Reencarnado 1: Reencarnados, #1
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Primera parte de Reencarnados
Adrián es un niño corriente, con una vida normal, que un día amanece asegurando ser un hombre al que asesinaron hace casi doce años. El inspector que llevó el caso en su momento tiene que enfrentar su escepticismo con las ganas que tiene de resolver un caso que va camino de ser el único en quedar pendiente en su larga vida laboral como policía.
La familia del niño y la del hombre asesinado también tienen sus dudas acerca de la historia que Adrián les cuenta.
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Reencarnado 1 - Laura Pérez Caballero
Año 1990 (Leandro)
No tenía sueño. Siempre le sucedía lo mismo cuando era día de cobro. Mientras volvía a casa, con el bolsillo cargado de billetes, Leandro se sentía eufórico, despierto, casi excitado. Parecía que el cansancio acumulado durante el día de trabajo desaparecía y solo pensaba en lo que podría hacer con el dinero, como en el cuento de la lechera.
No es que ganara demasiado, pero hacía unos meses que le habían ascendido a encargado y le habían subido el sueldo, aunque no tanto como las responsabilidades y las horas de más que echaba en el almacén. Además, ese mes había recibido la paga doble e iba ensimismado en sus planes.
Comenzaba el mes de diciembre y estaba planeando los regalos de reyes que les haría ese año a sus tres hijos. A su mujer ya se lo tenía elegido. Hacía semanas que la veía mirar aquel abrigo en el escaparate de la tienda de modas frente a la que pasaban cada vez que salían a dar un paseo, cada vez con menos frecuencia debido a su horario de trabajo. Él con su cucurucho de castañas asadas, Rosalía con las manos en los bolsillos del viejo abrigo que llevaba gastando invierno tras invierno desde hacía al menos diez años. ¿Diez? Puede que más. Juraría que ya lo vestía antes de que naciera su hijo mayor.
Hacía frío. El vaho se escapaba de su boca y aceleró el paso. No se veía ni un alma por la estrecha callejuela que le llevaba hasta su casa. Ahora que ganaba más, tal vez podrían mudarse a otro barrio mejor, a una casa o un piso más grande, aunque dudaba que Rosalía quisiera dejar aquel. En él habían nacido, crecido, se habían conocido y tenido a sus tres hijos.
Guareció las manos en los bolsillos de su cazadora de cuero negro. Tenía las solapas y las mangas desgastadas por el roce, pero a él le gustaba. El chulo del barrio
bromeaba Rosalía. El chulo del barrio se llevó a la más guapa
, contestaba él.
Antes de aquella había gastado una muy parecida que había heredado de su padre, y en cuanto se quedó inservible no había dudado en gastarse medio sueldo para conseguir la que tenía ahora, en la que trataba de esconder el frío y la impaciencia por llegar a casa.
El cielo estaba completamente despejado, aunque apenas se veían estrellas. Sus pasos sobre los adoquines resonaban amortiguados por las tapas de goma en los tacones de los viejos zapatos, que no recordaba las veces que había llevado a arreglar, y no se escuchaba ningún otro sonido salvo algún ladrido lejano de vez en cuando.
Ya estaba llegando a la puerta de su casa cuando una sombra tras él le sujetó del antebrazo y le hizo girarse. Sintió pánico un segundo, un calambrazo que recorría su espalda y se instalaba en su estómago, hasta que quedó cara a cara con la sombra.
—¡Joder, qué susto me has dado!
Y sus labios se extendieron un poco en una sonrisa aliviada.
La cara del otro, en cambio, no correspondió a la muestra de alegría de Leandro. Sus ojos se veían achicados, como si mirase con rabia, con furia.
Leandro sintió el tufo a alcohol en la respiración pesada del hombre frente a él.
Un gato maulló con rabia, como si tratara de avisarle de la traición. El rostro de Leandro perdió la confianza. Sacó las manos de los bolsillos como si esperase necesitar usarlas.
Ni siquiera le dio tiempo a ver el cuchillo que se le incrustaba en el hígado a través del abdomen. No sintió dolor, estaba demasiado asombrado. Sus ojos se abrieron todavía más cuando el