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Elogio de la locura
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Elogio de la locura

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"Reírse de todo es propio de tontos, pero no reírse de nada lo es de estúpidos." Erasmo de Rotterdam
Publicado originalmente en 1511, este texto satírico de corte filosófico escandalizó a una época y contribuyó al surgimiento de la reforma protestante. En la obra, la locura toma la palabra y elogia la ceguera y la imbecilidad de los hombres, quienes se dejan manipular por los poderosos y aceptan como ciertas las supersticiones. Estamos ante una crítica feroz a la Iglesia católica y a los excesos del papado, y un cuestionamiento del poder y el falso conocimiento de los gramáticos, filósofos y teólogos. En tono irónico, estas páginas explican por qué la locura tiene mayores "ventajas" que la racionalidad y afirma que los hombres son más felices cuando se encuentran bajo el dominio de la necedad.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 jul 2016
ISBN9786077359692
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    Clever. A famous work of the Renaissance, it led to the questioning of absurd abuses of authority in the Church. Some say it laid the groundwork for the Reformation.
  • Calificación: 3 de 5 estrellas
    3/5
    This is difficult to read because of the satire and the fact the Erasmus wrote a lot between the lines. It is a good read if you can get through it and a must-read for anyone who is an early modern historian or buff.
  • Calificación: 4 de 5 estrellas
    4/5
    I tried. This is John Wilson's 1668 translation and I had trouble getting used to reading the useage. It's beautiful language but I still couldn't get going. As we change societally, we change our language. I got the gist of this book and I really like the concept but I am going to look for a modern translation.
  • Calificación: 2 de 5 estrellas
    2/5
    Eigenlijk gelezen in de Sum-vertaling van Petty Bange.Eerder taaie lectuur door de vele verwijzingen naar antieke voorbeelden, eerder saaie, moeilijke betoogtrant. Alleen het tweede deel is nog echt genietbaar. Wel scherpe maatschappijkritiek, maar die vind je zeker ook in de late Middeleeuwen terug, cfr Boendale. Uiteraard historisch waardevol, maar het spreekt met niet echt aan.

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Elogio de la locura - Erasmo de Rotterdam


PRÓLOGO

ERASMO Y EL ELOGIO DE LA LOCURA

Hay momentos en la historia de la humanidad que marcan el fin de una época y el principio de otra. Son instantes en que las viejas concepciones de la vida, del ser humano y del mundo cambian, y por lo mismo todo se vuelve dudoso. Las normas hasta entonces conocidas se tornan maleables, las antiguas autoridades caen por tierra, y todo parece entrar en una profunda crisis. Pero al mismo tiempo, es en esas ocasiones cuando suele desatarse una especie de fiebre espiritual que responde al más profundo deseo de saber y de comprender el mundo en que se vive. Y por lo mismo son épocas en las que a un descubrimiento sigue otro, los cambios se retroalimentan entre sí, y la consecuencia inevitable es, por supuesto, una violenta transformación del espíritu humano.

Uno de esos momentos es el paso del siglo XV al XVI, y es precisamente la época en que vivió Erasmo de Rotterdam: los treinta últimos años del siglo XV y los treinta primeros del XVI. Su pensamiento, pues, surge de una época de constantes cambios y, como veremos, él será responsable de algunos de ellos. Ubiquémonos en esa época en la que a un descubrimiento fundamental le seguía otro: en 1486 Bartolomé Díaz es el primer europeo que logra llegar hasta el cabo de Buena Esperanza; seis años después, en 1492, Cristóbal Colón llega a las Antillas. Seguro nos resulta inimaginable lo que implicaron para el pensamiento de aquella época estos hechos. Después de milenios, comenzaba a sospecharse la inaudita verdad de que la tierra no era plana. Hacia 1522 Magallanes se convierte en el primer hombre en comprobar este hecho al circunnavegar el planeta. Fue así como del orden del mundo plano, hubo que pasar a la idea de una tierra esférica, navegable. Aquellos misterios incognoscibles que se encontraban más allá de los límites del mar, aparecían ahora como meras supersticiones y en su lugar surgía una tierra y un planeta cognoscible.

Casi al mismo tiempo que se cambiaban las cartas geográficas de la Tierra, surgían los Colones y Magallanes del espacio: Copérnico llevaba a cabo sus descubrimientos de otros mares, aún más lejanos que aquellos descubiertos por Colón. El mar del universo, a través del estudio de los astros, traería la noticia de que nuestro planeta no es el centro de un sistema, y mucho menos lo es del espacio. El sistema copernicano situaría al sol en el centro de un sistema que hoy conocemos como solar. Los nuevos descubridores del espacio nos harían ver que la Tierra no sólo era redonda, sino que giraba —junto con otros planetas— alrededor del sol. Imaginemos lo difícil que debió de haber sido aceptar estas ideas para el hombre que vivía de acuerdo con el sistema geocéntrico ptolemaico, ante el cual el propio planeta dejó de ser el centro, para pasar a ser uno más entre miles.

Por su parte, el mundo del arte vive momentos en los cuales se pronuncian con respeto los nombres de Durero, Rafael, Leonardo, Miguel Ángel. Todos ellos artistas que humanizan la belleza, y a la vez dignifican el ámbito humano. Ese mundo de descubrimientos, de cultura y de despertar del ser humano, entró en interacción gracias a un golpe genial que potenció estos cambios y ese ambiente. Las buenas nuevas, la información sobre los descubrimientos y, en general, los hechos y la cultura humana, se comenzaron a dejar sentir de una manera inaudita y se difundieron con una rapidez nunca antes vista gracias a un invento fundamental, que estará presente a lo largo de la vida de Erasmo: la imprenta. En efecto, Johann Gutenberg consolida su invento a mediados del siglo XV, e inmediatamente comienzan a circular las primeras obras producidas por este medio. A partir de entonces la difusión del pensamiento, el arte y los descubrimientos, estaría más cerca no sólo del mundo de los filósofos y científicos, sino de un sector cada vez más vasto de lectores. El paso del siglo XV al XVI implica, por tanto, un profundo impacto. Pero junto a Cólon, Magallanes, Copérnico o Gutenbreg, existieron también los grandes descubridores y transformadores del alma humana: Pico della Mirandola escribe hacia esta época su Discurso sobre la dignidad humana, en el que otorga al ser humano tanto la capacidad como la obligación de ser lo suficientemente noble para responder a la alta misión de llegar a comprender la unidad del cosmos en su divinidad. Se trata del momento en que el ser humano busca renacer de la Edad Media. Entre las grandes voces que se escucharían con reverencia y a veces hasta con miedo, se encuentran sin lugar a dudas las de Tomás Moro, Martín Lutero y Erasmo de Rotterdam; estos tres nombres estarían relacionados en más de un sentido durante sus vidas, y permanecerán entrelazados también para la posteridad.

Erasmo de Rotterdam nació entre 1466 y 1469, de la relación entre un sacerdote y una mujer de Gouda (población cercana a Rotterdam). Aunque hoy nos resulte extraño, recordemos que los hijos de sacerdotes no eran rareza alguna en aquella época. Se ha llegado a calcular que aproximadamente veinticinco por ciento de los sacerdotes de aquellos tiempos vivía con una mujer. De cualquier manera, nunca sabremos cuánto pudo marcar este hecho a Erasmo, ya que es poco lo que se sabe de la primera etapa de su vida. Los primeros datos fidedignos que tenemos nos remiten a un Erasmo de veintiún años, que ingresa al convento de los agustinos en Steyn, donde encontró la mejor biblioteca clásica del país. Cinco años más tarde, se ordenó sacerdote. Fue, sin embargo, un sacerdote singular, de hecho al conocer su vida, cuesta trabajo imaginarlo como tal. Por siempre Erasmo se negó a usar los hábitos propios de su orden, y por medio de hábiles pretextos logró una existencia llena de libertad y amplitud envidiable no sólo para sus correligionarios, sino para cualquier ser humano de cualquier época.

Su vida hasta antes de los cincuenta años no fue fácil; particularmente antes de los cuarenta sufrió de pobreza extrema. Muchas veces requirió de la generosidad de los demás, e incluso no objetó la mendicidad. Y, sin embargo, después de los cincuenta alcanzó fama y gloria: los mismos príncipes lo respetaban, los ricos se enorgullecían de hacerle regalos, los papas y los políticos le suplicaban unas líneas a su favor, y decenas de universidades deseaban contar con él para sus cátedras. Por supuesto, también los grandes reformadores lucharían por tenerlo entre sus seguidores, lo cual, como veremos, no fue benéfico en ningún sentido para este hombre libertario, que lo último que deseaba era convertirse en un seguidor de alguien o de algo. En su momento llegó a ser tal la fama de Erasmo, que podemos decir que ningún otro nombre —ni siquiera el de Leonardo o Miguel Ángel— era pronunciado con igual respeto por sus contemporáneos: Erasmo llegó a significar, para el recién nacido siglo XVI, la suma de la sabiduría, la autoridad indiscutible en cuestiones científicas, literarias, seculares y espirituales.

Y, sin embargo, este Doctor universalis, príncipe de las ciencias y luz del mundo —como se le llegó a llamar— eligió ser corrector de pruebas en una imprenta, o mayordomo y educador de niños ricos, o simplemente refugiarse en casas de amigos que lo mantuvieran por un tiempo: Erasmo fue un nómada toda su vida. Y tal vez gracias a ello conservó la libertad indispensable para escribir sus obras, en las cuales se refleja la vida y las costumbres no de una ciudad, sino de la Europa del cambio. En sus escritos se percibe la Europa revolucionaria del siglo XVI: Holanda, Inglaterra, Suiza, Italia y Alemania aparecen en las páginas de este sabio viajero, a veces pobre y nunca rico, siempre libre y amante de la vida. Y siempre cauteloso. ¿Habría otra forma de ser para los pensadores de aquellos tiempos? Recordemos que se trata de una época de violencia extrema, en la cual aquel que quería hablar, ser escuchado, y no ser quemado vivo por la Inquisición, no tenía más alternativa que ser sumamente cuidadoso, escribir con máscaras, y no adherirse a ninguna ideología politizada; cuidar forma y contenido tanto en sus escritos como en sus acciones.

Esta necesidad de cautela y libertad, llevó a Erasmo a viajar de manera constante, a cambiar su residencia de una ciudad a otra durante toda su existencia. Erasmo es realmente el ejemplo de un ciudadano del mundo, de alguien contrario a cualquier fanatismo nacionalista. Pero de entre los numerosos viajes de este gran nómada, vayamos a uno que para nosotros tiene un interés fundamental: su viaje a Inglaterra. Como lo ha dicho Stefan Zweig, en Inglaterra Erasmo se cura de la Edad Media y avanza hacia el Renacimiento. En Inglaterra surge con más fuerza el erudito del gran saber de la mano del agudo e irónico crítico de la época. Fue en el camino a Inglaterra que Erasmo concibió su Elogio de la locura. Este viaje lo inició hacia 1509; al cruzar por los Alpes rumbo a Inglaterra cobijaba el deseo de reunirse con su querido amigo Tomás Moro, y dejar Italia atrás. En ella había asistido a la plena decadencia religiosa de la Iglesia: le había tocado ver al papa Julio rodeado por sus guerreros, así como a los obispos que vivían a todo lujo y licencia, obispos que en nada recordaban la pobreza apostólica. Había presenciado también un furor bíblico verdaderamente criminal por parte de los príncipes italianos, que luchaban unos contra otros sin cesar. Camino a Inglaterra parecía dejar eso atrás; el erudito, montado a caballo, buscaba aire libre mientras pensaba en los amigos que pronto volvería a ver, particularmente en Tomás Moro, el amigo más amado de Erasmo. Y al pensar en Moro, decidió hacerle una broma, y pasar un momento de diversión, pues como él mismo lo explicó, si a todos los humanos concedemos su derecho a divertirse, sería verdaderamente injusto negárselo a los estudiosos.

Así es como en su recorrido por los Alpes planea componer una obra que, bajo la apariencia de broma, tratara asuntos trascendentales de la vida. El resultado es el libro que ahora el lector se apresta a leer: El elogio de la locura. En ningún otro texto de Erasmo encontramos tal maestría, en la que van de la mano el erudito y el satírico crítico de la cultura. Este libro es el más célebre de este pensador, y es también el que mejor ha resistido el paso del tiempo, de manera que a casi cinco siglos de su composición, seguimos buscándolo, leyéndolo, y aprendiendo de él. Sólo alguien que fue pobre, que sufrió la miseria y tuvo que suplicar ante las puertas de los poderosos, podría haber escrito una obra como ésta, en la que se desnuda la insania de la ambición humana y el sufrimiento de las injusticias que esa locura hace pasar al oprimido. Pero sólo un genio como él puede aliviar con la risa, transfigurar todo ese dolor en una sátira, en una mofa perfectamente estructurada: en risa que cura. Podríamos decir que en Erasmo el resentimiento se vuelve creador; él no permite que toda su frustración y rencor corroan su cuerpo y su alma; en lugar de rumiar su impotencia, logra escribir una obra en la que muestra al mundo el absurdo orden moral de la vida.

Escribió el Elogio de la locura apenas hubo llegado a Inglaterra. Ahí Erasmo se refugió en la casa de campo de Tomás Moro, en la cual inició de inmediato la escritura de esta breve sátira, con la idea de proporcionar un poco de entretenimiento a aquellos que lo habían recibido, y particularmente en honor de Tomás Moro. La obra se presenta, sin embargo, con un genial disfraz: para decir todas las desagradables verdades que hay que decirles a los poderosos de la tierra, Erasmo no habla por sí mismo, es la Stultitiae, dau la locura, quien da una cátedra apologética sobre sí misma. De manera que no encontramos descaradamente la propia opinión de Erasmo; es la locura la que habla de sí, haciendo su propia defensa, ¿quién más podría llevarla a cabo? Quien diga que todo eso es falso, cuenta con el asentimiento del propio autor: es la locura quien ha hablado, y Erasmo podrá decir: No lo he dicho yo, sino la dama Estulticia, y ¿quién tomará en serio los discursos de los locos?. Es, pues, una broma, pero para los que saben leer entre líneas se encuentra la más terrible crítica a la sociedad del siglo XVI. En la época de la Inquisición, era del todo necesario para los espíritus libres utilizar una especie de coartada, de tal manera que no pudieran ser acusados de blasfemia. Por todo lo anterior encontramos en este libro seriedad y broma, verdad y exageración, sabiduría y burla. Desde el inicio de la obra aparecerán mezclados estos ingredientes, cuando la señora Estulticia aparece con toga de sabio y caperuza de bufón (tal y como la dibujó Holbein), y asciende a la cátedra a pronunciar un discurso de alabanza en su propio honor.

¿Quién es esta señora cuyo nombre tan fácilmente se ha traducido por locura en la lengua hispana? Para comprender al único personaje de esta sátira, recordemos que ya desdelos antiguos griegos existía la distinción entre la locura que era la manía del delirio, del entusiasmo o éxtasis, y la locura como moría, como idiotez, como mera tontería o estupidez. Los griegos distinguían, en efecto,

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