamente a un cigarrillo.

    Aún podría dar media vuelta y evitar lo que sé que va a suceder, pero no quiero vivir teniendo que evitarle, y menos en un pueblo tan pequeño. Y él tampoco se lo merece.

    En cuanto se percata de mi presencia, se incorpora de golpe y tira el cigarrillo a la jardinera de un árbol.

    —Hola, Vero —me saluda con una mezcla de tristeza y empatía forzada.

    —Hola —le digo, más seca que la mojama.

    Veo que duda unos segundos, hasta que finalmente se decide y me pregunta:

    —¿Podemos hablar un momento? —Su tono de súplica hace que suavice el mío.

    —Ufff… verás, es que voy supertarde. Tengo diez minutos para cambiarme y llegar a una clase que tengo ahora en el gym.

    Se le tensa la mandíbula. Está luchando por contenerse mientras piensa en lo siguiente que me va a decir.

    —Ya… pero es que necesito hablar contigo —insiste.

    —Alejandro, podemos quedar un día si quieres para tomar un café y…

    —Ahora —me interrumpe.

    Nos miramos unos segundos.

    «Jodido silencio.»

    —No te robaré mucho tiempo. Tengo el coche ahí mal aparcado. Vamos un momento, por favor…

    Suspiro profundamente y extraigo todo el aire de golpe, pero no con sentimiento de enfado, sino más bien de frustración. Si le digo que no, sé que esta montaña de malos rollos que se está formando entre nosotros seguirá creciendo, y realmente yo no quiero eso…

    Hemos tenido una relación de casi diez años… Adoro a su familia y mi familia a él. Y a todos nuestros amigos que han formado parte de nuestra vida juntos durante tantos años. Y que me maten si no estoy haciendo todo lo posible para conseguir que mantengamos una relación cordial, en la que no tengamos que renunciar a seguir teniendo contacto con todas esas personas.

    Pero al contrario de como debería ser, mientras más días pasan, más tensas se ponen las cosas. Y estoy empezando a no poder controlar la situación.

    —Está bien —claudico finalmente, con la esperanza de que algún día podamos zanjar esto, y de que ese día sea hoy.

    Cuando me subo al asiento del copiloto, en lugar de catapultar mis cosas hacia atrás las acomodo en mi regazo. Es la forma en que muestro lo incómoda que me resulta esta situación. Aunque inconscientemente, necesito estar preparada para salir corriendo en cualquier momento…

    En cuanto se sube al coche y arranca, empieza a sonar esa maldita música techno que te machaca el cerebro. Un género que nunca he soportado y que aun así ha protagonizado gran parte de la banda sonora de nuestra adolescencia, y en el que parece que él se ha quedado anclado.

    Su mirada de soslayo me dice que se ha percatado de mi mueca de disgusto. Baja el volumen y el silencio es aún más insoportable que ese puto ruido.

    Cuando me doy cuenta de hacia dónde se dirige, me tenso y aprieto mis cosas contra mi pecho. Está anocheciendo y vamos de camino al que solía ser uno de «nuestros rincones».

    Montones de recuerdos empiezan a asaltarme, este coche, la música, el bosque… Me vienen a la cabeza imágenes de árboles iluminados en mitad de la noche por los faros de un coche, cristales empañados por el vaho, el olor a sexo y a tabaco…

    Alejandro ha sido mi primer amor. Y mi primera vez. Descubrimos el sexo juntos, un sexo cálido, familiar, que siempre he considerado del bueno, «o eso creo, tampoco tengo con quién compararlo». Y eso no había cambiado, hasta hacía poco… Por muchas discusiones, desencantos y sentimientos confusos, durante los tres años que hemos estado batallando de mil maneras, cuando nos enrollábamos en un intento de dar sentido a nuestra relación parecía que todo lo demás estaba bien.

    Pero el desamor, el desgaste, se han cargado cualquier tipo de deseo carnal por mi parte. Han aniquilado todos mis instintos sexuales hacia él. Y, a pesar de ello, en alguna ocasión hemos vuelto a caer, con el consiguiente remordimiento del que sabe que está haciendo algo mal a pesar de saber que está mal, y la horrible sensación de vacío que viene después.

    Y me he arrepentido todas y cada una de las veces.

    Así que hace unas semanas tomé la firme decisión de acabar con eso también.

    Quiero pasar página, necesito hacerlo para poder escribir una nueva o no lograré avanzar, ni permitiré que él avance.

    —Eh… oye, Alejandro. Sé adónde me estás llevando. Y te lo digo ya. No —le advierto, intentando sonar tajante.

    —Solo vamos allí para poder hablar tranquilamente. No te preocupes, que no te voy a tocar, si eso es lo que te preocupa —me dice con un deje de frustración.

    «Punto uno. Como si alguna vez hubieras sido de hablar, eso no te lo crees ni tú, ¡ja! Punto dos. Me preocupa. Sí. Joder. Ya lo creo que me preocupa, que nos conocemos…»

    —Apenas tengo diez minutos. Si solo vamos a «hablar» puedes pararte en cualquier sitio. Te lo estoy diciendo en serio.

    Pero como si esto último lo hubiera dicho un espectro, no me hace ni puñetero caso y sigue enfilado hacia su destino.

    «Dios. La cosa se va a poner muy fea, ya lo estoy viendo.»

    Llegamos a uno de los lugares que tan bien conocemos, un claro en el bosque, una zona rodeada de árboles.

    Apaga el coche, las luces, y ahí nos quedamos durante largo rato, mudos, bajo la tenue luz de un crepúsculo que al menos consigue difuminar las expresiones que no queremos reconocer el uno del otro.

    Silencio. Respiraciones. La situación es tan incómoda que empiezo a ser realmente consciente de la presión que siento en la boca del estómago. No puedo más con esto, así que disparo.

    —Bueno, tú dirás.

    Me quedo esperando una contestación que no llega. Parece como si ni siquiera me hubiera oído. Permanece con el codo apoyado en la ventanilla, la mano izquierda tapándole la boca y la mirada perdida en algún punto.

    Pasa un minuto que se me hace eterno. De repente saca una cajetilla de tabaco y, sin ofrecerme, se enciende un cigarrillo. Inhala y exhala el humo como si fuera el aire de la vida y lo expulsa por la ventanilla abierta.

    Empiezo a barajar mis posibilidades. Estamos en febrero y hace un frío de mil demonios. Podría bajarme del coche y llegar caminando a casa en veinte minutos, pero la idea del frío me paraliza, así como la de tener que atravesar medio bosque en plena oscuridad. Lo intento de nuevo, echando mano de mi empatía más extraordinaria, con tal de salir de esta situación.

    —Alejandro, por favor. Dime algo ya o…

    —Tú ya lo tienes todo decidido, ¿no? —arranca por fin. Y me doy cuenta de que su tono contiene ira… Y me estremezco.

    —No nos hagamos esto, por favor…

    —Llevas más de dos semanas sin llamarme. Sin dejarme ni un puto mensaje. Y no es que estés llorando por las esquinas precisamente, porque varias personas te han visto tomando algo con tu amiguita por el pueblo. —Granada lanzada.

    —Pero vamos a ver. ¿La última vez que hablamos no quedamos en que íbamos a darnos un tiempo? —«Otro más…»—. Pero tiempo de verdad, sin contacto y sin nada. —La paciencia se me empieza a esfumar por la cloaca. Pasan segundos en los que espero alguna contestación, pero no llega—. Alejandro… llevamos tres años con este tira y afloja…, ahora estamos y ahora no…, ¡tres años! Y yo ya no puedo más, solo quiero seguir adelante con mi vida y que tú sigas con la tuya.

    —Aaah. Ahora vas de buena, ¿no? —Se vuelve hacia mí y me mira con los ojos afilados—. Ahora esto es por mí. Por nosotros. Porque es lo mejor para los dos, y no porque tú seas una egoísta de mierda con grandes aspiraciones de mierda, que solo piensa en ella misma y a la que todo se le ha quedado pequeño.

    Maldigo. Maldigo una y otra vez para mis adentros por haber permitido esta situación. Esto no tendría que acabar así. Lo conozco, sé que no siente lo que está diciendo. O al menos eso creo. Siento que me duele el corazón.

    —Por favor… No sigas por ahí…

    —¡¡¡Aaarrrggg, joderrr!!! —grita para sí mismo, tapándose con fuerza la cara con las manos.

    Y sin decir nada más, propina un fuerte manotazo al volante y arranca el coche. Empieza a conducir de forma violenta, efectuando movimientos bruscos, y yo estoy asustada. Creo que vamos de regreso a mi barrio. Y por suerte así es. Cuando llegamos frente a mi bloque se detiene de un frenazo y, con voz neutra y seca, me suelta:

    —Baja.

    —Alejandro, yo…

    —¡Que te bajes, joder! —me grita.

    Sin decir nada más me bajo del coche y, casi sin darme tiempo a cerrar la puerta, arranca como si estuviera en una carrera de Fast & Furious.

    Permanezco inmóvil. Por un momento contemplo la posibilidad de llamar a su madre y explicarle lo que ha pasado, para que me confirme cuando llegue a casa que se encuentra sano y salvo. Pero finalmente desisto. Y con el cuerpo como si me hubiera caído desde un precipicio, me doy media vuelta y me encamino hacia mi portal.

    Necesito salir de esto. Y lo necesito ya.

    3

    La proposición

    Camino por el callejón en un estado de nervios con el que últimamente ya me estoy familiarizando.

    Rebusco torpemente entre todos mis bártulos y consigo encontrar la llave del portal. Entro y cojo el ascensor hasta el tercer piso, donde vivo con mis padres. Me siento como una autómata que ha perdido toda capacidad cognitiva. En mi mente se reproduce una y otra vez ese último grito de Alejandro, con el que ha roto las pocas esperanzas que tenía de que pudiéramos quedar como algo parecido a buenos amigos.

    Entro en mi casa y me encuentro el panorama habitual. Marcel, mi padre, repanchingado en su sillón, dormitando con el mando a distancia del televisor en la mano, a punto de caérsele al suelo. Lo saludo cautelosamente con un simple «hola», que me devuelve tan teñido de desgana que casi ni se entiende.

    Nuestra relación nunca ha sido para tirar cohetes. Su carácter volcánico ha condicionado de alguna manera las vidas de toda mi familia, pero con los años estoy aprendiendo a no enfrentarme a él, algo que consigo a base de ejercicios imposibles de meditación. Bueno, y de pasotismo, principalmente.

    Avanzo hacia la salita de estar, reconvertida en taller de costura, y ahí está mi ojito derecho, la persona que me ilumina la vida con solo una mirada, mi madre, Aura.

    Rodeada de retales de todo tipo, sujetando varios alfileres entre los labios, «algún día se va a tragar alguno y nos va a dar un disgusto», y una cinta métrica alrededor del cuello. En cuanto nota mi presencia, levanta la cabeza, que tiene enfrascada en algo que está cosiendo, y sin quitarse los alfileres de la boca, chapurrea como puede.

    —¡Hola, cariño! ¿Ya estás aquí? —me dice con ojos risueños.

    —Hola, mami. Sí, ya estoy aquí.

    Pero mi voz suena más apagada que de costumbre. Y ella me conoce, vaya si me conoce.

    Me acerco por la espalda y le doy un beso en la mejilla, provocando ese familiar pitido en su audífono debido a la presión del contacto, similar al de una llamada interestelar de Marte a la Tierra.

    —Uy, cariño, ¿qué te pasa? ¿Va todo bien? —me pregunta.

    Podría sentarme a su lado y contarle mi día, como siempre suelo hacer, sobre todo lo que me ha pasado hace unos minutos… pero si lo hago no llegaré a la clase de aeróbic seguro.

    —Pues no ha sido muy buen día que digamos… Cuando vuelva del entreno te cuento, ¿vale?

    Termino la frase cuando ya estoy en mitad del pasillo. No sé si me habrá oído, porque a pesar de estar aún en la mediana edad, un oído directamente ya no le funciona y del otro le queda un cincuenta por ciento de audición debido a un problema del nervio auditivo que arrastra desde niña. Si algún día me encontrara una lámpara mágica con un genio dentro, el primer deseo que le pediría serían unos oídos nuevos para ella.

    Entro como un rayo en mi habitación, que desde hace un par de años ya no comparto con mi hermana Sara, quien, tras casarse, se mudó dos plantas más abajo. Así que ahora este es mi templo, imperfectamente organizado a mi manera.

    Me pongo mi chándal negro, varias tallas más grande de lo que necesito, me calzo las deportivas y salgo pitando de mi casa escaleras abajo.

    Cuando llego al gym, veo a varias chicas empapadas en sudor entrando en los vestuarios. La clase ya ha terminado… «Mierda, después de tanto correr…»

    Como no veo a Inés, voy en su busca a la planta de arriba. Me la encuentro sentada sobre un step, al fondo de la sala de aeróbic. Está con Violeta, nuestra nueva monitora desde hace unos meses, y la está abrazando. Por la escena que veo, puedo imaginar que algo no va bien.

    —Eyyy… ¿qué pasa chicas? —pregunto acercándome a ellas.

    Me miran las dos a la vez, Inés con los ojos enrojecidos y sorbiendo por la nariz, y Violeta con el entrecejo en todo lo alto, en una pura expresión de lástima.

    «Más dramas no, por favor, hoy no…»

    —Hola, Verooo, ¿qué tal? —me saluda Violeta, conteniendo un poco esa efusiva alegría que la caracteriza.

    —Hola, Veri —me dice Inés entre sollozos.

    Me agacho frente a ella y coloco las manos en sus rodillas. Me mira angustiada.

    —Cariii, ¿qué te pasa? —le pregunto muy preocupada.

    —Pues nada. Que había quedado con Diego porque quería darle algunas cosas suyas que tengo todavía, ropa y esas cosas, ¿sabes? Y mira qué mensaje me acaba de dejar.

    Me pasa su móvil y leo el mensaje, en el que le dice que prefiere no verla y que se quede todas sus cosas, que no quiere nada que ella haya tocado y blablablá…

    «Uff… vaya día para intentar animar a alguien.»

    Quizá podría contarle lo que me ha pasado con Alejandro. Dice un refrán que mal de muchos consuelo de capullos, esa es mi versión, y a lo mejor eso la distraería. Pero al final opto por callarme para no disparar el drama y hacerlo trending topic.

    —Pero cariño, tienes que pensar que la cosa aún está reciente, y seguro que no siente lo que te está diciendo —le digo, tratando de calmarla—. Dale tiempo, se le pasará. Y cuando se le pase, ya verás como todo irá bien.

    «Pero ¿¿¿a quién coño quieres convencer GiliVero???»

    —¿Sí? ¿Tú crees? —me pregunta Inés con un rayito de esperanza en los ojos.

    —¡Nenaaa! ¡Pues claro que sí! Y si no se le pasa… ¡pues que le den! —suelta Violeta a modo de sentencia.

    Nos miramos las tres durante unos segundos, intentando asimilar el impacto de esa posibilidad, hasta que Inés esboza por fin una sonrisa que tiene efecto dominó y acabamos riéndonos las tres.

    —Chicas, os lo digo en serio, ¡será que no hay peces en el mar! —continúa Violeta—. Mira, Inés, tengo el plan perfecto para ahogar tus penas. El hermano de Santi, mi novio, que es un futbolista famoso y está como un dios, tiene un club nocturno en una ciudad de aquí al lado. Así que este sábado por la noche te vas a venir conmigo de fiesta y te voy a llevar a conocerlo, porque yo te quiero de cuñada. Y tú también te vienes, Vero, y no hay más que hablar, ¿vale?

    Inés y yo nos miramos con escepticismo. No decimos nada, pero las dos estamos pensando lo mismo: «Bueeeno… sííí… a lo mejooor…».

    Aunque conocemos a Violeta desde hace pocos meses y yo nunca la he visto fuera de clase, Inés y ella han hecho mucha amistad últimamente. Sé que se mensajean casi a diario y que quedan muchos días antes de las clases para tomar algo y hablar de sus cosas.

    A pesar de que conmigo Inés sea más bien acaparadora, me fascina la facilidad que tiene para relacionarse con la gente. Y si ella le ha abierto el portal de su confianza de esa manera, pues ¿por qué no yo también? Lejos de ponerme celosa, soy de las que piensan que, cuantos más seamos, mejor lo pasaremos.

    Violeta se despide de nosotras, aún le quedan algunas clases por dar, e Inés y yo pasamos el resto de la tarde en la sala de fitness, de máquina en máquina, mientras hablamos de nuestras cosas, de mis looks triple XL para entrenar, de lo bueno que está el de la máquina de bíceps, o de si aceptaremos o no la proposición de Violeta…

    Y tras una larga sesión de cotilleo que no tiene desperdicio, dejo a Inés en el vestuario para ducharse y quedamos en que pasaré a verla al día siguiente por el pequeño centro de masajes que ha montado en su casa. Y yo pongo rumbo a la mía, porque me gusta más ducharme allí con todas mis comodidades, total, solo tengo que cruzar la calle…

    * * *

    Estoy organizando todas las cosas que necesito para mañana, cuando oigo unos golpecitos en la puerta de mi habitación. La graciosa cabecita de mi madre asoma tras ella.

    —Pasa, mamita —le digo cariñosamente.

    —¿Ya lo tienes todo listo? —Asiento con la cabeza y continúa—. ¿Qué eso que querías contarme antes y que no te ha dado tiempo?

    Con paciencia y sin entrar en muchos detalles, pues me encuentro verdaderamente cansada, le explico la conversación de esta tarde con Alejandro. Termino confesándole que ya no sé qué hacer, que tengo claro que no soy feliz con él, pero que por otro lado lo quiero y no sé si estoy preparada para perderlo del todo, y que me está costando la vida tomar una decisión en firme.

    Mi madre me escucha atentamente y cuando termino, empieza a hablar con palabras cargadas de amor.

    —Vero, cariño, yo no puedo ayudarte a tomar esa decisión. Ya sabes que para nosotros Alejandro es casi como un hijo más. —«Ay, Dios, que no vaya por ahí…»—. Pero esto no va de nosotros, sino de ti… —continúa—. Si tú no estás feliz, por mucho que nos duela a todos, tendrás que ser fuerte y acabar con vuestra relación para que ninguno de los dos sufra más.

    Me abraza fuerte y lloro en su hombro como una niña. Y ella conmigo. En ese momento, además de Alejandro, empiezan a aflorar todas mis inquietudes, mi carrera, mi trabajo, mi padre, mi vida… Y pasamos un buen rato dando vueltas a todo ello, hasta que nos tranquilizamos las dos y acabamos comiéndonos a besos y haciéndonos daño de verdad con abrazos de boa.

    Antes de salir de la habitación, me pregunta qué quiero para cenar. Ella es mi cocinera dietética particular y se encarga de que no me falte una buena verdura hervida o un buen pescado a la plancha sobre la mesa.

    —Una manzana, madre. Gracias —le digo.

    —Pero cariño, ¿con el tute que llevas y solo vas a cenar eso?

    Como ya sabe mi respuesta, se da media vuelta y desaparece tras la puerta, para volver unos minutos más tarde con una deliciosa manzana lavadita que me deja sobre el escritorio.

    Termino el día comiéndome la fruta a bocados, hasta que una hora más tarde empiezo a dar cabezadas sobre mis apuntes de Contabilidad avanzada, y decido que por hoy ya ha sido suficiente.

    4

    La Zona Nocturna

    Viernes, mi día favorito de la semana.

    Hoy no tengo castings, y tampoco he tenido que madrugar demasiado, puesto que solo tengo dos clases en la uni. Este semestre solo he cogido tres asignaturas. Como no tengo la menor intención de dedicarme profesionalmente a lo que estoy estudiando, he decidido no estresarme. Si sigo en ello es básicamente por no darles el disgusto de su vida a mis padres…

    A la una y media del mediodía estoy entrando en mi portal. Antes de subir a casa, paso por el piso de mi hermana Sara, que ya habrá llegado de trabajar. Tengo ganas de estrujar a mi sobrinita Vera, una bolita redonda de un añito, que se ha convertido en el juguete de la familia. Y tras una sobredosis de babas, biberones y lenguaje «pucheril», me subo a mi casa.

    Dejo las cosas en mi habitación y le escribo un mensaje a Inés.

    Sobre las cuatro me paso a verte :)

    Después de comer, me acerco a ver a mi amiga, que vive a cinco minutos andando.

    Entro directamente en una especie de caseta de campo que hay al lado de su casa, en el mismo terreno, y que ha acondicionado supercuqui como una especie de centro de masajes terapéuticos y deportivos.

    Tiene pósters de anatomía humana por todo el espacio y muchas clases de velas, aceites y cosas por el estilo.

    —¡Inés! Estoy aquí —le anuncio desde la pequeña recepción.

    —¡Sí sí! Pasa.

    Suena música chill out y huele a incienso de vainilla. Me la encuentro limpiando unos botes gigantes de crema para masajes.

    —Holiii. Bueno, lo primero, ¿cómo estás? —le pregunto, tanteando los ánimos.

    —Estoy bien, tranquila. Lo de ayer me cogió en un momento tonto, pero ya está. A otra cosa, que la vida es muy corta y no me pienso amargar ni un día más —me suelta tal cual, mientras sigue con su tarea. «Esta Inés ya se parece más a la que yo conozco»—. ¿Tú qué tal?

    Y aprovechando que ya vuelve a ser la de siempre, segura de sí misma y fuera lamentaciones, me decido a explicarle mi movida de ayer con Alejandro.

    Deja de limpiar y me escucha atentamente.

    —Joder, Vero… Qué mal rollo, ¿no? —me dice cuando termino de contárselo con pelos y señales—. Lo siento mucho. Ayer estarías hecha polvo y yo ahí empeorándolo. ¿Por qué no me lo dijiste?

    —Bueno…, te vi tan apurada que pensé que no era el momento. No te preocupes —le confieso, mientras se acerca y me da un caluroso abrazo.

    —Aaayyy, tía. Asco de tíos, de verdad. —Niega con la cabeza exageradamente—. Mira, ¿sabes qué te digo? Ya no tengo a nadie más esta tarde. ¿Qué te parece si te hago un masajito para descontracturar la espalda y después nos vamos al centro comercial? Podríamos comprarnos algo en plan «guarrillas» para salir mañana de juerga con Violeta.

    Lo de «guarrillas» me saca una sonrisa.

    —¿En serio? Entonces, ¿vamos a ir?

    —¡Y tan en serio! —me asegura.

    «Amén.»

    Ella ya lo ha decidido por las dos, a pesar de saber que yo no soy mucho de salir. De hecho, solo he salido de juerga con Alejandro y nuestros amigos en común, y consistía en quedarme arrinconada en cualquiera de los antros a los que solíamos ir,

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