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Libro electrónico364 páginas5 horas

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Información de este libro electrónico

Tal vez tu lugar en el mundo está en un sitio al que nunca has ido, pero nunca lo descubrirás si no vas hasta allí.

En una Nueva York futurista, las personas pueden conocer las emociones reales de los demás a través de un chip. Los adolescentes, sin embargo, siguen comportándose igual.

Charleen siempre fue una chica reservada, antes y después de que los padres de su mejor amiga, Brooke, quien es una mezcla entre alegría y timidez, la adoptaran. Gary siempre fue el popular del instituto, aunque conoce la soledad. Evan no es la oveja negra, sino la más pura, por eso se fue de casa con su grupo de rock. Tyeent odia ser tan perfecto en la misma medida en que desea a Alina, la repetidora, y a Deianelle, a la que todos observan cual ninfa. Cala se considera una muñeca, pero no soportará que Kenneth, el chico nuevo, la llame así.

Todos juntos se pondrán a prueba para demostrar su valentía en un lugar que los aterra, donde Charleen encontrará un juego de pistas que la conducirán a un secreto que no imagina.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento24 feb 2016
ISBN9788491123293
Huellas encuadernadas
Autor

Anna Llorens

Anna Llorens tiene veintiún años y vive en Manresa (Barcelona). Tuvo una infancia y una adolescencia difíciles, pero leer y escribirla ayudó a seguir siempre adelante. Bohemia y organizada al mismo tiempo, volátil pero intensa. Sabe leer a las personas y, si no, las crea.

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    Huellas encuadernadas - Anna Llorens

    © 2016, Anna Llorens

    © 2016, megustaescribir

             Ctra. Nacional II, Km 599,7. 08780 Pallejà (Barcelona) España

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a Thinkstock, (http://www.thinkstock.com) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    ISBN:   Tapa Blanda           978-8-4911-2330-9

                 Libro Electrónico   978-8-4911-2329-3

    Contents

    1. Como acero y aire luchando entre sí

    2. No me gusta él ni tampoco mi pasado

    3. Contigo, yo soy yo

    4. En medio de la noche estás solo con tus secretos y puedes ser tú mismo

    5. De rotos, vacíos y completos

    6. Confesiones

    7. Siempre hay algo que celebrar

    8. Nunca es demasiado tarde para aprender a volar

    9. Alguien que desnude y vista tu alma, que la despierte y sepa hacerla dormir

    10. Y ahora, ¿qué?

    11. Si este no es tu sueño, ¿qué estás haciendo aquí?

    12. Principios y finales

    13. Intenta no tirarte por la primera ventana que se abra al cerrarse una puerta

    14. Planes

    15. Nadie es tan estúpido como los protagonistas de las películas de miedo

    16. Ganadores y perdedores

    17. Descifrando pistas

    18. Más pistas

    19. Recuerdos de noches hechas para olvidar

    20. Cuando llegas al final es cuando te acuerdas del principio

    21. Seguiría esperándote aun sabiendo que no volverías

    22. Las personas que solíamos ser

    23. Pesadillas

    24. Regreso

    25. Si quieres paz, no te prepares para la guerra, prepárate para la paz

    26. Basta sólo un momento instantáneo de lucidez y puedes hacer lo que quieras

    27. La oscuridad sigue siendo oscuridad por mucho que te acostumbres a ella, pero, desde la profundidad, aún se puede ver la luz

    28. Acabó hace tiempo

    29. San Valentín roto y recompuesto

    30. Tal vez tu lugar en el mundo está en un sitio al que nunca has ido, pero nunca lo descubrirás si no vas hasta allí

    A mi abuela, quien

    entendió esta historia antes que nadie.

    1. Como acero y aire luchando entre sí

    Yo no soy un cabrón. Tyeent puede decir lo que quiera, pero yo no soy un cabrón. Gary Doccreint daba vueltas en su habitación pensando en la conversación que había tenido con su mejor amigo esa mañana. Ahora tenía otra consigo mismo. Era una noche de mediados de septiembre demasiado fría en Nueva York para aquellos que necesitaran estar resguardados del mundo real. Sin embargo, a él, el frío o la realidad lo afectaban muy poco. Dentro de su acogedora casa del barrio Forest Hills del distrito de Queens, el clima no era un problema. Pero, aunque hubiera estado fumando en su jardín, como otras veces, tampoco le habría importado. Él era un tipo duro. Puede que haya sido un descerebrado en muchas ocasiones, y que les haya roto el corazón a algunas chicas, y que siempre le lleve la contraria a todo el mundo, pero de ahí a ser un cabrón... Porque era verdad. Gary Doccreint podía ser muchas cosas, menos un cabrón. Podía ser alto, atlético y poseer unos intensos ojos negros capaces de derretir a todo el mundo. Podía tener el pelo, también negro, corto y peinado en punta sin perder brillo. Y podía tener la piel morena, tostada por el sol durante todas las estaciones, causando la envidia de algunos y el deseo de otros. Podía ser simpático, cayéndole bien a casi todos. Podía ser un ligón, conquistando el corazón de medio instituto. Podía ser un rebelde con mucha suerte, pues, hiciese lo que hiciese, nunca le pillaban, debido a que también era altamente inteligente y sabía usar eso en su favor. Se podía afirmar pues, que Gary Doccreint podía ser lo que quisiera, pero no era así. No podía ser el hijo perfecto, no podía ser amado con devoción por sus padres, ya que éstos siempre estaban ausentes. Trabajaban en una discográfica, y tenían que viajar continuamente para realizar giras y castings. Desde que él era un niño, siempre lo habían consentido con muchos regalos y fiestas. De hecho, sus fiestas de cumpleaños siempre eran las mejores de todo su grupo de amigos. Pero, tras la fiesta, sus padres volvían a marcharse. Lo dejaban con canguros, familiares y amigos, pero esto era peor para él, pues aun lo mimaban más, por lástima, y también porque Gary, que de mayor causaba estragos allí por dónde pasara, ya de pequeño generaba adoración por parte de los demás, aunque en aquél tiempo era por su ternura. Así pues, siempre se lo habían dado todo hecho, y él, desde los catorce años hasta sus diecisiete, una época en la que estuvo más solo que nunca, ya que sus progenitores confiaban en él y lo dejaban solo en casa, decidió empezar a hacer las cosas por sí mismo, a ser más independiente. Además, durante los últimos años habían cambiado muchas cosas.

    La Nueva York de 2020 ya había sufrido dos Guerras Mundiales en el pasado, y había sobrevivido a ambas. En Europa se había desatado otra, dos años atrás, con carácter de guerra civil, donde lucharon los ciudadanos contra los gobiernos y los ejércitos propios. Éstos últimos, sin embargo, acabaron uniéndose a la causa de los más necesitados, y las grandes personalidades gubernamentales quedaron desprotegidas, de forma que, finalmente, se rindieron. El Gobierno de los Estados Unidos, más reticente ante la idea de lograr la paz por la mera bondad de las personas, tuvo una idea revolucionaria para evitar que sucediera lo mismo allí, pues la ciudad seguía siendo considerada el centro del mundo. Los altos cargos descubrieron la raíz de la crisis que los arrasó años atrás y que casi los llevó a su propia destrucción. No era otra que la mentira, esa gran enemiga oculta. La corrupción se fomentaba en ella, pues los políticos mentían para ganar adeptos y elecciones; los banqueros, para estafar tanto como quisieran y para quedar libres cuándo los atrapaban; los estudiantes copiaban en sus exámenes y, de esa manera, se creaban trabajadores incompetentes; las familias se mentían entre sí por motivos de infidelidades, dinero, enfermedades y demás; los empresarios engañaban descaradamente para vender sus productos y así los consumidores se empobrecían... Era un caos. Y, entonces, encontraron una solución. Crearon, gracias a los avances en el campo científico y tecnológico, unos chips que transmitían el estado de ánimo de las personas cambiando de color. Se los implantaban en medio del cuello en un proceso instantáneo e indoloro, y se activaban y apagaban mediante el contacto con la huella dactilar de su portador, pues tenían esa forma. Al principio, sólo se aplicaron a la vida política, ya que era el epicentro de los problemas. Tiempo después, vieron que funcionaban realmente bien y pidieron al pueblo su opinión para extenderlo a la vida diaria. Al contrario de lo que se pensaba, la respuesta fue positiva, y así empezó el proceso. Tanto niños como adultos fueron llamados a asistir al Sistema Central de Creación, Avance y Crontrol Científico y Tecnológico, dónde les instalaban los chips. Tenían programado ir cambiándoselos a los niños periódicamente, a medida que fueran creciendo sus dedos y, con ello, sus huellas. En el Gobierno los llevaban siempre activos, y en los trabajos también, especialmente en aquellos que requerían mucho control y precisión. En su vida privada, todo el mundo era libre de activarlo o no, eso dependía de la confianza que tuvieran respecto a sus seres más cercanos. De la misma forma que no se obligaba a los estudiantes en colegios e institutos a que los llevaran activados más que en los exámenes, para que el profesor pudiera descubrir si habían hecho trampas sólo con preguntárselo y observar si el chip mutaba de color. Con el chip se desarrollaba un sistema neurológico para distinguir cuándo cambiaba y qué quería decir aquello, de forma que el cerebro lo relacionaba solo y no había necesidad de que todo el mundo se aprendiera el significado de cada tono, cosa que podría haber creado confusión. Y, con este sistema, para los daltónicos o aquellos que sufrían acromatismo no había problema. Sin embargo, no habían encontrado una forma para que fuera útil para personas invidentes, aunque seguían investigando. Al llevarlos visibles, todo el mundo sabía si la otra persona con quien hablaba estaba nerviosa, feliz, triste... Nadie intentaba ocultarlo con pañuelos, bufandas o prendas muy tapadas, pues eso demostraría que intentaba esconder algo. Había una infinidad de colores para una infinidad de emociones. Cuando el chip estaba blanco, significaba que su dueño estaba feliz y tranquilo; si estaba dorado, se sentía inspirado, emocionado o se divertía; amarillo, sentía envidia; si estaba naranja, mentía; el rojo era símbolo de nervios o excitación; si el chip se volvía morado, su dueño estaba enfadado o decepcionado; granate, avergonzado; con el azul oscuro se revelaba la valentía, la seguridad, la fortaleza; con el azul claro, que el dueño se sentía orgulloso de sí mismo; el verde claro significaba que decía la verdad y que estaba confiado; el verde oscuro, sorpresa; el rosa denotaba desconfianza; el marrón, miedo, timidez, indecisión; el plateado, admiración; si se tornaba violeta, significaba concentración; si se ponía gris, su dueño estaba pasivo, aburrido, como si no sintiera nada, una especie de ausencia de sentimientos; si el chip se volvía de color negro, estaba triste o deprimido. Al poder sentirse más de una emoción a la vez, en el chip podían aparecer varios colores fragmentados. Así, si alguien sentía, por ejemplo, envidia y enfado, en su chip se mostraban ambos colores pertenecientes a ello. Finalmente, si en el chip aparecían todos los colores juntos de forma consecutiva, formando una especie de arcoíris que centelleaba, era un símbolo de amor puro y verdadero. El sistema de chips se extendió por todos los estados de Norte América, de forma que en 2020 no había nadie que no llevara el suyo desde hacía un año. Funcionaba a la perfección, pues nadie había encontrado la forma de trucarlos ya que, si alguien intentaba cometer una estafa, su chip se volvía naranja. En el Gobierno, los políticos que salían elegidos eran los más honestos, y el intento de mentir para conseguir algún propósito o algún logro personal estaba penado con la cárcel. Pocas personas habían sido enviadas allí por este motivo, sino que los delitos solían ser los típicos de siempre, los que no varían por mucho que pase el tiempo: robo, asesinato, violencia, amenazas... Pero habían conseguido erradicar la mentira y, con ella, la crisis mundial. Lejos del SCCACCT, la vida de las personas corrientes también se veía sometida a los chips, aunque no les afectaban mucho, especialmente a los jóvenes, pues ningún adolescente quería quedar cómo un mentiroso, ellos ya tenían suficientes problemas amorosos, académicos, familiares... Pero, aun así, los sentimientos seguían siendo algo difícil de controlar y expresar.

    Gary decidió ir a dar una vuelta por su calle, la Avenida 69. Era una de las mejores del barrio, no sólo por estar en el centro, cerca del instituto y de los parques, tiendas y restaurantes, sino por la anchura que tenía y por sus grandes unifamiliares de dos y tres plantas con jardines bien cuidados. Según casi todas las personas que vivían allí, el barrio era el más bonito y tranquilo del distrito; él incluso habría afirmado que era el mejor sitio de Nueva York para vivir. Tenía una extensión de tan solo seis quilómetros y medio, por lo que muchos de los habitantes, que eran unos setenta mil, se conocían entre sí, especialmente los de la misma franja de edad. Y, aunque sí tenía grandes edificios con viviendas y oficinas y también algunos hoteles, no tenía unos rascacielos como los del Upper East Side, y seguramente, sumando todas las tiendas de Forest Hills no llegarían a la cifra de las que había en la Quinta Avenida, pero, a sus ojos, Manhattan no tenía nada que envidiarle a la apacible tranquilidad de las unifamiliares que rodeaban la suya. Había quien decía que el barrio parecía una pobre imitación sin playa de Los Hamptons, pero a Gary le resultaba imposible encontrar en esas enormes mansiones la calidez y el encanto que ofrecía su hogar. Forest Hills era un buen barrio por su diversidad. Por sus calles anchas y verdes y otras pequeñas y áridas. Por sus restaurantes y tiendas de lujo y los pequeños comercios a pie de calle. Por sus grandes casas de ladrillos oscuros y las pequeñas de madera y pintura blanca, pasando por los apartamentos de todos los estilos y tamaños. Todas esas viviendas eran hogareñas. Todas menos una. Había una casa abandonada en el tramo 85 de la Autopista Unión con una leyenda según la cual, si entrabas, no podías volver a salir jamás. Pero a Gary no le gustaba pensar en ese lugar. Se puso su chaqueta de cuero, esa que hacía que la mitad de chicas del instituto se volvieran locas, y se echó unas gotas de su sensual y embriagador perfume antes de salir por la puerta principal, dejando atrás su gran casa de tres pisos construida con ladrillos marrones. Oía voces a lo lejos provenientes de otros hogares. Las clases apenas habían empezado y la gente, especialmente la joven, seguía acostándose tarde. En ese instante, mientras estaba sumido en sus pensamientos, Charleen Grevaihn Stienbouk apareció delante de él. Vivía en la casa del al lado, que era igual grande que la suya, a pesar de habitarla una persona más, pero sí era más alegre, pues estaba construida con piedra blanca y tenía unos grandes ventanales, especialmente el del ático, en punto redondo. Había más escaleras en la entrada y eso la hacía más sofisticada. Era el mismo aire de sofisticación que envolvía a Charleen. La conocía desde siempre, pues habían ido juntos a clase desde preescolar. Sin embargo, nunca habían hablado mucho. Se acercó con paso lento, lúgubre, como siempre. Ese aire de misterio y tristeza tan común en ella que encendía el deseo de Gary. La miró de arriba a abajo. Llevaba unas viejas zapatillas Converse negras que combinaban a la perfección con sus tejanos desgastados. Por encima de ellos caía una camisa blanca con los botones desabrochados en la parte del escote. Gary no pudo evitar mirar disimuladamente. Abrigada con una ligera chaqueta negra que le iba demasiado grande, seguía pareciendo frágil. Y eso se reflejaba en sus ojos verdes, que brillaban intensamente, pronunciados por el excesivo maquillaje negro que los cubría. Gary se dio cuenta que, en realidad, los ojos de Charleen siempre tenían ese brillo especial, ya fuera en medio de una clase de literatura que pudiera emocionarla, o resolviendo un ejercicio de matemáticas, una asignatura que no le acababa de gustar. Ese brillo siempre prevalecía, y a él le encantaba. Pero decidió no mirarla mucho rato a los ojos; de alguna forma, se podía decir que le tenía miedo. Aunque eso no le impedía intentar hacerla entrar en su juego. Para algo era Gary Doccreint.

    ---¿No es muy tarde para que andes sola por las calles, Charlie?

    Pronunció la última palabra con la voz más seductora que pudo usar, aunque su voz casi siempre sonaba así, incluso sin proponérselo. Pocas veces la llamaba por su nombre, siempre la llamaba Charlie, usando ese tono burlón tan típico de él. Aunque en el fondo le despertaba cierta curiosidad y atracción esa chica de su clase que parecía estar hecha de hielo. Desvió su mirada, con mal disimulado deseo, a los finos pero carnosos labios, y luego al enmarañado pelo de ella, que dejaba a la vista su oreja izquierda llena de pendientes, algunos brillantes y otros largos y con aspecto desgastado. Le gustaba que no fuera como el resto de chicas de diecisiete años que se pasaban horas delante del espejo preocupándose porque sus rizos fueran perfectos. Ella tenía el pelo ondulado de forma natural, pero nunca le quedaba suficientemente brillante, o con la forma ideal. Aunque eso no le quitaba el sueño. De todas formas, era pelirroja, y con eso bastaba.

    ---No me llames así, no me gusta. ---Su voz sonaba rota, fuerte y melodiosa a la vez. Era algo muy extraño pero a la vez fascinante, así como su perfume, que tenía notas dulces y amargas, suaves y ásperas, era ligero pero embriagador. La dualidad la representaba---. Y no, no es tarde. Además, mi casa está aquí al lado, lo sabes de sobras.

    ---¿Me estás invitando a tu casa?

    Él levantó las cejas en un intento de seducción, pero ella apartó la mirada.

    ---No es tu noche de suerte, querido...

    Él hizo una mueca y le sonrió.

    ---¿Alguna lo será?

    ---Puede...

    Charleen contestó mirando al cielo, distraída, mientras echaba el humo del cigarro que se estaba fumando.

    ---Fumar es malo, Charlie.

    ---Tú también fumas. Y tú también lo eres, Doccreint.

    Él adoptó una pose de indignación e incredulidad. Se lo habían dicho muchas veces, pero con una razón aparente o tras una bronca, no sin venir a cuento.

    ---Oh, vamos... Y eso, ¿por qué?

    La pelirroja rodó los ojos.

    ---Por favor... Te enrollas con una chica diferente cada noche. No intentes negarlo. Desde mi ventana se ve cuando una chica llega a tu casa y lo rápido que la echas de allí. Creo que eso es peor que fumar.

    ---El tabaco mata. Lo que yo hago no le hace daño a nadie.

    ---Eso es lo que tú te crees. El sexo, pocas veces, es sólo sexo. Y para tus amiguitas, aún menos.

    Gary la miró extrañado, levantando una ceja.

    ---¿Qué sabrás tú?

    Charleen lo miró con desaprobación y negó con la cabeza.

    ---Sé que la mayoría de tus conquistas se van llorando a su casa después de que les des puerta. Sé que a más de una y más de dos les he dado alguna que otra calada para que se relajen cuando les dan rabietas de niñas de doce años. Así que...

    ---No lo entiendes. ---La cortó de golpe---. Los dos quedamos en que es sólo sexo. Si ellas se montan la película no es culpa mía.

    ---Lo sé. Pero, ¿no te sientes mal por ello? Tal vez deberías dejarles más claras tus intenciones o acostarte con chicas menos sentimentales. ¿No te duele verlas llorar y saber que es por ti? Es que... nunca sales a consolar a ninguna, y alguna vez se trata de amigas tuyas, no sólo de líos de una noche. Creo que eres un poco cabrón, Gary Doccreint. ---Era la segunda vez en ese día que se lo habían dicho, y ambas por el mismo motivo---. Pero ya te darás cuenta tú sólo cuando, un día, una tía deje de significar sólo sexo para ti, y tú no signifiques nada para ella.

    Él rió socarronamente.

    ---Eso no va a pasar.

    Ella se cruzó de brazos y sonrió de forma cómplice para sí misma.

    ---¿Te juegas algo?

    Gary la miró con los ojos muy abiertos y también se cruzó de brazos.

    ---¿Me estás retando a entrar en tu juego, Charlie?

    ---Puede.

    Y, dicho esto, se dispuso a irse.

    ---Oye, mi casa está libre.

    Charleen se paró de golpe, se giró y se topó con una mirada intensa que denotaba un profundo deseo.

    ---No juegues conmigo, Doccreint. Conozco esa mirada. La he usado varias veces y es altamente efectiva. Y no te conviene jugar conmigo.

    ---Eso debería decidirlo yo.

    Ella lo miró detenidamente a los ojos mientras sonreía. ¿Qué había de malo en darle una lección?

    ---Creo que es tu día de suerte.

    Charleen y Gary se fueron hacia la casa de éste en silencio. Cuando llegaron a la puerta, él la abrió con la llave, instó a la chica con el brazo a que pasara primero y cerró mientras la miraba de arriba a abajo otra vez. Gary se quitó la chaqueta rápidamente, pero Charleen seguía sin moverse, se limitaba a mirarlo divertida.

    ---¿Qué ocurre?

    ---Vaya, vaya... Resulta que eres tú el chico fácil.

    Él se paró en seco y la miró con las facciones endurecidas.

    ---¿Perdona? Me has dicho que...

    ---Ah... ¿Acaso has creído que íbamos a hacer algo?

    La mirada de Gary se mostró confusa.

    ---¿Ah, no?

    ---No, Doccreint. No va de eso. Yo no quiero acostarme contigo para que me eches después. No soy así. Y creo que lo sabes. No me van las historias de una noche a no ser que la víctima no sea yo.

    ---Lo sé, pero...

    ---Pero nada. No va a pasar nada. Yo no soy fácil. Si quieres algo, vas a tener que conquistarme, o dejar que te conquiste yo, ya que afirmas que eso no puede pasar.

    Gary aún estaba más confundido, pero no pudo evitar que se le escapara una sonrisa pícara al imaginársela intentando conquistarlo.

    ---¿Estás dispuesta a eso?

    Ella afirmó con la cabeza.

    ---Sí. ¿Por qué? ¿Tienes miedo?

    A pesar de la pregunta y de la situación, él relajó un poco su pose.

    ---Verás... Todas quieren conocer a Doccreint, la leyenda. Pero ninguna indaga más profundo para poder ver a Gary, el...

    ---... auténtico.

    El chico la miró sorprendido.

    ---¿Cómo lo has...?

    ---¿... sabido? ---Charleen sonrió---. Conozco a alguien con la misma suerte. ---Hizo una pausa y suspiró mientras desviaba su vista al suelo---. Pero creo que, si alguien intentara indagar más profundo, se ahogaría.

    ---¿Estás segura?

    Ella levantó la cabeza y vio sus ojos negros clavándose en ella.

    ---¿Por qué? ¿Estás dispuesto a descubrirlo?

    Gary sonrió abiertamente.

    ---Sí, lo estoy.

    Ella lo miró extrañada. Parecía sincero.

    ---¿Estás seguro de que quieres conocerme? ¿A pesar de todo lo que sabes? E, incluso, ¿a pesar de todo lo que no sabes?

    Gary puso su dedo índice en su cuello, encendiendo el chip. Éste mostraba el color verde claro y el azul oscuro.

    ---Especialmente por eso último.

    Charleen parpadeó dos veces.

    ---Vaya, sincero y valiente.

    Gary sonrió, y la hizo sonreír a ella. Aunque no fue la primera vez que sonreían juntos, ni iba a ser la última.

    2. No me gusta él ni tampoco mi pasado

    Una semana después de aquella noche, Gary y Charleen seguían igual. Quedaban casi todas las noches, pero no tenían una relación que pudiera definirse como tal, sino una amistad entremezclada con algún tipo de cortejo moderno. Se quedaban hasta tarde viendo la televisión o hablando de cosas triviales. De vez en cuando ahogaban las penas en alcohol y se quedaban dormidos en el sofá. Pero no había romanticismo. O, al menos, eso creían ellos. Ella deseaba que él se enamorara y poder romperle el corazón, cómo había hecho él con medio instituto. Pero también empezaba a sentir simpatía. Y él quería demostrarle que no se enamoraba con facilidad, aunque ya no estaba tan seguro de eso. Tantas noches los estaban uniendo, estaban empezando a descubrir secretos el uno del otro, y estaban empezando a llevarse bien. Sin embargo, los dos se empeñaban en seguir fingiendo que no sentían nada, manteniendo esa fachada de frialdad y dureza. Nadie estaba al corriente de las escapadas nocturnas de Charleen aparte de Brooke, la hija de sus padres adoptivos, que en ese momento hablaba con prisas mientras se acababa su desayuno, apoyando ambos codos en la isla central de la cocina.

    ---¿Dónde estuviste anoche? ¿Dónde llevas durmiendo casi todas las noches desde hace una semana? Me cuesta mucho cubrirte delante de mamá y papá, ¿sabes?

    Tenía la piel incluso más clara que la del Charleen, y también sus dientes, enmarcados por unos carnosos y rosados labios, pues no fumaba, y contrastaban con sus enormes ojos marrones y su pelo, perfectamente liso y cortado por debajo de los hombros, de un tono moreno muy oscuro. No estaba tan delgada como Charleen y era un poco más bajita, pero estando sentadas, no se notaba mucho la diferencia entre ellas. Lo que sí las distinguía más, aparte de que Brooke no se maquillaba mucho y su voz era más aniñada y cantarina, era el carácter. Pese a tener la misma edad y ser ambas buenas estudiantes, Brooke, aunque era un punto variable en una recta cuyos extremos eran alegría y timidez, era más dulce y divertida de lo que Charleen podría imaginar llegar a ser algún día.

    ---En casa de Gary.

    ---¡¿De Doccreint?!

    Brooke se asustó a sí misma con su propio grito.

    ---Sí.

    Contestó con naturalidad y casi sin inmutarse, con su postura de siempre, mientras le daba un mordisco a su tostada con mermelada. El sabor de la fruta se mezcló con el olor del perfume de Brooke.

    ---¿Tú estás segura de lo que haces?

    ---No eres mi madre, Brooke, te recuerdo que soy cuatro meses mayor que tú, así que no hagas preguntas. Además, nuestros padres son liberales en cuanto al tema de los chicos. Que conste que ellos no me han pedido explicaciones.

    ---Vamos, tú siempre me lo cuentas todo... Prácticamente eres mi hermana.

    Una leve sonrisa se situó en los labios de Charleen.

    ---Digamos que estoy dándole lecciones de moral.

    ---Si, ya, de moral...

    Brooke soltó una pequeña risita.

    ---Lo digo en serio. No tenemos nada. Es un chulo que se cree que puede jugar con los sentimientos de los demás a su antojo. Y voy a cambiar eso.

    Brooke frunció el ceño.

    ---¿Sabes dónde te estás metiendo?

    La pelirroja rodó los ojos.

    ---Sí, pequeña... Puedes estar tranquila. No hemos hecho nada.

    ---Sigo sin creérmelo. Doccreint y tú en la misma casa muchas noches... ¿sin hacer nada? ---Charleen asintió---. ¿Y sus padres?

    ---Casi nunca están en casa. Ya sabes, la discográfica, los viajes...

    ---Es verdad. Siempre ha sido igual. ---Brooke fijó sus ojos en una pulsera de cuentas rojas que llevaba Charleen anudada a la muñeca---. ¿Y esta pulsera?

    ---Me la dio Gary el otro día.

    Brooke volvió a reír.

    ---Si empiezas a llevar algo suyo, algo va mal... ¿No te estará empezando a gustar?

    ---No empieces, Brooke. No es eso.

    ---Ya claro... Activa tu chip y dime que no te gusta. Me apuesto lo que quieras a que se vuelve naranja.

    ---No voy a hacer esa estupidez. No activamos los chips en casa. Además, no me gusta.

    ---Bueno, si tú lo dices...

    La sonrisa se borró de la cara de Charleen y una duda se instauró en su cabeza. ¿Y si en realidad sí sentía algo por él?

    ---Me voy, tengo clase con Ridrier, y ya sabes cómo odia la impuntualidad. Te veo en segunda hora.

    Se acabó su tostada rápidamente, se tragó el zumo de naranja de un sorbo y, mientras Brooke le gritaba un alegre «hasta luego», se dispuso a irse al instituto andando, como de costumbre, pues estaba a diez minutos de su casa. Además, así se aclararía las ideas. Cuando salió por la puerta principal, se encontró con Deianelle Collingwood.

    ---¡Dei! ¡Qué susto me has dado!

    Era la chica más alta de su clase, y también la más delgada. Eso le daba un aspecto frágil que se acentuaba con la dulzura de su rostro, lleno de diminutas pecas. Sus ojos de color miel emanaban un brillo increíble, y quedaban enmarcados por una lisa melena de color castaño claro. Nunca llevaba maquillaje, no le gustaba y, además, no le hacía falta, pues era muy guapa. Pero sí se perfumaba mucho, con notas florales.

    ---Oh, perdón, Charleen. ---Su suave y dulce voz acentuaban más su apariencia de cuento---. Estaba a punto de llamar al timbre. Había quedado con Brooke para ir juntas al instituto. ---Charleen asintió levemente con la cabeza---. ¿Vienes con nosotras?

    ---No, lo siento, pero llego un poco tarde y necesito que me toque un poco el aire...

    Deianelle la miró preocupada y le acarició el brazo derecho con suavidad. Era realmente dulce incluso sin

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