Los crímenes de la calle Morgue
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Edgar Allan Poe
New York Times bestselling author Dan Ariely is the James B. Duke Professor of Behavioral Economics at Duke University, with appointments at the Fuqua School of Business, the Center for Cognitive Neuroscience, and the Department of Economics. He has also held a visiting professorship at MIT’s Media Lab. He has appeared on CNN and CNBC, and is a regular commentator on National Public Radio’s Marketplace. He lives in Durham, North Carolina, with his wife and two children.
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Los crímenes de la calle Morgue - Edgar Allan Poe
EDGAR ALLAN POE
Ilustraciones
DANIEL SILVA PÁRAMO
Primera edición, 2020
[Primera edición en libro electrónico, 2020]
Coordinador de la colección: Luis Arturo Salmerón Sanginés
Ilustraciones de portada e interiores: Daniel Silva Páramo
D. R. © 2020, Fondo de Cultura Económica
Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México
Comentarios: editorial@fondodeculturaeconomica.com
Tel. 55-5227-4672
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ISBN 978-607-16-6799-1 (ePub)
ISBN 978-607-16-6585-0 (rustico)
Hecho en México - Made in Mexico
Qué canto entonaban las sirenas, qué nombre
adoptó Aquiles cuando se ocultó entre las mujeres,
intrigantes como son estas cuestiones,
no escapan a toda conjetura.
SIR THOMAS BROWNE
Los rasgos mentales que solemos atribuir al carácter analítico son, en sí mismos, poco susceptibles de análisis. Sólo por sus efectos es que podemos apreciarlos. Sabemos de ellos, entre otras cosas, que cuando se tienen en grado extremo siempre son para su poseedor una fuente del gozo más vivo. Así como el hombre fornido se regocija de sus habilidades físicas y obtiene placer de los ejercicios que ponen sus músculos en acción, de igual manera la personalidad analítica se deleita con la actividad del intelecto aplicada a esclarecer alguna incógnita. Encuentra placer aun en las tareas más triviales, siempre que pongan su talento a prueba. Es afecto a enigmas, acertijos, jeroglíficos, y al resolverlos muestra un nivel de perspicacia que para el común de la gente parece sobrenatural. Sus conclusiones, obtenidas por la sola virtud y esencia del método, tienen, a decir verdad, toda la apariencia de haber sido logradas gracias a la intuición.
Es probable que esta facultad de solucionar misterios se vea fortalecida por el estudio de las matemáticas, en particular de esa elevada esfera que, de manera injusta y sólo en razón de su forma de operar en retrospectiva, se ha dado en llamar análisis. Y, con todo, calcular, en sí, no es lo mismo que analizar. Un jugador de ajedrez, pongamos por ejemplo, hace lo primero sin gastar esfuerzo en lo segundo, de ahí que al ajedrez se le comprenda muy mal en cuanto a sus efectos sobre el carácter mental. No pretendo redactar aquí un tratado, sólo detallo ciertas observaciones hechas al azar que sirvan de preámbulo para un relato un tanto inusual; por ello, aprovecho la ocasión para afirmar que las elevadas funciones del intelecto reflexivo son requeridas con mayor claridad y ventaja por el modesto juego de damas que por toda la elaborada frivolidad del ajedrez. En éste, donde los movimientos de las piezas son distintos y singulares y cada pieza posee un valor propio, a lo que sólo es complicado se le considera equivocadamente profundo, un error bastante común. Aquí lo que se pone en ejecución poderosamente es la atención: un titubeo basta para cometer un descuido que puede traducirse en la pérdida de una pieza o incluso en la derrota. Los movimientos son tantos, y tan envolventes, que las posibilidades de incurrir en tales descuidos se multiplican, y en nueve de cada diez ocasiones es el jugador con mayor concentración, no el más sagaz, quien gana la partida. En las damas, por el contrario, cuyos movimientos son únicos y casi no tienen variaciones, las posibilidades de que algo pase inadvertido se reducen al mínimo, y puesto que la mera atención queda comparativamente sin uso, las ventajas que cualquiera de los oponentes obtenga se derivan de una mayor capacidad de percepción. En términos menos abstractos, imaginemos una partida de damas en la que las piezas se redujeran a cuatro reinas y, por consiguiente, no hubiera espacio para los descuidos. En este caso, es evidente que la victoria sólo puede ser decidida (estando los jugadores en igualdad de condiciones) por algún movimiento bien buscado, resultado de un extremado ejercicio del intelecto. La personalidad analítica, despojada de todo recurso ordinario, se abandona al espíritu de su oponente, y al lograr una completa identificación con él, con no poca frecuencia discierne en un instante las tácticas (en ocasiones de una simpleza absurda) con