CHAVORRUCOS DE FRESA Y CHOCOLATE

Por RICARDO R NAVARRETE

Por medio de sabores, fragancias y canciones, este libro nos permite viajar en el tiempo: añorar el ayer e imaginar el mañana. Ricardo Navarrete desarrolla historias donde la memoria se mezcla con lo fantástico y guiños a la ciencia ficción. Los relatos aquí reunidos permiten vivir, junto a los personajes, épocas de antaño donde el amor llegaba de formas distintas, pero dolía igual.

El protagonista de esta obra hace un recorrido lleno de nostalgia para reconocerse y aceptar una importante verdad: no podemos cambiar el pasado, pero podemos transformar nuestro presente. No existen "tiempos más simples", las personas siempre hemos sido complicadas; sin importar cuánto cambie el entorno, los sentimientos, nuestros anhelos y sueños, se mantienen.

Juegos que invitan a evadir la realidad, amores juveniles, fiestas que se antojan interminables y despedidas borrosas son reunidas en estas páginas con melancolía, humor y misterio, para no olvidar que los momentos (incluso los más dolorosos) pueden convertirse en invaluables recuerdos o importantes aprendizajes. Cada anécdota puede ser parte de nuestro viaje, si se acompaña con la música correcta.  

• Idioma: Español
• Editorial: RICARDO R NAVARRETE
• Fecha de lanzamiento: 27 dic 2022
• ISBN: 9786079807344

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PRÓLOGO

Por medio de sabores, fragancias y canciones, este libro nos permite viajar en el tiempo: añorar el ayer e imaginar el mañana. Ricardo Navarrete desarrolla historias donde la memoria se mezcla con lo fantástico y guiños a la ciencia ficción. Los relatos aquí reunidos permiten vivir, junto a los personajes, épocas de antaño donde el amor llegaba de formas distintas, pero dolía igual.

El protagonista de esta obra hace un recorrido lleno de nostalgia para reconocerse y aceptar una importante verdad: no podemos cambiar el pasado, pero podemos transformar nuestro presente. No existen tiempos más simples, las personas siempre hemos sido complicadas; sin importar cuánto cambie el entorno, los sentimientos, nuestros anhelos y sueños, se mantienen.

Juegos que invitan a evadir la realidad, amores juveniles, fiestas que se antojan interminables y despedidas borrosas son reunidas en estas páginas con melancolía, humor y misterio, para no olvidar que los momentos (incluso los más dolorosos) pueden convertirse en invaluables recuerdos o importantes aprendizajes. Cada anécdota puede ser parte de nuestro viaje, si se acompaña con la música correcta. 

Jazmín García Vázquez

ÍNDICE DE CONTENIDO

PRÓLOGO

MENTA

LAVANDA

CHOCOLATE

FRESA

MADERA

CANELA

PIÑA CON LIMÓN

WHISKY Y TABACO

SOBRE EL AUTOR

MENTA

A

nte esa calle larga y peligrosa, mamá tomaba mi mano para cruzar el asfalto húmedo, yo veía los carros circular. Las vacaciones parecían eternas, me recuerdo saboreando  una paleta de dos sabores: fresa y chocolate, un sabor en cada extremo. Muchas veces ésta se me caía por la prisa de agarrar la mano de mamá y el temor de perderme en el trajín del Metro Centro Médico.

Íbamos con la doctora Susana, a esa casa vieja y enorme donde el polvo olía a olvido y memorias sumergidas en victorias pasadas, esa casa con grandes pasillos, que más bien era un hospital clandestino erigido sobre llantos de niños no nacidos.

Paz era mi amiga, mi cómplice, la niña de ojos azules con esas tiras de metal en los dientes, sonrisa olor a menta y esa bola de chicle que masticaba entre risas. A veces comíamos juntos los sábados, cuando mi mamá iba a hacer la limpieza en el hospital. Las paredes blancas llenas de sangre fueron ese toque de misterio que me llevó a pensar en lo sobrenatural, aunque tal palabra aún no existía en mi vocabulario infantil.

En el fonógrafo viejo de la doctora Susana, se escuchaba: Acuérdate de Acapulco, María bonita, María del alma, interrumpido por el salto del acetato, que se detenía por lo sucio y desgastado que estaba. Mamá me vigilaba a lo lejos con su trapeador manchado de rojo y la apuración de irnos temprano, para salir antes de que la lluvia cubriera toda la ciudad.

Paz y yo dábamos vueltas en ese patio viejo. Ella mantenía el equilibrio a pesar de los giros, en cambio, yo me mareaba y caía de bruces; un chichón en la frente me recordaba que seguía vivo, no como aquellos que nos observaban en ese hospital. También jugábamos a las escondidillas y los fantasmas de los niños no nacidos se nos unían. En ocasiones oía sus risas o sus llantos, creo que no sabían que eran transparentes. Su cuerpo frío y su voz ahogada en los años setenta viajaban en el tiempo hasta donde nosotros estábamos, en esa dimensión llamada los noventa.

A veces creía ver a otros niños o los escuchaba detrás