La cita: y otros cuentos de terror
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Damas, caballeros: pasen y lean".
Así presenta Care Santos, en el prólogo de esta edición, el volumen que reúne diez cuentos de terror de Doña Emilia. Efectivamente, además de ensayos, libros de viajes, lírica, traducciones, su epistolario y, por supuesto, su más que famosa obra Los pazos de Ulloa, la escritora gallega fue también autora de una larga lista de historias cortas de terror que, como no podía ser de otra forma en alguien con el origen de Emilia Pardo Bazán, recopilan buena parte del imaginario fantástico gallego.
Emilia Pardo Bazán
Emilia Pardo Bazán (A Coruña, 1851 - Madrid, 1921) dejó muestras de su talento en todos los géneros literarios. Entre su extensa producción destacan especialmente Los pazos de Ulloa, Insolación y La cuestión palpitante. Además, fue asidua colaboradora de distintos periódicos y revistas. Logró ser la primera mujer en presidir la sección literaria del Ateneo de Madrid y en obtener una cátedra de literaturas neolatinas en la Universidad Central de esta misma ciudad.
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La cita - Emilia Pardo Bazán
Emilia Pardo Bazán
La cita
y otros cuentos de terror
Ilustraciones de
Elena Ferrándiz
Selección y prólogo de
Care Santos
019imagenPrólogo
Un auténtico festín
de Care Santos
En mi libro de literatura de tercero de BUP aparecía un retrato de Emilia Pardo Bazán. Una señora gruesa, un poco bizca, adornada con puntillas y perlas, tocada con moños, cuyo cuello había desaparecido bajo una prominente papada. Allí decía que era condesa, pero a mí me recordaba más bien a una abuela con demasiado carácter. Una matrona severa. Era fácil imaginarla desocupada junto a un brasero, o refunfuñando en una reunión de sociedad. En el texto del tema —uno de los últimos del libro, al que nunca llegamos— se informaba de que era gallega, responsable de la introducción del naturalismo en España y su nombre y sus apellidos aparecían junto a una ristra de nombres por completo masculina. Se hacía constar que vivió entre 1851 y 1921 y se citaban dos de sus obras: La cuestión palpitante y Los pazos de Ulloa. De esta última se decía que era costumbrista, que estaba ambientada en Galicia y que era su mejor novela. Y eso era todo.
Nada me pareció entonces más interesante que el hecho de que fuera una mujer. Yo andaba entonces en busca de referentes literarios a los que aferrarme en mi condición de aprendiza de juntaletras y a pesar de que el retrato de doña Emilia daba un poco de susto, resolví investigar sobre ella. La busqué en la biblioteca que por aquel entonces se había convertido poco menos que en mi segunda casa. Solo recordar ahora aquella búsqueda ya me parece algo decimonónico. Cada libro estaba referenciado en una ficha de cartulina blanca. Las fichas se guardaban en una serie de estrechos cajoncitos de madera barnizada que ocupaban una de las paredes de la sala de lectura. En la parte frontal de cada cajón se indicaba el fragmento del alfabeto que contenían. Las letras más difíciles —pongamos, la X o la Y— se ventilaban en un par de cajones, pero había otras que ocupaban decenas de ellos, y entonces era necesario indicar la porción de cada letra que atesoraba cada compartimento, lo cual imprimía a las búsquedas el carácter misterioso de aquellas palabras imposibles. Pongamos por caso que encontrara a doña Emilia en el cajón «Pam-Pat». En su interior, las fichas más antiguas estaban escritas a mano y con pluma, en una letra con arabescos que me fascinaba. Las más modernas —estoy hablando de mediados de los años 80— habían sido mecanografiadas. Los ordenadores y las bases de datos eran aún inimaginables. Como hoy lo son todos aquellos cajones que tantas veces recorrí en busca de caprichos o tesoros y que a saber qué habrá sido de ellos.
El caso es que allí encontré —cómo no— a quien iba buscando. Los apellidos de la señora condesa, tan panzudos y proclives al arabesco, estaban escritos en una tinta que malveaba. Lo cual era el anuncio de ediciones vetustas, de papel áspero, casi siempre amarillento. Ediciones maltratadas por el tiempo y por el olvido. Gran parte de los libros que saqué de aquella biblioteca en aquellos años no habían tenido más lectora que yo en décadas, un dato que también era posible conocer gracias al registro que acompañaba cada ejemplar. Nunca logré comprender cómo era posible que lecturas tan estupendas no fueran más populares. La reivindicación de doña Emilia que hemos vivido en la última década no se le ocurría entonces a nadie.
El primer volumen de Pardo Bazán que llegó a mis manos era una colección de relatos, Cuentos trágicos. Lo elegí por el título, sin ninguna referencia ni recomendación, dejándome guiar por ese instinto ignorante que a menudo funciona mejor que nada. La tragedia me interesaba entonces. Mis años adolescentes eran sumamente trágicos, o así los percibía yo. La edición era la de editorial Renacimiento, en rústica, ajada, medio descompuesta. Acaso se trataba de la primera edición de 1913, no lo recuerdo ni entonces me fijaba en esas cosas. La misteriosa cubierta mostraba un esqueleto que se dispone a cruzar un umbral protegido por un cortinaje. Aficionada a lo sobrenatural como era —como soy— aquella ilustración era para mí una invitación, una confirmación de que lo que contenía aquel viejo volumen iba a interesarme. Lo empecé aquella misma noche. Lo devoré en menos de veinticuatro horas. Lo que más me costó fue relacionar aquella voz atrevida, irónica, vivaz y plenamente actual con la señora de los moños que bizqueaba en mi libro de texto. Descubrí entonces que los libros de literatura no hablan de literatura, algo que sigo creyendo y constatando de vez en cuando. Nunca más he dejado de leer a Emilia Pardo Bazán.
No sabía entonces que la autora gallega escribió a lo largo de su vida más de cuatrocientos cuentos. Que no hubo en su tiempo revista de prestigio, española o latinoamericana, donde no apareciera su obra. Que los asuntos de sus relatos son diversos y numerosos, como lo fueron también sus querencias, sus intereses, sus sapiencias. La labor de selección de unos pocos relatos entre tamaña producción termina convirtiéndose en una labor ardua, por lo que supone tener que descartar textos magníficos. Pasé muchos meses releyendo gozosamente la obra breve de la autora antes de decidir qué selección iba a conformar este libro. Podría haber elegido otras temáticas, otros estilos. Me encantan los cuentos de Pardo Bazán que discurren en el entorno doméstico, a menudo gallego. Disfruto cuando sitúa a sus protagonistas entre fogones, cocinando o devorando sabrosas recetas. Como doña Emilia, también yo soy aficionada a cocinar y a escribir de lo que cocinan otros y siento simpatía por los escritores que