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Adivinando un Asesinato (suspenso romántico, Andromeda:1): Andromeda:1
Adivinando un Asesinato (suspenso romántico, Andromeda:1): Andromeda:1
Adivinando un Asesinato (suspenso romántico, Andromeda:1): Andromeda:1
Libro electrónico426 páginas8 horas

Adivinando un Asesinato (suspenso romántico, Andromeda:1): Andromeda:1

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Información de este libro electrónico

El mal que Andrómeda vio en la Estación Central de Glasgow, y por qué ella fue la única en notarlo, estaba más allá de que lo pudiera explicar. De todos modos, lo reportó a la policía, y en ese momento los secretos de su pasado regresaron para tratar de destruirla.  

El Detective Inspector Donnelly investiga un homicidio espeluznante en un callejón de Glasgow, y tiene poco más que la información bizarra de Annie para seguir con su investigación. Seguir ese curso lo haría tan loco como ella. 

A pesar de lo que él piensa, ella sabe que hay un mal oscuro que asecha la ciudad, contra el cual la policía tendrá muy poco poder. 

Pero tal vez ella puede ayudar.

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento16 ene 2019
ISBN9781507156063
Adivinando un Asesinato (suspenso romántico, Andromeda:1): Andromeda:1

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    Vista previa del libro

    Adivinando un Asesinato (suspenso romántico, Andromeda:1) - G M Cameron

    Adivinando un Aesinato

    ––––––––

    G M Cameron

    (Andromeda Libro 1)

    Para Alan,

    Los colores eran sólo para nosotros.

    Adivinando

    Disponible ahora:

    Adivinando lo Perdido, Andrómeda Libro 2

    getBook.at/TheLost

    La exesposa de DC Frankie McCormack ha desaparecido y Frankie está desquiciado. El DI Mike Donnelly está tratando de ayudarlo, con el apoyo de los trucos de Annie. Desafortunadamente, por ahora Annie está tratando de evadir a un violento acosador...

    Detalles en www.gmcameron.co.uk

    Contenido

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Capítulo 13

    Capítulo 14

    Capítulo 15

    Capítulo 16

    Capítulo 17

    Capítulo 18

    Capítulo 19

    Capítulo 20

    Capítulo 21

    Capítulo 22

    Capítulo 23

    Capítulo 24

    Capítulo 25

    Capítulo 26

    Capítulo 1

    ––––––––

    Lunes, 8:15 p.m.

    Respire mujer, respire. No pienses, no mires.

    Caminé con dificultad del subterráneo hacia la calle Byres y terminé vomitando mi comida sobre el pavimento. Allí agachada me di cuenta que mi almuerzo de tres platillos se había convertido en una mezcla colorida acuosa. El hilito de fuerza de voluntad que me mantuvo de pie durante las últimas tres horas quedó en trizas a mi alrededor.

    Casi llegaba a casa.

    Me recosté contra la pared de azulejos en la entrada del subterráneo, de repente sintiendo que se me debilitaban las rodillas, volviéndose tan líquidas como el 60 por ciento restante de mi cuerpo. Una mano fuerte interrumpió mi caída hacia el charco que había creado mi almuerzo en el piso. Alguien me ayudó a ponerme de pie y luego siguieron su marcha. Común en Glasgow. Pero fue suficiente para que mis huesos recordaran ser sólidos. Ahora, si solo pudiera encontrar mi cerebro, alma y energía, podría llegar a casa.

    El choque multicolor de las luces de la calle y el pavimento mojado rascaban la herida costrosa de lo ocurrido en las últimas horas. No mires.

    Saqué mi celular, abrí la cubierta y usé las dos manos para detenerlo. ¿A quién debería llamar? ¿Jonathan? ¿Doll?

    Un grupo de estudiantes en la esquina estaban riendo y haciendo bulla. Ríanse, no dejen que los atrape el monstruo. Salió de debajo de la cama y anda suelto. Yo lo vi.

    Así que la indicada era Doll. Ella cree en monstruos.

    ––––––––

    – Todavía no lo entiendo – dijo Doll después de que terminé de explicarle.

    – Lo sentí, luego vi algo y por último lo vi a él

    – ¿En la estación central a la hora del té?

    – En Costa Coffee.

    – ¿Un monstruo?

    – El jefe de los monstruos.

    – Ajá... – pausa. – ¿Cómo era?

    – No sé... – ¿Por qué no pude ver su rostro? – Cincuentón, oscuro, medio alto. Pero el resto - el resto estaba por todos lados y esparciéndose como algo viscoso de una herida putrefacta... Dios mío, quisiera no pensar en imágenes. Quisiera que fueran solo palabras... - casi vomito de nuevo.

    – ¿Qué es ese ruido? ¡Qué asco! ¿Vomitaste de nuevo? Vamos, háblame.

    – No pude colgar.

    – ¿Estás allí?

    – Me está viendo una mujer – digo en voz baja. – Creo que me puede oír.

    – Seguí describiéndomelo de todos modos. Estas en la entrada del subte parada en tu propio vómito. Ella no espera que lo que digas tenga sentido.

    – Todo estaba reciente, todavía jadeando. Me salpicó y manchó. Todos allí se mancharon, pero parecían no haberse dado cuenta, excepto que... un bebé gritó cuando él pasó al lado y un señor ya mayor se cayó. Así que yo tuve que medio hacer... no importa. Usualmente yo puedo, pero era como usar un poncho para la lluvia en medio de un tsunami.

    – ¿Qué se hizo la mujer que te escuchaba?

    – Se fue.

    – No me sorprende...

    – Algo empezó Doll. Él hizo algo... algo vil.

    – ¿Putrefacto? ¿Vil? ¿Acaso Philip K. Dick está escribiendo tu guion? ¿Qué empezó? ¿No tienes idea?

    – No quiero... no puedo...

    – Ay amiga, lo siento. ¿Ya puedes caminar?

    – Si

    – Vete a casa Annie. Yo estoy atrapada aquí, pero te llamo en cinco minutos.

    Lunes, 11:27 p.m.

    Me abrazo a mí misma, parada enfrente del ventanal. Nadie me puede ver, pero yo si los veo, a ellos y a mi reflejo en el vidrio. El abrazo se miraba menos como un gesto de consuelo y más como que estuviera juntando los pedazos para que no se desperdigaran por la alfombra. Las sombras de los muebles de la tía Lou son mis bailarines de reparto, los colores de joyas de la decoración renovada del departamento brillando suavemente. En la oscuridad podía ver los ventanales encendidos del edificio de enfrente. En el ventanal de enfrente había un chico desconocido usando su laptop. Su pose denotaba su intensa concentración en lo que hacía. Directamente arriba, Charlie caminaba con su nueva bebé Mirabelle, quien estaba gritando, y sus movimientos eran tan rígidos y cortantes que quería gritarle Charlie más despacio, solo lo estás empeorando. No podía escuchar al bebé, pero cuando pasaban cerca de la ventana podía ver la cabecita tirada hacia atrás, su boca abierta en una mueca torturada. Ese rostro reflejaba mis emociones.

    Me sacudí mentalmente. Estos vistazos de la vida real eran un consuelo para mí. Pero entre los altos edificios estaban los callejones oscuros, y ahora desconfiaba de ellos. Parecían relucir con una oscuridad más profunda que me apuntaban con dedos de retribución.

    Yo crecí en este lugar, y deseaba que la Tía Lou estuviera recostada en el sofá detrás de mí y que me viniera a abrazar, y que luego pretendiera que no lo había hecho. Pero ver a los fallecidos no estaba dentro de mis habilidades. Hace dos años ella se había ido, y la extrañaba. Ella me daría whisky como su panacea universal. La primera vez que lo hizo yo tenía seis años, justo después de que me acogió. Me lo tragué y luego vomité.

    Ella nunca quiso tener hijos, estaba muy contenta con su vida. Ella se ganaba la vida de la generación de los que compraban cosas para renovar de su tienda de antigüedades y tenía relaciones amorosas apasionadas con su amante del día.

    Ella me convirtió en su amiga y compañera de cuarto, mi ser de seis años ya tomando turnos para arreglar las camas y poner la cafetera. Fumaba como chimenea y cuando yo le pedí un cigarrillo una noche me lo dio. Quería tanto poder hacerlo como ella, pero en lugar de eso me enfermé peor que un perro y desde entonces desarrollé una aversión que ha durado toda mi vida. Ella platicaba sobre política, arte, y religión conmigo. Siguió su vida lo mejor que pudo después de que yo llegara, saliendo al teatro y al pub. Me llevaba a ver obras poco reconocidas pero emocionantes del Teatro Ciudadano donde las personas bajaban desde los dioses o los hombres protagonizaban los roles de mujeres, o donde los actores vestían disfraces elaborados hechos con papel tapiz de Vymura. Me dejaba sola más de lo que era socialmente aceptable, pero George Wodzynski, un marinero, vivía en el departamento de al lado y yo podía acudir a él si me asustaba. Por lo general él me asustaba, ya que olía a cuero rojo apestoso, así que mejor me quedaba en casa y veía televisión o dibujaba. La tía Lou confiaba en su propio juico por encima de las costumbres de la sociedad.

    Tomaría unos años antes de que Lou sintiera que apretaba el mercado de las antigüedades, y para mientras yo pude jugar en la parte de atrás de la tienda, donde almacenaba las cosas de tela. Encontré una versión más bonita del delantal que usaba Laurie en La Familia Ingalls. Unos camisones de crepe-georgette de los años 1930 (en durazno y verde) me convertían en una reina al caer al piso alrededor mío. Descubrí que la ropa puede cambiar tu vida. Un corsé Edwardiano, con sus ballenas y pinzas al extremo, y adornado con una caída de encaje me fascinó. ¿Cómo no podrían ser estrictos y precisos usando tal cosa? Me mostró que mientras más uno regresaba en el tiempo, más cuidado habían tomado en la manufactura de ropa. Cuando era muy joven Lou me vistió con Laura Ashley, pero era una pobre imitación de lo que yo quería, así que alterábamos ropa de la tienda en su vieja máquina de coser y yo iba a la escuela con un atuendo bastante excéntrico. Naturalmente eso llevó a que me molestaran, pero las opiniones de los otros niños no me importaban, ya que yo era más sofisticada, bebiendo whisky y fumando cigarrillos (los dos una sola vez, y con los mismos resultados).

    Esa noche deseaba que George Wodzynski todavía viviera al lado, apestoso o no, y odiaba que por la primera vez en mi vida Glasgow me asustaba.

    Nunca lo había hecho antes, a pesar de su reputación. A los trece me había escapado de la casa para ir a un antro en la ciudad. Lou pretendía no darse cuenta. La rebelión no era necesaria en este entorno, pero mi tía seguía la corriente de mi necesidad de actuar como mis amigas. En el peligroso centro de la ciudad me di cuenta que los subterráneos no funcionaban después de la media noche, y no tenía idea de qué bus tomar. Un viejo borracho, desaliñado e inestable me llevó a un puesto de taxi y le dio al conductor un billete de a diez.

    – Aquí no es seguro amor. Te ves igual a mi nena – dijo el viejo. – Solo que ella ya tiene 35 y es toda una cabrona – añadió con aire de impartir un secreto, antes de voltearse y seguir deambulando por su camino.

    Ese era mi punto. Para mí la ciudad era segura. Fue a donde regresé, luego de que la vida me dejó golpeada y sangrando, de regreso a este departamento y a la tía Lou quien murió al año siguiente. Me dejó el departamento y una herencia modesta que me permitía trabajar de maestra medio tiempo y seguir con mi carrera artística, pero apenas.

    Vi mis ojos reflejados en el vidrio como dos pozos vacíos. Ya suficiente. No había nada más que pudiera hacer aquí. Solo ordenar un poco, asegurar las cosas y seguir con la vida. En las palabras inmortales de Taylor Swift, sacudírmelo. Cierro mis ojos y pienso por Dios, ya compórtate como una mujer. ¿Qué sabía realmente? Nada.

    – Annie, ¡por favor! – una voz de mi pasado, gritándome. Una voz que no pertenece aquí.

    Mis ojos se abrieron de repente, esperando verla allí. No había nada más que sombras, pero sentí el eco de su desesperación. El suelo se hundió bajo mis pies y caí de rodillas para detenerme mientras el olor nauseabundo de la podredumbre me asaltó.

    No esta vez era el mensaje secreto detrás de esas palabras. Esta vez no lo podía ignorar.

    ––––––––

    Martes, 12:35 p.m.

    El Inspector Donnelly fue informado de la llamada rara durante la hora de almuerzo. Nada de la información parecía ser de utilidad, pero la línea de información ciudadana no estaba muy activa y de todos modos se dirigía hacia el West End para cambiarse de ropa luego de haber trabajado las últimas veinticuatro horas. Si había algo que odiaba era sentirse sucio y desaliñado. También estaba harto de pasar tiempo con el Gran Oloroso, también conocido como el detective sargento McPherson. Normalmente su olor era desagradable, pero después de haber estado todo el día y la noche en la calle, era casi insoportable. La DC Ángela Wallace le había dicho Dios mío, ¡apestas!, así que podía ser que para cuando regresara el sargento como mínimo hubiera visitado el baño con su desodorante. Por lo menos eso esperaba.

    Diez minutos después estaba tocando varios timbres en la puerta de seguridad vistosa de un tradicional edificio de apartamentos de arenisca, pero aparentemente todos los inquilinos estaban trabajando puesto que nadie respondía. Estaba empezando a bajar las gradas de enfrente cuando una voz placentera dijo – ¿Puedo ayudarlo en algo?

    Miró hacia abajo y encontró a una mujer de aproximadamente treinta años, con pelo rojo oscuro en canelones no domados, quien parecía llevar puesto un disfraz. Un abrigo verde largo que parecía haber salido de un drama histórico cubría un vestido vueludo mucho más corto y botas desgastadas de suela gruesa.

    – Estoy buscando a la señorita Andrómeda Carmichael – dijo el detective.

    – ¡Ya la encontró! – dijo mientras buscaba algo en una bolsa de terciopelo que obviamente funcionaba como cartera y pasaba a la par suya para poder abrir la puerta. – ¿Qué pasa? ¿No tenía fondos mi cheque para pagar los impuestos? Pase adelante y me dice. No parece ser peligroso.

    Había en él desaprobación de su invitación abierta, especialmente después de lo que había visto en su trabajo. Las personas no eran conscientes del peligro.

    Mostró su identificación. – Soy policía – dijo mientras la siguió y entraron en un departamento que parecía estar, pensaba él, demasiado feliz de la vida. No había esquina donde no se encontrara una combinación vertiginosa de color mezclado con el espacioso diseño Edwardiano. El estilo parecía una caravana gitana cruzada con una tienda de antigüedades. Había una tela roja de seda amontonada en el piso cerca de sus pies, probablemente escapado del perchero a lunares. Automáticamente lo recogió, lo miró... y se concentró en otra cosa.

    – Es acerca de una información que dio en la línea para denuncias.

    Ella estaba colgando su abrigo en el pasillo junto con una selección de otros artículos de ropa estrafalarios, pero esto la paró en seco. Se puso pálida. – ¿Cómo me encontró?

    – El servicio de rastreo, 1471 – dijo con tono seco. – No ha dejado muchas denuncias anónimas antes, ¿verdad?

    - ¡Qué idiota! – dijo, asustada, pero cuando él mostró su acuerdo con la cabeza, sonrió inesperadamente, solo para luego quedar congelada de nuevo. – Dios mío, si se entera de mi nombre... me encontrará.

    – Le aseguro señorita, no hay posibilidad... – pero ya se había desaparecido. Él observó cómo ella corrió a la cocina y empezó a vaciar bolsitas plásticas que contenían algún tipo de hierba en un tazón de madera. Quiso protestar entre dientes, pero ella ya había cerrado los ojos y murmuraba algo que él no pudo escuchar, moviéndose de cuarto a cuarto con más energía de la que él había visto que podía mostrar. Se quedó mirando cómo ella esparcía las hierbas y murmuraba, su vestido de encaje flotando a su alrededor.

    Era una realidad alterna.

    Exasperado, se paró enfrente de ella cuando intentó pasarlo, y logró sentir el olor amargo de la vegetación.

    – Señorita Carmichael, por el amor de Dios, esto es serio. – Carajo, ya no estaba hablando como policía. Por lo menos no había dicho carajo. Nunca lo decía. Tampoco decía Dios, excepto cuando iba a la iglesia para bodas o funerales. Sin embargo, no haber dormido significaba no tener paciencia. Realmente, ¿qué carajos tipo de baile desquiciado estaba haciendo?

    Ella tembló un poco antes de parar. – Listo – dijo, dando un paso atrás y tratando de poner una expresión de calma. – Ya terminé. – Sin su sonrisa su cara era menos llamativa, la boca muy grande, con demasiadas pecas. Y sus ojos ya no bailaban.

    – Que bien – dijo. Y luego, intentando hablar de nuevo como policía, preguntó – Usted llamó a la línea de denuncias hoy. ¿Por qué? – La pregunta le salió demasiado cortante.

    Ella se apartó de nuevo y él la siguió a la cocina, viéndola llenar la jarrilla con agua y preparar las tazas para el té. Como si él tuviera todo el día para esperar.

    Se detuvo justo antes de decir ‘carajo’, aunque ya había empezado a enunciar la primera sílaba.

    Ella esperó un segundo y luego lo miró. – Yo sé. Lo siento. Leer acerca de ella... el periódico esta mañana dijo que había sido... torturada.

    Ese detalle de conocimiento público le trajo de vuelta la visión de sangre, las entrañas, la faz maquillada ya entrando en años, los ojos abiertos que debieron estar vacantes, pero no lo estaban.  Nunca se acostumbraría, pero el contraste entre el cuerpo inerte tirado en la tierra y esos ojos... le ponía los nervios de punta.

    – ¿Fue usted un testigo?

    – Lo siento, no. Gracias a Dios no fue eso.

    – Pero dio la descripción de un hombre que cree puede estar relacionado... - trató de animarla a hablar.

    – Él lo hizo – dijo sin emoción, aún distraída.

    – ¿Lo conoce? – su interés tendría que estar completamente enfocado, pero algo en ella lo distraía.

    – Gracias a Dios no, detective...?

    Ella tembló de nuevo. Ese vestido vaporoso necesitaba un suéter decente encima, pensó él, pero ella empezó a jalar de la seda qué él aún sostenía en la mano, alargando la tela como por arte de magia hasta colocársela en los hombros. Tan eficiente como una tetera hecha de chocolate, pensó el, pero concordante con todo el circo dentro de esta casa.

    – Inspector Donnelly – dijo. – Si usted no lo conoce, ¿cómo puede saber que él está involucrado? – Ella guardó silencio. - ¿Qué? ¿Acaso vio sangre en su ropa? – Estaba tratando de no hablar ásperamente, pero ya no tenía la energía.

    – Es difícil explicar – dijo con tono cansado, pero él podía ver que estaba pensando, decidiendo qué decirle.

    Sus miradas se cruzaron como por encima de un gran abismo antes de que ella pareciera darse por vencida. Habló sin emoción, como un testigo dando su testimonio ante la corte. – Vi al hombre que describí en la estación central de Glasgow anoche. Su energía... - desvió la mirada, pero sus ojos regresaron por un momento para determinar cómo él reaccionaría. – Sentí que recientemente venía de algo desagradable, algo violento, así que cuando leí acerca del asesinato esta mañana en el periódico pensé que tendría que haber sido eso. Entonces llamé.

    – ¿Lo sintió usted? – Ella solamente se le quedó viendo. – ¿Es eso todo? – Oh Dios, pensó cansado, no otra vez. Probablemente también se comunicaba con los alienígenas. Ya todo cobraba sentido: el departamento, la ropa. Miró tras ella, viendo un destello cerca de la ventana. Maravilloso, cristales. El dejó que ella viera el desdén en su mirada y luego se dirigió a la puerta. Se dio vuelta y dijo – ¿Eso con el tazón? – sacudió la cabeza, – cielos.

    ¿Qué debería decir? Muchas gracias señorita Carmichael (o el más irónico y servil señorita), estaremos en contacto. Pero no se tomó la molestia.

    Detrás de él, ella continuó en la misma voz – Lo vi a las seis menos cuarto... probablemente lo hizo no más de media hora antes.

    Él se detuvo un momento antes de seguir la marcha. Esa era la hora estimada de muerte.  Los psíquicos fraudulentos siempre acertaban en algún detalle, sobrevivían gracias a la suerte. Él estaba estudiando un asesinato que, según los del laboratorio, se realizó en donde encontraron el cuerpo: un callejón en el centro de la ciudad. En actualidad, no muy lejos de la estación, y a plena luz del día. La mujer había sido destazada lentamente, y al parecer estuvo consciente mientras lo hacían. Extrañamente nadie se dio cuenta, aunque sucedió en la hora más ajetreada del día.

    Afuera, al salir del departamento, casi inhaló la solidez gris de las calles. Se sintió aliviado de haber escapado del planeta Andrómeda. Normalmente era más profesional, más calmado, pero tal vez porque estaba tan cansado, dejó que esta mujer lo alterara. ¡Qué manera de desperdiciar media hora!

    1:45 p.m.

    Para cuando logró regresar a la estación de policía, McPherson estaba entrevistando a un tipo que encontraron cerca de la escena del crimen. No muy prometedor en cuanto a pistas, pero en la ausencia de algo mejor...

    Él era irlandés, con el pelo rojo y sólido como un tronco. No era que no hablara, porque si estaba hablando – ruidoso y amablemente – pero no en respuesta a las preguntas que le hacía McPherson. Hablaba de la arquitectura de Glasgow y un bar al que iba cuando más joven, ahora, según él, demasiado de moda.

    Inmune a la carismática habladuría irlandesa debido a larga asociación familiar, Donnelly lo interrumpió.

    – Exactamente ¿qué estaba haciendo en ese callejón en la tarde, Sr. Brannigan? – Muy bien, modo policía reactivado: un tono cortés con un toque de amenaza que podría convertirse en amenaza con un toque de cortesía.

    El hombre miró a Donnelly, considerando su respuesta, su afable sonrisa fijamente en su lugar. – Nada que usted entendería, amigo – dijo después de una pausa. – ¿Dónde me recomienda ir a beber hoy en día?

    Donnelly estaba intrigado por el conocimiento implícito en esa respuesta, pero después de interrogar a Brannigan por media hora y no llegar a nada, un abogado apareció y el irlandés se retiró. Lo único de importancia que obtuvieron de él fue la información que había llegado en un ferry desde Irlanda con un grupo de amigos a las diez de la noche, así que no era la persona a quien buscaban. Sin embargo, evidentemente le daba placer ocultarles lo que había estado haciendo allí, por lo que no era solamente algún transeúnte. ¿Quién rayos era realmente?

    El franco y afable Detective Inspector en Jefe Holt estaba a la par de la ventana, bebiendo café.

    Mientras Donnelly se acercaba a la ventana para reunirse con su jefe, volteó a ver hacia el estacionamiento a tiempo para ver a Brannigan salir de la estación. Vio que se despidió del abogado y se subió a un pequeño carro rojo, la puerta abierta detenida por un destello de terciopelo verde. ¡Mierda!

    – Es esa maldita mujer de nuevo. ¿Qué rayos...? – le dijo al jefe. DCI Holt, veinte años mayor, se le quedó mirando inquisitivamente.

    – ¿Qué mujer?

    2:37 p.m.

    Miré a Finbar, sentado sólidamente en el asiento a mi lado, usando el mismo abrigo de lana que lo había visto usar en todo momento durante los últimos diez años, y sentí una mezcla de culpa y consuelo. – Dios mío, lo siento – le dije de nuevo. – Siento como si te hubiera metido en un lío enorme. ¿Estuvo bien el Sr. Robb? Hasta dónde yo sé solo es notario, pero dijo que me ayudaría.

    – Estuvo perfecto. Los tomó del pelo. Parecía divertirse mucho. – Su enorme mano cubrió la mía sobre la palanca de cambios – Hiciste lo correcto en llamar, pero cariño, ya me tengo que regresar. ¿A menos que...? – Sus cejas dieron un bailoteo rápido.

    Sonreí a causa del viejo juego. – Si, vámonos a la cama y luego le damos una llamadita rápida a Neoline. – Ella era la adorada madre de sus cinco hijos, con un temperamento céltico apoyado por un gancho derecho devastador.

    El suspiró. – Una mujer fina pero amenazadora – reconoció resignadamente. Me tomó de la mano y dijo – No me gusta dejarte aquí sola con ese bastardo loco suelto, Annie. ¿Regresa conmigo y nos acompañas para Ostara?

    – Los visitaré pronto Finn, pero dejé todas esas cosas...

    – Si no te incomoda cariño, no te está yendo muy bien con eso.

    – Tienes toda la razón.

    Lo llevé a la estación de tren donde nos bajamos y me envolvió en uno de sus enormes abrazos de oso. – Ay mi querida Annie... algún día regresarás con nosotros. – Me soltó y me miró antes de seguir. – Debí haberme ido después de la ceremonia remota anoche como todos los demás. Nos hubieras visto, a media madrugada en el estacionamiento del Premier Inn, congelándonos a pesar de las candelas. Willie llegó a media noche, último como siempre. Hubieras llegado Annie... yo sé, yo sé. Pero sabes que puedes contar con nosotros. No me pude resistir a ir a ver dónde lo hizo. Creo que ya lidiamos con el residuo. Aunque, él no estaba solo. Había tiza. Todo lo legible se había borrado, pero estaba allí. No te le acerques de nuevo.

    – No te preocupes, realmente no lo quiero hacer. – Suspiré. – ¿Por qué estos desgraciados siempre me encuentran, Finn? – Se lo dije mientras me apoyaba contra él.

    Pero ambos teníamos idea porqué.

    2:35 p.m.

    El sargento de recepción llegó con una nota que Brannigan había dejado para Donnelly antes de que se fuera. En la parte de atrás de un recibo había escrito:

    ¿Notó la tiza?

    Donnelly miró fijamente a las palabras.

    – Henry, ¿había tiza en la escena del crimen? – le preguntó al joven forense quien le acababa de entregar un informe.

    – Bueno, había una gran cantidad de sustancias en el suelo del callejón, está asqueroso... no tratamos de identificar... – hizo una pausa. – Bueno... no que yo haya notado... –

    – Regresa y verifícalo, ¿sí?

    – Está bien. Pero si la cinta no está...

    – No será evidencia para el juico. Solo quiero saber.

    – Señor, ¿puedo preguntar por qué?

    – No tengo la menor idea – dijo Donnelly, pasándole la nota al jefe.

    – ¿Del tipo irlandés? Por Dios, ¿Nos están jugando una broma o qué? – dijo el inspector en jefe, pero señaló su aprobación con la cabeza a Henry Davies, quien se alejó arrastrando los pies. – Regresa y averigua lo que esta chica tiene que decir, Mike. Y llévate a Ángela. Ella es buena leyendo las mujeres.

    – Señor, ¿está sugiriendo que eso no es mi fuerte?

    – ¿Acaso lo dije en voz alta? – el jefe dijo fingiendo sorpresa.

    3:57 p.m.

    ¡Murder polis! dije en voz baja. Es una exclamación común en Glasgow que se aplica a cualquier desastre desde un mal punto al bordar hasta pan tostado quemado. Aunque un poco más relevante a la situación: no podía estacionarme en mi lugar al llegar a casa porque el Inspector Donnelly, aquel de los peligrosos ojos azules y traje asombrosamente sin arrugas, se había estacionado allí. Pude deshacerme del pavor de la noche anterior con la ayuda de quince niños artísticos (mi clase de primaria 5 de los martes en la mañana), pero había regresado con su visita de temprano y empeoró al verlo de nuevo dos horas después.

    Traté de pensar de nuevo en la escuela, de esa parte de enseñar que te arrastra al ahora y mantiene todo lo demás en segundo plano, como sucedió después de la clase hoy.

    – Oye, ¡miss!

    – Hola Jay

    Sanjay Chopra, corriendo detrás de mí para alcanzarme antes que saliera por el portón, era pequeño con círculos oscuros debajo de sus ojos. Era un niño inteligente que viajaba todos los días hacia el frondoso Hyndland. Parecía tener siete, pero en realidad tenía diez y estaba completamente desinteresado en mis clases de arte, las cuales yo sospecho que a él le parecían infantiles. Pero le encantaba retarme a debates estimulantes que generalmente yo perdía. Aun cuando parecía que me iba bien, tenía la sospecha que solo me estaba siguiendo la corriente. Por lo general miraba a sus compañeros de clase privilegiados con lástima. Ellos no tenían idea de cómo era realmente la vida.

    – Tengo un pequeño problema.

    Mi corazón se contrajo un poco. ¿Ahora qué? – Habla. – Disminuí el paso un poco para que pudiéramos caminar juntos.

    – Estamos haciendo la obra de los Diez Mandamientos con miss Easton, porque miss Hilferty no está.

    Miss Easton se sienta sola, reservada, en una esquina de la sala de maestros. Si me siento a la par de ella, su disgusto escandalizado de mí y horror genuino por mis atuendos de cada día me hacen sentir que estoy blandiendo unos zapatos enormes bajo la nariz de alguien con fobia a los payasos.

    – Tengo problemas con todos los mandamientos– empieza. – ‘Amarás al Señor tu Dios / no tendrás dioses falsos ante mi’ o algo parecido. Bueno, para mi mamá esto es como poner una bandera roja enfrente de un toro. Nuestra casa está llena de dioses y todos son el mismo en verdad, dice mi mamá. Traté de decirle eso a la miss y puso cara de constipada. Y luego ‘amarás a tu prójimo como a ti mismo’, pero esa es una idea estúpida, ¿no es cierto? Digo pues, mi Tío Shaf siempre está tomado y roba de la casa de mi abuela y demás y mi mamá dice que es porque no se ama a él mismo lo suficiente. También lo dice sobre Jimmy Gilchrist cuando me pega porque su papá le pega a él. Así que si ellos amaran a todos como se aman a sí mismos, o sea ni un poquito, entonces seguirán siendo malos y estúpidos y enojados, ¿cierto? Y la gente buena como mi mamá seguirá siendo bueno porque ellos si se aman y entonces el mundo nunca cambiará.

    No sé qué responderle a lo que me acaba de decir. Y se ve genuinamente preocupado.

    – ‘No levantarás falso testimonio contra tu vecino’ que la miss Easton quiere decir que no digas mentiras. Pero cerca de nosotros la mamá de JJ lo dejó solo en su casa para ir a su trabajo en el pub. Digo, él tiene mi misma edad, no es idiota, pero alguien la delató. La vieja metiche de la Sra. McIntosh del departamento de enfrente dijo que ella lo estaba cuidando y que solo había ido a sacar algo de su casa y hasta entonces se fue la policía. Y mi mamá dijo que eso estuvo bien porque si no se hubieran llevado a JJ y a su hermanita. Así que esa mujer mintió, ¿verdad? ¿Entonces por qué es malo?

    – Pero dice que no levantarás falso testimonio contra, y la señora Mac mintió para ayudarla, así que tal vez no cuente – dije brillantemente.

    Él se puso a pensar.

    – Me tengo que ir Jay. Pero tal vez quieras esperar hasta que regrese miss Hilferty antes de discutir los mandamientos. A menos que miss Easton te pregunte directamente.

    Dios la ayude si lo hiciera. Una mujer que no soporta a otra mujer vistiendo una capa definitivamente no podría soportar a Jay en su máximo nivel.

    Me reí al recordar todo eso, pero mi estómago se volvió a hundir al ver de nuevo a la policía.

    Suspiré. Contrario a lo que piensan por el color de mi pelo, odio el conflicto y solo quiero agradarle a la gente. ¿Cuál es el antónimo de ruda? Fuera lo que fuera, me estaba carcomiendo el alma y el viejo tapete desgastado en el centro ya se veía.

    Y ahora, el Inspector Donnelly estaba parado al lado del carro con una mujer, supongo que también policía. Más o menos de veinte años, vestía un traje genérico de pantalón y saco con rayas delgadas. Dada su edad probablemente vestía de acuerdo al puesto que ella anhelaba tener. Su peinado corto era serio, pero me gustó su porte, como diría mi finada tía, así que le sonreí.

    Cuando entraron a mi departamento automáticamente empecé a preparar el té mientras que el inspector me presentaba como la psíquica.

    – Pero no... – ¿cuál era el punto? Odiaba que tenía que hablar sobre esto. Es como en el libro Los sentimientos hacia la nieve de Mis Smilla: Los habitantes de Groenlandia tienen muchas diferentes palabras para los tipos de nieve y la heroína puede leer claramente la escena nevada de un asesinato, pero no lo puede explicar en noruego porque allí nieve es solamente nieve.

    Yo también estaba restringida a un lenguaje para el cual no tenía el vocabulario adecuado. Pero no había vudú aquí. Con un suspiro, intenté explicar.

    – Yo solo se energía y... y... podía ver sus colores.

    – ¿Colores? – preguntó el inspector.

    – No querrás decir... ¿su aura? – preguntó la DC Ángela Wallace.

    Asentí resignadamente con la cabeza.

    Cuando Donnelly resopló, no lo pude culpar.

    Capítulo 2

    Los ojos de la DC Wallace todavía posaban sobre mí, y no de una manera completamente despectiva. Ella probablemente lee su horóscopo, pero no deja que su jefe se entere. – ¿Cómo puede hacer esto, señorita Carmichael?

    – Me puedes decir Annie – Le entregué el viejo pocillo de rana. Ella se sentó y Donnelly la acompañó. – Realmente no lo sé. Luego de un tiempo de práctica espiritual, supongo que simplemente empecé a verlos. Normalmente tengo que concentrarme un poco, como con esos juegos de vista en 3D, – Ángela Wallace movía la cabeza de manera alentadora, - y casi nunca trato de ver sin permiso. Es un tipo de voyerismo psíquico, ¿entiendes? Pero su energía era tan poderosa... la sentí, y luego no pude evitar verla.

    – ¿Practica espiritual? – preguntó mientras tomaba su té.

    – Antes practicaba Wicca

    Ella me vio con los ojos en blanco.

    – Ya sabe... paganos... brujas. – Le había dicho la temida palabra a la policía de Glasgow.

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