La muerte de Lázaro
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Sinopsis "LA MUERTE DE LÁZARO":
Boone es un detective retirado el cual el aburrimiento le empuja a seguir trabajando o mejor dicho, visitar los escenarios de los crímenes que se suceden en Boad Hill por un nuevo perturbado mental que vas más allá que la cordura pueda alcanzar. Stela, la hija de Boone, está estudiando criminología y tiene sueños recurrentes. El asesino puede regresar al pasado para observar y seleccionar a sus víctimas, pero tiene claro por qué mata. Una enorme cruz del tamaño de un hombre y setenta kilos de peso siempre aparece en las escenas de los crímenes y nadie sabe cómo la han llevado hasta allí. La burocracia es lenta y Boone se desespera, y en su lugar revela un secreto a su hija, que mejor no lo hubiera hecho porque descubre algo terrible.
Sobre el autor:
Crecí y empecé a escribir influenciado por el maestro del terror y el drama, Stephen King. Soy el autor de la biografía de su primera etapa como escritor. Además, he escrito una antología basada en la caja que encontró la cual pertenecía a su padre que era también escritor. Ahora escribo antologías y novelas de terror, suspenses y thrillers. Ya he publicado "Los inicios de Stephen King", "La caja de Stephen King", "La historia de Tom", la saga de zombis "Infectados", "Miedo en la medianoche", "Toda la vida a tu lado", "Arnie", "Cementerio de Camiones", "Siete libros, Siete pecados", "El hombre que caminaba solo", "La casa de Bonmati", "El vigilante del Castillo", "El Sanatorio de Murcia", "El maldito callejón de Anglés", "El frío invierno", "Otoño lluvioso", "La primavera de Ann", "Muerte en invierno", "El juego de Azarus", "Pido perdón", "Ojos que no se abren", "Una sombra sobre Madrid", "Crímenes en verano", "Mi lienzo es tu muerte", "Mi odio", "El susurro del loco", "Confidencias de un Dios", "Solemn la hora", "Lifey", "AGUA", "Soberbia" y "Tú morirás".
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La muerte de Lázaro - Claudio Hernández
Este libro se lo dedico a mi esposa Mary, quien aguanta cada día niñeces como esta. Y espero que nunca deje de hacerlo. Esta vez me he embarcado en otra aventura que empecé en mi niñez y que, con tesón y apoyo, he terminado. Otro sueño hecho realidad. Ella dice que, a veces, brillo... A veces... Y aquí estoy de nuevo... Pero en esta segunda edición existe una persona muy importante para mí, y ella es Sheila, quien ha leído todas mis obras, y en esta ocasión-como en muchas-se ha encargado de corregir todo el manuscrito... Y a mi padre Ángel, que desde el cielo me está cuidando... Y mi gato Wisky que también está en el cielo y me mima todavía...
Contenido
LA MUERTE DE LÁZARO
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Biografía del autor
LA MUERTE DE LÁZARO
1
—¿Es él?
—Sí. —El agente lo miró con aire de superioridad—. El idiota perfecto. —Y retorciendo los labios, añadió—: Y yo qué sé. ¿Ves alguno trozo de piel en todo su cuerpo? —Aquellos labios se torcieron en una esquina como un cuadrante doblegado por una palanca. Su mirada era penetrante y, a la vez, inquietante. Tomó su bloc de notas ahogado con unas dos gomas elásticas y anotó algo con un bolígrafo. A su alrededor, como las moscas pestosas de un cementerio, se movía ajetreado el resto de la compañía, pero el detective era Boone. Ese hombre grandullón y con canas que no hacía más que contemplar tan dantesca escena del crimen, intuyendo que, probablemente, eso solo era una trampa mortal.
—Pues no. No veo ningún trozo de piel. Está desollado por completo —admitió al fin.
Y en alguna parte del mundo, fuera de Maine, el sol brillaba broncíneo y la gente parpadeaba y reía, pero en Boad Hill lo que brillaba era la sangre.
Boone se acercó a aquel desgraciado clavado en la pared como un papel mojado y roto.
El olor de aquella habitación era empalagoso pero dulce a la vez.
Demasiado dulce.
2
En otra parte de Boad Hill —bajo el manto de la noche y a buen recobijo[1]— estaba Stela, ojeando el portátil de su padre. En ese dispositivo había un montón de fotografías: horripilantes unas y grotescas otras. Con la yema de su dedo pasaba las imágenes con esmerada pasión y asco al mismo tiempo. Su corazón estaba a punto de estallar bajo su pequeño pecho y las sienes se abultaban como dos protuberancias de un monstruo del mundo del cine de terror.
Tenía diecisiete años y un gran interés por ser una buena estudiante de criminalista. Su padre, el detective Boone, era su mejor mentor, y ahora estaba en otro lugar asqueándose de nuevo porque, al fin y al cabo, su profesión era aterradora. Dos veces al año, como mínimo, salía un perturbado de su agujero a manifestarse tan cruel como el castigo de un demonio.
Sus ojos verdes oteaban cada pixel de aquella prohibición y el corazón seguía bombeándole hasta golpearle el estómago. Sentía náuseas a veces y otras, dolor. Su cabello moreno —pero no azabache— sencillamente parecía no existir bajo la luz mezquina de la pantalla del ordenador. Su rostro angelical apretaba los labios rosados y casi perfectos como un corazón.
Tenía puesto un pijama rosa sin dibujo alguno, y estaba tirada bocabajo sobre la cama de la habitación de su padre. Aquel lugar apestaba a algo empalagoso y mezquino. En la mesita había una caja de cigarrillos sin empezar, y lo curiosos es que no había colillas en ninguna parte de la superficie del mueble. Ni en el suelo. La sábana se enroscó