Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Los mejores cuentos de Fiódor Dostoievski: Selección de cuentos
Los mejores cuentos de Fiódor Dostoievski: Selección de cuentos
Los mejores cuentos de Fiódor Dostoievski: Selección de cuentos
Libro electrónico187 páginas2 horas

Los mejores cuentos de Fiódor Dostoievski: Selección de cuentos

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Descubra los mejores relatos de Fiódor Dostoievski.

A Dostoievski se le puede considerar el mejor representante de la literatura existencialista. Su nombre se asocia instintivamente con su Rusia natal. Sus escritos denotan una fuerte implicación emocional, con una profunda descripción del alma humana y una representación aguda y sincera de la sociedad de su época, y muy en especial del hombre, por cuyo futuro sentía una gran preocupación.
Escribió una gran cantidad de relatos cortos, no por su brevedad menos geniales que sus famosas novelas, entre los que podemos destacar, por su exquisitez y la temática que tratan, los seleccionados en esta excelente recopilación: Un árbol de Navidad y una boda, El pequeño héroe, El sueño de un hombre ridículo, El ladrón honesto, Bobok, El niño con la manita, El campesino Maréi y Dos suicidios. En todos los relatos podemos apreciar la fina ironía y el humor que imprimió a sus creaciones.

Sumérjase en esta recopilación y déjese llevar por las historias.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento21 abr 2021
ISBN9788418765919
Los mejores cuentos de Fiódor Dostoievski: Selección de cuentos

Relacionado con Los mejores cuentos de Fiódor Dostoievski

Libros electrónicos relacionados

Clásicos para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Los mejores cuentos de Fiódor Dostoievski

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Los mejores cuentos de Fiódor Dostoievski - Fiódor Dostoievski

    INTRODUCCIÓN

    Fiódor Dostoievski está considerado uno de los más importantes precursores del existencialismo y con toda seguridad es el mejor representante de la literatura existencialista. La adoración que le profesan en su país está más allá de cualquier duda y su nombre se asocia instintivamente con su Rusia natal. Su mayor aportación a la narrativa es la de ubicar al narrador dentro de la obra y sus escritos denotan una fuerte implicación emocional, con una profunda descripción del alma humana y una representación aguda y sincera de la sociedad de su época, y muy en especial del hombre, por cuyo futuro sentía una gran preocupación. Sus obras, marcadas por una personalidad artística muy compleja, marcaron definitivamente la cultura contemporánea.

    Escribió una gran cantidad de relatos cortos, no por su brevedad menos geniales que sus famosas novelas, entre los que podemos destacar, por su exquisitez y la temática que tratan, los seleccionados en esta excelente recopilación: Un árbol de Navidad y una boda (1848), El pequeño héroe (1849), El sueño de un hombre ridículo (1877), El ladrón honesto (1848), Bobok (1873), El niño con la manita (1876), El campesino Maréi (1876) y Dos suicidios (1876) en los que podemos apreciar la fina ironía y el humor que imprimió a sus creaciones.

    Fiódor Mijáilovich Dostoievski nace el 11 de noviembre de 1821 en Moscú, de madre rusa y padre bielorruso, de Minsk. Sus ancestros paternos eran nobles polonizados de origen rutenio. Fue el segundo de siete hijos y se vio influido profundamente por su autoritario padre, un médico del hospital para pobres Mariinski, de Moscú, avaro, depresivo y alcohólico a la vez. A los once años sus padres compraron unas tierras en Tula, trasladándose allí toda la familia para llevar una vida de terratenientes.

    Su madre muere en 1837 de tuberculosis y a él le envían a una Escuela Militar de Ingenieros de San Petersburgo, donde ya desde joven comienza su interés por la literatura. Lee a Shakespeare, Victor Hugo, Pascal, Hoffmann…, y decide hacerse escritor, abandonando el oficio para el que había estudiado.

    Cuando tiene dieciocho años fallece también su padre, parece ser, obligado a beber vodka hasta ahogarse por aquellos a los que había maltratado. En 1846 escribe su primera obra, Pobres gentes, y luego publica El doble, que trataban la situación de los pobres y desheredados de su época. Su éxito le anima a escribir Noches blancas, La dueña y El señor Proknarchin.

    Es arrestado en 1849 por apoyar a Fourier, relacionarse con los ambientes socialistas y estudiar obras prohibidas por el zar. Todo su grupo de amigos fue descubierto y metido en prisión. Se les desterró a Siberia y fueron condenados a muerte. La pena de muerte le fue conmutada minutos antes de que se produjese la ejecución por fusilamiento, y fue condenado a cambio a cuatro años de cárcel y trabajos forzados en Omsk, Siberia, tras los cuales se le obligaba a reincorporarse al ejército como soldado raso. La epilepsia que sufre el autor se intensifica. Sirve en Kazajistán durante cinco años y se enamora de María Dmítrievna Isáyeva, que padecía también de tuberculosis y era la esposa de un amigo, con quien se casa en 1857, después de la muerte de su marido. En ese mismo año se beneficia de una amnistía del zar Alejandro II, y obtiene por fin el permiso para seguir publicando sus obras. Edita una serie de artículos denunciando las condiciones infrahumanas que tuvo que soportar esos años y funda junto a su hermano una revista mensual, Tiempo (Vremya), donde aparecen por entregas sus nuevas obras: Memorias de la Casa Muerta y Humillados y ofendidos.

    Se convierte en un cristiano convencido, en un pacifista y en un crítico feroz del nihilismo y del movimiento socialista, pues creía con firmeza que sus dirigentes no conocían bien al pueblo ruso y no eran capaces de trasladarles un sistema de ideas de origen europeo.

    Viaja por la Europa occidental durante 1862 y 1863 y tiene una relación con Apollinaria Prokofievna Súslova (Polina), —estudiante que lo abandona poco después—, y pierde grandes cantidades de dinero jugando a la ruleta. Esta es la experiencia que le inspiraría posteriormente para escribir su novela El Jugador. Le cierran la revista Tiempo durante su ausencia por la publicación de un artículo subversivo para el régimen. Vuelve a Moscú arruinado.

    Otra vez más, junto a su hermano Mijaíl, decide editar en 1864 una nueva revista, Época, donde empieza publicando la primera parte de Memorias del subsuelo. Pero la muerte de su primera esposa y la de su hermano, poco después, influyen negativamente en su estado de ánimo. Se hace cargo de la viuda, los cuatro hijos y las deudas de su hermano, lo que le sume en una profunda depresión, y le incita al juego, adquiriendo nuevas e importantes deudas. Huye al extranjero para escapar de sus deudas, pero no abandona el juego y pierde todos los ahorros que le quedaban en las mesas de juego. Se reencuentra con Polina y le pide matrimonio, pero ella no acepta.

    Vuelve a San Petersburgo en 1865 y escribe su obra maestra Crimen y castigo, que se va publicando en la revista El Mensajero Ruso, con un gran éxito. Pero sus deudas van aumentando y ello le obliga a firmar un peculiar contrato con el editor Stellovsky, con cláusulas que de no cumplir le harían perder los derechos sobre sus obras. Ello le motiva para entregarle según contrato su obra antes mencionada, El jugador.

    Se casa en 1867 con Anna Grigórievna Snítkina, una taquígrafa que había contratado para escribir El Jugador, y viajan por Europa. En Badem Badem vuelve a caer en el juego y luego se establece en Ginebra. Escribe su novela El Idiota y tiene a su primera hija, Sonia, que muere tres meses después, y vuelve a caer en depresión. Viajan durante un tiempo por diversas provincias de Italia y terminan por asentarse en Dresde en 1869, donde tienen a su segunda hija, Liubov.

    Su situación económica mejora y en 1870 publica El eterno marido, con algunos pasajes de carácter autobiográfico. En 1872 publica Los endemoniados, donde refleja sus inquietudes en el campo de la política.

    Con su mujer embarazada decide volver a San Petersburgo, donde nace su tercer hijo, Fiódor, y le reclaman antiguas deudas.

    De 1872 a 1875 residen en Stáraya Rusa, donde publica Los demonios, y se encarga de la dirección del semanario El ciudadano. Tiene un gran éxito y decide publicar la revista Diario de un escritor, donde escribe en solitario artículos políticos, críticas literarias e historias breves.

    Publica El adolescente, y sufre una crisis asmática, que trata en Berlín y Ems. Tiene un cuarto hijo, Alekséi, y vuelve a San Petersburgo En 1877 publica Diario de un escritor, que le supone un nuevo éxito de ventas.

    Dos nuevos contratiempos le acontecen: la muerte de su amigo, el poeta Nekrásov y la de su hijo Alekséi, por lo que deciden volver a Stáraya Rusa. Allí acuerda con El mensajero ruso la publicación de una nueva novela, Los hermanos Karamázov, que le llevó tres años de trabajo y se convirtió en un gran éxito, dando un enorme prestigio al autor, que se gana el respeto de sus antagonistas más destacados al considerarla una obra maestra de la literatura rusa. Para el autor fue su obra magna.

    El 9 de febrero de 1881 muere en su casa de San Petersburgo de una hemorragia pulmonar. Su funeral fue un acontecimiento popular, donde miles de seguidores, de las más diversas tendencias, acudieron a darle un último homenaje.

    Además de las obras ya citadas, publicó en 1863 Notas de invierno sobre impresiones de verano, una gran cantidad de relatos cortos, no por breves menos geniales que sus novelas, y multitud de artículos y ensayos políticos y sociales.

    «Ningún científico me ha aportado

    tanto como Dostoievski.»

    Albert Einstein

    El editor

    EL PEQUEÑO HÉROE

    (Malen’ki gueroi)

    Primera publicación:

    1849

    EL PEQUEÑO HÉROE

    1

    Tendría yo por aquel entonces algo menos de once años. En julio me permitieron pasar una temporada en una finca de los alrededores de Moscú con cierto pariente mío llamado T***, quien tenía reunidos en ella a unos cincuenta invitados, tal vez algunos más…, no lo recuerdo bien, nunca los conté. Era todo alboroto y júbilo. Se asemejaba aquello a un pasatiempo que había comenzado con el santo propósito de no terminar jamás. Parecía que nuestro anfitrión había prometido derrochar lo antes posible su enorme fortuna, y así, no hace mucho, en efecto, logró confirmar esa creencia, es decir, lo dilapidó todo, hasta su última moneda, hasta el último céntimo, hasta quedarse sin nada en absoluto.

    Cada día llegaban nuevos invitados. Moscú se hallaba a unos pasos escasos, a la vista, de manera que los que se marchaban dejaban el sitio a otros, y la algarabía continuaba su curso. Se sucedían las diversiones una tras otra y no se podía vaticinar cuándo terminaría aquel alboroto. En ocasiones era una excursión ecuestre por los alrededores, en grandes grupos; otras, un paseo por los pinares o un viaje en barca por el río; meriendas campestres, comidas al aire libre, cenas en la enorme terraza de la casa, adornada con tres filas de exquisitas flores que colmaban con su aroma el aire fresco de la noche, todo ello bajo una deslumbrante iluminación. Y con la ayuda de nuestras damas, casi todas bellas, y que parecían todavía más seductoras con el rostro animado por las emociones del día, con sus ojos centelleantes y el fugaz disparo de sus conversaciones cargadas de unas sonoras risas como el tañer de las campanas. Baile, música, canto. Si estaba nublado el cielo, se organizaban tableaux vivants, acertijos, adivinanzas; se simulaba teatro casero. Aparecían personas que hablaban sin pausa, que contaban historias, que apuntaban sutilezas. Algunos rostros se perfilaban en un primer plano, con nitidez.

    Por supuesto, la calumnia y la crítica estaban a la orden del día, pues sin ellas nuestro mundo deja de girar y millones de personas se morirían de total aburrimiento. Eso sí, yo a mis once años no me interesaba entonces por esa gente. Me sentía atraído por cosas muy diferentes, y si me daba cuenta de algo no era de todo, precisamente. Aún así, más tarde habría algún detalle que recordar. Tan solo el aspecto esplendoroso de aquel entremés se mostró con claridad ante mi infantil mirada: toda aquella animación, el brillo, el ruido…, nada visto ni oído por mí hasta ese momento, me causó tal impresión que me sentí muy aturdido los primeros días y la cabeza me daba vueltas. Pero era un niño, solo un niño; hablo de mis once años. Muchas de esas hermosísimas mujeres no pensaban aún, cuando me acariciaban, en ponerse al nivel de mi edad. Eso sí, yo me sentía dominado por una cierta sensación que a mí mismo me resultaba incomprensible, por extraño que resulte. Algo dentro de mi corazón susurraba ya, algo desconocido hasta entonces, un misterio que lo hacía arder y latir como aterrado y que me cubría a menudo el rostro de un bochorno inesperado.

    En muchas ocasiones me avergonzaba y hasta me zahería ante la variedad de mis infantiles privilegios. Otras sentía una especie de asombro que me obligaba a esconderme donde no me vieran para poder recobrar el aliento y recordar ciertas cosas. Como recordar qué habría sido aquello que había recordado perfectamente hasta ese momento, al parecer, y que había olvidado de repente, pero sin lo cual no podía acudir a ningún sitio y me era imposible existir. Terminé pensando que ocultaba algo a los ojos de los demás, pero no se lo hubiera confesado a nadie por ningún motivo, porque me daba una terrible vergüenza, a pesar de mi juventud. No tardé en sentirme solo en medio de aquel torbellino que me rodeaba. Allí había más niños, pero todos mucho menores o mucho mayores, y no me interesaban. Evidentemente, nada me hubiese ocurrido de no hallarme en una situación tan especial.

    Para aquellas hermosas damas yo todavía era una criatura pequeña y difusa, a la que unas veces les gustaba acariciar y otras podían jugar como si fuera un monigote. En particular una de ellas, una encantadora rubia de abundantes y generosos cabellos, como no los he vuelto a ver jamás y como seguramente no podré ver nunca en un futuro, parecía haberse propuesto no dejarme tranquilo. Me tenía turbado, y le divertía aquella risa que estallaba alrededor nuestro, aquella risa que constantemente provocaba con picardías sutiles y extravagantes hacia mi persona y que le causaban un enorme deleite. Sus compañeras de colegio la apodarían «la chistosa», sin duda. Era hermosa en grado sumo y con ese tipo de hermosura que saltaba de inmediato a la vista. Era evidente que en nada se parecía a las rubias pequeñas y retraídas, blancas como la cal y tiernas como blancos ratones, o como las hijas de los pastores protestantes. No era alta, pero sí rellena de carnes, con unas líneas faciales delicadas y agradables, encantadoramente marcadas.

    Algo tenía aquel rostro que resplandecía como un relámpago; es más, toda su figura centelleaba como el fuego: viva, efímera y ligera. De sus enormes ojos, siempre abiertos, parecía que saltaban chispas; centelleaban cual diamantes. Yo no cambiaría nunca unos ojos como esos, azules y centelleantes, por ojos negros, aunque sean aún más negros que los ojos oscuros de una andaluza. Sí, mi rubia tenía tanto valor como la célebre morena a quien un conocido y primoroso poeta cantó, jurando a todo el Reino de Castilla, en magníficos versos, que estaba decidido a romperse todos los huesos del cuerpo si se le permitía tocar con la punta de un dedo la mantilla de su agraciada. Debemos añadir además que su agraciada era la más jovial de todas las agraciadas de este mundo, la más estridente de todas las ingeniosas, tan traviesa como una muchacha, a pesar de que llevaba ya cinco años casada. La risa nunca abandonaba sus labios, frescos como la rosa mañanera que acaba de abrir con el primer rayo de sol su capullo encarnado y perfumado, en el que brillan todavía unas gotas de rocío

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1