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El tapicero de Wisconsin
El tapicero de Wisconsin
El tapicero de Wisconsin
Libro electrónico526 páginas9 horas

El tapicero de Wisconsin

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Información de este libro electrónico

Una chica aparece muerta, es la protagonista de una escenificación minuciosa y macabra. Es el primero de una serie de crímenes que traerá en jaque a los inspectores Carney y Johnson, y que los obligará a enfrentarse a la despiadada inteligencia de un asesino de identidad esquiva para ellos, pero que toma cuerpo desde el principio para el lector, haciéndolo testigo de sus razonamientos y sus motivos. Una novela negra moderna, dinámica, imprescindible.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 ago 2020
ISBN9788418261114
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    5/5
    Un excelente libro.
    Desde un principio atrapa al lector con los hechos y sucesos.
    Me encantó, lo recomiendo...

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El tapicero de Wisconsin - Jordi Rocandio

mejilla.

Primera parte

1. Residencia de Jason Carney. Madison

Llevaba más de treinta y seis horas sin dormir. La investigación en la que había estado trabajando hasta ese mismo día se había complicado por momentos.

El capitán Donald Huge lo había puesto al mando de uno de los casos más mediáticos de los últimos años. A él no le gustaban este tipo de asuntos donde se tenía que atender a la investigación y lidiar con los periodistas al mismo tiempo, pero comprendía que había momentos en que eso era inevitable.

Largas jornadas de trabajo se sucedieron una tras otra, descansando lo justo para poder resolver cuanto antes aquel drama.

Cuando semanas atrás llegó a aquella fatídica escena del crimen, empezó la odisea.

Lo que parecía un típico caso de asesinato se había convertido en una macrooperación contra las redes de proxenetismo de la ciudad, una de las mayores lacras de nuestra sociedad junto a los casos de los grandes narcotraficantes. La gente vivía sus vidas con tranquilidad, ignorando que a sus espaldas se combatía con todo lo que estaba en sus manos para hacer de este mundo algo que mereciera la pena.

La prostituta hallada en aquel oscuro callejón resultó no serlo, en absoluto. De hecho, era alguien muy especial. No llevaba documentación encima y su cadáver estaba irreconocible. La habían desfigurado y quemado de tal manera que solo se la pudo identificar por su ADN.

La víctima desconocida pasó a ser la alocada e inconsciente hija pequeña de la alcaldesa Nilah Ray, una joven chica adinerada que se desvió demasiado temprano, acabando en las fauces de esos degenerados.

Vivió sus últimos meses de fiesta en fiesta. Su jefe, uno de los hombres más buscados por varios departamentos policiales, la vendía al mejor postor a cambio de unos pocos dólares y las dosis diarias de heroína.

Una noche algo se torció y acabó muerta. La droga corría por sus venas en altas cantidades. Eso le provocó una parada cardíaca y la muerte. Conscientes de quién era, esos desgraciados intentaron disimular su identidad arrancándole la dentadura, desfigurándola y quemando su cuerpo. No lo consiguieron.

La alcaldesa mandó poner todos los recursos en la investigación. No se tardó en relacionar al mundo de la prostitución con el delito y eso los llevó a la detención de más de sesenta personas en los diferentes burdeles de Madison.

El caso pasaba a manos de la justicia. Su labor había acabado y se moría de ganas por meterse en la cama y dormir tres meses seguidos.

El inspector de Homicidios de la ciudad de Madison, Jason Carney, era un buen profesional.

Su vida giraba en torno a su trabajo; tanto, que ya estaba divorciado dos veces. Con su segunda mujer, Clare, había tenido tres hijos. Al principio todo fue bien, pero su inmadurez lo había llevado a desatenderlos de tal manera que el matrimonio se rompió. Los tres pequeños no disfrutaban mucho de su padre: tan solo se veían algunos fines de semana, en las grandes fiestas anuales y el día de sus cumpleaños.

Con su primera mujer ya no tenía contacto, se casó con otro y se fueron a vivir a la otra punta del país, pero con Clare era diferente. Los tres hijos que compartían hacían que su relación fuera más o menos estable. ¿Eran amigos? No estaba seguro. Lo único que sabía era que la respetaba profundamente. Cuidaba de los pequeños con ternura y plena dedicación, compaginando trabajo y el duro esfuerzo de llevar una vida familiar.

En un principio, había luchado por la custodia compartida en un intento de no parecer un cretino, pero se engañaba a sí mismo y lo sabía. El juez lo caló enseguida y le denegó la petición. Su trabajo era demasiado absorbente y a veces pasaba días, incluso semanas, sin entrar por la puerta de su modesto apartamento del centro.

No es que fuera mala persona. Tenía un carácter agradable, se desvivía por ayudar a los demás y siempre se podía contar con él. Lo malo era que pensaba en todos menos en los miembros de su familia.

Al menos hasta ahora. Ver lo que le había sucedido a esa pobre chica despertó algo en su interior que había tenido dormido durante años. Solo pensar que algo así le pudiera pasar a uno de sus hijos lo desgarraba por dentro. Se prometió que a partir de ese momento llamaría y vería más a sus pequeños. Debía protegerlos de todo aquello y la única manera de hacerlo era con unos buenos valores y atendiendo a sus necesidades. Algo en él había cambiado y empezó a sentirse muy mal por cómo había actuado con su familia.

Con esos pensamientos llegó a su humilde piso de divorciado. Mientras subía en el ascensor se fijó en su reflejo y no le gustó nada lo que vio. El cansancio había hecho mella en su rostro. A sus treinta y nueve años, esas abultadas ojeras y esas horribles arrugas no deberían estar ahí. Las mujeres todavía se sentían atraídas por él, sus ojos azules lo ayudaban y lo sabía. Le daba bastante importancia a dar una buena imagen. Consideraba que un hombre hecho y derecho debía cuidar de su físico, un poco al menos. Se puso de lado y vio una pequeña barriga que sobresalía más que sus pectorales. Tanta comida basura no era buena. A partir del día siguiente, haría algo de dieta y volvería con su rutina de ejercicios. Si el trabajo se lo permitía, claro.

Entró en su apartamento, se desvistió, se dio una relajante ducha y se metió en la cama. El servicio de limpieza funcionaba de maravilla. Otra cosa no, pero limpio y ordenado lo era un rato. Si él no lo podía hacer, no dudaba en gastar una buena cantidad de dinero en contratar a alguien que cuidara su hogar.

Le costó conciliar el sueño. Los acontecimientos de esa tarde y las descargas de adrenalina lo habían cansado, pero la imagen de esa chica maltratada, drogada y sometida de esa manera lo estuvo importunando toda la noche.

Seis horas después, el sonido de llamada de su teléfono lo despertó. No se lo podía creer, era el número de la Comisaría Central. Su jornada empezaba temprano.

—Inspector Carney al habla. Entiendo. Por supuesto. Voy para allá.

Le costó horrores salir de la cama. Parecía que un camión le había pasado por encima. Se arrastró hasta la nevera y se sirvió un buen vaso de zumo de naranja. Se sintió mejor de inmediato. Se estiró en el suelo e hizo cincuenta flexiones seguidas. Había que luchar contra esa barriga que se le estaba formando.

A continuación, caminó hasta la habitación que hacía las veces de vestidor, eligió un caro traje gris azulado, una camisa blanca, corbata a juego y unos zapatos negros impolutos. Se miró en el espejo, se dio por satisfecho y salió hacia su nuevo destino.

Alguien había desaparecido hacía unos días y le tocaba investigar lo sucedido.

Por la información que le habían pasado, era un antiguo conocido de los bares de la zona. Se le pasaron por la cabeza varias opciones: podría estar durmiendo la borrachera en algún burdel, algo bastante probable; podría haberse fugado con la del burdel, este hecho le provocó una sonrisa, o se lo habían cargado, lo que supondría un verdadero fastidio, esperaba que no fuera este el caso.

Bajó en el ascensor hasta el aparcamiento del edificio. A esas horas de la mañana no se cruzó con nadie, todos estarían bien calientes bajo las sábanas. Salió del ascensor y se dirigió a su plaza. Allí encontró su tesoro más preciado, el coche que había estado cuidando toda la vida y que ahora lo acompañaría en otro caso más.

Se puso al volante, suspiró y arrancó el motor. Salió a la calle y la luz del sol le dio en los ojos de pleno. Abrió la guantera y se puso las gafas de sol con cristales polarizados. Eran una auténtica maravilla.

Esquivó a un vagabundo que cruzaba la calle en el último segundo.

—¡Maldito sol, casi la lío! —dijo mientras miraba hacia atrás para ver si ese pobre hombre estaba bien. El hombre lo estaba increpando.

A los pocos minutos pasó por delante de la Comisaría Central de la Policía de Madison, pero pasó de largo. De momento ese no era su destino.

El caso que le habían asignado no le apetecía en absoluto. De los borrachos se deberían encargar los policías de a pie. Sin embargo, al haber desaparecido de manera tan misteriosa no le quedaba otra opción que investigarlo. Si encontraban un cadáver, no habría tenido ni doce horas de descanso.

Apartó los pensamientos negativos, tenía que ser optimista.

Esperaba poder estar en casa para la hora de cenar.

2. Cabaña de Thomas Black. Madison

Casi había acabado de desollar por completo a su víctima y estaba más que satisfecho. Ahora debería esperar unos días a que el proceso de curtido acabase. Tapizar el antiguo sillón de su madre con piel humana le iba a requerir más tiempo y dedicación de lo que se había imaginado. No obstante, aquel vagabundo había cumplido bien con su labor y se lo agradecía de corazón.

Su afición le venía de lejos. Todavía recordaba con nostalgia aquellos primeros trabajos que realizaba con pieles de pequeños roedores cuando tan solo era un niño. Todo era mucho más sencillo en aquellos lejanos tiempos, puesto que su mayor preocupación era conseguir unos buenos acabados y merendar cuando tocaba. Así lograba evitar las palizas de su padre, un padre severo que no dudaba en sacar el cinturón ante cualquier infracción que cometiera en casa.

Su madre lo quería mucho y lo protegía de aquel horrible hombre que no solo le pegaba a él, sino que, cuando llegaba borracho a casa, se ocupaba de su madre sin ninguna compasión.

Poco a poco, ese niño asustadizo fue creciendo. Evitaba todo lo posible estar en casa para no cruzarse con su padre. Ocupaba la mayor parte del tiempo en el bosque, cazando animales para sus trabajos de artesanía. Se le daba bastante bien. Era capaz de tapizar cualquier superficie que se propusiera, preparando la piel con esmero para que el resultado fuera notable.

Se había construido una cabaña en mitad del bosque, suficientemente apartada para que nadie le molestara ni descubrieran su macabra afición. Él sabía que aquello no estaba bien. No conocía a ningún niño del colegio que se entretuviese de esa manera, pero tampoco estaba bien que su padre los maltratase y lo hacía a diario.

No sentía ningún remordimiento ni pensaba en el sufrimiento de los animales. Iban a morir de todos modos, que más daba la manera.

Los años fueron pasando y el carácter dulce de su madre fue desapareciendo. Las palizas cada vez eran más frecuentes. Aquel hombre a quien llamaba padre no tenía corazón y algún día se lo haría pagar. Solo necesitaba crecer un poco más. Cuando tuviera la fuerza suficiente, lo mataría sin dudarlo.

En el colegio primero y en el instituto después se comportó bien, sin llamar la atención. Estudiaba con esmero para contentar a su madre y hacerla un poquito más feliz. Su gran inteligencia le ayudaba a sacar muy buenos resultados.

Le gustaba mucho todo lo relacionado con la anatomía y fisiología humanas. Esos conocimientos los podía aplicar a su afición favorita, que solo practicaba en su lejana cabaña del bosque. Por aquel entonces, había pasado a trabajar con gatos y perros, tenían más piel y podía tapizar superficies más amplias.

La cabaña del bosque fue creciendo gradualmente. Los trabajos artesanales se le daban bien, por lo que no le fue difícil edificar una estructura sólida en la que esconder sus creaciones. Constaba de dos habitaciones y un jardín trasero protegido por una rudimentaria valla. En la habitación del fondo podía almacenar las pieles y otros restos que utilizaba para sus creaciones. Le llevó muchísimas horas de trabajo, pero mereció la pena.

Gracias a los buenos resultados escolares obtuvo una beca para estudiar medicina en la Universidad de Madison. Su madre estaba entusiasmada con el desarrollo tan positivo que había hecho su pequeño. Nadie en su familia había ido a la universidad y aquello fue motivo de orgullo para todos. Bueno, para casi todos, ya que su padre lo consideraba una pérdida de tiempo. Siempre le decía que tenía que ponerse a trabajar para colaborar en casa. En muchas ocasiones intentó quedarse con el dinero de las becas que su hijo conseguía. En su ignorancia, no sabía que ese dinero pagaba las matrículas de los cursos sin que el efectivo saliera del banco, cosa que provocaba su enfado y las palizas posteriores.

Al chico se le estaba acabando la paciencia. Aquel hombre que decían que era su padre no era más que un desecho de la sociedad. Lo más curioso era que en su trabajo no se comportaba igual, sus compañeros lo consideraban una buena persona y todos disfrutaban de su compañía cuando iban a tomar unas cervezas después de trabajar. Estaba claro que llevaba una doble vida.

Cuando cursaba segundo curso de Medicina visitó a sus padres en el puente de Acción de Gracias. La actitud de su progenitor hacia él había mejorado, las palizas que le daba cuando era pequeño se habían reducido debido a su desarrollo físico, pero su madre las seguía recibiendo de cuando en cuando. Era un cobarde que solo pegaba a niños y mujeres.

Una tarde que volvía de la cabaña del bosque, donde pudo dedicar algunos momentos a su afición, se encontró a su madre inconsciente en el suelo de la cocina. Su padre le había dado otra paliza y casi la había matado. Él la curó y la llevó a su habitación, como siempre hacía. Su madre recuperó la consciencia y le agradeció sus cuidados. La tapó y le dijo que descansara, que todo iba a salir bien. Aquello había llegado demasiado lejos.

No podía volver a dejar a su madre sola con aquel desgraciado. Si no hacía algo para remediarlo, no podría volver a la universidad para seguir con sus estudios.

En su mente empezó a fraguar una idea. A los pocos minutos, después de sopesar varias opciones, se puso manos a la obra.

Tenía que ser precavido. Lo que tenía en mente precisaba de un poco de organización. Desde que se extendió la tecnología de los teléfonos móviles, fue consciente de que cada vez que iba a su cabaña debía dejar su teléfono en casa. Nadie debía saber de su lugar secreto y los móviles podían ser localizados con facilidad. Era como seguir migas de pan, se podía saber en cualquier momento dónde habías estado. Por lo tanto, cuando llegara su padre debía sustraer su teléfono y dejarlo en casa como fuera, ya que, de lo contrario, no podría hacer lo que tenía planeado.

Al cabo de unas horas oyó el coche familiar. Salió de la casa para saludar a su padre y lo invitó a dar un paseo por el bosque, le quería enseñar una cosa y tenía que acompañarle. Cuando se acercó a él, simuló que le daba un abrazo y le quitó el teléfono del bolsillo de su chaqueta. Lo arrojó al suelo, detrás del coche. Más tarde lo recogería.

Pasearon durante unos treinta minutos hablando de esto y de aquello cuando, de repente, la cabaña apareció ante ellos. Su padre le preguntó qué era todo aquello. Nunca había ido por aquella zona y no sabía que hubiese una edificación. El chico le explicó que la había construido él mismo durante años para jugar y que hacía tiempo que se la quería enseñar. Su padre lo miró extrañado, pero se encogió de hombros y lo siguió dentro de la cabaña.

Entraron por la pequeña puerta y lo hizo sentar en un extraño banco. Entonces le explicó que había encontrado a su madre en la cocina, inconsciente debido a los golpes que había sufrido, y que aquello acabaría allí mismo, en ese momento.

Su padre se levantó para golpearle, pero él era más fuerte y rápido. Sacó un bisturí del bolsillo y empezó a cortarle los tendones de brazos y piernas. El hombre cayó al suelo pidiendo clemencia, pero de nada le sirvió. Su hijo lo inmovilizó con una cuerda y lo tumbó en aquel extraño banco. A continuación, le explicó que lo había fabricado con huesos y tapizado con la piel de un perro. Había pensado que en ese momento necesitaba una restauración y él le iba a proporcionar la materia prima para tal proceso. Su padre gritó desesperado por su vida, pero nadie podía oírlo. Estaban tan lejos de todo que no le serviría de nada que pidiera ayuda. Tampoco podía mover sus extremidades: los cortes que su hijo le había practicado lo inutilizaron por completo. El chico le introdujo un trapo en la boca y se dispuso a trabajar.

Empezó a despellejarlo vivo. Poco a poco, sin prisas. Le hizo saber que iba a sufrir por los muchos años de palizas y agresiones que les había regalado. Su padre gemía y lo miraba con horror, pero al chico poco le importó.

Los dos años en la facultad le habían proporcionado los conocimientos suficientes para llevar a cabo su tortura. Cuando le hubo arrancado la piel de los brazos, su padre perdió el conocimiento. No dudó en despertarlo de nuevo. Aquel maldito hombre no se iba a librar tan fácilmente.

Después de tres horas trabajando, el cuerpo de su padre era un amasijo irreconocible de piel y sangre. Notaba cómo respiraba, poco a poco la vida se le escapaba. Le quitó el trapo de la boca y le cortó la lengua para que no pudiera decir nada. No tardó en morir. Ese hombre se llevó lo que se merecía.

Apartó la piel de su padre para curtirla como se merecía. La lavó bien, la estiró en el suelo y la cubrió de sal. En un par de días volvería para acabar el proceso de curtido y tapizar el banco de trabajo.

A continuación, envolvió el cuerpo de su padre con una gran lona y se lo llevó a la parte de atrás de su pequeña propiedad. Allí, durante años, había enterrado a los animales que había usado para sus obras. Ahora su padre los acompañaría para siempre. Se quitó la ropa sucia de sangre, la metió en una caja y también la enterró. No podía presentarse así en su casa. Se aseó en los bidones de agua que tenía repartidos por la cabaña y se puso un chándal viejo que guardaba para cuando llovía y necesitaba cambiarse.

Volvió a casa para acabar de organizar la desaparición de su padre. Recogió el móvil del suelo y lo introdujo en la residencia, al lado del suyo. Luego, borró las huellas que se dirigían hacia el bosque para que nadie sintiese la curiosidad de explorar aquella zona.

Finalmente, miró el coche de su padre, se subió y abandonó la propiedad.

Lo aparcó delante del bar en el que solía ir a beber. Sabía que la policía investigaría lo sucedido, pero no tardarían en dejar el caso. Ese hombre había desaparecido sin dejar rastro y las pistas no llevarían a ninguna parte.

Nunca le diría nada a su madre. Era mejor así. Ahora le tocaba vivir tranquila su vejez, sin nadie que le hiciera daño.

Aquella tarde había causado por primera vez la muerte de un ser humano. Y le gustó.

3. Aparcamiento del bar de Mike. Madison

El inspector Jason Carney llegó en su Dodge Charger del 69 de color negro. Le encantaba ese coche. Había estado desde siempre en la familia. Su padre lo cuidaba como si de un bebé se tratara. Siempre que podía le echaba una mano, empezando así una relación que duraba hasta ese momento. Cuando su progenitor pasó a mejor vida lo heredó y le hizo las modificaciones que esa maravilla se merecía. El resultado no podía ser mejor, potencia y elegancia por igual. Sus compañeros de la comisaría siempre se lo pedían para dar una vuelta, pero él se negaba. Era una de las pocas cosas que no compartía con nadie. Tenía un gran valor sentimental y no quería que nadie lo tratara con malas maneras.

Sin embargo, por primera vez sintió la necesidad de compartir esa reliquia con sus hijos. Ese mismo fin de semana les pediría que le ayudaran a limpiarlo. Ya era hora de que lo disfrutasen y crearan ese vínculo con él. Al fin y al cabo, esa joya pasaría a uno de ellos. Al menos, eso deseaba.

Bajó del vehículo y se dirigió hacia Jimmy Johnson, un joven policía de treinta años, de aspecto imponente, rubio y con unos ojos azules que hacía que tanto hombres como mujeres se fijaran continuamente en él.

Se conocían desde hacía muchos años, era un buen amigo y mejor policía. En varias ocasiones había intentado ascender a inspector, pero no lo había conseguido. Siempre había alguien que le pasaba por encima por pocas décimas en las calificaciones y se quedaba fuera. Él lo seguía intentando y Jason le animaba a ello. Siempre le decía que en un futuro serían compañeros y que si lo lograba hasta le dejaría conducir el Charger.

Jason confiaba en él y siempre le ayudaba, de forma extraoficial, en los casos más difíciles. Hacía unas labores de investigación impresionantes. Si algún día llegaba a inspector, sería muy bueno.

—Buenos días, Jimmy. ¿No podrías haber esperado un par de horas más para llamarme? Siempre me despiertas en el peor momento.

—Buenos días. No es culpa mía. Quéjate al capitán, no a mí, que llevo ya media hora aquí de pie.

—Y seguro que ya sabes lo qué ha pasado aquí.

—No tenemos nada, solo este coche. Lleva aparcado aquí un par de días. Mike, el dueño del bar, dice que no es normal, que el coche pertenece a Peter Black y que siempre se lo lleva, por muy borracho que vaya.

—Dices que lleva aparcado un par de días. ¿No se extrañó al verlo aquí cuando cerró el bar?

—Ya se lo he preguntado. Dice que la última tarde que Peter estuvo aquí vio cómo se alejaba con el coche. Lo extraño fue verlo a la mañana siguiente, aparcado un poco más allá de donde solía dejarlo. Ya sabes que la gente que frecuenta estos pequeños bares tiene sus propios rituales y normas. Cada uno tiene su plaza y no se la pisan unos a otros.

—¿No lo han vuelto a ver desde entonces?

—Correcto. El coche no se ha movido de ahí en más de cuarenta y ocho horas. Mike teme que le haya pasado algo.

—¿Sabemos si Peter Black tenía familia?

—Sí. Tiene una esposa y un hijo. Ella no trabaja, de eso se encarga su marido. Es empleado de la ferretería Peterson. El chico está en la universidad. Se ve que es bastante listo.

—Está bien, Jimmy. Buen trabajo. Tenemos que hablar con la mujer y saber por qué no ha denunciado la desaparición de su marido. También hay que hablar con el dueño de la ferretería. Quiero saber si ha ido a trabajar o si le ha comentado algo fuera de lo habitual a alguien.

—¿Quieres que te ayude en algo?

—Ya sabes que cuento contigo para todo. Le pediré al capitán Huge que me ayudes un par de días con este asunto. No creo que se niegue si con eso me pierde de vista unas horas.

—Estos días no hay mucho movimiento, así que tal vez me deje ayudarte.

—Perfecto. Llevaos el coche a la Central y que busquen huellas, a ver si encontramos alguna que no sea de la familia.

—Hecho. ¿Quieres interrogar tú a todos o me dejas a alguien?

—Voy a llamar al capitán y te digo algo. Si acabas siendo mi ayudante nos repartiremos los interrogatorios. Yo iré a ver a su mujer y tú a la ferretería. Espera aquí un segundo.

Jason Carney sacó su móvil e hizo la llamada que menos le apetecía hacer. Hablar con su jefe siempre le traía problemas.

—¿Capitán? Aquí Carney.

—¿Qué coño quieres, Jason?

—Estoy investigando la desaparición de Peter Black, el del coche del bar.

—Ya lo sé. Te he enviado yo, ¿recuerdas?

—Claro, señor. La cuestión es que necesito ayuda con los interrogatorios. Me gustaría que me asignara a Jimmy. Un par de días como mucho.

—¿Necesitas una niñera, Jason? ¿No te han tratado bien en la alcaldía?

—No es eso, capitán. Me iría bien una ayuda, hay varios frentes abiertos; así podremos cerrar este tema cuanto antes, nada más.

—¡Está bien, está bien! Te doy cuarenta y ocho horas. A ver qué sacáis de esto. Trátame bien al chico.

—Gracias, señor. Eso es todo.

El inspector volvió junto a Jimmy pensando cómo su capitán podía ser tan gilipollas. No es que fuera un mal profesional, simplemente no sabía tratar a sus subordinados.

—Eres mío un par de días. No perdamos el tiempo. Cuando hayas dejado el coche a los del laboratorio ve a la ferretería. Me voy a casa de los Black. Después hablamos.

—¡Genial! Me pongo a ello.

Jason se despidió de Jimmy y subió al coche pensando que ahí pasaba algo raro. La mujer debería haber alertado a las autoridades. Necesitaba hablar con ella de inmediato.

Residencia de los señores Black. Afueras de Madison

Condujo hacia el extrarradio de Madison, donde tenía la casa la familia Black. El entorno era muy bonito. Una espesa zona boscosa de cientos de hectáreas de extensión rodeaba las pocas casas que por allí había.

Se desvió de la carretera a los pocos kilómetros y enfiló un camino de tierra en bastante mal estado que llevaba directo a la fachada principal.

La casa no tenía muy buen aspecto. Se notaba la falta de mantenimiento. Le pareció raro, ya que el marido trabajaba en una ferretería y tenía acceso a los materiales necesarios para cuidar aquella hermosa propiedad como se merecía. Bajó del coche y caminó hacia la entrada. Subió unos cuantos escalones e hizo sonar el timbre de la puerta. Pasaron unos cuantos segundos, volvió a llamar. No parecía haber nadie. Cuando estaba a punto de darse la vuelta para mirar por los alrededores de la casa, la puerta se abrió. Un joven de unos diecinueve o veinte años apareció de repente. Era alto y moreno, de complexión media y mirada triste.

—Buenos días, ¿qué desea?

—Buenos días. Mi nombre es Jason Carney. Inspector de la Policía de Madison.

—¿Qué sucede? ¿Se ha perdido? No suele venir nadie por aquí.

—Me temo que no soy yo el que se ha perdido. Estoy investigando el paradero del señor Black. Tengo entendido que esta es su casa.

—Está usted en lo cierto. Es mi padre. Mi nombre es Thomas Black.

—Un placer. Pensaba que estaba usted en la universidad.

—Y lo estoy, he venido a pasar unos días con mi familia por el puente de Acción de Gracias. ¿Me ha dicho que están buscando a mi padre?

—Su coche lleva varios días aparcado en el bar que suele frecuentar. Nadie ha ido a buscarlo. Hace varios días que nadie conoce el paradero de su padre.

—Es una práctica habitual en él. Desaparece tres o cuatro días y vuelve a aparecer. Lleva años haciendo lo mismo. Lo raro es que hayan encontrado su coche. Normalmente se lo lleva allí a donde va. Mi madre y yo pensamos que tiene una aventura u otra familia, vaya a saber. La verdad es que nos da igual. Estamos mejor sin él.

—Entiendo que no se llevan muy bien. ¿Puedo hablar con su madre?

—Por supuesto, pase.

Thomas acompañó al inspector a la planta superior. Al entrar en la habitación de la madre vio a una mujer estirada en la cama con toda la cara amoratada.

—¿Comprende ahora por qué estamos mejor sin él?

Jason lo miró a los ojos y pudo ver en esa mirada una fuerza y un rencor que solo había conocido en familias que habían sufrido malos tratos durante muchos años.

—Mamá, te presento al inspector Carney —dijo Thomas—. Está investigando la desaparición de papá. Su coche está en el bar de Mike desde hace dos días y nadie le ha visto desde entonces.

—Un placer, señor Carney —dijo la señora Black casi sin fuerzas.

—Señora Black. ¿Cómo se encuentra? ¿Por qué no lo ha denunciado? Hay planes de ayuda para las mujeres que sufren maltratos.

—Usted no lo conoce, inspector. No dudaría en matarnos si le denunciara. Prefiero aguantar si con ello protejo a mi hijo contra esa bestia.

—No se preocupen más. Si encontramos a su marido lo detendremos de inmediato. No le volverá a hacer daño.

—Espero que esté en lo cierto, inspector. Hace ya dos días que no ha aparecido por aquí, así que estará al caer. Mañana o pasado mañana aparecerá —supuso Thomas.

—Y ¿no le dicen nada en su trabajo?, ¿no lo despiden?

—Hemos dicho que no para por casa, que nosotros sepamos sigue yendo a trabajar. Con algo tiene que pagarse las cervezas.

—Entiendo. ¿Cómo sucedió esta última agresión?

—Como todas, inspector —empezó a decir la señora Black—. Llega a casa borracho y me pega. No busque más. Así sucede cada vez. No sé el porqué. Disfruta con ello.

—Esta vez casi la mata. Yo venía de dar una vuelta por ahí. Al llegar a casa por la tarde me la encontré tirada en el suelo de la cocina, sangrando e inconsciente. Enseguida la llevé a la habitación, le curé las heridas y he estado con ella, cuidándola, sin separarme ni un segundo por si volvía. Pero no ha vuelto a aparecer —explicó Thomas.

—Deberías haber llamado a la policía hace mucho tiempo, Thomas.

—Tal vez tenga usted razón, pero no es agradable que la gente sepa lo que sucede dentro de una familia.

—Os enviaré a un equipo médico para que le hagan un reconocimiento y seguiré buscando a tu padre. No te separes de ella. Has hecho bien cuidándola.

—Gracias, señor.

—Señora Black, descanse tranquila. Nadie más le volverá a hacer daño.

—Gracias, señor Carney. Se lo agradezco.

—En unos días tengo que volver a la universidad. Me gustaría que la vigilaran en mi ausencia, por si volviera —dijo Thomas.

—En Asuntos Sociales sabrán de la situación de tu madre. Yo me encargo. Haré que le envíen a alguien para que la cuiden. Tú debes seguir estudiando.

—Se lo agradecemos de corazón.

—Para eso estamos. Buenos días.

Jason salió de esa casa con una sensación de tristeza terrible. ¿Cómo podía alguien hacer algo así a su familia durante tanto tiempo? Al entrar en el coche sacó su móvil y llamó a Clare. Necesitaba hablar con sus pequeños de inmediato.

Tendrían un buen recuerdo de su padre y debía empezar ya mismo si no quería perderlos para siempre.

4. Ferretería Peterson. Madison

El ayudante del inspector Carney, Jimmy Johnson, se dirigió a la ferretería Peterson. Esta no se encontraba muy alejada del bar de Mike, tan solo a un par de manzanas, por lo que era muy probable que el desaparecido fuera caminando del trabajo al bar y viceversa. Debían averiguar si el señor Black había estado yendo a trabajar esos días o, si por el contrario, también se había ausentado.

Cuando llegó a la tienda se dio cuenta de que era más que una simple ferretería de barrio. Se trataba de un gran establecimiento, de esos en los que puedes encontrar todo tipo de herramientas y materiales para la construcción y decoración. Debía de haber bastante personal. Estaría un buen rato allí dentro.

Entró y se dirigió a uno de los empleados, fácilmente reconocibles por las camisetas rojas con el logo de la tienda que llevaban puestas. Preguntó por el dueño y el amable chico lo acompañó hasta una oficina. Allí, sentado detrás de un ordenador, se encontraba el señor Peterson, concentrado en los números que le mostraba una hoja de Excel.

—Buenos días, señor Peterson. Jimmy Johnson, Policía de Madison. Me gustaría que me concediera unos minutos para hablar del señor Black. Tengo entendido que es uno de sus empleados.

El señor Peterson levantó la mirada de la pantalla y observó al agente uniformado que había en su puerta. Lo invitó amablemente a que tomara asiento.

—¿Ha ocurrido algo, agente? Peter lleva varios días sin venir a trabajar.

—De eso quería hablar con usted.

—No me llame de usted, se lo ruego, me hace parecer mayor, llámame John.

—De acuerdo, John. Dices que lleva varios días sin venir a trabajar. ¿Comentó si se iba de viaje o si tenía algún plan organizado?

—No, nada. De hecho, es muy raro que no haya aparecido. En los años que lleva trabajando para mí no ha faltado nunca, ni siquiera un día. Incluso ha venido cuando ha estado con mala cara o con fiebre. No tengo ninguna queja hacia él, es un buen empleado.

—¿Notaste algo extraño en su comportamiento? ¿Algo que se saliera de lo habitual?

—No, nada raro. Bueno, hace unos días me comentó que su hijo pasaría unos días con ellos por el puente de Acción de Gracias. El chico estudia Medicina, creo, se ve que es bastante listo.

—Entiendo. ¿Te importa que hable con tus empleados por si pudieran aportar algo más?

—Son todo tuyos. Podría ser que ellos supieran algo más. Al jefe siempre lo mantienen un poco de lado, ya me entiendes. Sé que a veces van a tomar algo al bar de Mike. ¿Qué creéis que le puede haber pasado?

—No lo sabemos, John. Lo estamos buscando.

—Buena suerte con la investigación. Parece un buen hombre.

—Gracias. Te dejo con lo tuyo. Buenos días.

Jimmy pasó varias horas más interrogando uno por uno a los empleados. Nadie fue capaz de aportar nada nuevo. La historia se repetía una y otra vez. Peter era un buen trabajador, responsable, puntual y nunca había faltado al trabajo. Al final de la jornada iban todos juntos a tomar algo al bar de Mike. Eso sí, todos coincidían en que el señor Black aguantaba bebiendo como el que más, un detalle que Jimmy consideró importante.

Salió de la ferretería con los datos que había reunido para comentarlos con Jason. Este ya debería de haber hablado con la familia. Sacó su móvil y llamó a su compañero.

Bar Maur. Madison

Habían quedado en el bar Maur, al lado de la comisaría. Ese establecimiento también era conocido como el bar de Mandy, por la camarera que les atendía desde siempre. Su hamburguesa especial no tenía comparación con ninguna otra de la ciudad. Al anochecer, cuando se acababa el día de trabajo, cambiaban las comidas por el alcohol, así se garantizaban la asiduidad de los trabajadores de la zona. Y funcionaba a las mil maravillas, porque siempre estaba lleno de gente.

Pasados veinte minutos, el inspector Carney y su compañero estaban sentados en la mesa de siempre, al fondo del local, para poder hablar con la intimidad necesaria. La encantadora Mandy venía con dos cervezas bien frías.

—Hola, chicos. ¿Lo de siempre? —dijo la veterana camarera tras dejar las botellas delante de cada uno de ellos.

—Por supuesto. Hoy venimos con hambre, corazón —respondió Jason.

—Os serviré una ración extra de patatas —añadió Mandy guiñándole un ojo.

—Eres la mejor —dijo Jimmy.

Mandy se alejó contoneando las caderas de una manera muy sensual.

—Bueno, Jimmy. Empecemos por ti. ¿Has averiguado algo interesante? Cuando te explique lo que traigo yo…

—El señor Peterson y sus empleados han coincidido en que Peter Black es un empleado ejemplar. Nunca falta a su trabajo, excepto estos dos días. Se les notaba bastante preocupados, no es un comportamiento habitual en él.

—Su mujer e hijo también coinciden en eso.

—¿Hijo? El señor Peterson me comentó que Black le había hablado de él. Se ve que es un estudiante de Medicina brillante.

—Ahora hablaremos de ellos. Sigue —dijo Jason.

—Al salir de la ferretería, van a tomar algo al bar de Mike. El señor Black es una máquina bebiendo. No hay quien lo supere y siempre es el último en abandonarlo. El resto no es de gran relevancia. ¿Has podido hablar con el hijo?

—La situación en esa familia ha sido muy jodida. Peter Black los ha maltratado desde siempre, tanto a la mujer como al chico. Cuando he llegado me ha recibido el chaval, Thomas. En un principio, cuando le he dicho que estamos investigando la desaparición de su padre, me ha sorprendido lo poco que le ha afectado la noticia, era como si le diera igual. Hemos ido a la habitación de la madre y me la he encontrado en la cama, recuperándose de la paliza que le propinó su marido hace unos días.

—¡Joder! En su trabajo todos creen que es una excelente persona.

—Hay auténticos monstruos entre nosotros, Jimmy, y convivimos con ellos sin detectarlos hasta que es demasiado tarde. Parece que Peter Black es uno de ellos. La historia que me han contado es sorprendente. Se ve que el padre desaparece durante días de una manera habitual, hasta sospechan que pueda tener otra familia en alguna parte. Les da lo mismo, ya que cuando está fuera es cuando más tranquilos se encuentran. He tenido que llamar a Asuntos Sociales para que cuiden de la señora Black cuando su hijo vuelva a la universidad, de aquí a unos días. Creen que Peter puede volver en cualquier momento y Thomas no quiere que su madre esté sola. Esta vez casi la mata de la paliza que le dio. También he dado instrucciones para que se le detenga si aparece. Ese tío no va a volver a esa casa nunca más. Las acusaciones de maltratos son muy graves y acabará encerrado unos cuantos años.

—¿Cómo has visto al chico?

—Menos afectado de lo que pensaba, porque volver a casa y encontrarte con este panorama no debe de ser fácil... Como bien has dicho, estudia Medicina en

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