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Novelas de terror de H. P. Lovecraft
Novelas de terror de H. P. Lovecraft
Novelas de terror de H. P. Lovecraft
Libro electrónico367 páginas7 horas

Novelas de terror de H. P. Lovecraft

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Las obras de H.P. Lovecraft son consideradas de las mejores en la literatura fantástica. Combinando ciencia ficción y terror, crea atmósferas que envuelven al lector. Esta es una selección de las novelas más representativas, escogidas por el famoso escritor Ricardo Guzmán Wolffer, en donde se apreciará la madurez de este gran escritor.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento29 mar 2018
ISBN9781370221943
Novelas de terror de H. P. Lovecraft
Autor

Howard Phillips Lovecraft

H. P. Lovecraft (1890-1937) was an American author of science fiction and horror stories. Born in Providence, Rhode Island to a wealthy family, he suffered the loss of his father at a young age. Raised with his mother’s family, he was doted upon throughout his youth and found a paternal figure in his grandfather Whipple, who encouraged his literary interests. He began writing stories and poems inspired by the classics and by Whipple’s spirited retellings of Gothic tales of terror. In 1902, he began publishing a periodical on astronomy, a source of intellectual fascination for the young Lovecraft. Over the next several years, he would suffer from a series of illnesses that made it nearly impossible to attend school. Exacerbated by the decline of his family’s financial stability, this decade would prove formative to Lovecraft’s worldview and writing style, both of which depict humanity as cosmologically insignificant. Supported by his mother Susie in his attempts to study organic chemistry, Lovecraft eventually devoted himself to writing poems and stories for such pulp and weird-fiction magazines as Argosy, where he gained a cult following of readers. Early stories of note include “The Alchemist” (1916), “The Tomb” (1917), and “Beyond the Wall of Sleep” (1919). “The Call of Cthulu,” originally published in pulp magazine Weird Tales in 1928, is considered by many scholars and fellow writers to be his finest, most complex work of fiction. Inspired by the works of Edgar Allan Poe, Arthur Machen, Algernon Blackwood, and Lord Dunsany, Lovecraft became one of the century’s leading horror writers whose influence remains essential to the genre.

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    Novelas de terror de H. P. Lovecraft - Howard Phillips Lovecraft

    Prólogo

    Lovecraft el novelista...

    Howard Phillips Lovecraft (EUA, 1890-1937) es reconocido como el creador de los mitos de Cthulhu a partir de sus cuentos; sin embargo. su pluma se extiende a otro tipo de géneros literarios.

    Aquí presentamos tres novelas cortas donde, más allá de la ex-tensión del texto, estamos ante procesos mayores a los del cuento: predomina la trama, dejando a un lado el desarrollo de los personajes o de elementos accesorios, como el lugar o la época donde se desarrolla el planteamiento argumental, sigue su avance y se llega a la solución de la historia.

    En La fantástica búsqueda de la desconocida Kadath, el autor presenta una nueva cosmogonía para situar al personaje: la amplia descripción de lugares y formas de desplazarse sorprende. Más allá del terror y sus variantes, Lovecraft se afianza como un creador de universos, esta vez en el mundo onírico. Algo similar sucede en la tercera obra aquí presentada, Las montañas de la locura, donde los personajes también viajan a un mundo hasta ese momento desconocido para el resto de la humanidad.

    El autor maneja dos universos desconocidos: uno, en el interior del viajero: Carter se mueve por el país de los sueños, como un soñador experto que no se deja atrapar y que resiste retos imposibles de superar para quien no está acostumbrado a traslapar sus sueños personales con los de la colectividad: el interior humano es desconocido y la congruencia del relato hace verosímil la aventura de Cárter, peculiar alter ego de Howard Phillip que sabe su propia infancia como un lugar de donde parten todas sus vivencias.

    El segundo universo descubierto y apenas expuesto se da en el mundo exterior: en una zona de las montañas a la que nadie ha podido llegar antes, donde la tecnología sirve como medio para establecer contacto con una ciudad descomunal, donde la arquitectura, sus relieves y adornos asusta a los sorprendidos científicos, quienes saben de los seres terribles, fundadores de tal metrópoli millones de años antes de la presencia humana en la tierra. La locura que esas montañas representan se basa no sólo en los monstruos, la formación montañosa en sí y los resultados, riesgosos para toda la humanidad; sino además en la concepción de que habitamos una tierra a la que nunca podremos abarcar y eso pone en duda la cordura humana basada en el humanocentrismo, donde nos suponemos dueños del planeta y, por ello, necesariamente conquistadores de todos sus rincones.

    La fantástica búsqueda de la desconocida Kadath (The dreamquest of the unknown Kadath) es una novela corta de H. P. Lovecraft que suele incluirse en la recopilación de Aventuras de Randolph Carter, junto con La declaración de Randolph Carter, La llave de plata y A través de las puertas de la llave de plata, esta última hecha por Lovecraft en colaboración con E. Hoffmann Price. Sin embargo, La fantástica... también podría ser incluida en otras antologías del autor, por su conexión con varios relatos de la mitología de Cthulhu.

    Aquí se presenta como una narración que por sí misma se resuelve y que, más allá del análisis global de la obra lovecraftiana, es un aporte a la obra del autor y al género al que quiera etiquetarse, pues contiene elementos de fantasía, de terror y está referenciada tanto a la mitología de Cthulhu, como de diversas formas a la infancia del autor, por la que tenía una extraña fascinación repleta de horror y añoranza. La fantástica tiene el identificable estilo autoral plagado de adjetivos complejos para crear en el lector la sensación de estarse asomando no sólo a enmarañados universos, sino a una verdad personal de escritor: la infancia como referencia literaria. De ahí la empatía con el lector: todos tenemos infancia por resolver o por conservar. Sin embargo, la capa superior de esta novela no se limita al llamado del inconsciente personal: también, con sutileza, tiene visos de verosimilitud bajo la cita soterrada de religiones establecidas: habla de lo conocido para convencernos de lo incierto, aunque no tengan relación directa. Cárter se pregunta por sus propias encarnaciones (como las religiones orientales), busca a los sacerdotes barbados que veneran una columna de fuego (como en la revelación de Moisés), menciona venerables torres circulares como si estuviera en una ciudad turca. Y nos convence de la unidad literaria de su historia, más allá de estos recursos, por la evidente cohesión conceptual de la ficción.

    Mucho se ha escrito sobre el carácter metaconsciente de la literatura de H.P.L., pero en pocas obras es tan clara la intención de establecer como premisa para su fantasía la existencia de un lugar común a toda la psique humana. No menciona el inconsciente colectivo junguiano, pero establece que esta búsqueda-aventura tiene lugar en una zona existente más allá de los sueños y fuera del propio Cárter; es decir, es algo ajeno a él, pero al que tiene acceso, al igual que todos los seres extraños con los que tratará en este caminar hacia lo desconocido, gracias a que duerme: está por llegar a lugares nuevos de su mente y de todo lo que abarca. Algunos místicos dicen que el alma de cada persona está unida con la de todos los seres humanos y con la de Dios. Lovecraft afirma algo parecido: la imaginación de todas las personas se junta en el país de los sueños. Es un lugar con reglas físicas parecidas a las del mundo objetivo (para Lovecraft, parece ser más real su imaginación y sus creaciones; al menos le son más consistentes): hay gravedad, hay reacciones químicas similares (Cárter emborracha a más de uno para obtener información útil), hay conceptos morales paralelos, los seres parecen comunicarse siempre y, sobre todo, se hacen referencias constantes al mundo vigil, por contraposición al mundo onírico y ambos como trayecto hacia los mundos habitados por los diversos dioses con los que habrá de tratar y a los que debería temer, según le narran los habitantes de la región de los sueños. Hay dioses de la Tierra, pero también hay Dioses Otros del Exterior, que protegen a los primeros: los hombres de la vigilia apenas llegamos a conocer a esos dioses terrenos, sin saber que hay otros más temibles. Son esos a los que apela Lovecraft a lo largo de su mitología.

    Tal vez sea innecesario nombrar desde la psicología tales terrenos donde las creaciones de H.P.L. caminan y viven aventuras impensables para los insulsos moradores de la tierra real, pero es necesario convencernos de que todos habitamos esos lugares cuando llegamos a la frontera de los sueños, incluso sin saberlo y sin haber cruzado la línea inicial: se trata de un lugar accesible para todos, pero al que sólo entran los elegidos. Hay una conexión con el lector: Cárter puede ser cualquier persona, siempre y cuando esté dispuesta a abordar ese país al que se accede durante el sueño. Cárter es un pionero. Por empatía inconsciente, el lector es ese viajero intrépido; así, estas historias terroríficas son también de aventuras, como si Kipling, Verne, Conrado Melville hubieran decidido llevarnos de paseo a un lugar inalcanzable para la humanidad, decidida a sólo ver lo asible, evitar soñar despierto y caminar por lugares impensados. Es una zona donde hay perros y campesinos humanos, pero también muchos seres tan terroríficos como desdibujados: son sombras o son mezclas de animales conocidos. Habitan los dos mundos dentro de los que Carter-Lovecraft se mueve: en los sueños personales y en el mundo onírico común.

    ¿Cómo acceder a esta cosmogonía mágica? A través de los hombres mágicos que revelan lo no evidente. Esos hombres mágicos de sangre divina tendrían pensamientos elevados que los otros hombres no entenderían y las personas vulgares les tomarían por locos. Lovecraft nos habla de su vida como escritor. Fue necesario que publicara en la revista de Weird tales (Cuentos extraños) para que sus historias fueran apreciadas y admiradas. Fuera de esos círculos literarios especializados era tomado por un ser extraño y solitario. Con las afirmaciones que hace en esta novela de Cárter, se confirma ante sí como quien puede comunicarse con seres de otras realidades, reservadas sólo para los hombres de sangre de dios, y a las que puede acceder por ser una persona con especiales facultades para abandonar por voluntad el mundo real: se mira como un soñador auténticamente experto. Esta peculiar consideración de sí mismo se repite a lo largo de su obra y parte de la documentada falta de integración del autor a su tiempo y sociedad; no podemos asegurar que sufriera por ello, pero es claro que solía estar solo desde su infancia.

    Los monstruos de H.P. no son necesariamente enormes y terribles, muchos espantan por resultarnos cercanos. En uno de los viajes de Cárter se topa con hombres que tienen turbante: cuando es emborrachado advierte que no es un turbante regular, sino sólo una tela que tapa tentáculos enrollados que le brotan del cráneo y que los hace horribles. Quienes tachan de racista a H.P. aprovechan estos pasajes para evidenciar el disgusto del escritor por los pueblos orientales (usuarios regulares de tales turbantes), pero tales recelos también pueden ser vistos cuando se refiere a los seres menos que humanos que hacen las más ignominiosas tareas serviles. Todo depende del cristal con que se mire: puede no ser sólo racista, sino también clasista; o se resiste a la integración con todo aquello que le es diverso. Cabe añadir que la continua referencia a esos seres extraños que invaden el mundo objetivo también puede establecer que el autor ha conocido demasiado al enemigo, lo ha estudiado a tal grado que, aunque diga que le disgusta, lo menciona tanto por sentirlo cercano, y en consecuencia parte de sí mismo, aunque pueda argumentar en su contra: como un defecto propio (o una enfermedad social, si así quiere verse) que uno asume y con el que trata de convivir para el resto de la vida.

    La fantástica... permite también la lectura de una obra de viajes. Claro, es una travesía por tierras sólo vistas en la mente del autor pero, gracias a la imaginación que tan poderosamente despierta H. P. L. con sus descripciones y adjetivos, el lector será copartícipe de la recreación, única en cada lectura, de estas tierras a descubrir, entre sobresaltos y las más diversas criaturas, muchas formadas con uniones de animales, otras tomadas del folclor europeo. La mayoría son inventadas por Lovecraft, pero también incluye algunos que le parecen lo suficientemente exóticas como para enriquecer estas tierras que iremos descubriendo con los ojos del viajero Cárter: en algún momento decide rentar una cebra para cabalgar por montañas y llanuras. Como era de esperarse, cuando son nombrados, sus apelativos son de difícil pronunciación, los más son monstruos entre amigables y voraces: gul, gugos, lívidos, zoogs, recolectores de lava, el gas violeta S’ngac y muchos más. En la convivencia territorial de tantos seres, la mayoría agresivos para el hombre, en algún momento se desarrollan luchas entre especies y el lector de Tolkien sentirá presenciar alguna escena conocida de la obra de El señor de los anillos.

    La fantástica divierte por su complejidad y es una variante en la obra completa del autor. Quien tenga a H.P. por escritor preferido o quien inicia en su aproximación a tal autor, no puede desconocer esta narración de un escritor a tal grado popular en el mundo entero que, con la nueva herramienta del Internet, los grupos de seguidores se multiplican irreversiblemente.

    "La casa maldita" está en la frontera del cuento largo y la novela corta. Aquí se incluye por ser una variante del autor sobre un mito sobradamente desarrollado: el vampirismo. No estamos ante seres de largos colmillos: los vampiros de Lovecraft nos recuerdan la obra señera del director de cine F.W. Murnau, Nosferatu (1922), por ser sombras terribles que atacan a los habitantes de esa casa donde se han documentado tantas muertes y se sabe la existencia de otras sin registro. Implica el concepto largamente desarrollado con posterioridad por autores como Stephen King y en muchas películas: la casa como receptor de la maldad ahí hecha o dirigida. Si en muchas casas embrujadas las paredes sangran y fenómenos como los poltergeist brotan en la historia reciente norteamericana, este relato es un antecedente de toda esa certeza en la literatura de ficción. El género literario y cinematográfico ya establecido como de casas encantadas o malditas tiene con Lovecraft una deuda en este relato que tiene muchas características del autor: los inmigrantes y sus extrañas costumbres, siempre sospechosas. Con una maestría literariamente envidiable, H. P. L. logra que lo tangible cotidiano sugiera la presencia de lo sobrenatural. Y nos convence con el sencillo argumento de las muertes ahí sucedidas. Para hacer más verosímil su narración (e innovadora dentro del género) el personaje central decide acabar con los atacantes con métodos científicos por suponer que la maldad asesina deriva de que nuestro conocido universo de tres dimensiones abarca una mínima parte de la sustancia y energía del cosmos total, que tiene como fuente insólitas y desconocidas leyes el movimiento atómico y electrónico.

    El mayor logro de este texto es el presentar un fenómeno típico del autor: muertes atribuibles a entes más allá de la comprensión humana, bajo el lente del científico que recurre a la química para atacar a esa maldad encarnada y cuyas representaciones son unos extraños hongos y olores insoportables. Su mayor aportación a la literatura vampírica es que, en lugar de que el invasor deje sin sangre a la víctima o lo convierta Nosferatu, cuando ataca al tío del científico, éste es poseído por todas las personas muertas por los vampiros: se integra al submundo de las víctimas, es invadido por éstas, y pierde su identidad.

    La casa... contiene un elemento extraliterario: la mención de Edgar Allan Poe, indudable influencia literaria de H.P., como un personaje que llega a Providence. No participa en la historia, pero es un guiño del autor para su talismán literario: como los cameos que ahora vemos en algunas películas, donde el director o algún actor famoso aparecen por una toma, como una pequeña broma para el espectador atento.

    Estas tres novelas revelan, entonces, la influencia asumida de H.P. Howard Phillips Lovecraft implícitamente acepta sus influencias literarias en su ensayo El terror en la literatura (cuyo título original sería El horror sobrenatural en la literatura), donde elogia a Maturin, Lewis, Blackwood y otros escritores, antecedentes temáticos y estilísticos de Lovecraft. Sin embargo, en su obra hay otras influencias, no aceptadas abiertamente, pero necesarias para comprender mejor sus intenciones creativas. Con H. P. L. esto se complica ante la repetida inserción de lugares, personas y textos ficticios como Arkaham, Miskatonic, Abdul Alhazarhed y el Necronomicón.

    Probablemente la más poderosa sea la de Nikolái Konstantínovich Roerich (Rusia 1874-India 1947) artista, filósofo, arqueólogo y, entre mucho más, promotor de un pacto internacional para protección de valores culturales, especialmente durante los conflictos bélicos. Un personaje importantísimo del siglo XX, a grado tal que hay picos montañosos y puertos con su apellido; incluso un pequeño planeta lleva su apellido. Su influencia es clara en la novela En las montañas de la locura, donde la expedición científica que va al círculo polar antártico se encuentra con terribles seres, mitad animal y mitad vegetal. El narrador va en la búsqueda de otros científicos perdidos y al atravesar unas montañas jamás vistas por otros humanos (sin contar los perdidos) se topa con extrañas formaciones en los helados montes: siente estar ante la puerta de una dimensión incomprensible, no habitada por humanos. Ante la sorpresa, el personaje se siente como ante las pinturas sutiles y extrañas de Roerich, con cualidades obsesionantes en ese continente sobrenatural de montañas misteriosas. El paisaje presagia el horror que espera a los personajes de esta novela, donde se cruzan elementos de ciencia ficción y del llamado terror cósmico.

    Podría suponerse que sólo el elemento visual de las pinturas de Roerich influyó en Lovecraft, con una técnica que ahora nos suena conocida por los cómics que usan las secciones monocromáticas para contrastar las sombras y claro oscuros de los relieves en montañas, nubes y seres pintados por Roerich. Este pintor dejó cientos de lienzos, muchos basados en exteriores de su natal Rusia y de los lugares que visitó durante sus travesías. Observados aisladamente son profundos, pero en conjunto denotan cierta reiteración en los ángulos e inflexión pictórica: establecen al espectador que hay algo oculto en la pintura.

    Orgulloso de sus orígenes, Roerich incluye en varias pinturas motivos del catolicismo ortodoxo ruso que legó iglesias maravillosas en decoración y arquitectura a lo largo de la otrora Unión Soviética. Quizá los paisajes más evocadores sean los de cuevas y otros lugares no exteriores. O los animales que representa, donde bien cabrían las descripciones lovecraftianas, como en el lienzo La pelea, donde un peculiar San Jorge se enfrenta a un dragón sonriente y macabro que lleva en el lomo muchos cuerpos que bien podrían ser las almas de las víctimas del símbolo demoníaco clásico o la conformación multiforme de ese ente llamado Legión en el Apocalipsis bíblico. La pintura Corredores del castillo, calabozos podría ilustrar muchos cuentos de H.P. por contener elementos escherianos donde los ángulos se pierden, como tanto le gustaba describir a Lovecraft. En Buda el ganador, Buda está adentro de una cueva resplandeciente: también parecerá conocida a los lectores de H.P., por matizar esas estalactitas amarillas un ambiente mórbido, tan preciado para el autor. Issa y el cráneo del gigante muestra a un iluminado ante los restos de ese ser magnífico, al menos, por el tamaño respecto del hombre. Ese mismo discurso Lovecraft lo plantea en varios de sus textos: los personajes, su alter ego, se presentan como seres distintos al resto de los mortales, con la capacidad de establecer contacto con los dioses desconocidos: es Howard Phillip aceptando su condición de solitario, pero bajo el disfrute de suponerse distinto, por mejor, a los humanos incapaces de acceder a los planetas y seres consolidados en su imaginación desbordada, pero perfectamente estructurada en la creación de esos mitos de Cthulhu que le han sobrevivido para darle un lugar en la literatura mundial.

    Pero la fascinación por Roerich también habla de la seducción de los artistas norteamericanos por la cultura europea (la mayoría de los autores narrados en el citado ensayo, son europeos). En sus notas biográficas, Lovecraft se presenta como un aristócrata, en parte por el dinero familiar, en parte por la cultura transmitida por el abuelo (especialmente en astronomía) y la biblioteca a la que tuvo acceso desde niño, donde se refugió por años. Pero, ¿qué aristocracia podría tener un país con apenas un siglo de independencia? H.P.L. es favorito en su país por estimarlo como un creador único, pero artística y culturalmente apenas podría comparársele con gente como Roerich, un verdadero intelectual y activista cultural de su época. La atracción de H.P. hacia el ruso implícitamente refleja la distancia cultural que había entre su obra y la de Nikolái, quien no sólo pintó y escribió con calidad imperecedera, sino que dejó un legado profundo en materia de Derecho internacional, al establecer en la teoría del Estado la necesidad de que éste deba construir una civilización tomando como referencia los valores culturales universales y regionales, por ser la parte más compleja del ser humano.

    El disfrutable, ya inamovible por mérito propio, legado de Lovecraft, tiene una deuda con artistas del calibre de Roerich. Hoy, por la publicidad mundial, se contemplan las manifestaciones culturales gringas como referentes que marcan tendencias: la ropa, la música, las modas, las películas, etc., pero lecturas como las de H.P., además del entretenimiento y el desarrollo de la imaginación, también deben servir para recordarnos que atrás de toda la parafernalia publicitaria está la cultura europea.

    Ricardo Guzmán Wolffer

    La fantástica búsqueda de la desconocida Kadath

    Por tres veces soñó Randolph Cárter la maravillosa ciudad, y por tres veces fue súbitamente arrebatado cuando se hallaba en una elevada terraza que la dominaba. Brillaba toda con los dorados fulgores del sol poniente: las murallas, los templos, las columnatas y los puentes de veteado mármol, las fuentes de tazas plateadas y prismáticos surtidores que adornaban las grandes plazas y los perfumados jardines, las amplias avenidas bordeadas de árboles delicados, de jarrones atestados de flores, y de estatuas de marfil dispuestas en filas resplandecientes. Por las laderas del norte ascendían filas y filas de rojos tejados y viejas buhardillas picudas, entre las que quedaban protegidos los pequeños callejones empedrados, invadidos por la hierba. Había una agitación divina, un clamor de trompetas celestiales y un fragor de inmortales címbalos. El misterio envolvía la ciudad como envuelven las nubes una fabulosa montaña inexplorada; y mientras Carter, con la respiración contenida, se hallaba recostado en la balaustrada de la terraza, se sintió invadido por la angustia y la nostalgia de unos recuerdos casi olvidados, por el dolor de las cosas perdidas y por la apremiante necesidad de localizar de nuevo el que algún día fuera trascendental y pavoroso lugar.

    Sabía que, para él, aquel lugar debió tener alguna vez un significado supremo; pero no podía recordar en qué época ni en qué en-carnación lo había visitado, ni si había sido en sueños o en vigilia. Vislumbraba vagamente alguna fugaz reminiscencia de una primera juventud lejana y olvidada, en la que el gozo y la maravilla henchían el misterio de los días, y el anochecer y el amanecer se sucedían bajo un ritmo igualmente impaciente y profético de laúdes y canciones, abriendo las puertas ardientes de nuevas y sorprendentes maravillas. Pero cada noche en que se encontraba en esa elevada terraza de mármol, ornada de extraños jarrones y balaustres esculpidos, y contemplaba, bajo una apacible puesta de sol, la belleza sobrenatural de la ciudad, sentía el cautiverio en el que le tenían los dioses tiranos del sueño; de ningún modo podía dejar aquel elevadísimo lugar para bajar por la interminable escalinata de mármol hasta aquellas calles impregnadas de antiguos sortilegios que le fascinaban...

    Cuando despertó por tercera vez sin haber descendido por aquellos peldaños, sin haber recorrido aquellas apacibles calles en el atardecer, suplicó larga y fervientemente a los ocultos dioses del sueño que meditan ceñudos sobre las nubes que envuelven la desconocida Kadath, ciudad de la inmensidad fría jamás hollada por el hombre. Pero los dioses no contestaron, ni se conmovieron, ni dieron ningún signo favorable cuando les imploró en sueños o cuando les ofreció sacrificios por medio de los sacerdotes Nasht y KamanThah, de luenga barba, cuyo templo subterráneo, en el cual se venera una columna de fuego, se encuentra no lejos de las puertas del mundo vigil. Parecía, al contrario, que sus súplicas habían sido escuchadas con hostilidad, ya que desde la primera invocación dejó radicalmente de contemplar la maravillosa ciudad, como si sus tres lejanas visiones le hubieran sido permitidas por casualidad o por inadvertencia, en contra de algún plan o deseo oculto de los dioses.

    Finalmente, enfermo de tanto suspirar por las avenidas esplendorosas y por los callejones de la colina, ocultos entre aquellos tejados antiguos que ni en sueños ni despierto podía apartar de su espíritu, Carter decidió llegar hasta donde ningún otro ser humano había osado antes, y cruzar los tenebrosos desiertos helados donde la desconocida Kadath, cubierta de nubes y coronada de estrellas ignotas, guarda el nocturno y secreto castillo de ónice donde habitan los Grandes Dioses.

    En uno de sus sueños ligeros, descendió los setenta peldaños que conducen a la caverna de fuego y habló de su proyecto a los sacerdotes Nasht y KamanThah de luenga barba. Y los sacerdotes, cubiertos con sus tiaras, movieron negativamente la cabeza, augurando que sería la muerte de su alma. Le dijeron que los Grandes Dioses habían manifestado ya sus deseos y que no les agradaría sentirse agobiados por súplicas insistentes. Le recordaron también que no sólo no había llegado jamás hombre alguno a Kadath, sino que nadie podía sospechar dónde se halla, si en los países del sueño que rodean nuestro mundo o en aquellas regiones que circundan alguna insospechada estrella próxima a Fomalhaut o a Aldebarán. Si estuviera en la región de nuestros sueños, no sería imposible llegar a ella. Pero desde el principio de los tiempos, sólo tres seres completamente humanos han cruzado los abismos impíos y tenebrosos del sueño; y de los tres, dos regresaron totalmente locos. En tales viajes había incalculables peligros imprevisibles, así como una tremenda amenaza final: el ser que aúlla abominablemente más allá de los límites del cosmos ordenado, allí donde ningún sueño puede llegar. Esta última entidad maligna y amorfa del caos inferior, que blasfema y babea en el centro de toda infinidad, no es sino el ilimitado Azathoth, el sultán de los demonios, cuyo nombre jamás se atrevieron labios humanos a pronunciar en voz alta, el que roe hambriento en inconcebibles cámaras oscuras, más allá de los tiempos, entre los fúnebres redobles de unos tambores de locura y el agudo, monótono gemido de unas flautas execrables, a cuyas percusiones y silbos danzan lentos y pesados los gigantescos Dioses Finales, ciegos, mudos, tenebrosos, estúpidos; y los Dioses Otros, cuyo espíritu y emisario es Nyarlathotep, el caos reptante.

    De todas estas cosas advirtieron a Carter los sacerdotes Nasht y KamanThah en la caverna de fuego, pero él siguió decidido a partir en busca de la desconocida Kadath, que se alza perdida en la inmensidad fría y de sus dioses tenebrosos, para poder gozar de la visión, del recuerdo y del amparo de la maravillosa ciudad del sol poniente. Sabía que su viaje iba a ser extraño y largo, y que los Grandes Dioses se opondrían a ello; pero estando habituado a los sueños, contaba Carter con la ayuda de muchos recuerdos provechosos y estratagemas útiles. Así que, tras pedir a los sacerdotes su bendición solemne y maquinar con astucia su expedición, descendió audazmente los trescientos peldaños que conducen al Pórtico del Sueño Profundo y emprendió el camino a través del bosque encantado.

    En las oquedades de ese bosque enmarañado, cuyos prodigiosos robles tantean y entrelazan sus ramas al aire, y cuyas umbrías relucen con la apagada fosforescencia de unos hongos extraños, habitan los furtivos y silenciosos zoogs. Estos seres conocen una infinidad de secretos de la región de los sueños, y algo también del mundo vigil, ya que el bosque linda con las tierras de los hombres por dos lugares, aunque sería desastroso decir cuáles .Ciertos rumores inexplicables, ciertos accidentes y desapariciones ocurren entre los hombres allí donde los zoogs tienen acceso, y por ello es una gran suerte que éstos no puedan alejarse demasiado de la región de los sueños. Sin embargo, los zoogs cruzan libremente la frontera más próxima de esta región y se deslizan, negros, menudos, invisibles, para poder contar relatos divertidos a su regreso y entretener con ellos las largas horas que pasan al amor del fuego, en el corazón de su adorado bosque. La mayoría vive en madrigueras, aunque algunos habitan en los troncos de los grandes árboles; y a pesar de que se alimentan principalmente de hongos, se dice que también les atrae la carne, tanto la física como la espiritual. Y, efectivamente, en el bosque han entrado muchos soñadores que luego no han vuelto a salir. Pero Carter no tenía miedo; era un soñador veterano que conocía el lenguaje chirriante de estos seres y había tratado muchas veces con ellos. Con la ayuda de los zoogs había descubierto la espléndida ciudad de Celephais, situada en Ooth-Nargai, más allá de los Montes Tanarios, donde reina durante la mitad del año el gran rey Kuranes, ser humano a quien él había conocido en la vida vigil bajo otro nombre. Kuranes era el único ser humano que había alcanzado los abismos estelares y regresados en su sano juicio.

    Mientras recorría, pues, los angostos corredores fosforescentes que quedan entre los troncos gigantescos de ese bosque, iba Carter emitiendo ciertos sonidos chirriantes, a la manera de los zoogs, y callando de cuando en cuando en espera de respuesta. Recordaba que había un poblado de zoogs en el centro del bosque, en una zona en que abundaban grandes rocas musgosas y donde, según se contaba, habían vivido anteriormente seres aún más terribles, ya olvidados afortunadamente, después de tanto tiempo. Así que se dirigió hacia ese lugar. Reconocía el camino por los hongos grotescos; que cada vez parecían más voluminosos y mejor alimentados, a medida que se iba aproximando al terrible círculo de piedras en cuyo centro habían danzado y habían celebrado sus sacrificios los innominados seres anteriores. Finalmente, el enorme resplandor de aquellos hongos hinchados reveló una siniestra inmensidad verdosa y gris que ascendía hasta la bóveda espesa de la selva. Estaba muy cerca del anillo de piedras, y por ello supo Carter que el poblado de los zoogs debía hallarse a poca distancia. Renovó sus llamadas en el lenguaje chirriante y esperó pacientemente; por fin vio recompensados sus esfuerzos al darse cuenta de que le vigilaba una multitud de ojos. Eran los zoogs, cuyos ojos espectrales destacan en la oscuridad mucho antes de que puedan distinguirse sus siluetas oscuras, desmedradas y escurridizas.

    Salieron en enjambre de sus madrigueras y de los árboles huecos, y eran tan numerosos que invadieron todo el espacio iluminado. Los más fieros le rozaron desagradablemente, y uno de ellos llegó a darle un repulsivo mordisco en una oreja; pero estos seres desordenados e irrespetuosos fueron contenidos muy pronto por los más viejos y sensatos. El Consejo de los Sabios, al reconocer al visitante, le ofreció una calabaza llena de savia fermentada de cierto árbol encantado que era distinto a todos los demás, y que había nacido de una semilla procedente de la luna. Y después de beber Cárter ceremoniosamente, se inició un extraño coloquio. Por desgracia, los zoogs no sabían dónde se encontraba el pico de Kadath, ni podían decirle si la inmensidad fría se hallaba en nuestro país de los sueños o en otro. Se decía que los Grandes Dioses aparecen indistintamente en cualquier parte, y sólo uno de los zoogs pudo informarle de que era más frecuente verlos en los picos de las altas montañas que en los valles, ya que en tales picos ejecutan sus danzas conmemorativas cuando la luna brilla sobre ellos y las nubes los aíslan de las tierras bajas.

    Entonces un zoog, que era muy viejo, recordó algo que los demás ignoraban y dijo que en Ulthar, al otro lado del río Skai, todavía existía un último ejemplar de los Manuscritos Pnakóticos, copiado por hombres del mundo vigil en algún reino boreal ya olvidado, y trasladado a la región de los sueños cuando los caníbales velludos llamados gnophkehs conquistaron Olathoe, la tierra de los infinitos templos, y mataron a todos los héroes del país de Lomar. Esos manuscritos —dijo— eran inconcebiblemente antiguos y hablaban mucho de los dioses; y, además, en Ulthar había quienes habían visto las huellas de los dioses; incluso vivía un sacerdote que había escalado una gran montaña para verlos danzar bajo la luz de la luna. Afortunadamente había fracasado en su intento, pero un acompañante suyo que los consiguió

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