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EL SELLO REDITUM. Sueños de la Vida Eterna
EL SELLO REDITUM. Sueños de la Vida Eterna
EL SELLO REDITUM. Sueños de la Vida Eterna
Libro electrónico619 páginas8 horas

EL SELLO REDITUM. Sueños de la Vida Eterna

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Información de este libro electrónico

Darío Gómez, periodista especializado en casos paranormales, al frente de su equipo de investigación Grupo SAETA, es contratado para supervisar un proyecto de la Fundación Radix sobre las capacidades extraordinarias que muestran algunos individuos. Poco a poco descubrirá que nada es lo que parece, y donde el estudio de lo paranormal, transciende de la simple curiosidad, a la búsqueda del conocimiento, e intereses personales ocultos.

Espíritus, sociedades secretas, brujería, posesiones, exorcismos… son algunos de los elementos a los que se tendrá que enfrentar, en una trama que comenzó hace siglos.

Hasta los fantasmas pueden ser víctimas de la codicia humana.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento17 oct 2021
ISBN9788494592904
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    EL SELLO REDITUM. Sueños de la Vida Eterna - Carlos Manuel Martínez de la Torre

    1.- Nico

    La señora estaba contraída en la butaca de una esquina de la habitación. Agarraba con fuerza y ambas manos, su rosario de cuentas negras y cruz plateada cerca de la boca. Rezaba una retahíla nerviosa y susurrante mientras se mecía con movimientos casi involuntarios. —Virgencita gloriosa, protege a tu servidora, que aunque haya sido pecadora, se arrepiente de todas las cosas. Intercede por mí ante el mal, aleja a los espíritus malignos, yo soy tu sierva leal, aunque mi corazón sea indigno…

    La cara estaba empalidecida a pesar de tener la tez morena. Los ojos vidriosos los mantenía muy abiertos, de par en par, con lágrimas que le surcaban las mejillas.

    Llevaba su habitual vestido negro en señal de respeto a la memoria de su difunto marido. Tenía unos cincuenta y tantos años, y ya hacía cerca de dos que voló desde su país, cruzando el Atlántico, para llegar a España y comenzar una nueva vida, que fuese más próspera, que le hiciese olvidar las penurias y las desgracias de su vida allá en Colombia.

    Tras un comienzo más duro de lo que esperaba, encontró sus primeros trabajos realizando limpiezas esporádicas en distintas casas, por poco dinero, aunque mejor pagado que en su país, pero sin llegar a ser lo suficiente para llevar el tren de vida que exige una gran ciudad como es Madrid.

    Más tarde entró al servicio de casas por más horas y fue ganándose una reputación de buena trabajadora, profesional, eficiente y atenta, cosa que le sirvió para que el boca a boca de aquellos a los que servía, la llevase al puesto actual que desempeñaba como interna, con un niño a cargo al que atender.

    La madre del chico, modelo de profesión, vivía más tiempo fuera de la casa que dentro de ella. El padre no existía, se había especulado que quizás fuese una aventura pasajera, o una persona aún más importante, y que el reconocimiento del niño fuese un escándalo, o que incluso fuera fruto de una inseminación artificial.

    Lo que si estaba claro es que era de ella, puesto que había sacado sus mismos grandes ojos azules y el pelo rubio casi platino, y además tenía todos los ángulos finos del angelical rostro de la madre.

    La lámpara amarilla que colgaba del techo de la habitación estaba encendida. Contrastaba con la oscuridad de la noche que procedía de detrás de las cortinas que cubría la ventana. Al lado de ésta, estaba la cama, aún sin deshacer, con su colcha blanca con flores bordadas. Presidiendo en la cabecera había un crucifijo de madera caoba, con un cristo casi esquelético y amarillento. Pero no era el único símbolo religioso, sobre el tocador tenía todo un santoral con estampas de distintas vírgenes, y santos alumbrados por varias velas y pequeños ramilletes de flores.

    Escuchó pequeños pasos que se acercaban a la puerta hasta que se detuvieron.

    Se produjo un silencio que aunque fue corto, ella lo vivió como si los segundos hubiesen sido minutos.

    El pomo se giró y ella se contrajo más con un suspiro ahogado.

    Las gotas frías del sudor y de las lágrimas se confundían al resbalarse por su rostro cetrino.

    El tiritar desproporcionado de los nervios recorría su cuerpo como si estuviese enchufada a una máquina que le transmitiera constantemente corriente.

    La puerta de la habitación se abrió lentamente y sin soltar el pomo, el niño se asomó.

    Estaba en pijama, con su osito de siempre abrazándolo con el otro brazo, del cual nunca se separaba.

    —Janet —le dijo—. Este señor te pregunta qué clase de comida le preparaste que le sentó tan mal antes de irte.

    El corazón le palpitaba cada vez con más fuerza, podía oírlo en sus sienes. Una sensación de ahogo y mareo le sobrevino con un calor sofocante.

    Sabía que le estaba hablando de su marido. Fallecido por causas poco naturales, después de que ella se hubiese encargado de condimentar mortalmente el almuerzo, y deshacerse por fin de más de treinta años de sumisión absoluta a un borracho que le dio muchas penas, y prácticamente ninguna alegría.

    El niño volvió a hablar, con esa vocecilla dulce y melodiosa —Nico dice que este señor está muy enfadado. —Mirando a su osito dijo— ¿a que sí Nico?

    Las luces del cuarto empezaron a parpadear y la señora lanzó un grito largo y aterrador.

    2.- Sami

    La chica se encontraba tumbada en su cama situada justo debajo de un gran póster de Tokio Hotel.

    Tenía puestos unos cascos y escuchaba canciones de dicho grupo. El tema que sonaba en ese momento era "Monsoon", y la voz cálida del cantante junto a la rítmica melodía eléctrica de la canción, provocaba que relajara sus pensamientos, y olvidara las exigencias de su vida tan alejada de la libertad a la que ella aspiraba.

    Sus padres no comprendían que necesitaba soledad para ser feliz. Soledad con sus fantasías, y no una constante rutina a la que el mundo la sometía con lo que ellos llamaban responsabilidades.

    Desde muy pequeña le dijeron que era cabezota, alrededor de los doce ya la tacharon de rebelde y ahora, con quince cumplidos el adjetivo era sinvergüenza. Y no es que ella les quitase la razón a tales apelativos, sabía que se los había ganado con mucho merecimiento, pero con lo que no estaba de acuerdo es que ella siempre fuera la juzgada y nunca comentaran, reconocieran o aceptaran los errores que cometían ellos. Queriendo constantemente vivir una vida de apariencias, bañada de hipocresía, para que los demás no digan, no comenten, y todo pareciera un mundo perfecto. Como si sus vidas fuesen un juego de las casitas constante como cuando tenían seis o siete años, y ellos, después de veintitantos años de casados, aún continuasen jugando. Todo simulación y falsedad.

    El móvil volvió a vibrar entre sus manos recibiendo un nuevo mensaje de WhatsApp.

    Era de Andy, lo abrió y empezó a leer;  ola amor q hacs yo pienso y pienso y pienso en ty a cda momento m hacs muxa muxa falta solo espero a verte d nuevo ya falta menos T AMO SAMI.

    El texto le dibujó una leve sonrisa a su serio rostro, pálido, de grandes ojos verdes, rodeados de abundante sombra negra. Su cabello era liso, de cortes irregulares y la sien izquierda algo rapada, también muy negro, con un largo mechón blanco contrastando en su flequillo. Era delgada y vestía generalmente con leggins negros y camisetas predominantemente del mismo color. Tenía varias perforaciones en las orejas en las que destacaban argollas y adornos de plata, además de un piercing en el labio, otro en la nariz y otro en la ceja derecha.

    El móvil volvió a vibrar al cabo de unos minutos; T AMO T AmO t aMo T AMO T AMO T AMO MUXO MUXO MUXO MUXO MUXO MUXO no puedo dejar d pensar en ti solos tu y yo T AMO  nunk nunk lo olvids vale.

    La relación con Andy había comenzado hacía un mes, esta noche iban a celebrarlo en una pizzería o algo así, después buscarían el abrigo de la oscuridad en algún parque, y aunque tuvieran compañía, se ignoraría, porque esa noche su chico iba a ser sólo para ella.

    Él era un chico popular en el instituto donde ambos estudiaban pero en clases separadas. Andy no era muy buen estudiante aunque al final las que le iban quedando, terminaba recuperándolas. Ella por el contrario, ya había repetido dos veces y su interés por los estudios se limitaba a los dibujos de su cuaderno y a la literatura, única asignatura que le gustaba.

    Él era generalmente agradable con todos pero también algo vacilón, era un proyecto de músico alternativo o algo así, y es posible que esa afición quizás la usase más como excusa para ligar que como un sincero plan de futuro, puesto que sus canciones, la mayoría experimentos inacabados, no terminaban cuajando en nada.

    Hace un mes Sami se encontraba en la habitación de él, porque éste le había pedido que opinase de su última canción, una balada de melodía triste, inspirada en el amor roto que había sentido cuando se acabó la relación con su última chica. Apenas era un leve estribillo pero a Andy se le vidriaron los ojos y ella no tuvo más remedio que buscar su boca y besarlo para drenarle el sufrimiento.

    Al día siguiente Andy comenzó a componer una canción para ella.

    El móvil volvió a vibrar; AMOR TE EXTRAÑO DEMASIADO Y HACE MENOS DE 10 MINUTOS KE NO SE NA DE TI TE AMO TE AMO TE AMO!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! NUNKA LO OLVIDES I LuV U 4EVER MY LOVE.

    Ella esta vez le correspondió con otro WhatsApp; T Kiero muXo, falta poko pa verte, esta noxe tu y yo AMOR.

    En menos de tres minutos volvió la vibración.

    Fue a abrirlo con una nueva sonrisa cuando la mueca se le torció, el mensaje no era de Andy sino de Eva, la última novia de éste; Pon el CHATRULE y KonektaT con Laurita.

    Con cierto recelo, sabiendo que algo no iba bien cogió su portátil y se sentó en la cama, levantó la tapa y tecleó los botones oportunos.

    La panorámica fija de la pantalla le mostraba la habitación de Andy.

    Él estaba sentado a los pies de la cama y Laurita, una chica de segundo, algo pija y mosquita muerta, de cabellos rubios, cuerpo frágil y de carácter tímido, estaba sentada sobre sus piernas frente a él, fundidos en un largo morreo.

    La timidez la había perdido por completo y pulpeaba con sus brazos todo el cuerpo del chico, con movimientos casi desesperados, mientras las manos de éste estaban fijas en el trasero de ella.

    La vibración volvió de nuevo a su teléfono.

    El WhatsApp era de nuevo de Eva; Para el solo as sido la ultima puta kizas la + PUTA de toas.

    Los padres de Sami se encontraban en el salón frente al televisor viendo un programa de concursos de aspirantes a famosos, cuando un fuerte estruendo los sobresaltó.

    Asustados y confusos se pararon en poner atención para ver de dónde procedían tales ruidos, aunque desde el principio ya sospechaban que sería del cuarto de su hija.

    El padre se aligeró con largas zancadas, casi en carrera, para ir allá.

    La puerta estaba cerrada. Hizo todo lo posible por abrirla pero no pudo, a pesar de que no tenía pestillo estaba atrancada, quizás le hubiese colocado un mueble pesado detrás, pensó.

    El ruido, aunque parecía haber durado una eternidad, apenas llegó al minuto y cesó.

    La puerta se abrió sola, levemente.

    Empujó para abrirla en su totalidad y encontró a su hija en el centro de la habitación de espaldas a él, con la cabeza gacha.

    La cama, el armario, escritorio y silla estaban boca abajo y vuelta del revés, cambiados de sitio. Todos los pósteres rotos y en el suelo, todos menos una foto en folio A4 que estaba en el armario. La foto era de Andy, su nuevo amigo. La imagen tenía clavada las tijeras y varios lápices y bolígrafos.

    La madre se asomó también por el marco de la puerta con temor.

    No era la primera vez que ocurría algo así, que su hija mostraba una violencia inusual destrozando mobiliario.

    Se sentía aturdida, impotente sin saber cómo ayudarla. Nunca terminaba de acostumbrarse y mucho menos comprender estos ataques de ira, de descontrol.

    Su hija era caótica y no le auguraba un futuro estable. La daba por perdida y eso la hacía sentirse fracasada como madre.

    Se dirigió a la cocina para buscar un tranquilizante. Seguramente le habría subido la tensión y el corazón le palpitaba con arritmias.

    Abrió el armario y cogió lo primero que le cayó a mano y podría relajarla.

    Fue al fregadero y se sirvió un vaso de agua.

    Se giró y dio un grito ahogado mientras el vaso se le escurrió de las manos haciéndose añicos en el suelo.

    En el frigorífico había otra foto de Andy en la que ponía IYOU.

    Tenía clavada cinco cuchillos.

    3.- Darío Gómez

    La iglesia permanecía en penumbras. Sólo las llamitas de las velas que estaban en sus candeleros bañaban con algo de luz el lugar.

    Era una ermita barroca del siglo XVIII, poco ornamentada, con paredes blancas sobre una cimentación de grandes piedras grises que escalaban en las zonas abovedadas del templo, marcando un gran arco de medio punto, separando la zona del altar de los bancos de los fieles.

    Su retablo era curiosamente de granito tallado, con una virgen flanqueada por los padres de ésta, San Joaquín y Santa Ana. En su parte inferior se encontraba la talla de un niño Jesús custodiado a cada lado por las imágenes de San Antonio Abad y San Mauro.

    Era la una y dieciocho de la noche y Darío Gómez estaba sentado en el último banco de la izquierda, con sueño, pero expectante.

    Había colocado una cámara al final de la ermita, con un gran ángulo enfocado hacia el altar, para que captase todos los movimientos y anomalías que contaban la gente del lugar que estaba sucediendo últimamente. Objetos movidos, ramos de flores que aparecían y desaparecían del lugar donde se encontraban, luces, ruidos… todo un conjunto de fenómenos paranormales que distintos testigos describían; algunos desde el anonimato, y otros entrevistados directamente por él.

    En algunos relatos, los mayores del pueblo, contaban que esto no era algo nuevo. Ya sobre los años cuarenta del siglo pasado hubo un episodio similar y los lugareños venían a rezar a la virgen. Algunos decían que a veces la virgen lloraba, y otras el niño.

    El cura del lugar en un principio se había mostrado cooperador para realizar esta investigación, pero cuando llegó a oídos del obispado empezaron a surgir ciertas trabas y recelos.

    Pero Darío, además de ser un hombre de recursos, también era un hombre de contactos, y después de realizar una llamada, la línea de investigación se volvió a despejar con el acuerdo de que antes de publicar nada, todos los resultados debían de ser presentados al clero, y ellos dar el visto bueno.

    La segunda condición era que tenía que ser supervisado por alguien de confianza del obispo, y había mandado a un joven sacerdote que se encontraba en la cabina del furgón aparcado en los aledaños, en compañía del técnico de imagen y sonido Andrés Fonseca, compañero de muchas investigaciones y de años de trabajo.

    Darío bostezó y cogiendo el walkie informó a los del vehículo; —No os asustéis, pero el que va a salir por la puerta de la iglesia voy a ser yo, voy a tomar un café para poder seguir despierto.

    Recibido —contestó Andrés. —Vas a tener suerte, aún queda.

    Salió a una noche clara con luna llena y un frío intenso que se le agarró a la cara y orejas mientras escondía las manos en los bolsillos de su abrigo azul marino. Encogió la cabeza queriendo enterrar la boca y el mentón ligeramente cuadrado, en la bufanda. La porra redondita de la nariz la tenía helada y entrecerró los oscuros ojos mientras caminaba con paso largo.

    Nada más llegar, Andrés ya le había abierto la puerta lateral para que entrase.

    La calva de Andrés contrastaba con el negro pelo liso de Darío, por el contrario, mientras Andrés tenía una perilla canosa alrededor de sus gruesos labios, Darío siempre mostraba un apurado afeitado y una mueca de permanente sonrisa que le caracterizaba, y que influía en mantener siempre muy buenas relaciones con los demás, sobre todo en las primeras impresiones. Era la típica persona que siempre caía bien, incluido al sexo opuesto, que lo solían catalogar de atractivo, y no encontraba muchas trabas a la hora de tener acercamientos más íntimos.

    Se dedicaba al periodismo de investigación de temas paranormales, además de escritor y colaborador habitual en programas de televisión y radio. Contar historietas de su profesión hacía que tuviese un discurso muy original como recurso cuando entablaba conversaciones, queriendo mantener la atención de las chicas.

    —Toma, aquí tienes. —Dándole Andrés una taza desechable de café negro que Darío edulcoró con tres cucharadas colmadas de azúcar y unas gotitas de leche.

    —Hace un frío de la hostia. —Levantó la cabeza mirando a la persona que ocupaba el asiento del copiloto y se apresuró a disculparse; —Perdón padre.

    —No se preocupe, ya estoy acostumbrado a frases peores, no creo que por esa se vaya a condenar y si quiere ahora mismo le absuelvo para que se quede más tranquilo.

    Andrés se rio con más descaro por el comentario en comparación que la leve sonrisa marcada de Darío mientras contestaba; —No sería posible, mi alma no hay quien la salve.

    El padre Martín, era un joven cura que rondaría los veinticinco o veintiséis años. Era alto, alrededor del metro ochenta. Delgado pero atlético. Debajo del chaleco de pico negro se notaba unos hombros anchos, seguramente practicaría deporte con asiduidad. Su pelo era  castaño, muy corto para disimular una prematura calvicie y tenía los ojos de color avellana.

    Aunque en la primera capa parecía ser un tipo serio, encajaba las bromas con ironía y sarcasmo, cosa que apuntaba que tras su rígida fachada había una persona afable y cercana. 

    El vehículo en el que se encontraban era de color azul. Tenía más aspecto de caravana compacta, con la diferencia que en la parte trasera se asentaba una mesa de trabajo sobre un costado donde se ponían los monitores, que visionaban los objetivos de las cámaras.

    En este caso sólo habían colocado dos; la del interior de la ermita y otra en una esquina alta del pequeño cementerio, también de gran angular, que enfocaba un plano general.

    Otros aparatos, cajas y maletines se amontonaban en la estancia; grabadoras, ordenadores, discos duros, herramientas… la mayoría de segunda mano o piezas híbridas que el talento de Andrés había ensamblado dándole utilidad a los que otros hubiesen considerado algo inservible.

    La voz del cura rompió el breve silencio; —Creo que he visto algo de luz allí. —Refiriéndose al cementerio.

    Darío se asomó a la luna delantera y Andrés centró la mirada en el monitor del camposanto.

    Una leve iluminación se movía sin poderse concretar su origen desde el cristal.

    —¿Ves algo en los monitores? —preguntó Darío a Andrés.

    —Hay una tumba al fondo con una luz y una figura poco nítida alrededor de ella. No se ve bien, es de las más alejadas y otras tumbas tapan la visión de ésta —contestó. —¡Espera!, acaba de desaparecer.

    Mientras Andrés hablaba, Darío se apresuraba en colocarse una cámara deportiva con linterna en la frente con una cinta ajustada a su cabeza. —Voy para allá, guíame por el walkie.

    —Le acompaño —se apresuró a decir el padre Martín.

    —No, quédese y vigile uno de los dos monitores.

    El cura hizo el amago de protestar la orden pero antes de vocalizar alguna palabra cambió de idea, y pasó a la parte trasera del vehículo tomando asiento frente a las pantallas.

    Darío bajó con paso apresurado y rápidamente se dirigió al cementerio con una carrera controlada para poder prestar atención a cualquier anomalía que pudiese apreciar durante el trayecto, cruzó la verja chirriante y se adentró entre los fríos mármoles.

    Tienes que dirigirte a la esquina contraria, en diagonal, la zona más alejada —le indicaba la voz del técnico por el walkie.

    Un poco más a tu izquierda, y después baja la siguiente calle.

    Darío surcaba el pequeño laberinto de tumbas de lápidas oscuras y blancas, con un bosque de cruces de distintos tamaños y formas. Algunas tenían alguna escultura, de ángeles custodios sobre todo, otras, algún retrato del difunto que allí descansaba.

    La luz de la luna era cómplice de la búsqueda a pesar del frío, que provocaba que brotase el vaho de su boca.

    Ya casi has llegado, creo que es esa que tienes perpendicular un poco a la derecha.

    Aminoró la marcha y empezó a examinar con más esmero las tumbas de esa zona. La mayoría eran antiguas, de personas fallecidas entre principios del siglo XX hasta mediados del mismo.

    Fue leyendo nombres y fechas; «Rosalía Pérez Loyola (1898 — 1932) "Tu esposo e hijas no te olvidan. Juan Pedro Postigo Guevara (1902 — 1937). Francisca Sánchez Carrasco (1929 — 1936) Al cielo subió un ángel, tu madre te llora mientras vuelas"…»

    El siguiente paso lateral que dio, tropezó con algo que sobresalía en un camino que debería estar despejado y cayó sobre una extensa piedra de costado.

    Desde el suelo, la luz de la linterna de su cabeza alumbraba la cabecera de una tumba coronada por una pequeña virgen con los brazos abiertos mostrando sus palmas y que miraba hacia abajo.

    Un agudo dolor le recorrió por la espinilla que se golpeó y fue desapareciendo paulatinamente mientras se frotaba la zona.

    Puso las manos en la fría piedra y se alzó.

    La lápida con la que se había topado estaba descolocada de su sitio y ocupaba parte del camino.

    Leyó; «Luciana Zamora Rodríguez (1890 — 1939) "Amadísima madre y abuela, protégenos"…»

    Ésta tenía cierta inclinación. La parte de la cabecera era más alta que la de los pies y estaba deslizada hacia abajo dejando al descubierto un hueco lo suficientemente amplio como para que saliese un cuerpo de ella, o entrase.

    —Chicos aquí tenemos algo, hay una lápida abierta, desplazada. Me voy a asomar.

    ¿Necesitas ayuda? —Respondió Andrés por el walkie.

    —No, por lo pronto no. Prefiero que seáis mis ojos en los monitores.

    Ten mucho cuidado —aconsejó el técnico.

    Se agachó en el hueco y asomó la cabeza esperando encontrarse un osario de huesos. Pero para su sorpresa, lo que descubrió fue una cavidad que penetraba en el suelo en forma de tubería, de piedra granítica que desaparecía con un recoveco descendente diagonal.

    Era lo suficientemente ancho como para asomar el cuerpo dentro de ella reptando, y con la confianza que le daba el saber que estaba respaldado por su compañero e íntimo amigo de multitud de investigaciones. No se lo pensó mucho.

    —Aquí hay una especie de pozo inclinado por el cual puedo descender un poco. A ver que me encuentro.

    No arriesgues si lo ves complicado.

    Andrés sabía que esas palabras estaban demás porque no le iba hacer caso, sólo podía esperar con los ojos bien abiertos por si le tenía que ofrecer una ayuda inminente.

    Mientras, el padre Martín, que permanecía a su lado, se mostraba nervioso y sorprendido por los acontecimientos que estaban sucediendo.

    Darío se metió de cabeza y descendió unos tres metros hasta que la inclinación del estrecho pasaje era casi perpendicular.

    Continuó arrastrándose sin encontrarse ningún obstáculo teniendo presente que si tenía que volver no podría girarse, sino retroceder hacia atrás con más lentitud que con la que avanzaba.

    Mentalmente tenía que estar preparado para encontrarse con cualquier sorpresa desagradable, la peor que pudiese imaginar, para que la realidad con la que se halle, minimizase su espanto y pudiese controlar sus nervios y no actuar torpemente. 

    Recorrió alrededor de unos treinta o cuarenta metros cuando de nuevo la cavidad tomó más inclinación hasta tal punto que creyó resbalar pero hizo presión con los brazos en las paredes y frenó la caída.

    Enfocó con la linterna hacia delante y vio que estaba al final del túnel. Una argolla robusta y oxidada estaba clavada en el extremo de éste, a medio metro del final, de la cual descendía una cuerda.

    4.- Martín Leiva

    Nació en el seno de una familia cristiana, muy creyente, de padres devotos de los que lo bendicen todo, cumpliendo sobradamente sus obligaciones con Dios, yendo a misa todos los días y activos en su parroquia, participando en las catequesis y en los eventos pastorales que se organizaban.

    Pero su primer encuentro directo e íntimo con Dios lo tuvo a los seis años.

    Lo recogió del colegio su tía Manuela, hermana de su padre, una mujer piadosa y monja de las Agustinas.

    Antes de acabar las clases, el conserje, que siempre deambulaba por los pasillos con aspecto cansado y un gran manojo de llaves tintineantes colgando de la cintura, entró en el aula, fue directamente hacia su profesor, Don Federico, le susurró unas palabras en el oído y éste lo nombró para que recogiese sus cosas.

    Lo llevaron hasta el despacho del director, un hombre que imponía respeto sólo por encontrarse en ese despacho desde donde se dirigía todo el colegio, que a pesar de no ser muy alto a él le parecía gigante, todo poderoso.

    Y allí estaba también su tía a la que había visto en muy pocas ocasiones, de rostro adusto, inexpresiva y parca en emociones alegres, de poco cuerpo pero con voz potente y profunda que lo atemorizaba. Con su hábito negro que tanta impresión le causaba y además, era el rasgo característico por el que la reconocía, porque si se cruzase con su tía por la calle, y fuese vestida con ropa corriente y no le hablase, no la distinguiría de cualquier otra desconocida.

    Las palabras que cruzaron por el camino fueron escasas. La tía con semblante serio, no miraba nunca con esos pequeños ojos grises y mirada profunda, enmarcados en arrugas, a la cara del niño. Como si pretendiese evitar toda comunicación, incluso gestual.

    El niño la seguía a su lado en distancia muy corta, aunque sentía tanta lejanía de afecto que incluso a veces se preguntaba si ella recordaba que todavía él continuaba a su lado.

    En vez de llevarlo a su casa cogieron un autobús y recorrieron parte de la ciudad en un trayecto que nunca antes había hecho. Fue descubriendo nuevas calles, edificios y casas. Pasaron por una plaza y se divirtió conociendo lugares nuevos e inexplorados.

    Se bajaron ante un edificio grande, blanco.

    Se distrajo con curiosidad al escuchar el ruido de las sirenas de una ambulancia que llegaba rápidamente. Observó el movimiento de personas que actuaban a su alrededor cuando ésta frenó.

    Su tía lo apremió para que siguiera andando.

    No entraron por la puerta principal del edificio, sino que se dirigieron a una lateral de éste.

    Antes de entrar su tía lo detuvo, le alzó la cara con su mano y le dijo; —Alégrate porque hoy es un día especial, tu padre se ha ido con Dios y ahora es muy feliz. Debes de estar muy contento porque por fin está con Él.

    Pero cuando se asomó a un cristal de la sala, supo que su tía y Dios le habían mentido, él no se había ido a ninguna parte, estaba allí, tras un escaparate como si de una tienda de moda se tratara, expuesto y decorado con flores, tumbado, con los ojos cerrados, durmiendo sin poder despertarse, a pesar de todo el barullo de gente que se congregaban allí.

    Alguien lo rodeó con sus brazos por detrás, sintió su calor y desconsuelo, en un abrazo fuerte pero cariñoso. Era su madre que lo agarró con lágrimas en los ojos.

    Al día siguiente lo enterraron y eso no lo hizo Dios, lo hicieron unas personas desconocidas y silenciosas, y su madre no lo impidió, no los detuvo.

    A pesar de todos esos pensamientos de rabia y cólera, guardó la compostura junto a su hermana mayor mientras desfilaban personas conocidas y desconocidas que le daban un apretón de manos o un beso.

    Ese mismo día su hermana le contó que; —Papá tuvo un accidente, un trozo de cornisa de un edificio se desprendió, le golpeó la cabeza y murió en el acto.

    En los días posteriores, se quedaba a veces mirando al cielo, cosa que le agradaba mucho a su madre y a su tía, con la mirada buscando a Dios, —rezando —decían ellas. Pero lo que él pensaba es que tenía que estar alerta por si Dios le tiraba una piedra.

    El segundo encuentro directo con Dios fue a los dos años siguientes.

    Su madre enfermó.

    Al principio fue hospitalizada. Cuando los médicos le dijeron que no tenía solución se fue a casa y aguardó en su cama con terribles dolores y una consumición lenta y de desgaste hasta que se le apagó la vida.

    En esta ocasión su tía le dijo; —Dios no salva cuerpos, salva almas.

    Huérfano de padre y madre, su tía se hizo cargo de él y de su hermana. Ambos entraron en distintos internados religiosos y allí separaron también sus vidas. El chico poco a poco fue entendiendo los designios de Dios, y a medida que iba creciendo, descubrió el camino que tenía preparado para él; su vocación sacerdotal.

    Martín se aproximó más al monitor cuando le pareció ver que una figura emergía por detrás del altar, dentro de la ermita.

    Llamó la atención de su compañero con un toque en el brazo sin apartar los ojos de la pantalla mientras le decía; —mira… ahí —señalando la silueta. —¿Ves lo mismo que yo?

    —¡Sí, sí, ahí hay algo! —contestó el técnico.

    Completamente decidido, Martín se levantó como un resorte. —Voy para allá.

    Esta vez tomaba la iniciativa e iba a actuar aunque le dijesen lo contrario, pero Andrés no le dio tiempo a oponerse, porque el cura, en el momento de levantarse y coger una linterna tropezó con un cable que arrancó de cuajo y arrastró los monitores. Uno cayó sobre el suelo del furgón con un sonoro golpe y el otro lo agarró Andrés al vuelo. —¡Mierda! —gritó el técnico cabreado.

    Salió embalado hacia la puerta, mientras el viento frío también corría a su alrededor, acompañándolo hasta que entró en la iglesia.

    Nada más cruzar el umbral, tomó aire, y los goznes hicieron que el portón se cerrara a sus espaldas con un sonoro golpe.

    Martín se sobresaltó y con la linterna, desde el mismo sitio donde se encontraba, alumbró hacia diferentes zonas del altar.

    Los nervios le hacían que no fuese muy cuidadoso y la luz temblaba haciendo que su búsqueda fuese poco precisa, hasta que descubrió una silueta gris que parecía estar sentada en el primer banco de la fila de la derecha.

    —¡En nombre de Cristo muéstrate y dime quien eres! —increpó el cura.

    5.- Luciana

    Era la tumba de Luciana, pero allí no estaba ella. En cambio había descubierto este agujero de topo gigante que llegaba hasta las entrañas de una bóveda y que por el cálculo de Darío, debía de estar más o menos debajo de la ermita.

    Se agarró a la cuerda, pero para haber descendido correctamente tendría que haber entrado al contrario por el tubo y no de cabeza. Dar marcha atrás ahora sería perder un tiempo precioso de la investigación, así que tendría que arriesgar en la bajada.

    Se asomó por la boca para echar un vistazo en general y poder atisbar de lo que se podría encontrar abajo.

    Algo iluminaba levemente el sitio pero no parecía luces artificiales, no obstante decidió seguir con el apoyo de la linterna de su frente.

    Prosiguió sacando medio cuerpo bocabajo, con los músculos de sus brazos muy tensos, agarrado a la gruesa cuerda que por suerte tenía espaciada a lo largo de ella cuentas de nudos para facilitar la escalada o el descenso.

    Cuando las piernas dejaron de tener apoyo, el cuerpo se le volteó con la gravedad. Darío procuró que el movimiento fuese lo más controlado posible.

    El walkie se escurrió del bolsillo y calló con un fuerte estrépito al suelo, mientras él se zarandeaba en la cuerda con descontrol pero ya más seguro en su nueva posición vertical, más natural.

    Descendió unos cinco o seis metros antes de tocar suelo.

    Examinó las paredes; seguían siendo de roca granítica.

    Pudo percibir un olor a cera y flores dentro de la sequedad del ambiente.

    El frío se había reducido, no sólo por el esfuerzo físico sino que también se apreciaba una subida de grados de temperatura.

    Se encontraba en una pequeña estancia que se abría a otra mayor.

    Avanzó buscando el resplandor y a continuación se le erizó todo el vello del cuerpo al ver la escena que encontró.

    Había un altar de piedra, presidida por una cruz enorme del mismo material, y sobre él descansaba alguien tumbado.

    Todo el entorno estaba lleno de velas encendidas, el suelo y algunos resquicios de la pared.

    Se acercó y sorteó con habilidad el obstáculo de las velas y se aproximó al cuerpo que estaba rodeado y semicubierto de flores.

    El cadáver pertenecía a una mujer aparentemente de mediana edad. A simple vista no presentaba signos de putrefacción pero también se evidenciaba que no era reciente, sino que estaba incorrupto.

    Su rostro, con los ojos cerrados, tenía una expresión mínimamente compungida, como un sollozo de dolor o pena que parecía que en cualquier momento podría aparecer alguna lágrima. Los cachetes de la cara estaban consumidos como sus labios, el mentón también estaba estilizado por la piel seca. El pelo castaño claro y largo estaba decorado con florecillas que desprendía un aroma natural. Vestía con ropas oscuras, muy sobrias, no parecían de esta época. La falda le llegaba hasta los tobillos y los zapatos eran de esparto. La blusa tenía un color crudo que quizás en su tiempo hubiese sido blanca.

    Sobre su pecho, agarrado con sus brazos, sostenía un bulto cubierto con una manta de lana verde que con cuidado Darío destapó un poco. Descubrió una cara blanca como la leche.

    Era un bebé que parecía más un muñeco que el cadáver de un ser que antes hubiera estado vivo.

    Durante unos minutos lo miró todo con detalle y estupefacción para poder filmarlo con la cámara que tenía en la frente.

    Se giró para investigar el resto de la estancia y en el suelo, al fondo de ésta, encontró otra figura sentada, muy quieta.

    —¿Oiga? —Pero no hubo respuesta.

    Salió del círculo de velas pegando saltitos y volvió a detenerse.

    Enfocó de nuevo al bulto para cerciorarse que continuaba allí, en la pared del fondo, sentado en el suelo a unos diez metros de donde se encontraba él.

    Avanzó cauto hasta comprobar, que era lo que pensaba, otro cadáver.

    Llevaba un traje de chaqueta oscura pero sin ser del todo negro. Calzaba unos botines, con suelas muy desgastadas. Su rostro era una calavera con la boca abierta en la que tenía introducida la punta de una escopeta que descansaba sobre su regazo. El hueso parietal estaba desfragmentado y una gran mancha oscura ensombrecía la pared sobre la que reposaba la cabeza.

    El desgraciado se voló los sesos con el arma.

    En la exploración que le hizo al cuerpo observó que en el bolsillo izquierdo asomaba una especie de libreta. La extrajo con mucho cuidado y la abrió con más cuidado aún. Las hojas estaban amarillentas del tiempo.

    Era un diario.

    Lo ojeó durante un rato leyendo parte de su contenido y sus últimas anotaciones estaban fechadas el cinco de octubre de 1941, justo hacía hoy setenta años. 

    Continuó escudriñando el lugar con la linterna, había otra zona que no había explorado aún.

    Avanzó por la galería hasta que ésta se terminó.

    Al final había una escalera de mano que ascendía por el sitio opuesto por el que había entrado.

    Entonces se percató que

    de arriba se escuchaban voces.

    6.- Andrés Fonseca

    Empezó a maldecir con una retahíla de palabrotas malsonantes nada más irse el cura.

    La mesa era un puro desastre. Colocó la pantalla que había cogido al vuelo encima de ella y se agachó para ver el estado de la otra. Estaba rajada con forma de una tela de araña a medio construir cuyo núcleo surgía desde el punto donde había recibido el golpe. La colocó también encima de la mesa y empezó a recomponer el destrozo enchufando los cables sueltos.

    De repente sonó un ruido extraño del walkie.

    —Darío, ¿todo va bien? Aquí el imbécil del cura ha arrasado con media furgoneta.

    No hubo contestación.

    —Darío, ¿me escuchas? —Nada, sólo el ruido habitual.

    —Si me estás oyendo que sepas que voy para allá. Esto se queda solo, el cura ha ido a la iglesia porque vimos una figura por los monitores.

    Se puso la cazadora y cogió otra cinta con una cámara deportiva con linterna para colocársela en la frente, además de otro foco en la mano con el que tener más potencia de luz y el walkie por si hubiese alguna respuesta de Darío.

    Lo dejó todo a medio instalar y se adentró en la fría noche camino del cementerio.

    En muy pocas ocasiones había abandonado la base en una investigación. Recordaba aquella vez en la que estaban en unas ruinas de un sanatorio perdido en el campo y la puerta de la habitación donde estaba Darío se cerró y no consiguió abrirla. Se había quedado encerrado dentro de un cuarto de aislamiento para enfermos mentales y para colmo las baterías de todos los dispositivos que llevaba; cámara, linterna y hasta teléfono móvil, se agotaron repentinamente. Tuvo que acudir e intentar abrir la puerta usando hasta el hombro, y al ver que era imposible fue a buscar un hacha. Cuando estaba de regreso levantó la herramienta para dejarla caer sobre la puerta, y ésta, un segundo antes de descargar el golpe, se abrió lentamente y sola.

    Encontró a su compañero sentado en el suelo en medio de la sala, con una mano sujetándose la cara como en un acto de paciencia.

    La habitación estaba helada, había un contraste de temperatura que no era normal.

    Le preguntó si había sentido miedo de estar allí solo y Darío respondió que no, que había estado muy acompañado.

    En otra ocasión una indisposición intestinal hizo que saliera urgentemente buscando un sitio donde defecar. No tuvo más remedio que entrar en el cuarto de baño de la casa que estaba siendo investigada.

    La presión y los pellizcos en la barriga que provocaban los retortijones, hacían que le chorreasen por la frente gotas de sudores. Se encontraba realmente mal y no tuvo consuelo hasta pasada media hora larga, porque cada vez que creía que había terminado volvían de nuevo los apretones.

    Contaminó todas las psicofonías, más por el ruido que por la pestilencia. Darío grabó toda clase de sonidos que salían del aseo, tanto los que él provocaba involuntariamente con gran escándalo, como también unas risitas infantiles lejanas de dudosa procedencia. Darío siempre negó que la risa fuese suya pero terminaba asegurando que el estruendo principal indudablemente era de Andrés.

    Corría entre las tumbas con un trote torpe, todo lo que le permitía su grandiosa panza, sobrepasaba los cien kilos y tenía problemas en una rodilla que la tenía operada de menisco haría unos diez años. El sobrepeso también le provocaba problemas de respiración y jadeaba constantemente.

    Se detuvo a medio camino a descansar un poco y a tomar aire. Se inclinó con una mano puesta en cada rodilla, tomó un poco de aliento y calculó nuevamente la distancia hacia el sitio donde se dirigía.

    Comenzó otra vez su carrera hasta que llegó al lugar.

    Inspeccionó la zona pero no encontraba la tumba.

    Estaba desorientado.

    Después de haber dado un par de vueltas vio en otra zona la virgen que custodiaba el sepulcro, se había equivocado de sector. Volvió de nuevo a echar otra carrera con sus torpes piernas, el corazón palpitándole y la respiración fatigosa en busca de la virgen.

    7.- Bernardino

    La figura gris ni se inmutó ante la llamada de atención del cura.

    Éste avanzaba despacio entre los bancos, precavido, sin dejar de enfocar con la linterna aquella forma sentada de espaldas.

    Según se acercaba, distinguió que la figura tenía un abrigo gris oscuro y el pelo medio largo, a la altura de los hombros, canoso y ondulado.

    La figura comenzó a hablar y Martín se detuvo. —Vosotros me quitasteis mi vida, aquí en esta misma iglesia.

    —No comprendo… —respondió Martín desconcertado.

    —Yo sólo tenía siete años y mi padre estaba en el bando equivocado cuando acabó la guerra, vino en cuanto pudo a por mi madre y por mí. Eran buenas personas.

    El sacerdote avanzó y entendió que lo que tenía ante él no era un fantasma.

    —¡Quieto! —gritó toscamente el anciano.

    Martín se detuvo. Prefirió ser precavido y esperar los acontecimientos que le aguardaban antes que tomar la iniciativa.

    —Fue un cura como usted quien les dio cobijo y los escondió bajo esta ermita, yo era su monaguillo. La gente del pueblo creía que el hijo de un rojo estaba siendo reeducado por la iglesia, y era acogido para redimir los pecados de sus padres. —Se rió, con risa burlona y prosiguió—. El año anterior, en el entierro de mi abuela descubrimos un sitio seguro y cuando él regresó, don Braulio los ocultó allí. Yo estaba bajo su protección, no era necesario que tuviese que estar meses enteros escondido con ellos hasta que llegase una oportunidad para escapar. Era mejor que la gente pensase que se habían ido dejándome atrás, por la seguridad de ellos y mi bienestar. Pero mi madre estaba embarazada y tenía la salud frágil, tosía mucho, en su estado no aguantaría cruzar la frontera a pie, de noche y por esos montes. Era muy arriesgado. Cuando surgía alguna ocasión, don Braulio levantaba la loza del altar y podía estar un breve rato con mis padres y les pasábamos provisiones. —Empezó a temblarle la voz—. Nació mi hermana, con la carita rosada, la carita de un ángel, con esos dedos pequeñines que se enganchaban a los míos y no quería soltarme, pero don Braulio me decía que me tenía que soltar por nuestro bien. Las visitas apenas duraban unos breves minutos y no tenía tiempo de abrazar todo lo que yo necesitaba a mi madre. Era ella la que me decía; se obediente y bueno con don Braulio. —Hubo un breve silencio—. A las pocas semanas me dijo don Braulio que mis padres habían encontrado una ocasión y se habían marchado a Portugal. Me dejaron un mensaje a través de él. Le encargaron que me dijera que era mejor que por mi bien, yo no corriese riesgos, que tenían otros planes para mí, lejos de ellos, y fuese obediente con el cura. Me habían abandonado —dijo con voz más apagada.

    Martín trató de consolarlo; —pero no puede guardarles rencor, la situación era muy difícil en aquellos tiempos…

    —¡Déjeme continuar! —gritó con tono cortante y alterado.— Don Braulio me envió al poco tiempo con unos parientes suyos a Madrid y allí empecé otra nueva vida. Nunca me casé, nunca tuve hijos, nadie podía reemplazar el lugar de ellos en mi corazón roto por el abandono. Los busqué, durante muchos años los busqué, empeñé toda mi vida en ello. Pero los recuerdos a veces se agolpan y piden sitio en la memoria planteando nuevas dudas. Hace unos meses vine a comprobar la verdad y descubrí ¡que todo fue mentira!

    Se giró y Martín contempló el rostro de un anciano que le surcaban miles

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