El crimen de Lord Arthur Saville
Por Oscar Wilde
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En una de las fastuosas fiestas que da Lady Windermere para las celebridades, Lord Arthur conoce al quiromántico personal de su anfitriona, el señor Podgers, quien se pasa la noche alegremente vaticinando el futuro de los invitados. Sin embargo, al leerle la mano a Sir Arthur le hará saber que está destinado a cumplir con un trágico destino: cometer un crimen.
Desde ese momento Lord Arthur planea su vida para acabar lo más pronto posible con el asunto del asesinato y poder casarse sin llevar a su matrimonio esa molesta carga.
En "El crimen de Lord Arthur Saville" se nos revela el Wilde en estado puro, el observador más irónico y despiadado de una sociedad decadente y egoísta. Una historia excepcionalmente elaborada que, con un estilo exquisito, indaga en los profundos recovecos de la culpa y el deseo, obsesiones recurrentes en toda la obra del genial escritor dublinés. Oscar Wilde consigue con su amargo humor y una sutil ironía que el crudo retrato de una clase social aristocrática, con sus vicios y defectos, se disfrace de comedia ligera, haciendo de esta novela breve una ficción deliciosa e imprescindible.
Oscar Wilde
Oscar Wilde (1854–1900) was a Dublin-born poet and playwright who studied at the Portora Royal School, before attending Trinity College and Magdalen College, Oxford. The son of two writers, Wilde grew up in an intellectual environment. As a young man, his poetry appeared in various periodicals including Dublin University Magazine. In 1881, he published his first book Poems, an expansive collection of his earlier works. His only novel, The Picture of Dorian Gray, was released in 1890 followed by the acclaimed plays Lady Windermere’s Fan (1893) and The Importance of Being Earnest (1895).
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El crimen de Lord Arthur Saville - Oscar Wilde
EL CRIMEN DE LORD ARTHUR SAVILLE
Oscar Wilde
Capítulo 1
Era la última recepción que daba lady Windermere antes de la Pascua, y Bentinck-House estaba más concurrida que nunca.
Seis miembros del gabinete vinieron directamente una vez terminada la interpelación del speaker [1] , con todas sus condecoraciones y bandas. Las mujeres bonitas lucían sus atuendos más elegantes y vistosos, y al final de la galería de retratos, se encontraba la princesa Sofía de Carlsruhe, una señora gruesa, de tipo tártaro, con unos pequeños ojos negros y unas esmeraldas magníficas, hablando con voz aguda en mal francés y riendo sin mesura todo cuanto le decían. En realidad aquello era una espléndida mezcolanza de personas: altivas esposas de pares del reino charlaban cortésmente con violentos radicales. Predicadores populares se codeaban con célebres escépticos. Todo un grupo de obispos seguía, de salón en salón, a una corpulenta prima donna. En la escalera se agrupaban varios miembros de la Real Academia, disfrazados de artistas, y dicen que el comedor se vio por un momento lleno de genios. En una palabra, era una de las veladas de mayor éxito de lady Windermere, y la princesa se quedó hasta cerca de las once y media de la noche.
Inmediatamente después de su partida, lady Windermere regresó a la galería de retratos, donde un famoso economista explicaba, con aire solemne, la teoría científica de la música a un indignado virtuoso húngaro; y comenzó a hablar con la duquesa de Paisley.
Lady Windermere lucía extraordinariamente bella, con su garganta marfilina y de líneas delicadas, sus grandes ojos azules, color miosotis, y los bucles de sus cabellos dorados. Cabellos de oro puro, no de esos que tienen un tono pajizo que hoy usurpan la hermosa denominación del oro, cabellos que parecían tejidos con rayos de sol o bañados en ámbar, cabellos que encuadraban su rostro como un nimbo de santa, con la fascinación de una pecadora. Se prestaba a un interesante estudio psicológico. Desde muy joven, descubrió en la vida la importantísima verdad de que nada se parece tanto a la ingenuidad como la indiscreción y, por medio de una serie de escapatorias arriesgadas, inocentes por completo la mitad de ellas, adquirió todas las ventajas de una definida personalidad. Había cambiado más de una vez de marido. En la Guía Social de Debrett, aparecían tres matrimonios a su crédito, pero como no cambió nunca de amante, el mundo dejó de murmurar en sordina sus escándalos. En la actualidad contaba cuarenta años, no tenía hijos y la dominaba aquella pasión desordenada por los placeres que constituye el secreto para conservarse joven.
De repente miró ansiosa a su alrededor por el salón, y dijo con una voz clara de contralto:
—¿Dónde está mi quiromántico?
—¿Tu qué, Gladys? —exclamó la duquesa con un estremecimiento involuntario.
—Mi quiromántico, duquesa. Ya no puedo vivir sin él.
—¡Querida Gladys, tú siempre tan original! —murmuró la duquesa, intentando recordar lo que era en realidad un quiromántico, y confiando en que no podía ser lo mismo que un pedicuro [2] .
—Viene a verme la mano dos veces por semana, con regularidad —continuó lady Windermere— y es muy interesante lo que estudia en ella.
"¡Dios mío! —pensó la duquesa—. Después de todo debe ser una especie de pedicuro de las manos. ¡Qué terrible! En fin…, supongo que será un extranjero. Así no resultará tan atroz.
—Tengo que presentárselo.
—¡Presentármelo! —exclamó la duquesa—. ¿Quieres decir que está aquí?, y empezó a buscar su abanico de carey y un chal de encaje viejo, preparándose para marchar en seguida.
—Claro que está aquí. No podría dar una sola reunión sin él. Me dice que tengo una mano puramente psíquica, y que si mi dedo pulgar hubiese sido un poco más corto, sería una perfecta pesimista y ya estaría recluida en un convento.
—¡Ah, sí! —exclamó la duquesa tranquilizándose—. Dice la buena ventura, ¿no es eso?
—Y la mala también —respondió lady Windermere—, y otras cosas por el estilo. El año próximo, por ejemplo, correré un gran peligro, en tierra y por mar al mismo tiempo. De