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Las cosas que perdimos en el fuego
Las cosas que perdimos en el fuego
Las cosas que perdimos en el fuego
Libro electrónico216 páginas3 horasNarrativas hispánicas

Las cosas que perdimos en el fuego

Calificación: 4 de 5 estrellas

4/5

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Leer vista previa
  • Mental Health

  • Relationships

  • Fear

  • Mystery

  • Self-Discovery

  • Coming of Age

  • Power of Friendship

  • Family Drama

  • Revenge Plot

  • Police Procedural

  • Inner Struggle

  • Small Town Secrets

  • Haunted House

  • Missing Person

  • Search for Identity

  • Urban Life

  • Friendship

  • Family

  • Fear & Paranoia

Información de este libro electrónico

La cotidianidad hecha pesadilla: la puerta de entrada al universo Mariana Enriquez.

El mundo de Mariana Enriquez no tiene por qué ser el nuestro, y, sin embargo, lo termina siendo. Bastan pocas frases para pisarlo, respirarlo y no olvidarlo gracias a una viveza emocional insólita. Con la cotidianidad hecha pesadilla, el lector se despierta abatido, perturbado por historias e imágenes que jamás conseguirá sacarse de la cabeza.

Las autodenominadas «mujeres ardientes», que protestan contra una forma extrema de violencia doméstica que se ha vuelto viral; una estudiante que se arranca las uñas y las pestañas, y otra que intenta ayudarla; los años de apagones dictados por el gobierno durante los cuales se intoxican tres amigas que lo serán hasta que la muerte las separe; el famoso asesino en serie llamado Petiso Orejudo, que sólo tenía nueve años; hikikomori, magia negra, los celos, el desamor, supersticiones rurales, edificios abandonados o encantados... En estos doce cuentos el lector se ve obligado a olvidarse de sí mismo para seguir las peripecias e investigaciones de cuerpos que desaparecen o bien reaparecen en el momento menos esperado. Ya sea una trabajadora social, una policía o un guía turístico, los protagonistas luchan por apadrinar a seres socialmente invisibles, indagando así en el peso de la culpa, la compasión, la crueldad, las dificultades de la convivencia, y en un terror tan hondo como verosímil.

Mariana Enriquez es una de las narradoras más valientes y sorprendentes del siglo XXI, no sólo de la nueva literatura argentina a cargo de escritores nacidos durante la dictadura sino de la literatura de cualquier país o lengua. Mariana Enriquez transforma géneros literarios en recursos narrativos, desde la novela negra hasta el realismo sucio, pasando por el terror, la crónica y el humor, y ahonda con dolor y belleza en las raíces, las llamas y las tinieblas de toda existencia.

IdiomaEspañol
EditorialEditorial Anagrama
Fecha de lanzamiento10 feb 2016
ISBN9788433936875
Autor

Mariana Enriquez

Mariana Enriquez (Buenos Aires, 1973) es periodista, subeditora del suplemento Radar del diario Página/12 y docente. Desde su incorporación al catálogo en el año 2016, Anagrama ha publicado las novelas Bajar es lo peor, Cómo desaparecer completamente y Nuestra parte de noche (premios Herralde de Novela, de la Crítica, Kelvin 505, Imaginales y Lire en poche, entre otros); las colecciones de cuentos Los peligros de fumar en la cama, Las cosas que perdimos en el fuego (Premio Ciutat de Barcelona en la categoría «Literatura en lengua castellana») y Un lugar soleado para gente sombría (Premio Mundial de Fantasía); el perfil La hermana menor, acerca de la escritora Silvina Ocampo; las crónicas de Alguien camina sobre tu tumba y sus crónicas periodísticas reunidas en El otro lado. Retratos, fetichismos, confesiones (en edición de Leila Guerriero). Ganadora del Premio Iberoamericano de Letras José Donoso en 2024, su obra, traducida a más de treinta idiomas, ha recibido un aplauso unánime: «Toma un rasgo que reconocemos en Cortázar y lo exacerba: lo podrido y maléfico de la vida cotidiana, la rajadura por la que se filtra un fondo de irracionalidad donde chapotean cuerpos entregados a sus excreciones y palpitaciones » (Beatriz Sarlo); «Un prodigioso cruce entre la reescritura de ciertas tradiciones y esa lucidez atroz que llamamos mirada propia. Compartirla con los lectores es motivo de fiesta» (Andrés Neuman).

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Comentarios para Las cosas que perdimos en el fuego

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4/5

435 clasificaciones89 comentarios

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  • Calificación: 4 de 5 estrellas
    4/5

    Nov 5, 2018

    A dark and sometimes macabre collection of stories set in Argentina reminiscent of Shirley Jackson. Descriptive, enthralling, and deeply human, Enriquez evokes a range of emotions from fear to suspense to sympathy and disgust. The author explores the underbelly of human nature with a variety of psychological and physical horrors. A wonderful collection from a Latin American author that is certainly not for the faint of heart.
  • Calificación: 4 de 5 estrellas
    4/5

    Mar 14, 2018

    Dark and creepy short stories set in Argentina that are very well done but too disturbing for my taste. The author was compared to Shirley Jackson and George Saunders but I enjoy those authors' stories a lot more. A pretty good collection but just not for me.
  • Calificación: 5 de 5 estrellas
    5/5

    Mar 14, 2018

    Things We Lost in the Fire stories by Mariana Enriquez is haunting in its scope and depth of humanity and horror. These stories cover the bleakness of the slums of Argentina and desperation of the inhabitants there. There is contempt for the poorest of the poor and how the land is treated with filth, waste and ignorance. While there is the supernatural horror element in these stories, there is also the human horror of how the individual is treated, especially women. In these stories women fall out of love; disobey some rule; struggle with mental illness; women are burned alive and ultimately women forge ahead to a "different kind of beauty." Enriquez gives the reader an excellent collection of work that examines differing types of horror both internal and external forces. I enjoyed these works especially final story "Things We Lost in the Fire" where the concept of new kind of beauty and rebellion through pain springs forth from the hands of punishment(which is not explained). I would read these stories again to tease out the nuances that make it a rich collection of horror.
  • Calificación: 4 de 5 estrellas
    4/5

    Mar 14, 2018

    Mariana Enriquez may be the Shirley Jackson of Argentina. Set in Buenos Aires, these dark and unsettling short stories weave together 'local' ghost/monster/urban legend elements with modern-day cultural horrors including poverty, domestic violence, child abuse, addiction, etc. I didn't find these to be graphic, but they're still intentionally disturbing.Like all short story collections, there were several that produced a more emotional or visceral reaction from me than others did. Also like all short story collections, readers will connect to different stories for different reasons. Unlike many short story collections, I didn't feel like there was a stinker buried in the bunch.A quick and satisfying read, that translates well to English. No special knowledge of Argentinean culture is required to appreciate the writing and story on a surface level. If you like short stories and have an appreciation for darker tales, this is a good TBR/bookshelf add. However, if you are lucky enough to have some foundational understanding of Buenos Aires and her culture (which I don't) these stories may carry additional meaning (and become even more horrific).
  • Calificación: 4 de 5 estrellas
    4/5

    Oct 23, 2019

    Buen libro! Historias que atrapan apenas empiezas a leer !!
  • Calificación: 3 de 5 estrellas
    3/5

    Mar 24, 2025

    Supe de este libro cuando leí una columna de Carlos Pardo para El País, no me enorgullezco de ello porque hubiera preferido saber de ella por medio de una mujer, afortunadamente, para hablar de este libro puedes leer a #MujeresQueLeen, a Nerea Luray en “La Nave Invisible”, e incluso encontré un interesantísimo artículo de Laura A. Sánchez titulado “RESISTENCIA Y LIBERTAD: UNA LECTURA DE "LAS COSAS QUE PERDIMOS EN EL FUEGO" DE MARIANA ENRÍQUEZ DESDE LAS PERSPECTIVAS DE FOUCAULT Y DE BEAUVOIR”. Tardé dos años en leerlo, y afortunadamente, el libro supo esperar su momento adecuado para llegar a mí, porque la literatura de terror es espantosa, sí, pero también es un gran pretexto para explorar nuestra realidad, para cuestionarla a partir de la culpa, y para reflexionar sobre temas tan vigentes como la historia personal o el patriarcado.

    Son once relatos que te sumergen en una atmosfera caótica, porque algo que hace increíblemente bien Mariana es crear una atmósfera densa y lúgubre en un día común y corriente; por ejemplo, el relato de “El Chico sucio”, esta historia es la primera del libro y es muy estremecedora, y ni siquiera por un elemento sobrenatural, sino porque es totalmente posible y real, tanto, que este personaje firma parte de la escenografía diaria de muchísimas ciudades.

    Otra historia que me gustó mucho fue “La casa de Adela”, que es la historia de una nena que le falta un brazo que se aventura en una casa que es algo más que una construcción, no digo más, porque odio quemar las historias ajenas. Volvamos a la “realidad” con “Verde rojo anaranjado” una historia que me hizo pensar en lo endeble que es la psique humana ante lo desconocido que se quiere encontrar y conocer, quien sabe que espera del otro lado y si eso termina consumiéndonos.

    Este libro es un gran comienzo si no has leído a la autora, y es un gran revulsivo a la literatura de terror, es ordinaria y común y por ello es aún más terrorífica, un día a día convertido en una pesadilla sin siquiera darte cuenta, estás bien y de repente despiertas abatido, perturbado por sus historias, como las «mujeres ardientes», que protestan contra una forma extrema de violencia doméstica que se ha vuelto viral; una estudiante que se arranca las uñas y las pestañas, y otra que intenta ayudarla; los años de apagones dictados por el gobierno durante los cuales se intoxican tres amigas que lo serán hasta que la muerte las separe; el famoso asesino en serie llamado Petiso Orejudo, que solo tenía nueve años; una mezcla de sordidez y caos con un buen café con leche, uno bueno, no uno convertido en crema.

    Este libro si resistirá la flama, ardera en la hoguera y será, como Silvinita, una preciosa flor de fuego.
  • Calificación: 5 de 5 estrellas
    5/5

    Nov 13, 2024

    La autora tiene un concepto muy interesante del terror, pues este se desenvuelve en el terreno de lo real. El desenlace de sus cuentos siempre va cargado de intriga
  • Calificación: 3 de 5 estrellas
    3/5

    Jun 16, 2024

    Hay cuentos mejores que otros. Para iniciarse en el horror de América latina es muy bueno. Hay historias de todo lo que es horrible y terrible en la vida real. Solo dos historias sobrenaturales que fueron increíblemente buenas, el de la casa y el de las aguas negras.
    El primer cuento me parece el mejor de todos, cualquier país Latinoamericano puede entender esas situaciones y sensaciones
  • Calificación: 5 de 5 estrellas
    5/5

    Aug 14, 2023

    Excelentes cuentos, son oscuros, transmiten miedo y suspenso... mi favorito la casa de Adela...
  • Calificación: 3 de 5 estrellas
    3/5

    Jan 4, 2023

    Una serie relatos escalofriantes que te atrapan desde la página uno. El verdadero terror surge de la narración que se encuentra en el límite entre lo que es real y lo fantástico.
  • Calificación: 4 de 5 estrellas
    4/5

    Aug 20, 2022

    muy oscuro, pero amo a Enriquez, y la lectura es muy fluida y amena como todos sus libros
  • Calificación: 5 de 5 estrellas
    5/5

    Jul 9, 2022

    Inquietante, cada cuento, en su forma única, te deja una sensación de incomodidad, tristeza, miedo.
  • Calificación: 5 de 5 estrellas
    5/5

    Mar 28, 2021

    Nos presenta un mundo de ficción tan real, tan vívido, tan inmerso en una cotidianidad de cualquier país de Latinoamérica, donde prevalece la violencia, la indiferencia, sobre todo de los más vulnerables que no tienen para dónde moverse.
  • Calificación: 5 de 5 estrellas
    5/5

    Sep 19, 2020

    Maravillosa, latinoamericana, suspenso, miedo, terror, escándalo, pobreza, valentía, coraje, ira y fuego.
  • Calificación: 5 de 5 estrellas
    5/5

    May 12, 2020

    gran libro!!! historias de un terror verosímil, un terror que nos toca a todes y que incomoda
  • Calificación: 1 de 5 estrellas
    1/5

    Apr 23, 2020

    Sin duda alguna, no podré recuperar tiempo que perdí en leer esta mierda.
  • Calificación: 4 de 5 estrellas
    4/5

    Jan 9, 2022

    Llegue a este libro por el último relato, el del nombre del libro. Los demás relatos son fascinantes de leer, sobretodo para los colegas psicólogos clínicos.
  • Calificación: 4 de 5 estrellas
    4/5

    Aug 6, 2022

    A collection of contemporary stories all set in Argentina.

    All the stories are dark, creepy, scary, gruesome, terrifying. The repeating themes are haunted places and ghosts, child abuse and abused children, drug abuse, homelessness, people who are mutilated either by birth or accident or through cruelty or (shockingly in the title story) by choice.

    I want to think I'm not a fan of dark short stories, but my reading list and reviews tell me I really love to be shocked and horrified - but only for 10 or 20 pages at a go.

  • Calificación: 4 de 5 estrellas
    4/5

    Jul 27, 2022

    I am a huge fan of Shirley Jackson so the description of this book called out to me and I had to have it.
    The stories are quite dark, but not your usual blood and guts kind of horror. Most of the stories begin with ordinary sounding circumstances which lends them a taste of realism that you don't often get in today's horror. The fear builds slowly and subtly. I would be hard pressed to choose a favorite, as they were all quite good. I was definitely impressed with the title story which was saved for last. As well as "The Inn" where two friends sneak into a hotel room that has been host to a violent past. "Adela's House" was a chilling tale of a one armed girl and the night she and her friends would have been better off to avoid an abandoned house. "An Invocation of the Big Eared Runt" is an excellent tale of a happily married man who works the "murder tour" taking tourists along the paths of infamous murders. The more obsessed he becomes with a child murderer the less happy he is with his wife and new baby....
    "Spiderweb" by contrast had the main characters in an unhappy marriage. Juan Martin is a know it all who knows nothing, not even that his wife has had just about enough of his complaining and uselessness.
    A young woman who has suffered with depression has some horrific suspicions about what is going on in "The Neighbor's Courtyard."
    If you enjoy dark tales of the macabre and malevolent this is the book for you.
    I received a complimentary copy for review
  • Calificación: 4 de 5 estrellas
    4/5

    Mar 14, 2018

    Die argentinische Journalistin (Jg. 1973) veröffentlicht in ihrem international beachteten Erzählband 12 Geschichten: Eine Frau wohnt in einem ererbten Haus in Buenos Aires. Ein Armenviertel in dem überall der Tod lauert, Stromsperren und Drogenkriminalität sind an der Tagesordnung. Sie beobachtet einen Straßenjungen, kümmert sich um ihn und zerbricht fasst daran, als ein Kind tot geborgen wird.- In einem heruntergekommen Spukhaus dringen Kinder ein u. versuchen den bösen Geistern die Stirn zu bieten, doch der Tod lauert in diesem Höllenhaus. - Ein zerstrittenes Ehepaar reist nach Paraguay um dort auf dem Markt günstig einzukaufen. Aber die Zustände im Nachbarland sind deprimierend, Dreck, Armut und Kriminalität lauern an jeder Ecke. -Ein psychisch gestörtes Mädchen verstümmelt sich selbst und übt eine faszinierende Macht auf ihre Mitschülerinnen aus, eine andere junge Frau wurde von ihrem Mann verbrannt. Sie ist furchtbar entstellt und bettelt in der U-Bahn für ihren Lebensunterhalt. Verstörende Stories einer verlorenen Gesellschaft, die dem Leser einiges abverlangen. Für ausgebaute Bestände möglich.
  • Calificación: 5 de 5 estrellas
    5/5

    Jul 9, 2020

    Thrummingly strange dark stories. Some of them are straight-up horror in the classic molds; others barely have any supernatural twinges at all. But all of them, as translator-extraordinaire Megan McDowell's afterword notes, grapple with the darkness that shot through Argentina in the years after the end of the dictatorships. Some of these tales will remain seared into my mind for a long time, and I can't wait to read more Enríquez.
  • Calificación: 4 de 5 estrellas
    4/5

    May 25, 2020

    3.5?

    Not the best collection I've read in the last year, but there are several super strong stories here that almost carry the rest of them. Creepy, messed up, gory.
  • Calificación: 3 de 5 estrellas
    3/5

    Dec 22, 2022

    An interesting collection of short stories, many of which were dark. I was most fond of the final tale: one in which women burn themselves as a way to bring attention to their mistreatment. It's the kind of subversive idea I like, but that also possesses a kind of horror, which the author leans into.
  • Calificación: 5 de 5 estrellas
    5/5

    Sep 21, 2018

    Argentina has a beguiling reputation as a country. Visit and you might think you’re somewhere in Europe with its Instagram-worthy architecture and alluring cafe culture. But it also has a dark past, which isn’t so obvious on the surface. Memory is so short but in the seventies and early eighties, Argentina witnessed an incredible purge. People were abducted, tortured in killed in the thousands, political enemies of Pinochet’s military dictatorship. It’s this brutal past that you see in Things We Lost in the Fire, the short story collection by Mariana Enriquez.

    I’ve always wondered how you write against a background of such brutality. Enriquez takes an interesting approach, mixing that history with the supernatural, in a kind of harsh magical realism mode. Be warned, children are murdered in this as they were under the regime, but in the stories they are caught up in something supernatural.

    Things We Lost in the Fire is dark is a cathartic read. Lit nerds will see it written in a tradition of Latin American fiction, channeling Borges, Cortazar, and others. But it is couched in social and political themes that are sobering. They cast a light on historical violence, trauma, issues of inequality and injustice and live side by side with folklore. What is real, what isn’t? In an upside down world, there is no difference between the horror of real life and the horrors of the supernatural because it’s all heightened. Like a fever dream. A unique voice and fantastic read.

    A 1 persona le pareció útil

  • Calificación: 3 de 5 estrellas
    3/5

    Feb 4, 2018

    This was a quick read. Some stories were interesting, some were not.

    A 1 persona le pareció útil

  • Calificación: 5 de 5 estrellas
    5/5

    Oct 16, 2019

    Excellent writing.
  • Calificación: 4 de 5 estrellas
    4/5

    Oct 16, 2019

    The horror may just be what people do to themselves, what they do to others, what insanity does to them, or maybe there is really something horrific.
  • Calificación: 3 de 5 estrellas
    3/5

    Jun 11, 2019

    A collection of 12 short stories set in Argentina. From the description of the book, I was expecting horror stories. I guess these could be classified as such, but not in the traditional sense. Some of these stories have a paranormal element to them. Others rely on the horror of humanity acting badly. The stories were all fairly short and very readable. I thought all were interesting, but I was left with an overall feeling of disappointment. I wanted more from the book. I wanted to feel invested in the characters, and I wanted to feel scared. This did not happen.

    My favorite stories in the collection were Adela's House, Spiderweb and Things We Lost in the Fire.

    I received a free ARC from Penguin's First to Read program.
  • Calificación: 4 de 5 estrellas
    4/5

    Apr 17, 2019

    The first story in a collection has to set the tone for the rest. This book opens with one of the grimmest crimes imaginable - but, mercifully, it doesn’t get worse from there. Still, the sense of dread hangs over every scenario that follows. A great, weird, spooky set of stories that mixes ghosts and grisly gang murders with South American politics. Definitely worth a look.
  • Calificación: 5 de 5 estrellas
    5/5

    Jul 30, 2018

    Gothic with a frisson of Lovecraftian terror

    There is a slow burn in this book of a dozen short stories that simmers from reserved beginnings to more explicit terror by the end. Each of the stories still has its intimations of ghosts and lurking menace in them but these are not always in the forefront.

    I'm not going to go into spoilers here except to say that when you see wording and phrasing such as "YAINGNGAHYOGSOTHOTHHEELGEBFAITHRODOG" and "In his house, the dead man waits dreaming." in the story Under the Black Water, there is no way to ignore the hint of the Lovecraftian Cthulhu Mythos. Lovecraft's saying "ph'nglui mglw'nafh Cthulhu R'lyeh wgah'nagl fhtagn" (In his house at R'lyeh, dead Cthulhu waits dreaming) is a regular catchphrase in the mythos. Another Lovecraftian touch occurs in several stories where the final sentence packs the largest impact of horror even though it may seem innocuous if quoted out of context.

    This first English language book by Mariana Enriquez is an excellent collection of creepy stories that is well translated by Megan McDowell (also the translator of Samantha Schweblin's "Fever Dream") who provides historical context about Argentinean history and Argentinean gothic fiction in a translator's afterword note.

Vista previa del libro

Las cosas que perdimos en el fuego - Mariana Enriquez

Índice

PORTADA

EL CHICO SUCIO

LA HOSTERÍA

LOS AÑOS INTOXICADOS

LA CASA DE ADELA

PABLITO CLAVÓ UN CLAVITO: UNA EVOCACIÓN DEL PETISO OREJUDO

TELA DE ARAÑA

FIN DE CURSO

NADA DE CARNE SOBRE NOSOTRAS

EL PATIO DEL VECINO

BAJO EL AGUA NEGRA

VERDE ROJO ANARANJADO

LAS COSAS QUE PERDIMOS EN EL FUEGO

CRÉDITOS

I wish I were a girl again, half-savage and hardy, and free.

EMILY BRONTË, Wuthering Heights

I am in my own mind.

I am locked in the wrong house.

ANNE SEXTON,

«For the Year of the Insane»

EL CHICO SUCIO

Mi familia cree que estoy loca porque elegí vivir en la casa familiar de Constitución, la casa de mis abuelos paternos, una mole de piedra y puertas de hierro pintadas de verde sobre la calle Virreyes, con detalles art déco y antiguos mosaicos en el suelo, tan gastados que, si se me ocurriera encerar los pisos, podría inaugurar una pista de patinaje. Pero yo siempre estuve enamorada de esta casa y, de chica, cuando se la alquilaron a un buffet de abogados, recuerdo mi malhumor, cuánto extrañaba estas habitaciones de ventanas altas y el patio interno que parecía un jardín secreto, mi frustración porque, cuando pasaba por la puerta, ya no podía entrar libremente. No extrañaba tanto a mi abuelo, un hombre callado que apenas sonreía y nunca jugaba. Ni siquiera lloré cuando murió. Lloré mucho más cuando, después de su muerte, perdimos la casa, al menos por unos años.

Después de los abogados llegó un equipo de odontólogos y, finalmente, fue alquilada a una revista de viajes que cerró en menos de dos años. La casa era hermosa y cómoda y estaba en notables buenas condiciones teniendo en cuenta su antigüedad; pero ya nadie, o muy pocos, querían establecerse en el barrio. La revista de viajes lo hizo sólo porque el alquiler, para entonces, era muy barato. Pero ni eso los salvó de la rápida bancarrota y ciertamente no ayudó que robaran en las oficinas: se llevaron todas las computadoras, un horno a microondas, hasta una pesada fotocopiadora.

Constitución es el barrio de la estación de trenes que vienen del sur a la ciudad. Fue, en el siglo XIX, una zona donde vivía la aristocracia porteña, por eso existen estas casas, como la de mi familia –y hay muchas más mansiones convertidas en hoteles o asilos de ancianos o en derrumbe del otro lado de la estación, en Barracas–. En 1887 las familias aristocráticas huyeron hacia el norte de la ciudad escapando de la fiebre amarilla. Pocas volvieron, casi ninguna. Con los años, familias de comerciantes ricos, como la de mi abuelo, pudieron comprar las casas de piedra con gárgolas y llamadores de bronce. Pero el barrio quedó marcado por la huida, el abandono, la condición de indeseado.

Y está cada vez peor.

Pero si uno sabe moverse, si entiende las dinámicas, los horarios, no es peligroso. O es menos peligroso. Yo sé que los viernes por la noche, si me acerco a la plaza Garay, puedo quedar atrapada en alguna pelea entre varios contrincantes posibles: los mininarcos de la calle Ceballos que defienden su territorio de otros ocupantes y persiguen a sus perpetuos deudores; los adictos que, descerebrados, se ofenden por cualquier cosa y reaccionan atacando con botellas; las travestis borrachas y cansadas que también defienden su baldosa. Sé que, si vuelvo a mi casa caminando por la avenida, estoy más expuesta a un robo que si regreso por la calle Solís, y eso a pesar de que la avenida está muy iluminada y Solís es oscura porque tiene pocas lámparas y muchas están rotas: hay que conocer el barrio para aprender estas estrategias. Dos veces me robaron en la avenida, las dos, chicos que pasaron corriendo y me arrancaron el bolso y me tiraron al suelo. La primera vez hice la denuncia a la policía; la segunda vez ya sabía que era inútil, que la policía les tenía permitido robar en la avenida, con límite en el puente de la autopista –tres cuadras liberadas–, como intercambio de los favores que los adolescentes hacían para ellos. Hay algunas claves para poder moverse con tranquilidad en este barrio y yo las manejo perfectamente, aunque, claro, lo impredecible siempre puede suceder. Es cuestión de no tener miedo, de hacerse con algunos amigos imprescindibles, de saludar a los vecinos aunque sean delincuentes –especialmente si son delincuentes–, de caminar con la cabeza alta, prestando atención.

Me gusta el barrio. Nadie entiende por qué. Yo sí: me hace sentir precisa y audaz, despierta. No quedan muchos lugares como Constitución en la ciudad, que, salvo por las villas de la periferia, está más rica, más amable, intensa y enorme, pero fácil para vivir. Constitución no es fácil y es hermoso, con todos esos rincones que alguna vez fueron lujosos, como templos abandonados y vueltos a ocupar por infieles que ni siquiera saben que, entre estas paredes, alguna vez se escucharon alabanzas a viejos dioses.

También vive mucha gente en la calle. No tanta como en la plaza Congreso, a unos dos kilómetros de mi puerta; ahí hay un verdadero campamento, justo frente a los edificios legislativos, prolijamente ignorado pero al mismo tiempo tan visible que, cada noche, hay cuadrillas de voluntarios que le dan de comer a la gente, chequean la salud de los chicos, reparten frazadas en invierno y agua fresca en verano. En Constitución la gente de la calle está más abandonada, pocas veces llega ayuda. Frente a mi casa, en una esquina que alguna vez fue una despensa y ahora es un edificio tapiado para que nadie pueda ocuparlo, las puertas y ventanas bloqueadas con ladrillos, vive una mujer joven con su hijo. Está embarazada, de unos pocos meses, aunque nunca se sabe con las madres adictas del barrio, tan delgadas. El hijo debe tener unos cinco años, no va a la escuela y se pasa el día en el subterráneo, pidiendo dinero a cambio de estampitas de San Expedito. Lo sé porque una noche, cuando volvía a casa desde el centro, lo vi en el vagón. Tiene un método muy inquietante: después de ofrecerles la estampita a los pasajeros, los obliga a darle la mano, un apretón breve y mugriento. Los pasajeros contienen la pena y el asco: el chico está sucio y apesta, pero nunca vi a nadie lo suficientemente compasivo como para sacarlo del subte, llevárselo a su casa, darle un baño, llamar a asistentes sociales. La gente le da la mano y le compra la estampita. Él tiene el ceño siempre fruncido y, cuando habla, la voz cascada; suele estar resfriado y a veces fuma con otros chicos del subte o del barrio de Constitución.

Una noche, caminamos juntos desde la estación de subte hasta mi casa. No me habló pero nos acompañamos. Le pregunté algunas tonterías, su edad, su nombre; no me contestó. No era un chico dulce ni tierno. Cuando llegué a la puerta de mi casa, sin embargo, me saludó.

–Chau, vecina –me dijo.

–Chau, vecino –le contesté.

El chico sucio y su madre duermen sobre tres colchones tan gastados que, apilados, tienen el mismo alto que un somier común. La madre guarda la poca ropa en varias bolsas de basura negras y tiene una mochila llena de otras cosas que nunca alcanzo a distinguir. Ella no se mueve de la esquina y desde ahí pide plata con una voz lúgubre y monótona. La madre no me gusta. No sólo por su irresponsabilidad, porque fuma paco y la ceniza le quema la panza de embarazada o porque jamás la vi tratar con amabilidad a su hijo, el chico sucio. Hay algo más que no me gusta. Se lo decía a mi amiga Lala mientras ella me cortaba el pelo en su casa, el último lunes feriado. Lala es peluquera, pero hace rato que no trabaja en un salón: no le gustan los jefes, dice. Gana más dinero y tiene más tranquilidad en su departamento. Como peluquería, el departamento de Lala tiene algunos problemas. El agua caliente, por ejemplo, que llega de manera intermitente porque el calefón le funciona pésimo y a veces, cuando me está lavando el pelo después de la tintura, recibo un chorro de agua fría sobre la cabeza que me hace gritar. Ella pone los ojos en blanco y explica que todos los plomeros la engañan, le cobran de más, nunca vuelven. Le creo.

–Esa mujer es un monstruo, chiquita –grita mientras casi me quema el cuero cabelludo con su antiguo secador de pelo. También me hace doler cuando acomoda las mechas con sus dedos anchos. Hace años que Lala decidió ser mujer y brasileña, pero había nacido varón y uruguayo. Ahora es la mejor peluquera travesti del barrio y ya no se prostituye; fingir el acento portugués le resultaba muy útil para seducir hombres cuando era puta en la calle, pero ahora no tiene sentido. Igual, está tan acostumbrada que a veces habla por teléfono en portugués o, cuando se enoja, levanta los brazos hacia el techo y le reclama venganza o piedad a la Pomba Gira, su exú personal, para quien tiene un pequeño altar en el rincón de la sala donde corta el pelo, justo al lado de la computadora, que está encendida en chat perpetuo.

–A vos también te parece un monstruo, entonces.

–Me da escalofríos, mami. Está como maldecida, yo no sé.

–¿Por qué lo decís?

–Yo no digo nada. Pero acá en el barrio dicen que hace cualquier cosa por plata, que hasta va a reuniones de brujos.

–Ay, Lala, qué brujos. Acá no hay brujos, no te creas cualquier cosa.

Me dio un tirón de pelo que me pareció intencionado, pero pidió perdón. Fue intencionado.

–Qué sabrás vos de lo que pasa en serio por acá, mamita. Vos vivís acá, pero sos de otro mundo.

Tiene un poco de razón, aunque me molesta escucharlo así, me molesta que ella, tan sinceramente, me ubique en mi lugar, la mujer de clase media que cree ser desafiante porque decidió vivir en el barrio más peligroso de Buenos Aires. Suspiro.

–Tenés razón, Lala. Pero quiero decir, vive frente a mi casa y está siempre ahí, sobre los colchones. Ni se mueve.

–Vos trabajás muchas horas, no sabés qué hace. Tampoco la controlás a la noche. La gente en este barrio, mami, es muy... ¿cómo se dice? Ni te das cuenta y te atacaron.

–¿Sigilosa?

–Eso. Tenés un vocabulario que da envidia, ¿o no, Sarita? Es fina ella.

Sarita está esperando que Lala termine con mi pelo desde hace unos quince minutos, pero no le molesta esperar. Hojea las revistas. Sarita es una travesti joven, que se prostituye en la calle Solís, y es muy hermosa.

–Contale, Sarita, contale lo que me contaste a mí.

Pero Sarita frunce los labios como una diva de cine mudo y no tiene ganas de contarme nada. Mejor. No quiero escuchar las historias de terror del barrio, que son todas inverosímiles y creíbles al mismo tiempo y que no me dan miedo; al menos, de día. Por la noche, cuando trato de terminar trabajos atrasados y me quedo despierta y en silencio para poder concentrarme, a veces recuerdo las historias que se cuentan en voz baja. Y compruebo que la puerta de calle esté bien cerrada y también la del balcón. Y a veces me quedo mirando la calle, sobre todo la esquina donde duermen el chico sucio y su madre, totalmente quietos, como muertos sin nombre.

Una noche, después de cenar, sonó el timbre. Raro: casi nadie me visita a esa hora. Salvo Lala, alguna noche que se siente sola y nos quedamos juntas escuchando rancheras tristes y tomando whisky. Cuando miré por la ventana a ver quién era –nadie abre la puerta directamente en este barrio si suena el timbre cerca de la medianoche– vi que ahí estaba el chico sucio. Corrí a buscar las llaves y lo dejé pasar. Había llorado, se le notaba en los surcos claros que las lágrimas habían marcado en su cara mugrienta. Entró corriendo, pero se detuvo antes de llegar a la puerta del comedor, como si necesitara mi permiso. O como si tuviera miedo de seguir adelante.

–¿Qué te pasó? –le pregunté.

–Mi mamá no volvió –dijo.

Tenía la voz menos áspera pero no sonaba como un chico de cinco años.

–¿Te dejó solo?

Sí, con la cabeza.

–¿Tenés miedo?

–Tengo hambre –me contestó. Tenía miedo también, pero ya estaba lo suficientemente endurecido como para no reconocerlo frente a un extraño que, además, tenía casa, una casa linda y enorme, justo enfrente de su intemperie.

–Bueno –le dije–. Pasá.

Estaba descalzo. La última vez que lo había visto, llevaba puestas unas zapatillas bastante nuevas. ¿Se las habría quitado por el calor? ¿O alguien se las habría robado durante la noche? No quise preguntarle. Lo hice sentarse en una silla de la cocina y metí en el horno un poco de arroz con pollo. Para la espera, unté queso en un rico pan casero. Comió mirándome a los ojos, muy serio, con tranquilidad. Tenía hambre pero no estaba famélico.

–¿Adónde fue tu mamá?

Se encogió de hombros.

–¿Se va seguido?

Otra vez se encogió de hombros. Tuve ganas de sacudirlo y enseguida me avergoncé. Necesitaba que lo ayudase; no tenía por qué saciar mi curiosidad morbosa. Y, sin embargo, algo en su silencio me enojaba. Quería que fuera un chico amable y encantador, no este chico hosco y sucio que comía el arroz con pollo lentamente, saboreando cada bocado, y eructaba después de terminar su vaso de Coca-Cola que sí bebió con avidez, y pidió más. No tenía nada para servirle de postre, pero sabía que la heladería de la avenida iba a estar abierta, en verano atendía hasta después de la medianoche. Le pregunté si quería ir y me dijo que sí, con una sonrisa que le cambiaba la cara por completo; tenía los dientes chiquitos y uno, de abajo, se le estaba por caer. Me daba un poco de miedo salir tan tarde y encima hacia la avenida, pero la heladería solía ser territorio neutral, casi nunca había robos ahí, tampoco peleas.

No llevé cartera y guardé un poco de plata en el bolsillo del pantalón. En la calle, el chico sucio me dio la mano y no lo hizo con la indiferencia con que saludaba a los compradores de estampitas en el subte. Se aferró bien fuerte: a lo mejor todavía estaba asustado. Cruzamos la calle: el colchón sobre el que dormía con su madre seguía vacío. Tampoco estaba la mochila: o ella se la había llevado o alguien la había robado cuando la encontró ahí, sin su dueño.

Teníamos que caminar tres cuadras hasta la heladería y elegí la calle Ceballos, una calle extraña, que podía ser silenciosa y tranquila algunas noches. Las travestis menos esculturales, las más gorditas o las más viejas elegían esa calle para trabajar. Lamenté no tener zapatillas para calzar al chico sucio: en las veredas solía haber restos de vidrios, de botellas rotas, y no quería que se lastimara. Él caminaba descalzo con gran seguridad, estaba acostumbrado. Esa noche, las tres cuadras estaban casi vacías de travestis pero estaban llenas de altares. Recordé lo que se celebraba: era 8 de enero, el día del Gauchito Gil. Un santo popular de la provincia de Corrientes que se venera en todo el país y especialmente en los barrios pobres –aunque hay altares por toda la ciudad, incluso en los cementerios–. Antonio Gil, se cuenta, fue asesinado por desertor a fines del siglo XIX: lo mató un policía; lo colgó de un árbol y lo degolló. Pero, antes de morir, el gaucho desertor le dijo: «Si querés que tu hijo se cure, tenés que rezar por mí.» El policía lo hizo porque su hijo estaba muy enfermo. Y el chico se curó. Entonces, el policía bajó a Antonio Gil del árbol, le dio sepultura y, en el lugar donde se había desangrado, se fue levantando un santuario, que existe hasta hoy y que todos los

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