Si yo fuera un hombre
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Textos divertidos a la par que trágicos, donde sus protagonistas deciden dar un giro a sus ideas y convicciones para asumir un papel principal en sus vidas. Toda esta obra se puede definir como un clamor hacia el feminismo que ridiculiza con grandes dosis de ironía los cánones patriarcales establecidos hacia las mujeres y llama hacia la movilización, la independencia económica y la igualdad, teniendo siempre presente que la emancipación real de la mujer beneficia a la sociedad y sin ella ningún progreso es posible.
Ilustrado con las imágenes de Coles Phillips, que es conocido por sus elegantes imágenes de mujeres en actitudes de la vida cotidiana de todos los estratos sociales y por ser el primer ilustrador en utilizar la técnica del espacio negativo en las pinturas que creó para las ilustraciones que creaba para prensa impresa, como la revista Life y Good Housekeeping.
Charlotte Perkins Gilman
Charlotte Perkins Gilman (1860-1935) was an American author, feminist, and social reformer. Born in Hartford, Connecticut, Gilman was raised by her mother after her father abandoned his family to poverty. A single mother, Mary Perkins struggled to provide for her son and daughter, frequently enlisting the help of her estranged husband’s aunts, including Harriet Beecher Stowe, the author of Uncle Tom’s Cabin. These early experiences shaped Charlotte’s outlook on gender and society, inspiring numerous written works and a lifetime of activism. Gilman excelled in school as a youth and went on to study at the Rhode Island School of Design where, in 1879, she met a woman named Martha Luther. The two were involved romantically for the next few years until Luther married in 1881. Distraught, Gilman eventually married Charles Walter Stetson, a painter, in 1884, with whom she had one daughter. After Katharine’s birth, Gilman suffered an intense case of post-partum depression, an experience which inspired her landmark story “The Yellow Wallpaper” (1890). Gilman and Stetson divorced in 1894, after which Charlotte moved to California and became active in social reform. Gilman was a pioneer of the American feminist movement and an early advocate for women’s suffrage, divorce, and euthanasia. Her radical beliefs and controversial views on race—Gilman was known to support white supremacist ideologies—nearly consigned her work to history; at the time of her death none of her works remained in print. In the 1970s, however, the rise of second-wave feminism and its influence on literary scholarship revived her reputation, bringing her work back into publication.
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Si yo fuera un hombre - Charlotte Perkins Gilman
Si yo fuera un hombre
Charlotte Perkins Gilman
Si yo fuera un hombre
Charlotte Perkins Gilman
Traducción de Marino Costa
Prólogo escrito por Olaya González Dopazo
Prólogo
No es exagerado afirmar que Charlotte Perkins Gilman (1860-1935) es una de las escritoras más relevantes de la literatura estadounidense de su época. Su prolífica obra comprende artículos, conferencias, ensayos, novelas, poemas y numerosos relatos cortos, de entre los cuales los editores han seleccionado los nueve que conforman el libro que el lector tiene ahora mismo en sus manos. Perkins Gilman fue una feminista pionera, una activista comprometida con la sociedad en una época en la que sus logros eran inusuales para la mujer, desafiando las convenciones. Su ideología es el eje sobre el que pivota toda su obra.
Prácticamente desconocida en el ámbito hispanohablante, tal vez deba su posteridad en el mundo anglosajón a una única obra, el relato de terror «El papel amarillo», que suscitó la atención del mismísimo H. P. Lovecraft en El horror sobrenatural en la literatura, un breve ensayo en el que el autor establece las referencias del género. Pero Perkins Gilman no cultivó el género de terror; su obra es más bien el reflejo de sus teorías feministas, una denuncia del papel que la sociedad asignaba a la mujer y un desfile de personajes femeninos fuertes, resolutivos y decididos a tomar las riendas de sus vidas. Incluso en este relato de terror.
Durante su infancia Perkins Gilman fue abandonada por su padre e ignorada por su madre. Estas carencias afectivas la hicieron refugiarse en los libros, se formó de manera autodidacta y se rodeó de intelectuales. Fue además criada por sus tías, una de ellas Harriet Beecher Stowe, autora de La cabaña del tío Tom. Todos estos factores pueden haber contribuido a forjar la personalidad de la futura escritora. Pronto comenzó a publicar artículos en revistas locales, hasta que se casó, se quedó embarazada y cayó en una profunda depresión, que se agravó tras el nacimiento de su hija. El tratamiento que su médico le impuso, con la colaboración del marido, exhortándola a abandonar todo trabajo intelectual, tuvo terribles consecuencias para su salud mental. Lo que ella necesitaba era romper con las cadenas que la sociedad patriarcal imponía a su género, dejar de ser un sumiso «ángel del hogar» y trabajar. Tomó entonces una insólita decisión para la época: se divorció de su marido y se mudó a California, donde, una vez restablecida, desarrollaría el grueso de su obra literaria.
Esta experiencia tan desoladora es el origen de «El papel amarillo», su obra más conocida y emblemática. Este relato admite dos niveles de lectura: como cuento de terror, es de una calidad extraordinaria y es único por la inversión del punto de vista, pues es el otro, el diferente —la loca, en este caso—, quien toma la palabra, abandonando los márgenes para erigirse en actor y ofrecer su propio punto de vista. Ocurre al igual que en Otra vuelta de tuerca de Henry James —también publicado por Uve Books—, ya que, al situar a la protagonista en el centro del relato, como sujeto y objeto de la acción, el lector tiene un conocimiento sesgado y parcial de los hechos. ¿Qué está ocurriendo realmente? ¿Debemos creer la visión de la protagonista? En el caso que nos ocupa, saber que tenemos entre manos un relato de inspiración autobiográfica añade más desasosiego al asunto. Como cuento de terror psicológico, es sencillamente sublime.
El segundo nivel de lectura, quizá menos evidente, nos presenta un alegato a favor de la emancipación de la mujer frente a la sociedad patriarcal. En 1913 la propia autora decidió explicar cuáles habían sido sus motivaciones para escribir ese relato, en un breve texto titulado «Por qué escribí El papel amarillo
», que la presente edición también recoge. Así descubrimos el tormento que para la autora supuso someterse a los mandatos de su médico y de su marido, lo desafortunado del tratamiento que se le aplicó durante meses y su deseo de que, gracias a su cuento, otras mujeres se salvasen de un destino similar.
Una vez instalada en California, Charlotte encuentra la estabilidad y la inspiración necesarias para escribir, participar en organizaciones feministas y dar conferencias. También publicó su primer ensayo, Mujeres y economía (1898), donde aporta argumentos a favor de la independencia económica de la mujer, seguido de varios otros. Por si esto no fuera suficiente, entre 1909 y 1916 publicó la revista mensual The Forerunner, donde escribió editoriales, artículos, críticas de libros y ensayos, pero también gran parte de su obra de ficción: poemas, novelas por capítulos —una trilogía utópica feminista de la que Herland es la obra más famosa— y relatos cortos.
De entre todos ellos, se ofrece aquí una selección de algunos de los más destacables, en la línea general de su obra, dedicada a denunciar la situación de la mujer. Con el estilo elegante e inteligente propio de la escritora, cargado de una buena dosis de ironía y sarcasmo, Perkins Gilman critica la sociedad patriarcal y el papel de las mujeres en la misma. Propone para ellas un «papel masculino», caracterizado por la fuerza, la independencia y el trabajo. Las mujeres deben, en definitiva, ser dueñas de su propio destino.
El amor, el matrimonio, la infidelidad o las convenciones sociales son algunos de los temas de los relatos aquí recogidos, y en ellos encontramos un esquema recurrente: partiendo de una situación de dificultad, las mujeres protagonistas de los relatos toman la decisión de dar un giro a sus vidas, convirtiéndose en dueñas de sus actos y a menudo beneficiando además a terceras personas.
Resulta muy interesante acercarse de la mano de Perkins Gilman a los albores de un feminismo incipiente, de finales del siglo XIX y principios del XX, y acompañar a sus personajes femeninos en su deseo de cambiar su situación en la sociedad, deseo que la propia escritora compartía y que seguramente sigue siendo el de muchas mujeres a día de hoy.
Olaya González Dopazo
Cuando era una bruja
Si hubiese comprendido mejor los términos de mi contrato unilateral con Satán, los Tiempos de Brujería hubiesen durado más, puede estar seguro de ello. Pero ¿cómo iba yo a saberlo? Simplemente sucedió, y no ha vuelto a pasar de nuevo, a pesar de que he intentado reproducir las condiciones hasta donde he podido controlarlas.
Aquello empezó de repente, una medianoche de octubre, el día treinta para ser exactos. Había sido un día muy, pero que muy caluroso y la tarde resultó ser sofocante y tormentosa; el aire apenas se movía y la casa era un horno gracias a su desafortunada capacidad de convertirse en un calentador de vapor cuando no se desea.
Me estaba cociendo en mi propia rabia —y eso ya daba bastante calor, incluso sin contar con el tiempo y el horno—, así que subí al tejado para tratar de refrescarme. Un apartamento en la planta superior tiene esa ventaja, junto con otras —¡puedes salir a pasear sin la ayuda de un chico que maneje el ascensor!
Hay muchas cosas en Nueva York con las que una puede perder su paciencia, incluso en sus mejores momentos, y en este día en particular todas ellas parecían suceder a la vez, algunas muy novedosas. La noche anterior, los perros y gatos del vecindario me habían despertado, por supuesto. Mi periódico de la mañana mentía más que de costumbre, y el de mi vecino —mucho más visible que el mío cuando salí de casa para dirigirme al centro— parecía más amarillista que nunca. Mi café no era café…, mi huevo era como una reliquia del pasado. Mis «nuevas» servilletas estaban ya arruinadas.
Siendo una mujer, se supone que no debo maldecir; pero cuando el conductor del bus ignoró mi señal mientras sonreía al pasar a mi lado y el guarda del metro esperó hasta que estuve a punto de subir al vagón para cerrarme la puerta en las narices —esperando tranquilamente tras ella durante algunos minutos hasta que la campana sonase, para asegurarse de que estaba cerrada—, deseé maldecir como una arriera.
La tarde fue