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SÍ... QUIERO
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Libro electrónico408 páginas4 horas

SÍ... QUIERO

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Todo comienza con un sí…, quiero, incluso aquello que se hace a través de una negación. Si observas tu historia personal, verás cómo a través de los distintos sí quiero has transitado por un camino distinto al que lo hubieses hecho si tu decisión hubiera sido distinta. En eso consiste la vida, en decidir de forma personal qué queremos experimentar...
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento11 jun 2021
ISBN9788418571978
SÍ... QUIERO
Autor

José Antúnez

Jose Antúnez (Valencia 1980). Buscador incansable de la VERDAD al que un buen día lepropusieron un pacto en un lugar muy muy lejano..., un pacto que le ha llevado a vivirexperiencias que usted, seguramente, no creería.

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    SÍ... QUIERO - José Antúnez

    SÍ…, QUIERO

    Jose Antúnez

    SÍ…, QUIERO

    Jose Antúnez

    Esta obra ha sido publicada por su autor a través del servicio de autopublicación de EDITORIAL PLANETA, S.A.U. para su distribución y puesta a disposición del público bajo la marca editorial Universo de Letras por lo que el autor asume toda la responsabilidad por los contenidos incluidos en la misma.

    No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del autor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal).

    © Jose Antúnez, 2021

    Diseño de la cubierta: Equipo de diseño de Universo de Letras

    Imagen de cubierta: ©Shutterstock.com

    www.universodeletras.com

    Primera edición: 2021

    ISBN: 9788418674044

    ISBN eBook: 9788418571978

    Dedicado a quienes creen en el AMOR —en mayúsculas— y a los que no. A estos últimos deciros que existen gracias a él y que este se manifiesta a cada instante, en cualquier lugar y de las formas más inverosímiles. Tan solo hay que observar y escuchar…

    Gracias a mis hijos, Naiara y Leo, quienes me lo presentaron aquí, en este mundo…

    También quiero agradecer a todas las personas que han inspirado esta obra, a quienes me han tratado de hacer daño y a quienes me aprecian. A quienes me han regalado su AMOR y a quienes han utilizado el mío para sus propios intereses. A quienes han creído incondicionalmente en mí y a quienes me han juzgado sin más.

    Gracias porque todos ustedes forman parte de mi historia.

    Jose Antúnez

    Prólogo

    Todo comienza con un «Sí…, quiero», incluso aquello que se hace a través de una negación. Cuando abrimos los ojos a un nuevo día estamos diciéndole a la vida que sí, que queremos aventurarnos en ella y a sus distintas propuestas. Si observa su historia personal verá como a través de los distintos «Sí, quiero», ha transitado por un camino diferente al que lo hubiese hecho si su decisión hubiera sido otra. En eso consiste la vida, en decidir de forma personal qué queremos experimentar mientras recorremos este hermoso e incomprendido mundo.

    Podemos decir: sí, quiero… amar, perdonar, abrazar, llorar, reír, abrir el corazón, caminar junto a alguien o en soledad, comprender, buscar respuestas… o, por el contrario, odiar, ser egoísta, juzgar, sentirnos insignificantes, vivir con miedo…

    Hay quienes afirman que no todo depende de nosotros y comprendo esta postura; es cierto que ocurren circunstancias externas que no hemos, supuestamente, elegido; no obstante, sí es una decisión suya cómo gestionar estas situaciones. Puede hacerlo desde el impulso de las emociones o permitir que sus sentimientos se manifiesten. Si usted acepta que no puede hacer nada por cambiar cualquier coyuntura que esté atravesando, estará aceptando un papel secundario en su historia en vez de asumir que es quien la protagoniza.

    Lo demás forma parte de un guion, el cual, indistintamente si cree en el azar o en el destino, es parte de esa historia que escribe a cada momento… hasta que la concluya y se marche de este mundo.

    De usted depende cómo afronta cada circunstancia que le sale al paso, cómo reacciona ante las adversidades y cómo disfruta los instantes que forman parte de esa bella historia.

    De usted depende si esa historia es una novela con tintes dramáticos o cómicos, si es un poemario o una obra de estudio.

    Usted es quien la protagoniza y si el capítulo que está escribiendo ahora mismo no le agrada tiene el poder de transformarlo… Tan solo debe afirmar: ¡SÍ…, QUIERO!

    JOSE ANTÚNEZ

    El sentido de tu vida

    1 de septiembre de 2019

    …Y recuerda, querida niña, que el acto más grande de amor que puedes hacer por alguien es permitirle disfrutar de su libre albedrío y respetarlo. Respetar sus decisiones y permitir que recojan el fruto de aquello que decidieron sembrar. Es lo que hace mi Dios con cada una de sus criaturas.

    Es lo que Él+La hace contigo, Dámaris…

    Dámaris

    21 de agosto de 2013

    —Dime una cosa, Sara, ¿cómo puedes estar segura de hacer algo así? —preguntó Paula—. Es algo que no llego a entender; dos personas se conocen y sienten algo especial entre ellas, vale… con el tiempo ese sentimiento va creciendo y deciden vivir juntos, hacen planes de futuro y esas cosas… pero ¿por qué ha de ser necesario firmar un papel ante mucha gente, gastando un dinero que, normalmente, no se tiene y vestida con un traje que jamás te has puesto y ni te volverás a poner en tu vida? Eso es lo que no entiendo de la gente que se casa. Puedes tener una feliz relación de pareja sin tener que pasar por todo eso… mi padre siempre me ha dicho que si él pudiera volver atrás en el tiempo, en vez de gastar todo ese dinero en la boda se iría de viaje con mi madre…

    Mientras disfrutaba de aquel intenso café, Dámaris oía la exposición de su amiga sobre el matrimonio y miraba de reojo a Sara, que se afanaba en la ingesta de un dorado croissant sin prestar demasiada atención a su amiga Paula. Al finalizar esta, Dámaris expuso:

    —Bueeeeno, al menos respétalo, Paula; lo que yo no entiendo es el porqué de esta conversación en su despedida de soltera y a diez días de su boda. Vamos a disfrutar de los cuatro días que nos quedan por delante, que para eso estamos aquí, ¿no os parece?

    —¡Por fin, mujer! —dijo Sara mientras sostenía su taza de café al ver que Alba se acercaba a la mesa—, tú en tu línea…

    —Uff, tía, no sé si tengo más revuelto el estómago o la cabeza —dijo Alba.

    —Normal, cariño, si anoche te bebiste hasta el agua del florero de la habitación —comentó Jimena despertando una carcajada en las amigas.

    Alba tomó asiento en la mesa junto al resto de componentes del grupo de amigas: Sara, Paula, Jimena y Dámaris. Las cinco chicas se encontraban celebrando la despedida de soltera de Sara, quien se casaría el próximo 31 de agosto con Andrés, su pareja desde hacía ocho años. Habían elegido un hermoso hotel situado en Chiclana de la Frontera, Cádiz, donde pasarían una semana en la que alternarían las piscinas y spa del hotel con las hermosas playas de aquella mágica costa atlántica y las salidas nocturnas por los pubs de la zona.

    Sara tenía veintiséis años y era la mayor del grupo de amigas; convivía con su futuro esposo desde hacía tiempo en la ciudad de Sevilla, donde ambos trabajaban. Ella llevaba trabajando seis años como teleoperadora para una aseguradora médica, aunque su gran pasión era la decoración. Era la hermana mayor de Jimena a la que llamaba por el diminutivo de «Mena». De cabellos castaños y ondulados, con unos dulces ojos de color miel, Sara se caracterizaba por su delicadeza y transparencia. Era la confidente del grupo ya que nació para no traicionar… y eso se percibía nada más conocerla. Su desmesurado cariño y ternura hacia los demás, le había jugado alguna que otra mala pasada con personas que confundieron estos gestos de afecto. Sara lo daba todo y siempre estaba para cuando se la necesitaba, aunque ella también buscaba ser correspondida en este aspecto. Con Andrés era muy exigente y pasional; era el único hombre con el que había estado y creía que estarían juntos toda la vida.

    Dámaris tenía, en aquel 2013, veinticinco años. Su piel, casi transparente, el exótico color de su largo y lacio pelo pelirrojo y sus ojos marrones dotaban a la muchacha de una belleza única. Era alta como sus amigas, a excepción de Paula, que era más baja que el resto, y con poco pecho. Siempre mediaba en los conflictos y le encantaba estar rodeada de sus amigas y familia, con quienes sentía una gran unión. De hecho, aunque hacía poco que había finalizado la carrera de Psicología, seguía trabajando en el negocio de sus padres para ayudarlos a salir del bache económico en el que cayeron en 2008. Tenía un gran carácter y siempre conseguía aquello que se propusiera. En la adolescencia actuó, durante algún tiempo, de forma impulsiva e inconsciente. Mientras avanzaba en sus estudios fue transformándose en una Dámaris muy distinta de aquella alocada y rebelde adolescente. Sabía escuchar, era muy observadora y curiosa. Tuvo alguna relación corta, la más duradera fue con un chico llamado Hugo. Debido a ese fuerte genio, que no dudaba en sacar cuando la situación lo requería, le gustaba llevar las riendas en las relaciones y se rebelaba cuando alguien le decía qué hacer. Era atenta, cariñosa, detestaba la mentira y en ocasiones actuaba de modo sobreprotector con los demás.

    La pequeña del grupo, con veintidós años, era Jimena… la rubia de enigmáticos ojos verdes. Dotada de muchas virtudes, como la sencillez, la amabilidad o la responsabilidad, Jimena destacaba por su gran sentido del humor. Siempre llamaba la atención por donde pasara por su encanto y optimismo, que siempre mostraba al mundo, aunque trataba de pasar desapercibida… era tremendamente humilde. Estaba estudiando Magisterio, le encantaban los niños, y su sueño era formar una gran familia.

    Alba, con veinticinco años, era la enigmática y misteriosa de ese diverso grupo de amigas. Discreta, tímida y muy reservada, acudía al alcohol para socializar. Su vida estaba repleta de comportamientos incoherentes que ocultaba por temor a ser juzgada. Jamás tuvo una relación que durara más de una noche, los hombres siempre se aprovecharon de ella; Alba necesitaba alguien a su lado que la cuidara y la comprendiera, pero que, a la vez, le dejara espacio… podíamos decir que era una persona dependiente con momentos de independencia. Mostraba cariño, aunque ocultaba su desconfianza y celos. De pelo negro y rizado, tenía unos ojos color avellana y una sonrisa que usaba como máscara… era difícil saber qué se le estaba pasando por la cabeza. Era una chica nerviosa que siempre se traía algo entre manos. Le encantaba organizar fiestas y asumió un papel destacado en la organización de la despedida.

    El grupo lo cerraba Paula, la más baja, con un pecho voluminoso, unos hermosos ojos azules y un pelo negro como el azabache, de corte medio con flequillo tipo cerquillo. Contaba en aquel entonces con veinticuatro años. Era una chica alegre y divertida cuya infancia y tormentosa adolescencia, en la que comenzó a descubrir su orientación sexual hacia el sexo femenino, hizo que se creara una coraza difícil de penetrar. Tras esa dura capa de indiferencia y soledad, se escondía una hermosa chica empática que deseaba encontrar la manera de hacer feliz al resto. Buscaba pasar desapercibida en cualquier situación en la que se encontrara. No rehuía hablar de ningún tema, salvo de sus emociones y sentimientos, y su descaro a la hora de expresarse provocaba que las relaciones sociales no fueran abundantes en su vida. Su mejor amiga era Sara, de la que estaba enamorada desde hacía tiempo y con la que tuvo un breve idilio que se resistía a olvidar; obviamente, salvo la prometida de Andrés y ella, nadie sabía nada de eso… sin embargo, alguna sospecha había despertado en cierta ocasión. Paula era una persona muy perseverante y nunca se daba por vencida ante las adversidades. Anhelaba encontrar el amor de su vida, quien visualizaba en forma de persona tranquila y sosegada con la que compartir el resto de su vida.

    El grupo primigenio estaba formado por Dámaris, Alba y Sara, que habían compartido colegio desde la infancia y luego instituto. Conocieron a Paula a través de Sara, con quien compartía, en la adolescencia, la afición al atletismo. Jimena se integró «a la fuerza» ya que la madre de Sara obligaba a que esta se llevara de marcha a su hermana pequeña cuando empezó a salir, con dieciséis años. Así pues, la historia del grupo venía de muy atrás…

    —Mira, Paula —intervino la prometida—, entiendo tu postura respecto a esto; es más, creo que en alguna ocasión hemos hablado de lo insensato que parece el matrimonio. Pero no quiero que lo entiendas porque yo te dé alguna respuesta, no la tengo; tan solo te puedo decir que cambié de opinión sin saber cómo. Andrés me lo pidió y yo le dije que sí, así, sin razonarlo; fue algo espontáneo que surgió desde aquí —dijo mientras indicaba su pecho con el dedo índice de la mano derecha—, y este —elevó dicho dedo a su cabeza— no generó ningún debate al respecto. Esa postura que tenía sobre el matrimonio, ahora no la tengo… así de sencillo.

    —Voy a ver qué cojo del bufete para intentar resucitar —interrumpió Alba mientras se levantaba de la mesa—, y ya luego, si eso, me contáis de qué va todo esto.

    —Yo opino —manifestó Jimena dirigiéndose a Paula— que eres incapaz de entenderla porque no te ha ocurrido a ti y no comprendes el motivo de su decisión.

    —¡Vaya! —respondió Paula algo molesta—, ahora resulta que tenemos otra psicóloga en el grupo… ¡como si no fuera suficiente con esta! —refiriéndose a Dámaris.

    —Insisto en el asunto —expuso la pelirroja—, no es el momento de ahondar en esto; Sara lleva ocho años con su pareja y han decidido dar un paso más en esa relación. Lo entendamos o no se van a casar y, ante todo, esa decisión ha de ser respetada. ¡Por favor… vamos a disfrutar de estos días!

    En eso llegó Alba con una taza de café y un plato con churros y bollería.

    —¡Hala! —exclamó Paula—, y eso que tenías el estómago revuelto…, ¡hija de mi vida!

    Tras tomar asiento, Alba respondió a la de los ojos azules:

    —¡Qué envidiosa eres!, ¿qué quieres que haga, preciosa? Mi metabolismo es el que es. Bueno, contadme de qué habláis.

    Jimena depositó su taza en el plato y respondió:

    —Nada, las cosas de esta —señalando a Paula—, que está a saco con Sara por casarse.

    —¡Mira, mira! —comentó Sara mientras daba patadas por debajo de la mesa a su amiga Alba—, ¿no es ese el tío con el que tropezaste en el hall del hotel anoche?

    —¡Sí, tía, es ese! —clamó Jimena conteniendo la risa.

    Alba miró con disimulo y al comprobar que, en efecto, se trataba del sujeto con quien en la madrugada anterior había tropezado en la zona de ascensores, cuando regresaban de tomar unas copas, giró su cabeza tratando de esconder su rostro tras su mano izquierda y su cabello. Las amigas rieron con ganas ante la actitud de su amiga que las mandaba a callar para no ser descubierta.

    —¡Qué pena que me lo perdiese! —se lamentó Dámaris.

    —Normal, chiqui —articuló Sara—, si te viniste muy pronto.

    —Estaba cansada y vosotras no tenéis fin… además, no veas la cantidad de plastas que había suelto —aseguró Dámaris.

    —Yo creo que Hugo también estaba, de algún modo, por allí —aventuró Jimena haciendo referencia al exnovio de su amiga, con quien había mantenido un romance hasta el mes de enero de ese mismo año.

    Dámaris y Hugo se conocían desde la adolescencia, fueron compañeros de clase en el instituto donde cursaron bachillerato, y a mediados del año 2010, a los meses de que Hugo empezara a trabajar en el negocio de los padres de ella, comenzaron una relación que duró año y medio. Dámaris jamás expuso los verdaderos motivos de la ruptura, era bastante reservada en general y más en lo personal. Al ser preguntada en aquel instante por tal decisión se limitó a contestar que «la cosa no funcionaba», pero el verdadero motivo de la decisión de la muchacha fue distinto…

    —No empieces otra vez con esa tontería, Jimena, lo de Hugo terminó hace un año ya, además, te recuerdo que fui yo quien dio el paso —aclaró Dámaris.

    Jimena, que vio la oportunidad para ahondar en el asunto, prosiguió:

    —Te lo he dicho en serio, aunque vuestra relación terminase hace ocho meses, no un año, es normal que sientas algún rechazo por los hombres ahora, ¿no? No sé… eres tú la psicóloga.

    —Jimena, no sufro de ningún trauma sentimental, créeme; es sencillo, no siento la necesidad de tener una relación de pareja —concluyó Dámaris.

    —Bueno, dejemos de hablar ya de historias pasadas y de cuestionar las decisiones de los demás —pidió Sara poniendo cierto orden en la mesa—. Decidme, ¿qué hacemos hoy?

    El grupo, mientras continuaba con el desayuno, expuso diversas propuestas; finalmente acordaron ir a la playa y asistir a una fiesta de temática hawaiana que el hotel donde se alojaban anunciaba para esa noche a las 23:00. Dámaris y Jimena se ofrecieron para adquirir algunos complementos con los que ataviarse para la fiesta y, de paso, comprar algunas cosas que las demás amigas les encargaron.

    Concluido el desayuno, las amigas abandonaron el restaurante del hotel camino a las habitaciones a prepararse para el día de playa, excepto Dámaris y Jimena que dejaron el hotel en busca de un bazar, un supermercado y un estanco.

    Al salir del hotel se encontraron con el bullicio típico del periodo estival en esa zona costera. La temperatura ya invitaba a sumergirse en las frías aguas del océano que baña el litoral gaditano.

    —¿Sale ya alguna indicación en el mapa? —consultó Jimena mientras Dámaris miraba su teléfono móvil.

    —Pues lo más próximo es el bazar, hay un estanco cerca del supermercado; no queda lejos, hemos tenido suerte.

    —¡Espera, tía, que me he dejado el bolso en la habitación!

    —¡No me lo puedo creer, Jimena!, ¿en serio?

    —¡No tardo nada, espérame aquí! —expresó la rubia mientras corría hacia el hotel.

    Dámaris, resignada, buscó la sombra tomando asiento en un banco público bajo un árbol; cogió su móvil y miró en las redes sociales las fotografías del viaje que sus amigas habían compartido.

    De repente, sintió un golpe en la cara que, además del susto, le hizo soltar el teléfono que cayó al suelo. Aturdida, oyó un «¡disculpa, hija!» proveniente de una mujer que, con dos niños agarrados de las manos, se aproximaba a ella. Uno de los niños le había dado una patada a un balón de playa que fue a parar al rostro de Dámaris.

    —¿Te encuentras bien, bonita? —dudó la mujer mientras recogía el teléfono del suelo entregándoselo de inmediato.

    —Sí…, no se preocupe —indicó Dámaris sonrojada por el susto que acababa de llevarse.

    —Te pido disculpas, este niño cualquier día me busca un disgusto, ¡anda, coge la dichosa pelotita! —exigió la mujer al niño—. Qué apuro, mujer… ¿el teléfono está bien?

    —Sí, no se preocupe; ha sido más el susto que otra cosa. De verás, estoy bien… son cosas de niños.

    —¿Tienes hijos?

    —¿Yo?, no, qué va.

    —Pues te daré un consejo —anunció la mujer con claros signos de agobio—: no los tengas nunca… ¡te absorben por completo!

    Y se despidió de ella con una sonrisa mientras zarandeaba al niño recriminándole su actitud, dejando perpleja y avergonzada a Dámaris que comprobó, con alivio, que el teléfono no había sufrido daños.

    En ese instante apareció Jimena y, entre risas, Dámaris compartió lo ocurrido mientras se encaminaban hacia el bazar. Allí compraron sombreros de paja, guirnaldas de papel, algunas pulseras para adornar manos y tobillos, flores de plástico para la cabeza y pareos estampados.

    Posteriormente, fueron al estanco y, antes de entrar, la pelirroja recibió una llamada de su madre y decidió atenderla mientras esperaba a Jimena, que entró en el establecimiento:

    —Hola, mamá…

    —Hola, cariño. ¿Cómo lo estáis pasando?

    —Bien, estamos en la gloria… playita, sol, el hotel es fantástico y estas cuatro con ganas de fiesta todo el día.

    —¡Qué bien, hija! No sabes cuánto me alegro; ya era hora de que descansaras y te divirtieras.

    —¡Anda, exagerada!, que cualquiera que te escuche pensará que soy una esclava o una monja de clausura. Bueno, ¿cómo estáis?

    —Bien… tu padre, como siempre, se niega a cerrar la tienda por las tardes por más que insistimos tu hermana y yo. Él dice que no va a obligar a nadie a trabajar, que si tiene que abrir y cerrar él solo la tienda no tiene ningún problema; tu hermana se siente mal y va a trabajar a turno partido, sin hacer nada por las tardes porque aquí, con el calor que hace, la gente no sale de sus casas hasta las nueve de la noche por lo menos. Yo creo que hasta ha discutido con el «juancojones» —así llamaba a Alberto, el novio de Nuria, la hermana pequeña de Dámaris—, porque no pueden veranear; tan solo escaparse los fines de semana.

    —Bueno, ya conoces a papá y sus chantajes emocionales. Cuando regrese trataré de convencer a Nuria para que se vaya con Alberto unos días, que les vendrá bien…

    Jimena salió del estanco.

    —Bueno, mamá, te dejo que tenemos cosas que hacer.

    —Claro, cariño, cuídate y pásalo bien con tus amigas.

    —¿Es tu madre? ¡Un beso muy fuerte, Abril! —exclamó Jimena.

    —Dice que otro para ti —hizo de interlocutora Dámaris—. Bueno, mamá, hablamos, te quiero… adiós.

    Durante el trayecto que separaba el estanco del supermercado, algo más de trescientos metros, Jimena se interesó por la familia de su amiga y le contó algo que le había sucedido en el estanco:

    —Tía, ¿a que no sabes qué me ha pasado?

    —Miedo me das —formuló Dámaris.

    —He entrado y había cola, le he preguntado a un chico si era el último y se ha puesto supernervioso… creo que le he gustado.

    —¿Has ligado?

    —Bueno, ligar no sé, pero sí sé que está alojado en nuestro hotel con sus amigos y me ha dicho que esta noche van a ir a la fiesta.

    —¿Pero habéis quedado o no?

    —Sí y no, no sé…

    —¿Sí y no? Jimena, se queda o no se queda.

    —A ver, le he dicho que estamos de despedida de mi hermana y que esta noche iríamos a la fiesta; él me ha contestado que esperaba que nos viésemos.

    —Pues eso no es quedar exactamente… ¿te ha gustado?

    —La verdad es que es muy mono el chico; es rubio, con el pelo largo recogido en una cola y con unos ojazos azules…

    —¡Ains, mi niña! —mencionó Dámaris mientras la abrazaba —, que le ha salido pretendiente.

    Una vez en el supermercado miraron la lista que habían preparado las restantes del grupo… algunas cosas de higiene femenina, un detergente de viaje y…

    —¡La madre que la parió! —gritó la pelirroja.

    —¿Qué ocurre? —cuestionó Jimena.

    —Nuestra querida Alba. —Le mostró la nota y Jimena se echó a reír tras leerla—. ¡Tendrá cara la tía!, si quieres preservativos ve tú a comprarlos y no se lo encasquetes a nadie, con el apuro que me da —profirió Dámaris con claros síntomas de enfado.

    —Anda, hija, yo los cojo… lo que no sé es qué tamaño tiene pensado usar…

    Y ambas comenzaron a reír sin poder parar.

    —No se trata de que lo cojas tú o yo, por la caja vamos a pasar las dos juntas.

    —Bueno, es lo más normal del mundo, no te preocupes tanto que parece que estamos en los años noventa. Además, yo solo por ver tu cara los pago de mi bolsillo.

    —Ja, ja —soltó la pelirroja con ironía—, qué graciosa eres, niñata.

    Se aproximaron a la caja y Dámaris fue depositando las compras en la cinta, con tan mala suerte que al sacar la caja de preservativos se le cayó al suelo. Jimena no paraba de reír y, roja como una amapola, Dámaris se apresuró a recogerla, depositarla junto a las demás cosas y finalizar la transacción.

    Al salir la rubia seguía riendo, logrando contagiar a Dámaris que, poco a poco, se fue relajando mientras ponían rumbo al hotel. Al llegar allí y prepararse para ir al encuentro con el resto del grupo, Dámaris comentó a Jimena:

    —Llama a tu hermana para decirle que vamos para allá y pregúntale, de camino, dónde están.

    Tras hablar con Sara, Jimena indicó que, por la hora, habían quedado ya en el chiringuito para comer, y hacia allí se encaminaron.

    Por el trayecto del paseo marítimo la suave brisa de poniente refrescaba el ambiente e hizo más agradable el recorrido. Los distintos locales estaban «hasta la bandera» y, en algunos, las colas para acceder a ellos eran extensas.

    Llegaron al chiringuito donde habían quedado y entre la bulla vieron la mesa en la que las tres amigas aguardaban.

    Disfrutaron del tapeo compartiendo historias; por supuesto, Jimena no tardó en sacar el tema del supermercado y el balonazo que se había llevado Dámaris, quien recriminó a Alba el tema de los preservativos y recordó a Jimena que había omitido el asunto del estanco, provocando el interés del grupo. Conversaron del pasado, de las aventuras que habían vivido durante la adolescencia; cómo se conocieron, los primeros novios de cada una de ellas y también algunos momentos difíciles que atravesaron.

    —Es una pena que te marches de Utrera cuando te cases, tía, voy a echar tanto de menos no tenerte cerca —aseguró Alba.

    —¡Pero qué dices! Si lleva dos años prácticamente viviendo en Sevilla —se adelantó Jimena.

    —¿Veis? Es otra de las cosas que ocurren cuando alguien se casa —interrumpió Paula—, de repente, cambia tu vida, tu casa, tus amigas…

    —¡Anda, Paula! —atajó Dámaris—, que nos vemos casi todos los fines de semana.

    —¿No será que tienes miedo de perderla, Paula? O igual son celos… —apuntó Jimena, que produjo un cambio en la faz de Sara, aquello no le había hecho gracia.

    —¡Mira cómo me río! —contestó Paula

    —Dámaris… ¿qué opinas sobre la postura de Paula ante la boda de Sara? —interrogó Jimena.

    La pelirroja, masticando, observaba cómo sus amigas la miraban esperando una respuesta, a excepción de Sara, que no separaba la barbilla del pecho.

    —¿En serio? —increpó la pelirroja a sus amigas.

    Estas asintieron con la cabeza… Sara rogaba al cielo que aquello acabase cuanto antes.

    —Bueno, os daré mi opinión, y esta es… que paso de contestar, que cada cual saque sus conclusiones y… —Levantando el brazo exclamó—: ¡Camarero, una cerveza, por favor!

    Al unísono todas las demás integrantes del grupo repitieron el gesto con un «¡otra para mí!».

    El resto de la tarde discurrió entre las tumbonas de la playa con un sin fin de mojitos, baños en el océano Atlántico y un baile inolvidable en otro de los chiringuitos de aquella costa, con la puesta de sol como telón de fondo y un saxofonista en directo añadiendo la banda sonora.

    Ya por la noche, reunidas todas en la mesa del restaurante del hotel, disfrutaron en la cena; no faltó el vino espumoso ni las bromas entre las amigas.

    Una vez finalizada la velada, se acercó a la mesa un joven camarero de aspecto caucásico solicitando los números de habitaciones, puesto que no le constaba una de ellas; al comprobarlas el muchacho explicó que el error se hallaba en que habían anotado mal la que ocupaba la pelirroja… la 571.

    —Ok, todo aclarado. Gracias y disculpen —comentó el muchacho que, antes de marcharse, se dirigió a Dámaris diciendo—: ¡Vaya!… ¡hoy!

    Las cinco amigas se miraron extrañadas y el muchacho aclaró que, en numerología, dicho número tenía ese significado… «HOY». Y se despidió alejándose del grupo; las amigas empezaron a reír sobre lo acontecido y alguna declaró «las tonterías que hacen los hombres para ligar». Lo cierto es que no volvieron a ver al chico durante el resto del viaje…

    A las 23:15, el grupo al completo se disponía a acceder a la zona donde se celebraría la fiesta hawaiana. Una fiesta de enorme trascendencia en las vidas de las cinco chicas, sobre todo en la de Dámaris… aunque ninguna de ellas pudiese imaginarlo en ese instante.

    Francesc

    21 de agosto de 2013

    A las 8:30, de aquel trascendental 21 de agosto de 2013, Francesc salió a correr por la orilla de aquella mágica costa de la luz como era de costumbre; luego se sentó en la suave arena y percibió la calma que regalaba ese lugar en las primeras horas del día. La brisa fresca proveniente del oeste acariciaba el rostro del joven y jugaba con su despeinado y castaño pelo, mientras cerraba sus hipnotizantes ojos de color ámbar y disfrutaba de la agradable sensación de paz.

    El joven, de veintiséis años, era hijo único de los propietarios de la empresa que tenía, entre otros, el complejo hotelero Costa del Sur, donde Francesc pasaba, anualmente, la segunda quincena del mes de agosto como parte de su formación dentro de la empresa. Desde que inició la carrera de Empresariales recorría los hoteles que la integraban y permanecía en cada uno de ellos algún tiempo. Cada año el muchacho iba adquiriendo más responsabilidades. La empresa contaba con un número importante de complejos hoteleros repartidos por la geografía nacional, así como en Portugal y Francia.

    Sus padres, Luisa y Miguel, se habían divorciado unos años atrás; aunque su padre contrajo matrimonio posteriormente con Rosa, el amor de su vida.

    Francesc conocía la historia de la empresa, cómo de difícil fue su crecimiento y embates económicos que había soportado. Trabajó desde los dieciocho años en prácticamente todos los puestos en los que se puede trabajar. Comenzó como servicio de limpieza —donde también empezó su madre— de camarero, recepcionista, animador…, podríamos decir que Francesc era un «oficial que empezó de soldado raso».

    Al concluir sus estudios, asumió el puesto de director adjunto y no paraba de viajar de hotel a hotel, aunque residía en un acaudalado barrio de Barcelona junto a su madre y donde se encontraba la sede de la citada empresa.

    Aunque era hijo único y heredero de esta gran empresa, Francesc era una persona humilde, bondadosa y de firmes valores. Leal y franco, apreciaba a quienes le demostrasen ser buena persona y siempre buscaba el bienestar de los que le rodearan, ya fueran familia, amigos o empleados. Hacía todo lo posible porque todos estuvieran bien y se sentía en deuda con quienes hacían algo por él cuando lo hubiera necesitado. Constantemente se hallaba en la búsqueda de sí mismo; pensaba que solo así, conociéndose de verdad, podía alcanzar la plenitud y disfrutar de lo logrado. Este planteamiento de vida lo había descubierto no hacía mucho, cuando su padre le contó una experiencia que tuvo en el año 2011 y que cambió su vida. En la actualidad se encontraba soltero, aunque en realidad este aspecto de su vida no era prioritario para él. Era consciente de que solo alguien con quien pudiera comunicarse y le comprendiera podría encajar en su concepto de pareja. Era muy atractivo y pretendientas no le faltaban, pero él no abría la puerta de su corazón… no obstante, esto estaba a punto de cambiar.

    Tenía grandes ideas que iba desarrollando en alguno de los hoteles, siempre bajo la aprobación de Miguel, su padre, que cada vez delegaba más responsabilidad en su hijo.

    En la campaña de verano, frecuentaba de forma sistémica los cuatro hoteles costeros propiedad de la empresa y pasaba una quincena en cada uno de ellos. Durante la estancia en cada uno, supervisaba los servicios e instalaciones que ofrecían al público y buscaba el modo de mejorarlos, según demandaban los huéspedes.

    Francesc era muy querido por todos sus empleados, familiares y amistades, pero solamente consideraba amigos a dos personas: Robert y Cristian. A Cristian lo sentía como el hermano que nunca tuvo. Se conocían desde el jardín de infancia y acabaron juntos el bachillerato. Posteriormente, Cristian decidió vivir su sueño desde que era pequeño, la música. Francesc lo respetaba, pero no compartía; él lo veía más como un hobby, pero no como una profesión. Insistió mucho para que Cristian estudiara con él y trabajar juntos, pero este siempre le decía que su camino no era ese. Robert era el menor de los tres, aunque nacieron en el mismo año. Se conocieron cuando tenían diez años en la escuela y, desde entonces, el grupo de amigos permaneció unido. Tenía una visión de la vida muy peculiar: «la vida era una selva donde prevalecía la ley del más fuerte y la astucia».

    Aquel año, Miguel y Rosa pasaron una semana de descanso en Marbella con unos amigos del matrimonio. Aunque Miguel se opuso en un principio, alegando que en verano era cuando había que estar al pie del cañón. Pero un pequeño amago de infarto sufrido por este a principios de año hizo sellar ese pacto con Rosa.

    Así que esa segunda quincena de agosto de 2013, Francesc invitó a sus dos amigos, Cristian y Robert, a pasarla en el magnífico hotel de la costa gaditana junto a él.

    Sentado sobre la arena y con el sonido de las olas rompiendo en la orilla, Francesc encontraba la calma que necesitaba para afrontar el día. Su vida laboral era estresante y, haciendo uso de una férrea autodisciplina, buscaba cada día ese momento a través del deporte.

    Regresó al hotel y desde su suite llamó a las habitaciones de Cristian y Robert

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