Los espectros en el mundo romano tenían una característica en común: regresaban a este mundo para entregar sus mensajes a los hombres, generalmente a través de los sueños. Ahora bien: según hemos podido comprobar, los fantasmas fueron adquiriendo más consistencia y, por tanto, mayor presencia en las vidas de los vivos. De ahí que acabaran contaminando también el espacio físico en el que estos se movían. Esto es, en última instancia, lo que acabó por dar lugar al concepto de «casa encantada», un lugar permanentemente habitado por los muertos.
Aunque la casa encantada tiene su origen en la Grecia helenística, no tardó en pasar de allí al mundo romano. De hecho, ya en época arcaica constituía un motivo reconocible por el público vocinglero que asistía a las representaciones de las comedias de Plauto y Terencio. Compuesta a comienzos del siglo II a. C., (La comedia del fantasma) es una pieza de Plauto adaptada de un original griego –no se sabe si de Menandro, Teogneto o Filemón–, en la que se documenta el primer caso de casa encantada de la literatura latina. Aquí, el diálogo se desarrolla entre el viejo Teoprópides, un comerciante ateniense, y el astuto esclavo Tranión, decidido a salvar a su joven amo Filólaques, el hijo de Teoprópides. En ausencia de este último, el muchacho se ha dedicado a dilapidar la fortuna familiar y a organizar fiestas con sus amigotes. Sin embargo, Teoprópides regresa antes de lo previsto, y Tranión urde un plan para salvar al joven: encierra a Filólaques y a sus amigos en el interior de la casa