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Gatos
Gatos
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Libro electrónico63 páginas1 hora

Gatos

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Sinopsis "Gatos":



Una familia compuesta por el padre, Gary, la madre, Kathy, y el pequeño, Billy, deciden tomarse unas pequeñas vacaciones en el verano de 1979, en Maine, para ver al tío Sam. Tras un largo viaje, no le encuentran y se ven sorprendidos por la llegada de numerosos gatos. No saben qué le ha ocurrido a Sam y, preocupados, le buscan por todos lados. De pronto, la presencia de los felinos se convierte en una verdadera amenaza. Aunque será más sorprendente y aterradora la llegada de otro ser que haría espantar a cualquier bestia. Una terrorífica historia que, afortunadamente, nunca ocurrirá. ¿O quizás sí?
 

Sobre el autor:



Crecí y empecé a escribir influenciado por el maestro del terror y el drama, Stephen King. Soy el autor de la biografía de su primera etapa como escritor. Además, he escrito una antología basada en la caja que encontró la cual pertenecía a su padre que era también escritor. Ahora escribo antologías y novelas de terror, suspenses y thrillers. Ya he publicado en Amazon "Los inicios de Stephen King", "La caja de Stephen King", "La historia de Tom" la saga de zombis "Infectados", "Miedo en la medianoche", "Toda la vida a tu lado", "Arnie", "Cementerio de Camiones", "Siete libros, Siete pecados", "El hombre que caminaba solo", "La casa de Bonmati", "El vigilante del Castillo", "El Sanatorio de Murcia", "El maldito callejón de Anglés", "El frío invierno", "Otoño lluvioso", "La primavera de Ann", "Muerte en invierno", "Tú morirás", "Ojos que no se abren" y "Crímenes en verano". Pero no serán las únicas que pretendo publicar. Hay más. Mucho más.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento17 jul 2021
ISBN9798201969394

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    Gatos - Claudio Hernández

    ¿Cuántos libros llevo escritos ya? ¿Y a quién se lo dedico? Este libro se lo dedico, una vez más, a mi esposa Mary, quien aguanta cada día niñeces como esta. Y espero que nunca deje de hacerlo. Esta vez, me he embarcado en otra aventura que empecé en mi niñez y que, con tesón y apoyo, he terminado. Otro sueño hecho realidad. Ella dice que, a veces, brillo... A veces... Incluso a mí me da miedo... También se lo dedico a mi familia y, especialmente, a mi padre: Ángel... Ayúdame en este pantanoso terreno... Menos mal que tengo a Sheila...

    Gatos

    1

    Las letras. A veces eran claras y decisivas y querían decir algo; otras veces, no hablaban nada. A Billy le gustaba escribir, sobre todo historias de hombres lobo. Con tan solo nueve años y pelo alborotado de un color castaño, casi se mordía la lengua cuando apretaba con fuerza el lápiz sobre el papel. Era su pasión. Y papá, el señor Gary Denkinger, un tipo de estatura alta y delgaducho, le recriminaba porque hacía esas tonterías. Y es que en el pasado él había sido un fracasado en el arte de escribir. Billy lo miraba atentamente y, después de un rato, bajaba la cabeza sin cerrar los ojos.

    «Algún día seré escritor», pensaba ociosamente. «Algún día, sí señor. Me da igual lo que digas. Ahora estás vendiendo aspiradoras, casa por casa».

    Kathy Denkinger, muy guapa ella, con el cabello rubio y los ojos celestes, le propinaba unas palmaditas en la espalda y le recordaba lo siguiente:

    —Déjalo. A lo mejor el crío triunfa, ya que tú no lo has hecho...

    Y se reía en toda su cara.

    Y no, en casa no tenían ni un maldito gato, ni un jodido perro de mascota. Solo las entrometidas ratas, que miraban desde las vigas del techo, con sus ojillos enrojecidos; y, en alguna ocasión, desde debajo de la mesa o la cama.

    Y, ese año, en uno de los veranos más calurosos de Boad Hill, y sin pandilla que sobarse a cuarenta grados a la sombra, sucedió algo que no podía ser olvidado jamás.

    La cosa empezó por un maullido.

    Corría el año 1979. Camilla ginecológica para partos.

    2

    Tuvo una pesadilla. ¿Y cuándo no la tenía? El calor y esa densa y pegajosa nube invisible, que se arrastraba por la habitación, le asfixiaba; y, de alguna manera, su cerebro cometería los mismos errores una y otra vez. Las imágenes sin sentido. Las más terribles; como caerse de un precipicio. Pero no. No era eso. En la pesadilla, que lo llevó al borde del infarto, sucedió algo muy peculiar:

    Ahí estaba Billy, con su baja estatura y con el cogote que apenas asomaba sobre el borde de la «burra»[1] en donde estaba recostada su madre, colocada con las piernas abiertas y el culo encajado en un retrete invisible, y sus pies hincados en una especie de pedales muy abiertos que hacían que todo su sexo se le abriera de manera absolutamente denigrante. Por supuesto, él no estaba delante de aquello, sino al lado. Respirando acompasadamente mientras la matrona se ponía unos guantes de látex.

    Al lado de ella, otra mujer preparaba las toallas y, por si fuera necesario, un artilugio llamado «Fórceps», por si el bebé venía con la cabeza demasiado grande o la pelvis era demasiado estrecha. Una ventosa lo succionaría por el cerebro y lo alargaría como un melón. Y si eso no funcionaba, siempre había una mesa de metal con cosas cortantes que brillaban bajo todas aquellas luces que parecían el aterrizaje de una nave espacial.

    Billy estaba allí presente, en medio de los gritos de su madre, quien gritaba con especial gana, al tiempo que ventoseaba. Su cara era como una réplica de cera que se iba derritiendo al lado del fuego. Sus ojos, dos grandes bolas de billar blancas. Y el cabello: deslavazado y apuntando a todas direcciones, como si una descarga eléctrica la hubiera atravesado.

    —¿Mamá, qué va a suceder ahora? —preguntaba el pequeño en un susurro que

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