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La voz de la sombra
La voz de la sombra
La voz de la sombra
Libro electrónico443 páginas6 horas

La voz de la sombra

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Información de este libro electrónico

A pesar de haber perdido todo cuanto poseía en este mundo, Arlette, una joven de dieciséis años, es incapaz de llorar la muerte de sus padres. Tras su asesinato en misteriosas circunstancias, nuestra protagonista se ve obligada a buscar refugio en la casa de sus abuelos paternos, ubicada en una pequeña localidad inmersa en las profundidades del bosque. ¿Logrará adaptarse a su nueva vida? ¿Podrá soportar el mal carácter de su abuela? Las cosas se tornan aún más complicadas cuando comienza a percibir que alguien o algo la está vigilando constantemente, y la llama en su búsqueda.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento16 jul 2021
ISBN9788418675898
La voz de la sombra
Autor

Paula Velázquez Omella

Paula Velázquez Omella (Asunción, 2004) nació en el seno de una familia de nacionalidad paraguayo-española. Desde una edad temprana presentó interés por el mundo de la literatura y se aficionó a la lectura. Es estudiante de bachillerato en el énfasis científico; además de bilingüe. Amante de los gatos, la cultura japonesa, el yoga, una buena taza de té y la música. Sueña con poder ser una excelente profesional en el ámbito de la química. Actualmente, se encuentra trabajando en nuevos proyectos, pero lo principal en su vida es el estudio.

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    La voz de la sombra - Paula Velázquez Omella

    La voz de la sombra

    Paula Velázquez Omella

    La voz de la sombra

    Paula Velázquez Omella

    Esta obra ha sido publicada por su autor a través del servicio de autopublicación de EDITORIAL PLANETA, S.A.U. para su distribución y puesta a disposición del público bajo la marca editorial Universo de Letras por lo que el autor asume toda la responsabilidad por los contenidos incluidos en la misma.

    No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del autor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal).

    ©Paula Velázquez Omella, 2021

    Diseño de la cubierta: Equipo de diseño de Universo de Letras

    Imagen de cubierta: ©Shutterstock.com

    www.universodeletras.com

    Primera edición: 2021

    ISBN: 9788418675355

    ISBN eBook: 9788418675898

    Nota del autor

    Esta obra es completamente ficticia, por lo que tanto los escenarios como los personajes presentes no son reales. Si bien estos pueden guardar cierta similitud o compartir ciertas características con alguien en particular; queda excluida la idea de asociar a alguno con la persona en cuestión.

    Capítulo 1

    Observación

    La madrugada

    El reloj marcaba las tres en punto de la madrugada. La noche estaba en calma, oscura como siempre, pero no tenía estrellas el cielo.

    El silencio era infinito, parecía que toda la población se hallaba sumida en la muerte. De pronto, el sonido de unas sirenas interrumpió la pacífica agonía de aquel letárgico escenario.

    Gotas y gotas caían, el reloj anunció que eran las cuatro menos cuarto, comenzó a llorar y a sollozar el cielo.

    El pijama se le estaba mojando, tenía frío y el banco en el que se encontraba sentada estaba mojado. Pero ni la tormenta más fuerte ni lo mojada que pudiese estar su ropa, hubiesen podido interrumpir los pensamientos en los que Arlette se había sumido.

    Su fisonomía se asemejaba a la de un muerto, pero para la satisfacción de otros, ella continuaba viva, aunque tal vez no del todo.

    Arlette era una muchacha de dieciséis años de abundante belleza. Tenía la tez clara, era delgada y presentaba una envidiable complexión física. Sus cabellos eran color castaño claro y tenía unos ojos grandes y verdes cual esmeraldas, con negras pupilas llenas de asombro, dos canicas adornadas por largas y gruesas pestañas. Su cabello le llegaba unos centímetros más abajo del busto, y tenía en las puntas unas ondulaciones que le daban volumen. Medía un metro cincuenta y ocho, por lo que no era tan baja. Sus labios eran gruesos pero delicados, y desprendían un color rojo sangre extremadamente seductor.

    Siempre vestía ropas delicadas y elegantes que combinadas con sus dotes la hacían lucir sublimemente hermosa. Pero en ese mismo instante, llevaba puesto un pijama de tela dura color rosa pálido con cuello y mangas como si fueran de un traje de oficina; con un cinturón color violeta oscuro bien anudado en la cintura , el cual le remarcaba aún más ésta.

    Acababa de perder a los únicos dos seres en este oscuro mundo que la querían, si es que realmente lo hacían.

    Sin embargo, de los afluentes de su rostro no se desprendía ni una sola gota de agua, aunque lo desease no podría sacar una sola lágrima de sus grandes ojos.

    Estaba envuelta en pensamientos, que no eran de pena o angustia respecto a lo ocurrido o a lo que estaba por venir. Eran esas preguntas que no tienen respuesta o que uno jamás sabrá responder.

    Sentía que caía por un vacío interminable, del cual jamás podría salir. Concebía que lo que había pasado no fue casualidad, que aquello estaba destinado a ocurrirle... Y que las desgracias tomarían el papel protagónico en el circo de su vida. Sintió que su mente la estaba comiendo viva con sus pensamientos, y esto no la desagradaba del todo.

    La casa estaba rodeada por policías, que se encontraban tanto dentro como fuera, analizando la situación.

    De pronto, el jefe de policía comenzó a dirigirse a paso lento hacia la muchacha. Cuando llegó hasta el sitio en donde se encontraba sentada, la observó un momento y se sintió intimidado por la expresión facial que presentaba Arlette.

    —¿Eres la hija de los Fantin, no es cierto?

    Preguntó el policía bien erguido y con un tono de superioridad.

    Esas palabras no resonaron en los oídos de Arlette, fue como si nadie le hubiera hecho ninguna pregunta, se encontraba demasiado ocupada en lo que pensaba como para oír lo que ocurría a su alrededor.

    El jefe de policía arqueó una de las cejas, había quedado extrañado por la indiferencia que presentaba aquel ente hacia la pregunta que se le hizo y, sobre todo, hacia la reciente muerte de sus padres.

    —Es una lástima lo que ha ocurrido—su voz era imponente pero reflexiva.

    Lanzó una fugaz mirada a la joven y, algo asustado, apartó sus ojos.

    —Escuché que sus padres eran buenas personas.

    Puso la mano derecha sobre el pecho y terminó haciendo un movimiento similar a una pequeña reverencia.

    —Mis más sinceros pésames, señorita Fantin.

    De nuevo, contestó la noche con su silencio eterno y su espesa negrura.

    —Bueno señorita, según he escuchado, ya tiene usted edad suficiente para elegir dónde vivirá.

    Pronunció de golpe y con cierta irritación.

    Luego, levantó la mano.

    —Tiene tres opciones.

    Le dio la espalda y fue nombrando cada opción con los dedos.

    —Puede vivir en el orfanato de Santa Anne, puede irse con sus tíos a Kilouse o puede mudarse a Sante Pals con sus abuelos, usted elige.

    Con dificultades e impedimentos por el camino, la joven salió del mundo interior y le prestó atención al mundo exterior. Para la muchacha fue como si todo lo que había dicho el jefe de policía se hubiese formulado en ese mismo instante.

    —Sí señor oficial, yo era la hija de los Fantin—expresó Arlette con poca convicción.

    No dudó ni por un segundo.

    —No acepto sus pésames y me conformo con vivir en Sante Pals con mis abuelos, hace años que no los veo.

    El jefe de policía quedó anonadado con la respuesta que emitió con poco entusiasmo la muchacha, que ya no parecía un ente. No pudo evitar preguntarse por qué una joven de su edad no estaba llorando por la muerte de sus padres, y por qué no aceptaría los pésames de un jefe de policía después de haber visto tal tragedia.

    —Bueno, Sante Pals será.

    Respondió aún mareado por la contestación de la señorita.

    —Un chófer vendrá lo más rápido posible para buscarla, pero se quedará por unos días en la casa de una familia, por lo menos hasta que el papeleo esté listo.

    Nuevamente, le dio la espalda a la joven.

    —Durante su viaje a Sante Pals, irá acompañada de su abogado y lamento mucho decirle que tendrá que acompañarnos a la comisaría esta noche.

    Arlette quiso decirle algo, pero sus intenciones se desvanecieron al instante, así que se limitó a responder con un gesto de indiferencia mezclado con aprobación.

    El viaje

    Después de haber llegado a un acuerdo con el jefe de policía sobre su futuro, Arlette fue llevada a la comisaría.

    El reloj marcaba las cuatro y media de la mañana, el comisario la condujo hasta una pequeña habitación que parecía ser la sala de descanso de los policías. Arlette entró y observó la precaria sala con mucho asco. Había una mesita de luz de madera color claro muy simple con una lámpara de piso igual en color y en simpleza, que se hallaba al costado izquierdo de la mesita. Un sofá cama espantoso ocupaba por poco todo el espacio de la sala y se veía tan raído que, a su parecer, había sido sacado de la basura hace no mucho tiempo. Era de cuerina de color negro y se encontraba todo roto. Pero no importaba cuán asqueroso y mugriento se viera ese sofá, si Arlette deseaba dormir tendría que hacerlo sobre aquel desecho.

    Con una expresión de repugnancia en el rostro, desplegó el sofá cama y le colocó las sábanas, que parecían tener pulgas. El comisario le deseo buenas noches, a pesar de ser ya más de las cinco de la mañana y procedió a retirarse.

    Arlette no pudo pegar ojo, cada vez que se encontraba próxima a conciliar el sueño, sonaba una alarma o una bocina. A la postre, optó por rendirse y permaneció en estado diurno el resto de su estadía en la comisaría.

    A las ocho en punto de la mañana, el jefe de policía llamó a la puerta y le avisó a Arlette que el chófer ya la estaba esperando afuera para llevarla.

    Una vez dispuesta, el jefe de policía la acompañó hasta la salida, donde se despidió de ella tratando de ser lo más amigable y discreto posible.

    —Espero que tenga suerte—expuso el jefe.—Le mantendremos informada sobre los avances en la investigación del posible homicidio de sus padres, no se preocupe todo está en buenas manos.

    El jefe se detuvo y observó a su alrededor. Después de haber girado su cabeza unas dos veces, se acercó al oído de Arlette.

    —Cuídese.

    Susurró con cautela.

    —No confíe en nadie, de ser posible ni en su propia sombra…

    Tras concluir le pasó la mano sobre el hombro, dándole unas cuantas palmaditas de esas que dan los adultos a los niños pequeños y se retiró al interior de la comisaría.

    Antes de que Arlette pudiera procesar lo recién ocurrido, el chofer le pidió que ingresara ya que estaba apurado.

    Arribaron a la casa temporal en un periquete. A primera vista, lo más resaltante del domicilio era su simpleza. La misma estaba rodeada por un centenar de viviendas, todas iguales entre sí.

    Era una casa no muy extensa con forma cuadrada, hecha enteramente de ladrillos con un techo de tejas de color granate, parecía la casa de una fábula.

    El chofer la dejó en frente y se marchó sin decir nada.

    Con una expresión desanimada y fría, Arlette tocó el timbre que se encontraba a la derecha de la estrecha puerta de madera.

    —¡Ya voy!—gritó una voz femenina desde el interior de la casa.

    Unos minutos después, se escuchó como unas llaves se rozaban entre ellas produciendo un sonido metálico característico, y una de ellas fue introducida en la cerradura. Tras dar un par de vueltas, el picaporte cedió.

    —Buenos días, soy la señora Eustaquia.

    Dijo una enorme mujer que con mucha dificultad logró atravesar la puerta.

    —Tú debes ser Arlette.

    Estaba muy entusiasmada y se expresaba en un tono cálido y maternal.

    —Buenos…

    Pronunció Arlette antes de que la mujer la tomara del brazo y la trajera hacia su pecho.

    —¡Ay mi niña!

    Exclamó la señora casi como en un lamento mientras la abrazaba dulcemente a la par que la asfixiaba.

    —Entra, entra.

    La empujó al interior de la casa.

    Por dentro, la casa estaba casi vacía y todo lo que había en ella era bastante simple. Todos los muebles eran de madera barata y apenas había decoración.

    —¡Albert!—gritó la señora Eustaquia.

    Enseguida bajó un hombre que parecía tener cuarenta años y que era aún más corpulento que la mujer.

    La sentaron en la mesa y se pusieron a hablarle sobre las reglas de la casa, y lo que ocurriría durante su estadía. Se trataba de un matrimonio que por defectos congénitos no podía tener descendencia. A raíz de ello, decidieron, como acto de nobleza, acoger a aquellos niños que han sufrido una situación dolorosa, por lo menos hasta que encuentren un lugar permanente.

    Arlette no se quedó más de dos semanas en esa casa, y durante todo ese tiempo no dijo nada más que: buenos días y buenas noches.Tanto la mujer como el hombre se quedaron estupefactos ante el comportamiento de la muchacha, aun así, no cesaron de intentar que pasara un buen rato en ese lugar. Le ofrecieron de todo, pero Arlette estaba tan concentrada en sus pensamientos que lo único que deseaba era estar sola.

    —Ha sido un gusto tenerte con nosotros, Arlette.

    Profesó el señor Albert en un tono solemne y fuerte parado frente a la puerta.

    —Sí,

    Respondió su mujer con una gran sonrisa que achinaba su cara.

    —Ambos esperamos que te vaya bien a dónde vas, ten mucho Cuidado y te deseamos mucha suerte.

    Fuera de la pequeña casita, estaba estacionado un auto. Después de que la mujer la dejara de abrazar, Arlette salió de la casa con sus maletas.

    Casi instantáneamente, el abogado la recibió con una expresión excéntrica en el rostro.

    —Buenos días, señorita Fantin.

    Habló con un tono lo bastante fuerte y pedante como para llamar la atención de Arlette.

    —Soy el abogado Chris Brown, y me encargaré de usted y de su papeleo legal. En resumen, seré su abogado de confianza y si lo precisa, también seré su amigo.

    Arlette observó cuidadosamente al abogado, que no le terminaba de convencer del todo. Tenía los cabellos completamente grises a pesar de no aparentar tener muchos años y sus ojos eran de un color ámbar vivo. Llevaba un traje tipo frac color azul eléctrico, tenía puestas gafas de sol oscuras y parecía de complexión robusta o eso era lo que aparentaba con el traje que vestía. Su corte de cabello era muy moderno, podría ser definido como un Pompadour, por aquellos que saben sobre cortes de cabello. En fin, a Arlette no le parecía que aquel hombre fuera abogado, más bien parecía ser actor de cine, escritor de libros o inclusive hasta un mafioso estafador, pero no tenía la pinta de un defensor legal.

    Intentó contestar a las palabras del abogado Brown, pero sus labios no se movieron y Chris tomó el silencio como una respuesta lo suficientemente aceptable.

    —Son dos días de viaje, haremos una parada para dormir y luego partiremos otra vez, así nos podremos conocer mejor.

    Cesó de hablar por unos segundos.

    —¿Le parece bien?

    Quiso hablar, pero sus labios no cedieron, así que asintió con la cabeza. Algo en la forma de hablar y en la silueta del abogado le resultaron bastante familiares, pero no atinó a saber qué.

    —¡Excelente!

    Exclamó Chris para terminar la conversación que estaba haciendo consigo mismo.

    Realizó un galante ademán de manos, como si estuviera mostrando un regalo o algo de lo que estar orgulloso.

    —Acompáñeme, señorita Fantin o quizás prefiera que la llame Arlette. Siempre he adorado ese nombre, lo considero muy delicado y sens…

    Se interrumpió y guardó silencio.

    Abrió la puerta al instante; Arlette entró sin prisa y con algo de inseguridad. Dirigió una última vez su mirada hacia la casita y hacia sus habitantes, quienes la veían desde la puerta y la despedían con las manos levantadas de forma afectuosa.

    Cuando Arlette se encontró en el interior del auto, notó lo extravagante que era éste o será quizás que después de dormir en un sofá roñoso, todo lo demás le resultaba extravagante. En fin, el auto era un Mercedes Benz de colección antigua, color azul eléctrico al igual que el traje del abogado, con ventanas de un brillo vítreo cual cuarzo y por dentro los asientos eran de cuero blanco.

    Arlette consideró evidente que aquel auto le pertenecía al Abogado Chris, pero ¿cómo un abogado, que trabaja en casos de niños huérfanos, podría pagar algo tan lujoso? Intrigada, volvió a observar detalladamente a su abogado. En esta segunda vuelta, notó que en el cuello llevaba puesto un extraño collar de cadena gruesa y corta de plata, con un círculo en su centro de lapislázuli o zafiro. Además, en su dedo anular izquierdo, llevaba un anillo de plata con un símbolo muy extraño grabado en él. El anillo era achatado en la parte de arriba, en donde se encontraba un círculo con algunas inscripciones alrededor y en el medio, un dibujo inentendible que parecía un símbolo. Aquellos accesorios le parecieron algo muy extraños de ver puestos en un abogado y no terminaba de comprender de dónde venía el dinero extra ¿Será que sus padres eran ricos y al morir le dejaron una herencia? O ¿será que era el mejor abogado que existía en el país para casos como ese, y por eso el bono extra? A su ingenio ya no se le ocurrían más razones por las cuales este personaje ostentaba tanto lujo.

    El viaje le pasó volando a Arlette, aunque fue uno de los más largos que había hecho en su vida. Salieron a las seis en punto de la mañana y llegaron a las doce de la media noche, evidentemente haciendo paradas para estirar las piernas. Habían hecho ya la mitad del camino.

    Analizando todo, Arlette terminó por concluir que Chris Brown, por más buen abogado que fuera, no era bueno para los cálculos, ya que le había dicho que si salían por la mañana de ese día llegarían en la tarde, cosa que Arlette hizo bien en no creer a pie juntillas. Aunque poco le importaba estar otro día transitando las variadas carreteras de la zona, puesto que, su familia no acostumbraba a realizar demasiada actividad turística en su compañía.

    Llegaron a un pequeño y rústico pueblo que se encontraba cerca de un bosque de pinos y arbustos. Cruzando el pueblo, decidieron quedarse a dormir en un pequeño hotel, había sido escogido por Chris Brown debido a su lujosa apariencia y quizás por algún otro motivo oculto. Llegaron a la recepción y Chris no tuvo que decir nada para que le dieran las llaves de dos habitaciones, a Arlette le pareció que Chris ya lo tenía todo planeado, pero no le dio muchas vueltas a esa teoría.

    —Vendré a buscarte al despuntar el alba, por favor espérame lista y presta para continuar.

    Indicó antes de despedirse de la joven.

    Tras decir esas palabras, Brown se alejó y Arlette no tuvo más remedio que dirigirse hacia su habitación. Después de caminar por los largos y amueblados pasillos del hotel, se detuvo en la puerta de la habitación número ciento ocho del hotel.

    Abrió la puerta sin mucha emoción, pero con lo que se encontró la hizo llevarse una gran sorpresa.

    Aquella habitación parecía hecha para el reposo de los mismísimos dioses. Tenía una pequeña sala de estar en la entrada, con un diván color rojo carmín junto al cual se hallaba un gran escritorio y sobre este se encontraban papeles en blanco, y un plumón. Sobre la cabecera del diván había una lámpara incrustada a la pared con un decorado que le que le recordó al periodo Barroco por lo extravagante que era.

    Después de haber visto semejante espectáculo, Arlette, deseosa de conocer el resto de aquel paraje de ensueño, se adentró y descubrió así la habitación. La cama era de tamaño matrimonial, tenía un dosel del mismo color que el diván, sus sábanas eran tan blancas como las nubes de un día de verano, y sus almohadas tan suaves como el pelaje de un conejo. Un gigantesco ventanal cubría toda la pared de la habitación, claro que este se encontraba bien tapado por cortinas de seda china de un color granate. Junto a la cama, yacía una pequeña cómoda de madera de roble francés con una lámpara encima. Un pasillo exageradamente iluminado, ubicado a la derecha del gran somier, conducía al cuarto de baño, que era tan grande como la mismísima habitación; tenía hasta un jacuzzi con sales y aceites corporales. No cabía duda alguna de que aquel lugar de descanso era un hotel cinco estrellas.

    Arlette, anhelante de probar aquel baño tan delicioso, comenzó a desvestirse lentamente cuando, de pronto, alguien llamó a su puerta. Entonces, sacó de su maleta una prenda y la colocó rápida y ágilmente sobre su suave piel. Sin la prisa con la que se vistió, abrió la puerta para descubrir que quien llamaba era nada más ni nada menos que Chris Brown.

    Tras abrir la puerta, Arlette esperó un buen rato a que Chris se decidiera a pronunciar palabra alguna, pero le fue imposible. El hombre observaba y admiraba con gran maestría la belleza de Arlette, y babeó del éxtasis al verla semidesnuda con aquella prenda tan fina.

    En aquel momento, Arlette notó que, para desgracia suya, había tomado de la maleta un vestido de seda muy fina color rosa viejo con encaje en los bordes, y tirantes en vez de mangas, que aprovechaba como pijama. Después de reflexionar por unos instantes sobre la situación en la que se encontraba, llegó a la conclusión de que aquel camisón no era de los más apropiados para una muchacha de su joven edad.

    —¿En qué puedo yo, una joven de dieciséis años, ayudarle, señor Brown?

    Moduló amargamente al percatarse de que había dejado a su abogado en una especie de trance.

    Esto sacó a Chris de su éxtasis , quien automáticamente procedió a contestar con una voz más gruesa y elegante de lo habitual.

    —Por favor, siéntase libre de llamarme Chris, puesto que es mi clienta.

    Se acercó un poco más a la puerta.

    —No necesito nada de usted, solamente venía, como caballero que soy a darle las buenas noches, señorita Fantin.

    Realizó una tentativa para tomar entre sus manos las de Arlette, pero ella las apartó con rapidez y terminó su discurso algo desilusionado pero aún en un tono romántico.

    —Que tenga dulces sueños, nos vemos en algunas horas.

    Arlette no respondió y, sin interés, despidió con las manos al degenerado abogado, concluyendo así aquel extraño e incómodo encuentro. Chris estuvo frente a la puerta cerrada algunos minutos más, parado con una expresión facial de bobalicón y luego decidió marcharse a descansar.

    A las cuatro en punto de la mañana, Arlette ya se había levantado. Esa noche tampoco pudo dormir nada pero no por el estruendoso sonido de las bocinas o alarmas, ni siquiera por la constante invasión de pesadillas que tenía, sino que esta vez particularmente, se había quedado pensando, analizando y ordenando ideas. Se hallaba en un debate con su mente, pensaba en la muerte, en la vida y en el delgado hilo que separa a la una de la otra. Trataba de encontrar explicaciones, respuestas o algo que le ayudara a comprender. Buscaba ansiosamente encontrarle sentido a toda aquella extraña situación que vivía. Pero quedó muy insatisfecha con los resultados obtenidos, y algo frustrada a la par que enfadada por su fracaso, dio rienda suelta a sus extremidades.

    Aburrida, fue hacia su maleta y sacó de ella un pequeño cuaderno que utilizaba a modo de diario. A simple vista, el cuaderno tenía el aspecto de un diario de campo antiguo. Estaba forrado con cuero marrón oscuro, tenía varios bordados en su tapa y en el centro de la tapa resplandecía una piedra, incrustada en el cuero, semejante a una esmeralda. Aquel cuaderno fue el regalo de cumpleaños número quince que sus padres le habían dado, pero no necesariamente por ello le tenía cariño. Seguidamente, buscó su pluma de escribir, que llevaba una verdadera pluma de pavo real que su Padre había conseguido del zoológico. Comenzó entonces a escribir con bastante predisposición.

    Tardó media hora en escribir todo lo que en su mente guardaba con recelo, pero esto no la había logrado consolar ni en lo más mínimo. Inconscientemente, cometió un grave error, no pudo evitar leer las páginas que habían sido redactadas por esa misma mano con anterioridad. Inmersa en aquel mundo de papel, comenzó a conectar puntos entre sí, y esto le causó disgusto y la obligó a cerrar y a guardar el diario con prisa y ansiedad.

    El reloj marcaba las cinco de la mañana en punto. Recordando su acuerdo con Brown, fue con prisa a cambiarse. Cuando terminó de vestirse con decencia y prudencia, salió a toda velocidad con sus pertenencias para encaminarse a la habitación del galante abogado.

    Al encontrarse frente a la habitación número 110, tocó la puerta dos veces. Nadie contestó a su llamado. Sin esperar demasiado, volvió a golpear con su puño la dura madera de la puerta, pero fue en vano, nadie respondió.

    Prontamente, tomó la resolución de volver a su habitación, pero al dar la vuelta, escuchó vagamente cerca la voz del señor Brown. Después de agudizar su sentido de la audición, dedujo que el sonido provenía de la habitación número 112, que se encontraba paralela a la habitación del abogado. Se acercó para poder comprobar que era él quien hablaba y lo que escuchó que pronunciaban los finos labios de Chris la dejó confundida.

    Entre dientes resonaba varias veces el nombre «Sante Pals», pero aquello era algo normal, puesto que ese era su destino. Probablemente estaría hablando con alguna amante, pero descartó rápidamente aquella idea al escuchar con mayor detenimiento lo que Brown profesaba en voz baja y casi ininteligible.

    —¿Está completamente seguro de que es necesario que la lleve?

    Preguntó de una forma que era seria pero a su vez connotaba cierta inmadurez propia de los caprichos.

    —Yo aceptaría hacerme cargo de ella.

    Se detuvo un momento y como si estuviese contestándole a alguien declaró pomposamente.

    —Me interesa el caso y por ello me gustaría continuar participando activamente y créame cuando le digo que, en un futuro, necesitará de mí.

    Arlette interpretó que estaba hablando por teléfono, pero no sabía por qué y aún más importante, con quién.

    De pronto se escucharon los pasos de Chris, que se acercaban a la puerta para salir de la habitación. Velozmente, Arlette volvió a su habitación y cerró la puerta.

    Casi al segundo, se escucharon dos golpes.

    Arlette demoró un tiempo en abrir para no levantar sospechas ni demostrar una actitud de fines dudosos.

    —Buenos días, señorita Fantin.

    Enunció Brown mientras paseaba una de sus manos sobre sus cabellos.

    —Se ve espléndida esta mañana, ¿ha dormido bien?

    —Buenos días abogado Brown—dijo Arlette en tono somnoliento.

    Emitió un suave bostezo.

    —No, la verdad es que no he dormido nada en toda la noche.

    Chris le sonrió, parecía que el haber recibido una respuesta por parte de Arlette lo hacía sentir orgulloso de sí.

    —¡Qué lástima!

    Sus labios dibujaron una sonrisa de tono picaresca.

    —Saldremos de inmediato.

    Asomó su cabeza para ver si lograba observar más el interior de la habitación.

    —Imagino que ya estará lista, ¿o no?

    —Hace un buen rato que estoy lista.

    Contestó la joven.

    —De hecho, me ha tenido usted un buen rato esperando, ¿a qué se debe su demora?

    Esa pregunta le borró la sonrisa del rostro y, por primera vez en todo el tiempo que había transcurrido desde que lo había conocido, Chris no respondió.

    —Vayamos, pues a desayunar algo antes de embarcarnos en esta, nuestra última travesía.

    Sugirió después de un breve pero notorio silencio.

    —El auto nos espera afuera, ¿nos vamos?

    Y Arlette le siguió el paso sin articular otra palabra ni siquiera durante el desayuno.

    El viaje fue mortal. Chris había tomado confianza y se pasó el día entero hablándole a Arlette, quien tuvo que ceder y responderle alguna que otra cosa que ese patán se cuestionaba acerca de ella.

    Eran las seis y media de la tarde cuando por fin cruzaron la entrada de Sante Pals. Habían estado todo el día en aquel auto y Arlette no podía estar de peor humor.

    Se desviaron para ir hacia el bosque, donde estaba la vivienda de los abuelos Fantin. Tardaron en llegar a la casa debido a una clase de musgo con espinas, el cual bloqueaba el camino de piedra que seguía el auto.

    Cuando llegaron a la casa, Arlette bajó la ventanilla del auto y lo que observó la dejó algo sorprendida. La casa presentaba por fuera un aspecto lúgubre y hasta se podría decir tétrico.

    Era una casa hecha completamente de madera, la cual se notaba que en algún momento había llegado a ser de color blanco, pero que llevaba años sin pintarse y a causa de ello presentaba un extraño tono grisáceo. Las ventanas estaban algo sucias, el techo de tejas de pizarra negra estaba roto y hundido. Para coronar aquel aspecto tenebroso, la casa residía en la plenitud del bosque.

    En resumen, esa no era la casa en la que Arlette recordaba haber pasado algunos de los veranos de su infancia. Parecía como si la casa, que antes había estado viva, estuviera muerta.

    —Bueno señorita Fantin, hemos llegado a su destino final—añadió el abogado.

    Observó atentamente cómo Arlette tenía los ojos turbados y clavados en la edificación.

    —Fue un gran placer poder conocerla, y recuerde que seguiremos en contacto.

    —Abogado Brown, ¿puedo hacerle una pregunta?

    Fijó su vista en las facciones del hombre.

    —Bueno ya lo has hecho.

    Rio de forma desagradable.

    El chiste no le causó ni una pizca de gracia a Arlette.

    —Sólo bromeo, adelante.

    —¿Nos habíamos visto alguna vez?

    Sus labios se movieron maquinalmente, como si tuvieran vida propia.

    —Quiero decir, ¿nos conocíamos antes de que fuera mi abogado?

    Brown guardó silencio por unos segundos, y la miró de reojo más de una vez.

    —No.

    Sentenció casi sin titubear.

    —Creo que sería incapaz de olvidarme de usted.

    Esbozó una sonrisa repulsiva y pervertida.

    Arlette no encontró algo pertinente con que responder, por lo que sin decir nada, prosiguió a bajar del auto y a retirar su equipaje del maletero.

    La maleza casi no la dejaba mover su maleta y por ello le llevó mucho tiempo llegar hasta el pórtico. Mientras tanto, Chris se encontraba en el interior del auto, observando atentamente sin decir palabra alguna.

    Arlette tocó el timbre, pero nadie respondió. Dio entonces otro toque, no obstante, el resultado fue el mismo, le respondió el bosque con sus sonidos. Tocó por última vez el timbre, pero nada.

    Irritada, decidió dar la vuelta para volver al interior del auto, pero mientras lo hacía sintió que alguien la observaba desde el interior de la casa. Se giró para mirar a las ventanas y a su alrededor, y notó que la única persona que la observaba era el peculiar abogado Chris Brown, quien la miraba sin reserva alguna desde la ventanilla del auto. Dudosa sobre lo que debía hacer, concluyó por regresar al auto, pero de un momento a otro, la puerta de entrada de la casa se abrió, produciendo un misterioso y espantoso crujido.

    La casa

    Una sombra gigantesca surgió desde el interior de esa mansión embrujada ¿Qué cosa podría producir una sombra tan inmensa? Sin dar ningún indicio ni aviso previo, la monstruosa sombra comenzó a salir de la casa en dirección a Arlette. Con la poca luz que entraba por la puerta entreabierta del domicilio, la sombra se transformó en figura y al salir completamente de la casa, se podía observar a un ejemplar humano. Se trataba de Víctor Fantin , el abuelo de Arlette.

    El hombre tenía setenta y seis años, sus cabellos eran de color gris plateado y desfilaba un corte militar. Sus ojos grandes y de color café penetraban con facilidad cualquiera que observaran atentamente. A pesar de su edad, era delgado pero fornido. Su altura era bestial, tanto que hacía parecer a cualquiera que se posicionara a su lado como enano. Tanto sus manos como sus pies eran extremadamente grandes.

    De su cara brotaba una expresión de amabilidad a la par que severidad. Su rostro se hallaba lleno de arrugas, pero a pesar de ello el hombre no se veía del todo envejecido. Usaba gafas y llevaba puesta una camisa a cuadros con unos Jeans clásicos que tenían tirantes. Vestido así, parecía un auténtico leñador, pero era en realidad arquitecto de profesión. Había sido él mismo el responsable del diseño de la tenebrosa casa en la que Arlette tendría que vivir ahora.

    Ver a Víctor produjo en Arlette un sentimiento que detestaba con todas sus fuerzas, verlo le produjo una nostálgica tristeza y movida por un sentimiento inconsciente, corrió a abrazarlo.

    Chris quedó atónito a

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