La maldición de Willows house
Por Camila Winter
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Novela de misterio y suspenso ambientada en Nueva Inglaterra colonial.
Algo muy inquietante está pasando en la mansión de Willows House y Richard Forbes está empecinado en averiguarlo. Él no cree qeu la mansión ancestral esté embrujada, no cree en hechizos ni en fantasmas pero... un hallazgo inquietante lo hará cambiar de parecer
Camila Winter
Autora de varias novelas del género romance paranormal y suspenso romántico ha publicado más de diez novelas teniendo gran aceptación entre el público de habla hispana, su estilo fluido, sus historias con un toque de suspenso ha cosechado muchos seguidores en España, México y Estados Unidos, siendo sus novelas más famosas El fantasma de Farnaise, Niebla en Warwick, y las de Regencia; Laberinto de Pasiones y La promesa del escocés, La esposa cautiva y las de corte paranormal; La maldición de Willows house y el novio fantasma. Su nueva saga paranormal llamada El sendero oscuro mezcla algunas leyendas de vampiros y está disponible en tapa blanda y en ebook habiendo cosechado muy buenas críticas. Entre sus novelas más vendidas se encuentra: La esposa cautiva, La promesa del escocés, Una boda escocesa, La heredera de Rouen y El heredero MacIntoch. Puedes seguir sus noticias en su blog; camilawinternovelas.blogspot.com.es y en su página de facebook.https://www.facebook.com/Camila-Winter-240583846023283
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La maldición de Willows house
Camila Winter
Nueva Inglaterra, Estados Unidos
Ciudad de Boston Año 1739
––––––––
Primera Parte
El forastero busca esposa
Cuando la señorita Elaine Lowell entró en el salón de la mansión de la distinguidísima Eleonor Lawrence muchos invitados se volvieron a mirarla y de pronto se hizo un silencio que podía significar admiración o alarma... Admiración porque era una joven beldad casadera y siempre despertaba miradas de atención, y alarma porque se rumoreaba que la bella Elaine tenía un parentesco sombrío con una bruja y eso era una mancha en esos tiempos, pero nadie habría tenido ni el descaro ni la impertinencia de mencionarlo.
—Bienvenida Elaine, ¡oh, qué agradable sorpresa!—se apresuró a decir la anfitriona, una viuda de edad avanzada y espíritu muy alegre que siempre invitaba a las personas más distinguidas y cultas de la joven ciudad de Boston. Sus ojillos oscuros miraron de soslayo a ese par de harpías que habían cometido el desaire de marcharse del salón para escabullirse frente al piano fingiendo escuchar la melodía que tocaba la hija de la condesa Richmond; una chiquilla rubia muy inglesa y muy pálida que vivía resfriada y solo sabía tocar el piano y comer golosinas a escondidas mientras bromeaba con sus amigas.
Eleonor observó con disgusto a ese par y también a la chica que estaba rodeada por un grupo de jovencitas que reían y no tenían la educación que correspondía para frecuentar los salones más importantes. La gente adulta y distinguida merecía otro respeto. Y sobre todo silencio y no tener que soportar las interrupciones de esas chicas con menos seso que un pájaro; tenían edad más que suficiente para saber comportarse, pero claro, eran todas muy consentidas. Lady Catherine, la condesa había enviudado y no tenía carácter ni tampoco un poco de sensatez para contratar a alguien que enseñara modales a sus hijas y en cuanto a las otras... No hacían más que coquetear con el primer caballero soltero que entrara en el salón.
Su disgusto cambió cuando Elaine agradeció que la rescatara de tantas miradas, era una chica tan guapa, una beldad de esas tierras; llena de vida, con mejillas redondas y rosadas y ojos... Tenía los ojos más bonitos sin lugar a duda, y qué importaba que tuviera una abuela bruja, todos tenían alguna parienta que fue bruja o fue amiga de alguna bruja.
Además Eleonor Lawrence conocía bien a la familia de Elaine, su padre: John Lowell era un comerciante próspero de la colonia, un hombre muy guapo y distinguido, al igual que su esposa, ambos habían sabido criar a sus hijas y ahora Elaine se lucía como no podían hacerlo las otras...
Elaine Lowell, ajena a las maquinaciones de su anfitriona habló con ella un momento y luego se alejó para saludar a las amistades de su familia. La joven no era engreída, a pesar de ser hermosa y era consciente de los rumores que corrían sobre ella.
Esa noche parecía la joven esperar a alguien en el salón, pero ese alguien no era visible y ella hizo un gesto de comprensión y también de tristeza pues sabía que Ned nunca asistía a las fiestas por considerarlas mundanas y pecaminosas. Todo lo que no fuera una vida sencilla en el campo: era pecado para ese joven puritano.
Entonces uno de los presentes vio a la bella damisela de cabello castaño, de modales encantadores y sencillos y su imagen le dejó obnubilado varios segundos sin saber qué hacer o decir, y al volverse, un viejo amigo suyo de poblados bigotes sonrió.
—¿Quién es ella?—preguntó el caballero Richard Forbes con gesto interrogante.
—Es la señorita Elaine Lowell, la hija del caballero Lowell, la conocerá usted...
No, no le conocía pero al saber que era soltera sonrió. Una sola mirada había alcanzado para saber que quería convertirla en su esposa. Era bella, sana, y muy joven. ¿Qué edad tendría? ¿Diecisiete, dieciocho? Sus ojos verdes se detuvieron en el discreto escote del vestido azul, disimulando el abundante pecho y las rollizas formas que empezaban a excitar el misterio y su deseo, de tener nuevamente una esposa en su lecho.
Hacía más de un año que había enviudado, y mucho menos que planeaba casarse nuevamente. Necesitaba herederos, y necesitaba una compañera con quien conversar y compartir esos momentos tristes cuando el invierno lo dejaba aislados durante días, por la crecida de la costa de Devon en Willows house, la mansión de su familia por más de cien años.
No demoró en averiguar que la familia de la joven era honorable, las damas sanas y prolíficas. La dote interesante, aunque esto último no le preocupaba, era un hombre inmensamente rico. Y también inmensamente sólo.
Catherine Emerson, su anfitriona, fue quien se encargó de hacer las correspondientes presentaciones. La joven demostró ser muy seria y educada, pero toda su belleza y exuberancia contrastaba con su excesiva timidez y castidad.
Dios, ¿no sería una de esas jóvenes de las colonias puritanas? No lo parecía, nadie le había advertido.
Los ojos violetas de la joven, de espesas pestañas permanecían fijos en el suelo y de pronto sintió deseos de quitarle ese gorro, soltar su cabello castaño brillante y robarle un beso.
Tal vez fuera el efecto del vino, pero nunca se había sentido tan fascinado por una mujer como por esa chiquilla.
La vio alejarse con cierta pena, y se preguntó cómo podría volver a verla, sin que su interés por ella fuera tan evidente.
Y como para él el matrimonio era necesario, pero también un asunto muy serio habló con su fiel amigo Andrew Bradley al día siguiente y le pidió que averiguara sobre la familia de la joven. Ansiaba volver a verla pero debía ser paciente.
Regresó a su mansión esa misma tarde. Los sirvientes lo saludaron y se miraron perplejos. Sintió ciertas miradas de temor y se preguntó si acaso habrían visto de nuevo a la bruja de Willows house. Esperaba que no. Ese asunto lo enervaba.
Recorrió a caballo las propiedades a una velocidad vertiginosa. Quería dejar atrás el pasado y olvidar esos ojos tristes que se dibujaban en ese cielo oscuro, la mirada de su amada... Y cuando se detuvo para observar el horizonte vio los ojos violetas de espesas pestañas y mirar cándido. Era la joven Elaine Lowell. Hermosa, tan joven e inexperta. Una pequeña puritana capaz de hechizar el corazón de un hombre en un instante... Un corazón muerto como el suyo.
Pero en ningún momento Richard Forbes creyó estar enamorado. Ese estado doloroso sólo había conocido una vez en su vida, y pensó que su entusiasmo por la bella joven era debido a su necesidad física, apremiante, de una esposa. Pues como buen caballero norteamericano creía que el matrimonio era el lugar correcto para saciar esa necesidad imperiosa.
********
En su residencia campestre de Plymouth la joven Elaine miraba distraída el paisaje agreste desde la ventana de su dormitorio. Un extraño presentimiento hizo que se volviera al instante. Oh, debía ser él, Ned. Sentía su presencia mucho antes de aparecer y no sabía explicarlo...
Sus ojos aguardaron con ansiedad su llegada, pero no era Ned quien les honraba con su visita, no como solía hacerlo. Sino ese caballero de mirada fría... ¿Cuál era su nombre? Lo había olvidado, pero lo llamaban el forastero, porque no era del pueblo sino el amo de una mansión llamada Willows house.
—Oh, Elaine, ve a arreglarte, tenemos invitados—dijo su madre entrando en la habitación.
Ella se sonrojó por haber estado espiando. Obedeció al instante y cepilló su cabello castaño. Luego se puso un vestido ligero de muselina color crema. Le sentaba ese color, resaltaba su cabello y sus ojos.
Casi leyó los pensamientos de su madre y sintió miedo. No quería que le buscaran un esposo, quería a Ned. Y en esa simple frase estaba la llave de su corazón.
Era un joven bondadoso, y siempre lo había amado. De niños compartieron juegos, y risas, ella y sus hermanas. Pero en los últimos años algo había cambiado.
Él se había alejado luego de aquel episodio en el bosque en que se tendieron en la hierba y se besaron. ¡Oh, qué dulces besos, qué bello era el amor! Sin embargo Ned pensaba que había sido pecado y se había disculpado con ella asegurándole que no debió ocurrir... Y que no volvería a ocurrir.
Bajó en compañía de su madre. En el comedor aguardaba ese misterioso forastero de mirada fría y expresión impasible.
Se saludaron y de pronto se encontraron conversando animadamente.
Hubo otros invitados, pero la presencia de ese hombre era muy significativa y lo sabía.
Entonces pensó en Ned. ¿Por qué no había vuelto a verle después de aquel último encuentro?
Perdona Elaine, no debió ocurrir... No fue prudente. Debemos olvidar lo que ocurrió.
Le había dicho él y ella había ansiado sus caricias, sus besos desvistiendo su corpiño, haciéndola sentir un deseo irrefrenable. Y a pesar de su inocencia, no se había atrevido a detenerle. A pesar de los severos consejos de su madre, de llevar siempre el cabello sujeto con un gorro, ese día Elaine había perdido la cabeza. Ned la había despertado, como si hubiera dormido mucho tiempo y luego, oh, él se había detenido, avergonzado. Porque dijo que no era correcto, y que si los pillaban serían severamente castigados.
Luego de ese episodio había evitado su compañía y ella, oh, tenía el corazón roto esperando. Aguardando una señal, una palabra.
Sus padres en cambio esperaban que se fijara en ese desconocido. En ese caballero huraño, forastero, como si un caballero tan fino pudiera fijarse en una joven como ella.
Pero Elaine jamás replicaba, era una joven obediente, criada en una granja por una madre puritana y un padre nada severo.
La mirada de Richard Forbes la seguía a cada paso y se sintió intranquila. Tuvo un extraño presentimiento, vio algo que la inquietó. La imagen del extraño forastero parado en una casa oscura, mirándola fijamente. Una casa llena de oscuridad, un paisaje sombrío...
—Mi querida niña, debes deleitarnos en el piano.—dijo su padre.
Elaine obedeció y entonces, las miradas de los caballeros se posaron en la hija de su anfitrión.
Al caballero John Lowell le encantaba vestir a la moda europea, y vivir como lo haría cualquier caballero inglés. Alto, delgado y con abundante cabello blanco, sus ojos tenían sin embargo la agudeza de un halcón, decía conocer a las personas. Y Richard Forbes, el forastero
le agradaba.
Detestaba ser llamado granjero, sus negocios estaban en la floreciente Boston. Era un hombre instruido y despreciaba levemente a sus parientes que siempre tenían las manos negras de tierra, y el dedo acusador buscando alguna bruja para llevar ante el ayuntamiento. Él en cambio pensaba que las brujas eran criaturas fascinantes, por esa razón se había casado con una.
Sus ojos adquirieron una expresión vacilante al observar al forastero. Conocía a su familia por supuesto, eran dueños de una inmensa propiedad llamada Willows house, una preciosa casa al estilo mansión inglesa, debían ser muy ricos. Pero el caballero era viudo. Qué triste perder una esposa siendo tan joven...
Y parecía interesado en su hija. El asunto no le agradaba del todo, es decir le parecía un hombre aceptable sólo que cuando supo que era viudo... John Lowell se había prohibido ser un padre severo, de esos que encierran a sus hijas bajo siete candados. Tres de ellas se habían casado pero quedaba la más pequeña: Elaine. Casarla con ese granjero que además soñaba con ser reverendo: llamado Ned Holmes, no estaba en sus planes. Había notado como las mejillas de la joven se llenaban de rubor al verle y lo desaprobaba. Era un simplón, un puritano y se rumoreaba que papista... Y de su pobre niña se decía que era una bruja, que tenía poderes especiales.
El señor Lowell hizo planes en silencio. Debía casar pronto a su hija, y ponerla a salvo de esos rumores malignos. La belleza y la juventud siempre despertaban envidias, y varias damas con hijas casaderas empezaban a señalarla con el dedo y a decir sandeces
.
—OH, por favor continúe la historia. ¿Vive usted en una mansión encantada, mi lord? Eso es extraordinario—dijo una dama de grueso talle, amiga de la esposa de John que había sido invitada esa noche a la cena de