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Crónicas de Noah libro completo
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Libro electrónico389 páginas9 horas

Crónicas de Noah libro completo

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Información de este libro electrónico

Una secta de asesinos persigue a una joven pareja de enamorados, desean la sangre de ella. Esta persecución desencadena una serie de hechos sobrenaturales. Una batalla de vida y muerte que cruzara varias generaciones.

Mientras en un continente diferente y en otra época, la vida de Noah, un adolecente en un orfanato, da un giro radical cuando su mejor amiga muere por razones ilógicas.

Jurara encontrar al culpable.

Ambos hechos se unirán y pondrán a Noah en un recorrido lleno de aventuras sobrenaturales, viajes por diferentes naciones, conflictos espirituales, suspenso, y mucha acción.

En un conflicto que traspasa varias décadas y que Noah esta a punto de desempolvar y lidiar con las consecuencias.

 

Los tres volúmenes de esta serie en un solo libro.

-Derrota lo más Oscuro ✓

-Encuentra lo más Puro ✓

-Protege lo más Preciado ✓

 

Mas de 600 paginas en Letra grande.

IdiomaEspañol
Editorialsimon aquino
Fecha de lanzamiento13 sept 2021
ISBN9798201235598
Crónicas de Noah libro completo
Autor

simon aquino

Simon Aquino nació en Chile, siendo aun un adolescente se volvió un fiel seguidor de Jesucristo. Los últimos años a viajado por mas de diferentes naciones y continentes como pastor y conferencista. Compartiendo con las personas sus experiencias y reflexiones sobre ser un seguidor de Jesús. Como escritor a plasmado estas verdades en sus libros de profunda espiritualidad, con reflexiones bíblicas y experiencias personales con el Espíritu Santo. Los lectores, han encontrado en estos libros valiosas respuestas para la vida cotidiana, y la relación con Dios. En el últimos años a publicado una serie de novelas como escritor de ficción con la serie de libros más reciente, "Derrota lo mas oscuro", "Encuentra lo mas preciado" y "Girasol, un bosque, un mapa y un canto". En esta serie busca ministrar la iglesia y al mismo tiempo entregar principios espirituales de la guerra espiritual de la luz contra las tinieblas.

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    Crónicas de Noah libro completo - simon aquino

    Titulo original: Crónicas de Noah

    1ª edición: Septiembre, 2021

    Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en el ordenamiento jurídico, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento.

    CRONICAS

    DE NOAH

    Libro Completo con los tres Volúmenes

    Derrota lo más Oscuro

    Encuentra lo más Puro

    Protege lo más Preciado

    DERROTA LO MÁS OSCURO

    Primer Volumen

    BLAZ Y LEYNA

    Cae la Nieve en Europa

    Suiza 1964

    Cae la nieve, esta tarde no vendrás 

    cae la nieve y mi amor de luto está 

    es como un cortejo de lágrimas blancas 

    y el pájaro canta las penas del alma

    ––––––––

    Sabía que vendrían por nosotros y me preparé para aquello, pero nadie te enseña que la felicidad te puede distraer de la amenaza.

    Cuando me enamoré de Leyna, sólo podía contemplar los obstáculos normales de un amor adolescente. Esa espera eterna de ver su mirada al salir de la escuela, ese temor a perderla y aquel sufrimiento cuando no venía.  Ese era mi máximo dolor en ese momento, no verla, y tener que esperar si al otro día aparecía para ir a dejarla a su casa. Para caminar entre la nieve, las melodías frías del invierno y las risas en el parque. 

    Si ella faltaba a clases, a mí me faltaba el aire y el ánimo de seguir viviendo. 

    Ese fue todo mi dolor en aquellos primeros nevados inviernos.

    Jamás calculé que tres años después de amor escondido, tendríamos que huir de sus padres, no por un celo paternal de ellos, sino por la amenaza real de muerte. Trataron de amenazarme a mi primero, de una forma, digamos poco sutil.

    –No te acerques a mi hija maldito pordiosero –me gritó su padre cuando nos encontró cerca de su casa. Un hombre alto, corpulento, de cabello claro y un rostro enfurecido que lo hacía parecer un lunático.

    –No le haré daño Señor –le dije tratando de ser cortés.

    –¿Crees que es eso lo que me preocupa?, si no quieres que sufra entonces desaparece, o te haré desaparecer yo mismo.

    Pensé en un comienzo que sus padres, un misterioso matrimonio que acostumbraba vestir de pulcros trajes negros, eran espías en Ginebra. Creí que serían de esos socialistas de la KGB.  O algunos enviados soviéticos de Europa del Este, que temían que envenenara a su hija con las ideas juveniles del mundo capitalista. 

    Pero estaba muy alejado del verdadero motor de su odio, no tenía nada que ver con las discusiones políticas del momento, no les importaba si su hija llevaba o no minifalda o si yo vistiera todo el tiempo de jeans. Su odio no venía producto de las ideologías de la guerra fría. 

    Sus deseos de aniquilar eran más calculados y directos, era una oscuridad demoniaca, que contrastaba con la nevisca del invierno.

    Al ver que ella no me dejaría, buscaron borrarnos a los dos juntos del mapa, con más rencor a su hija que a mí.

    Mi amada Leyna era tan distinta a ellos, no irradiaba odio.

    Con temor me contó su verdadero problema, era la séptima hija, de la séptima madre hechicera. Todas brujas de gran rango en magia blanca, de una dinastía que llegó a Ginebra con objetivos específicos hace muchas décadas. Objetivos que no perdían nunca de vista.

    Sólo un estúpido novato, con diecisiete años como yo, podría creer, que la magia blanca es menos diabólica que la de otros colores. 

    La magia es magia, e implica el manejo de poderes oscuros que sólo se obtienen derramando sangre. Pero eso yo no lo supe hasta ese momento.  Cuando Leyna, llorando angustiada, tuvo que explicarme las partes más sombrías de su familia y de la secta ancestral a la que pertenecían.  

    Me quedé perplejo, era un crio, en un mundo extraño aún para los adultos, un mundo desconocido de hechicerías y conspiraciones.

    Yo sólo sabía de canciones y cartas de amor para Leyna, sólo conocía aquel momento detenido al mirar su sonrisa cálida y graciosa.  Mi mundo giraba en torno a ella.

    Recuerdo esa tarde cuando nos pudimos ver después de que nos encontraron juntos.  Su nariz enrojecida por el llanto resaltando en su piel suave. Recuerdo la flor bordada en el hombro de su vestido, su cintillo claro peinando hacia atrás su melena, recuerdo su cuello elegante y frágil.

    –Si quieres puedes dejarme ahora Blaz, ellos no se rendirán hasta separarnos, ellos quieren que siga el ritual familiar –me dijo con sus llorosos ojos celestes. 

    Sentí un nudo en la garganta, mezcla de impotencia y rabia, ¿cómo podía dejarla y ahogar el inmenso amor que sentía?

    –¡Que me corten en pedazos, no te dejaré nunca Leyna! –le dije. Sujetando suavemente sus mejillas en mis manos, conteniendo su rostro como un noble tesoro y mirándola a los ojos. Quería que viera que estaba convencido.

    –Pero Blaz, pueden matarnos y hacernos desaparecer –sollozó–. No habrá justicia que nos ampare. No quiero perderte o que algo te ocurra por mi culpa. Déjame Blaz, no te culparé –me dijo con la voz cortada por el llanto. Pero sus pequeñas manos sujetaban las mías contradiciendo sus palabras.

    –No, si no me quieres contigo, mátame tu misma, pero no te abandonaré –repliqué. Estaba decidido a no perderla. No podría vivir sin el aroma a manzanas de su cabello, no podría existir sin su mirada. No la dejaría a su suerte en un mundo hostil– Solo muerto me podrán alejar de ti –le aseguré.

    Pero la secta del Gran árbol oscuro, como Leyna misma le llamaba, era más que una simple secta.  Ellos no se veían las cartas, ni usaban pulseras de la fortuna. Ellos organizaban el mundo con sus negras ropas formales, buscaban moldearlo desde la oscuridad.  Tenían la influencia, el dinero y el conocimiento sombrío para hacerlo. 

    El árbol de la muerte, al que servían, se los había dado.

    La séptima hija debía continuar el legado, debía seguir los pasos ancestrales de su madre, abuela, bisabuela y quien sabe cuántas hechiceras más detrás de ellas.  Pero esa séptima hija se enamoró del tipo equivocado, de mí, Blaz D`Angelo.  Se enamoró del muchacho que prefería los jeans, el desenfadado hijo de un albañil italiano que llegó a Suecia como otro emigrante de la segunda guerra.

    Se enamoró de mí, el de los nudillos agrietados que escribía cartas, el desesperado que cantaba canciones de Salvatore Adamo mientras venían de la escuela.

    Lo más oscuro que había hecho en mi vida fue reírme del director del colegio a sus espaldas. O darle una paliza al petulante del curso y robar queso de vez en cuando al emporio del Barrio.  Yo sabía de rebeldía, pero no de la maldad más cruda y sin sentido de este mundo.

    Esto era oscuridad real, no imaginaba el tipo de sombras con los que Leyna convivió por tantos años. 

    Siempre fue tan frágil, siempre tan silenciosa y tímida, ocultaba sus ojos celestes bajo el mechón claro de su cabello, el que tomaba con los pinches que coleccionaba.

    Pocas veces miraba de frente. Guardaba su mirada como su corazón, temerosa de que la dañaran, y cuando sus ojos se encontraron con los míos, yo sólo supe amarla.

    No fue después de mucho tiempo que comprendí, que ella no temía al mundo fuera de casa, sino al que estaba dentro.

    –¿Por qué no puedo intentar hablar con tus padres?, tal vez así podremos vernos un poco más –le dije una vez mientras íbamos a su casa caminando desde la escuela.

    –No sé cómo explicártelo Blaz, pero mis padres no sólo son injustos, ellos te odiarían sin darse el tiempo de conocerte, y en su odio son capaces de cualquier cosa –dijo preocupada, afirmándose de mi brazo con fuerzas. No le gustaba que le insistiera con eso.

    –Está bien Bonita, prometí no insistir con estas cosas y no lo haré –le tomé la mano cuando lo dije, quería que supiera que respetaba su decisión.

    –Confía en mi Blaz, no quiero perderte. No siempre nos veremos escondidos –me respondió, mientras caminábamos lento por la calle, para alargar nuestro rato juntos.

    –Sólo me gustaría poder llevarte a algunos lugares hermosos que conozco. Siempre que paso pienso en cómo sería si estuvieras ahí conmigo –le expliqué. Para que no sintiera que estaba dudando al no poder vernos más tiempo.

    –Si me cuentas estaré contigo –me respondió deteniéndose. Se puso frente a mí con una sonrisa y me tomó las manos –si me dices como son esos lugares, podemos imaginar que vamos juntos. Te acompañaría encantada.

    –Está bien Bonita, aunque mi imaginación es... digamos que demasiado fértil –le hablé sonriendo y acercando mi nariz a la suya –. Si ves que me estoy desviando hacia algo poco cortés, deberás decírmelo.

    Ella sólo sonrió y apagó todas mis preocupaciones en aquel momento, pero ni ella ni yo podíamos imaginar las cosas que nuestro amor enfrentaría.

    Leyna era una flor limpia y fresca en medio del fango, yo había encontrado esa flor. Había descubierto su risa, memorizado sus gestos delicados, la había amado con desesperación.  Su corazón alegre era un milagro, un tesoro que nadie había visto, pero que yo había desenterrado. Ahora estaba dispuesto a defenderla, y protegerla de lo que fuera.

    Cuando la vi tan angustiada esa tarde que hablamos de su familia, le prometí no dejarla y decidí pelear contra el mundo por ella. Llevármela lejos, donde pudiera tener paz, donde pudiera pensar en sí misma y ser feliz.

    Todos soñamos de niños, con ser algo importante cuando fuéramos adultos, ella solo soñaba con escapar de su casa. Huir del terror de cosas atroces que vio de pequeña, correr de lo que sus padres esperaban de ella. Soñaba con ser libre de aquella secta, y de aquella opresión, esa que le traía el Gran Árbol oscuro que su familia veneraba.

    Le di la opción de irnos lejos, de ser su compañía en el escape que siempre imaginó. Dejamos una nota de despedida pidiendo que nos dejaran huir, pidiéndoles que se olvidaran de nosotros. Una nota que esperábamos fuera un acuerdo de paz.

    Huimos por casi tres años. Íbamos de ciudad en ciudad buscando pasar inadvertidos, intentando hacer una vida. Pensé que después de un tiempo, su familia dejaría de buscarnos.

    Creí que la perdonarían.

    Pero ellos no la perdonaron como yo supuse. Nos encontraron sorpresivamente en Montreux, la ciudad junto al lago, a sólo un par de años de nuestra huida. Bajamos la guardia, pensando que ya todo lo malo había pasado. 

    Ese fue mi error, creer que el mundo puede ser bueno, pero no lo es.

    Aunque la nieve oculte los agujeros oscuros, estos siguen presentes, esperando. Y a nosotros ese agujero profundo nos esperó para tragarnos, siempre oculto bajo la blanca nieve.

    Ya teníamos dos bebés, gemelos de pocos meses. Tenían los ojos celestes de Leyna y su piel blanca como la nevisca más pura. Esa alegría nos distrajo y entonces nos encontraron.

    Algo sobrenatural les permitió encontrarnos cuando comprábamos en una pequeña tienda, algo inhumano les ayudaba.

    Claramente Leyna era la primera en su lista de muerte. 

    Dos disparos que venían desde un motociclista, sacudieron su cuerpo en plena calle principal de la ciudad. No les importó la gente, no les importó que fuera su propia sangre, nada impidió que las balas traspasaran su blanda piel, su corazón y sus pulmones. 

    No tuvo tiempo de pensar, no tuvo tiempo de respirar, Leyna se fue de mi lado.

    Yo aún estaba pagando el café que habíamos comprado. Uno de nuestros bebés, sentado en su coche, dejó caer su diminuta pelota que rodó hasta afuera del almacén, un gesto cotidiano para un niño de pocos meses. Luego vino el sonido de la moto en la calle.  Leyna recogía el juguete en la vereda, lo intuí y traté de correr a ella, pero solo logré oír los disparos y mirarla caer inerte en el cemento.

    Todo quedó en mi mente.

    La imagen de su vestido manchándose de rojo en la superficie, las largas botas claras empapándose con la sangre, su rostro perdiendo la vida en un par de segundos.

    Terror, agonía, desesperación e impotencia. Todo junto salió de mí en un solo grito. La belleza de su rostro contrarrestaba la sangre, que lentamente se movía y dibujaba charcos en el suelo. Esas manchas rojas no salieron nunca más de mi cabeza.

    Los bebés lloraban desde adentro del almacén, los busqué, los abracé mientras la policía llegaba. Luego di mi declaración a la policía, pero me apresuré a salir de ese lugar, por temor a estar siendo observado.

    Algo ocurrió en mi corazón ese día, sé que se quebró en mil pedazos. Se desprendió la alegría de mí como cae un árbol viejo, las raíces de mi vida habían muerto, ahora el frío podía vencerme. 

    La nieve ya no es esperanza, como cuando aguardaba a Leyna fuera de la escuela. Porque ahora ella no vendría nunca más.

    ––––––––

    Esta incertidumbre, el frío y la ausencia 

    odioso silencio, inmensa tristeza 

    esta tarde no vendrás, grito al desesperar 

    más cae la nieve y a mi lado no vienes

    HUIR LEJOS

    Esa misma semana dejé el trabajo, vacié las cuentas y pedí préstamos para tener mucho efectivo. Me fui de la ciudad y busqué la frontera con mis bebés, no pude quedarme al funeral de Leyna, si es que su familia en Ginebra hizo uno.

    Los periódicos hicieron noticia cuando la policía encontró al asesino a los días. Un pandillero de poca monta venido de un pueblo cercano, se había suicidado a las pocas horas.

    No había lugar a dudas, él mismo escribió una carta antes de su muerte. La carta describía una oscura densidad que envolvió su mente, como si su cabeza no pudiera dejar de pensar en el humo de sus disparos. Describía la oscuridad que lo manipuló y que lo llevó a la ciudad de Montreux.

    Pero yo conocía los poderes oscuros de la magia, la manera cruel en que operaban y hacían de la gente marionetas. Así que, aunque la policía lo tomó por un loco asesino, yo sabía lo que había detrás de él.

    Esa noche soñé que me buscaban. El árbol de la muerte y la familia de Leyna vendrían con sus ropas negras para matarnos, nuevos asesinos se estaban preparando.  Recordé una historia que escuché una navidad, José el padre del niño Jesús, soñó que los querían matar y huyó lejos.

    Decidí hacer lo mismo.

    No tenía muchas opciones. Pensé primero en atravesar Suiza y pasar hasta Austria, pero quedaría rodeado por los países socialistas del este. No quise quedar cercado por Checoslovaquia, Hungría y Yugoslavia.  Pensé en sus fronteras estrictas y sus gobiernos fáciles de sobornar por la secta, así que eliminé esa primera idea.  Luego descarté Francia, vivían en ese país demasiados amigos de los padres de Leyna.

    Tenía que moverme con pocos recursos y no podía huir para siempre, algún día llegarían, por más que los ocultara y tapara nuestras huellas.

    Así que me preparé, ya no solo se trataba de mí, ahora había dos pequeños bebés que aún no sabían cómo caminar, ni hablar.  Estaban los dos pequeños gemelos, que corrían peligro y que nacieron bajo amenaza. Mi mente ya no se hallaba tan lúcida para resistir por ellos.

    Leyna se apoyaba siempre en mi manera rápida y certera de decidir, pero nunca supo que esa fuerza solo apareció después de conocerla.

    Esa fuerza emergió con la desesperación por protegerla.

    –Me siento segura contigo Blaz –me dijo una vez a poco de conocernos, al finalizar la primera semana que la encaminé a su casa desde la escuela.

    –No creas Bonita, mis amigos dicen que soy un ladrón de quesos, yo no bajaría la guardia –le dije, y ella sonrió con mi comentario.

    –Gracias por lo de bonita, y por la advertencia –me dijo y seguía sonriendo– tu tampoco pareces un ladrón o lo sabes esconder muy bien.

    –Es mi patrimonio actoral de italiano, me permite crear personajes –le dije. Haciendo un ademán de artista con la mano –puedo hacerte creer que siempre estarás protegida, hasta el punto de que te relajes. Aunque yo sepa que detrás de nosotros, viene un perro rabioso a un paso de alcanzarnos y morderme el trasero –ella volvió a reír.

    –También eres sincero –dijo mirándome a los ojos con alegría y cariño –. Y si de todas maneras nos alcanzara ese perro, prefiero que me encuentre tranquila, sintiéndome en paz –me dijo sonriendo y tomándome el brazo por primera vez.

    Ella siempre fue la única que sacaba lo mejor de mí, ahora sin ella tenía lapsos de absoluto shock, momentos en que mi mente desvariaba entre los recuerdos y la melancolía.  Por las noches no era mejor, cuando podía dormir por los bebés, despertaba llamándola, estaba quebrajado y desecho.

    Con Leyna habíamos tenido cuidado, ella tuvo a nuestros niños en casa, o mejor dicho en el departamento que alquilábamos en Montreux. Amaba la vista del lago y las montañas claras que se veían desde las habitaciones.

    No queríamos registrar a los bebés en ninguna parte, sabía que los encontrarían con nuestros apellidos, así que decidimos que nacieran en aquel departamento. Yo mismo le ayudé, me preparé diligente para eso, en los nueve meses del embarazo.  Los vi nacer, corté yo mismo el cordón y los lavé. Esperaríamos antes de inscribirlos en alguna ciudad, esperaríamos poder salir del país, pero ese día no alcanzó a llegar para mi amada Leyna.

    Tenía que asegurarme ahora de que nuestros bebés sobrevivieran. Que supieran que su madre los amó, que sus padres los amaron desde el día que supimos que vendrían.  Tenía que ocultarlos, borrar todo rastro y registro de que eran nuestros hijos.

    Crucé la frontera a Italia por un paso oculto, llegué a la ciudad de Milán y me instalé. Sabía que el poder de esta secta no era algo humano o natural, tenía que encontrar la forma de bloquear aquello.

    Usaban demonios para conocer donde estábamos, o eso me había dicho Leyna. Ella había visto en su vida cómo los demonios venían en forma de pájaros a la casa y trasmitían información a los brujos de mayor rango de la secta. Algunas veces los pájaros no eran de ese territorio, simplemente había volado desde otras fronteras.

    Algo escalofriante pero cierto, la única manera de escapar de esa vigilancia era bloqueando a los demonios o alejándose de sus rutas. Había que alejarse de las Líneas Ley. Esas avenidas y caminos históricos que conectaban recintos de poderes espirituales.  Había que estar lejos de esos puntos como medida precautoria, porque esos pájaros demonizados abundaban en esos lugares.

    Busqué los barrios de Milán, alquilé de manera informal una habitación barata en el barrio de Brera.  Le dije al dueño, un hombre calvo y gordo de abundantes bigotes, que la madre de los niños llegaría en unas semanas, le mostré fotos nuestras y creyó mi historia.  Me ofreció un ancho coche azul de bebés, de ruedas anchas medio oxidadas y el género que lo cubría con algo de polvo. Estaba usado, pero era ideal para los angelitos, así que se lo compré y me acomodé en el cuarto.

    Como noté que el piso embaldosado estaba muy maltrecho, le ofrecí al dueño hacerle algunos arreglos de albañilería si me hacía una rebaja.

    –Yo ya estoy anciano para esos arreglos del piso –me dijo mostrándome algunas baldosas que estaban completamente sueltas, y que el disimuló poniendo la cama sobre esa zona– y tampoco sé cómo se hacen esos trabajos –prosiguió–. Soy de una familia de cocineros, nunca me tuve que agachar a pegar ladrillos o baldosas.

    –No se preocupe, yo puedo arreglarlo, conseguiré herramientas y lo que necesite –le dije tratando de mostrarme como alguien que sabía lo que se debía hacer.  Lo cierto es que sólo ayudé a mi padre unas cuantas veces y esperaba que esa experiencia me ayudara ahora.

    Salí a recorrer el lugar y comprar las cosas necesarias, leche, comida, etc. Cosas que antes solíamos salir a comprar con Leyna, los cuatro juntos.

    Miraba al cielo cada cierto tiempo, buscando que los pájaros no me siguieran. Podían delatarnos si estaban demonizados y nos veían.  No estaba seguro de que los asesinos supieran que Leyna estuvo embarazada, y no quería correr ningún riesgo.

    Los siguientes días busqué una iglesia protestante en la ciudad, para pedir ayuda de gente que supiera lidiar con esto de los demonios.  Encontré una ese domingo en la noche, y entré con los bebés en el cochecito. Era un pequeño salón, esperé que terminara el sermón sentado en la última banca. 

    Mientras hacía esto noté un aviso dentro del edificio. Se necesitaban albañiles para la mantención de la Pinacoteca del barrio de Brera, un enorme palacio lleno de antiguas obras de arte.  Se decía que después de ser bombardeado en la segunda gran guerra, y luego reparado, la mantención del edificio parecía continuar.

    Un trabajo que me vendría bien. Ahora que mis recursos se habían reducido a más de la mitad después del largo viaje, pero antes de eso, tenía que encontrar quien cuidara de mis bebés.

    Terminó la reunión y pedí hablar con el líder espiritual del grupo. El me invitó a su oficina, y dada la hora y el silencio, los bebés pudieron dormir en el cochecito mientras hablábamos.

    Nos sentamos. El con su ancho traje gris que le hacía juego a sus canas, detrás de un escritorio rodeado de diplomas.  Yo en total contraste, sentado frente a él, de camisa, pantalón y zapatos notoriamente desgastados, con el coche doble detrás de mí.

    Tenía que ir al grano en la conversación. Estaba demasiado cerca de una Línea Ley de la ciudad, y no sabía si el pequeño templo de la iglesia me serviría para bloquear a los demonios.

    –Dígame en que puedo ayudarle –preguntó amablemente el hombre de unos cuarenta años, con su bien acomodada y ancha corbata azul.

    Por un momento quise decirle Hola me llamo Blaz, pero recordé que podría ponerlo en riesgo a él también al conocerme.

    –Bueno, pasé y vi que son una iglesia y que hablan de Jesús y esas cosas espirituales, y yo necesito apoyo con eso. Tengo cosas que son importantes que necesitan ayuda urgente –le dije, claramente nervioso.

    –Por lo que veo estas en grandes apuros para tu juventud –exclamó mirando el coche con mis bebés durmiendo–. En el cristianismo encontrarás toda la guía necesaria para ser un buen padre.

    –Mire, perdone que suene grosero, pero necesito más que eso...hay demonios, demonios molestándome, necesito bloquearlos –le dije intentando parecer normal, pero los nervios y la nula forma de saber explicarme me lo impedían. Eso, más el rostro sudado y demacrado que llevaba.

    –Hijo, Todos hemos batallado con cosas malas en nuestro interior, pero poco a poco puedes ir corrigiéndola –dijo el hombre con tono amable, acomodándose en su silla de escritorio.

    –No me entiende –el cansancio me hacía menos paciente–. Estoy hablando de demonios reales, de esos que te siguen y que pueden hacer que la gente se desquicie, usted debe entenderme.

    –Para eso necesitas ayuda profesional –me dijo mirándome muy serio, y me emocioné cuando mencionó aquella frase, sonaba esperanzador, seguramente el dominaba cómo bloquear demonios.

    –Sí, eso es lo que necesito. Ayuda profesional, alguien que pueda bloquearlos y poner un perímetro de seguridad alrededor de mis bebés –le dije haciendo el gesto de un domo sobre mi cabeza– los demonios nos buscan y usan algunos pájaros.

    –Mmm –el hombre se mostró vacilante– si vienes mañana temprano, podemos asesorarte con un psicólogo que tenemos en la congregación. La psicología es una ciencia de mucha utilidad y con renovados resultados. Te enseñará a controlar aquello que dices no te deja estar tranquilo, me preocupan tus hijos... ¿son tuyos verdad? –me dijo, y comprendí que estaba en el lugar equivocado.

    –No me entiende, pensé que ustedes hacían eso que Jesús hacía... eso de hacer que los demonios se rindan, que se alejen de las personas.

    –No hijo, hoy tenemos maneras más civilizadas de controlar aquellas cosas que te perturban. Una buena terapia conductual puede ayudarte, y te aseguro que no te sentirás más ofuscado o descontrolado como te veo ahora.

    Fue cuando me di cuenta que el hombre conocía menos que yo sobre como bloquear demonios. No podía perder más tiempo con ellos, debía salir de ese lugar, estaba demasiado cerca del centro histórico de la ciudad y de las Líneas Ley.

    Me levanté, tratando de disimular mi molestia. Le di las gracias y le pedí el horario para el otro día, solo para despistar. Por si alguien venia después a preguntar por aquella conversación que tuve con él.  Tomé el cochecito y salí apresurado.

    Me fui frustrado, deseando tener una Biblia cerca, y saber cómo Jesús lo hacía para lograr que los demonios se rindieran.  Sabía que estos eran reales, yo sabía que la maldad podía ser tan oscura como esos libros la describen.

    Esa noche tuve un sueño en la habitación. En el sueño era una noche aterradora y sombría, yo corría en medio de la niebla de los asesinos que nos buscaban. Llevaba un bebé en cada brazo, lloraban presintiendo la muerte, los asesinos disparaban, alcanzándome en la pierna.

    Me oculté detrás de unos basureros, y conseguí escabullirme por un callejón rumbo a un enorme río. Los asesinos lo notaban y corrían detrás de nosotros.  En mi desesperación no sabía qué hacer, si llegaba al río y saltaba sobre él, no podría nadar. Tenía que soltar a uno de mis bebés para poder salvar al otro. Sino saltaba, de todas maneras, morirían los dos, ¿qué debía hacer?, ¿cómo actuar?

    Pensaba y corría hasta que llegué al río, el que para mi sorpresa resplandecía con el reflejo del sol del amanecer.

    Se que suena extraño, pero así son los sueños, ilógicos, pero se sienten muy reales.

    Así fue mi sueño. Era de noche donde yo estaba en el callejón, pero estaba amaneciendo en el rio al mismo tiempo. Me preguntaba que debía hacer, si ¿saltar y morir los tres juntos, o abandonar a uno de mis bebes?

    Entonces vi que dos enormes canastas venían flotando, por la orilla del rio que amanecía. Las tomé, y puse un bebé en cada una de ellas, entonces los solté por el rio esperando lanzarme detrás de ellos.  Cuando me preparaba para hacerlo, sentí el disparo atravesándome de la espalda al pecho, y caí al agua inerte.  Descendía por ella al fondo oscuro de las aguas, como un pedazo de piedra.  Desde el fondo pude ver las canastas alejándose de mí y de los que nos perseguían. No sentía temor, algo me hacía abrigar la esperanza de que mis angelitos estarían bien.

    Desperté entendiendo el mensaje, tenía una convicción absoluta de su significado. Me debía preparar para morir, solo así nuestros bebés vivirían.

    Esa mañana evité los centros de las ciudades y me fui a los centros urbanos pequeños. A poblaciones menos llamativas, difíciles de rastrear.

    Busqué un orfanato, y preguntando llegué hasta la casa de un matrimonio.  Eran conocidos en los barrios menos urbanos. Me comentaron de cómo ellos, y la gente cristiana que se reunía en la casa con aquel matrimonio, trabajaban con tres orfanatos diferentes. Tenían dos de niñas y uno de niños, que mantenían con financiamiento donado por los vecinos.

    Llegué hasta su casa por la tarde. Un hogar que se notaba bien cuidado, con un bello jardín. Aunque no mostraba lujos la fachada, daba una sensación de armonía y limpieza.

    Llamé desde la calle, preguntando por el matrimonio que tenía orfanatos. Dos ancianos salieron a recibirme dudosos, pero una vez que vieron los bebés

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