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Sombras del pasado
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Sombras del pasado
Libro electrónico174 páginas2 horas

Sombras del pasado

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Deirdre Hamilton sabe que está atrapada, que deberá casarse con sir Braxton; un solterón muy acaudalo y distinguido de la sociedad londinense porque su familia así lo desea y siempre ha sido una hija obediente. Sin embargo el destino hace que conozca en una fiesta a un atractivo y seductor Libertino: Sir Lawrence y un encuentro que será un flechazo. Empeñado en conquistarla el libertino hasta dejará sus malos hábitos y al fin desesperado por la indecisión de la joven planea un rapto romántico llevándola a la mítica Escocia donde podrán casarse sin la autorización familiar. Pero al regresar al señorío y a pesar de tenerlo todo para ser felices, la joven comienza a sufrir horribles pesadillas y a sentir que hay algo muy maligno en la mansión campestre de Devon: su nuevo hogar de casada. 
Su marido preocupado contrata a un médico que ha viajado por la india, un científico loco que habla de reencarnación, karma y otras tonterías en las él caballero no cree... Hasta que su esposa desaparece misteriosamente sin dejar rastro y sir Lawrence teme enloquecerse. Deirdre ha desaparecido... El mal, que hace tiempo que ha acechado a la joven y ahora está allí, en forma tangible, tiene un cuerpo y una voz y al fin puede ver su rostro largo tiempo oculto.

 

IdiomaEspañol
EditorialCamila Winter
Fecha de lanzamiento26 may 2015
ISBN9781507077566
Sombras del pasado
Autor

Camila Winter

Autora de varias novelas del género romance paranormal y suspenso romántico ha publicado más de diez novelas teniendo gran aceptación entre el público de habla hispana, su estilo fluido, sus historias con un toque de suspenso ha cosechado muchos seguidores en España, México y Estados Unidos, siendo sus novelas más famosas El fantasma de Farnaise, Niebla en Warwick, y las de Regencia; Laberinto de Pasiones y La promesa del escocés,  La esposa cautiva y las de corte paranormal; La maldición de Willows house y el novio fantasma. Su nueva saga paranormal llamada El sendero oscuro mezcla algunas leyendas de vampiros y está disponible en tapa blanda y en ebook habiendo cosechado muy buenas críticas. Entre sus novelas más vendidas se encuentra: La esposa cautiva, La promesa del escocés, Una boda escocesa, La heredera de Rouen y El heredero MacIntoch. Puedes seguir sus noticias en su blog; camilawinternovelas.blogspot.com.es y en su página de facebook.https://www.facebook.com/Camila-Winter-240583846023283

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    Sombras del pasado - Camila Winter

    Índice General

    ÍNDICE GENERAL

    Sombras del pasado

    Camila Winter

    Primera Parte.

    Un romance inoportuno

    En un castillo de Escocia...

    Pesadillas

    Recuerdos del pasado

    El castillo Dorian

    Sombras del pasado

    Camila Winter

    Primera Parte.

    Un romance inoportuno

    LA SEÑORITA DEIRDRE Hamilton era hija de un barón de mediana fortuna y tenía exactamente la edad de las debutantes de la temporada en el momento en que fue a casa de su madrina en Londres para hacer nuevas amistades y luego, con un pelín de suerte: un matrimonio conveniente. Pero esto último no le quitaba el sueño, solo pensaba que debía ser cautelosa y cuidar su reputación. Había recibido muchos cumplidos de admiradores, era muy solicitada a la hora del baile, pero jamás bailaba más de dos piezas con un festejante.

    Sin embargo, su madrina tenía otros planes y a poco de llegar le aconsejó que fuera amable con el conde de Braxton: sir Edward Hardwicked, pues sospechaba que moría de amor por la jovencita a pesar de que esta fuera tan fría con él. Es que a Deirdre no le agradaba demasiado, pues para empezar tenía treinta años, era viudo y muy frío.

    —Pero es muy rico y no deja de mirarte. No te cuesta nada ser amable querida, pues ya sabes... En la vida nunca se sabe con quién podrás casarte de forma conveniente—sentenció la señora Rose Bradbourgh, moviendo la cabeza con energía. Era una dama viuda muy elegante que sabía mucho de pretendientes convenientes y también sobre los hombres... Cómo saber si sentían un interés pasajero y en qué momento exacto se debía demostrar cierto interés y no demoró en darle una pequeña clase a su ahijada, que esta escuchó con un gesto de asentimiento sin responder.

    En realidad, no se sentía nada inclinada hacia sir Edward a pesar de que su madrina lo considerara el pretendiente que reunía casi todas las condiciones, excepto una: era viudo. Y esto, Harriet no entendía por qué no era del todo conveniente...

    —Ha enviudado recientemente, pero es un caballero sin vicios y con una fortuna sólida. Un candidato codiciado que no debes ignorar. Pero tampoco demostrar excesivo interés...

    Los ojos azules de la jovencita hicieron un gesto de contrariedad.

    No lograba entender del todo ese ritual de coqueteo, seducción y pesca del marido adecuado. En realidad, temía hacerlo mal, pues el secreto (según lady Bradbourgh) era mantener el equilibrio perfecto, ni excesivo interés ni tampoco indiferencia que pudiera ser interpretada como desinterés o frialdad.

    A los caballeros les agradaba una dama de buena familia, bonita, virtuosa y sin sombra de mancha, pero si notaban excesivo recato o frialdad... Se alejaban y escogían a otra. Y eso era lo que la señorita Deirdre Hamilton debía evitar a toda costa.

    —Eres afortunada querida, creo que le agradas al conde, y si tienes la debida astucia y demuestras un poco de interés... Tal vez en pocas semanas puedas...

    Tener una petición formal de matrimonio, o la solicitud de un permiso para visitarla y comenzar una amistad que luego se convertiría en matrimonio.

    Las palabras de su madrina eran muy entusiastas, pero ella no se hacía tantas ilusiones, su madre no dejaba de decirle que no era tan fácil encontrar un buen partido en esos tiempos pues en esa temporada había un montón de niñas casaderas con los mismos planes... en busca del marido perfecto. Ella era bonita sí, pero su dote era escasa y...

    —Oh anímate mon cherie, no es tan difícil—insistió su madrina.

    Le encantaba usar esas palabras francesas como estaba tan de moda entonces, vestidos franceses, institutrices francesas, expresiones como esas... Mon amour, mon cherie...

    Sin embargo, la joven no se sentía tan optimista y esa noche miró a su alrededor pensaba que había damas realmente hermosas, y el conde escogería a alguna de ellas.

    Pero esa noche, cuando el mencionado caballero entró en el salón, buscó su compañía y conversaron un momento. Era un caballero apuesto: de cabello muy oscuro y ojos grises, atractivo, pero distante, reservado y algo desconfiado. Reticente, a pesar de tener modales encantadores y sociables, parecía huir de las niñas casaderas y sin embargo se acercó a la señorita Hamilton en más de una ocasión.

    Un candidato estupendo, su madrina lo adoraba, y cada vez que lo veía aparecer sus ojos se encendían como si fuera ella la jovencita casadera que buscaba esposo.

    Deirdre Hamilton sin embargo no compartía el entusiasmo de su tía, y aunque bailó y conversó con el conde no se mostró coqueta ni interesada en él, lo que debió aumentar el entusiasmo del pretendiente que necesitaba una esposa como esa joven: con la edad adecuada, levemente rolliza y saludable, con unos colores rosados en sus mejillas que eran la envidia de muchas otras delgadas pálidas como fantasmas que merodeaban el salón buscándole sin demasiado disimulo. No podía creer que esa joven fuera la traviesa niña que un día visitó el castillo de su propiedad con sus hermanas y lo pusieron todo de cabeza corriendo de un sitio a otro. Al parecer el tiempo había transformado a la niña flacucha de largas piernas en una dama hermosa, muy hermosa pensó el conde mientras sus ojos se detenían en el busto abundante, el cuello fino y delicado y la cintura estrecha y las caderas bien formadas. Pero lo que más adoraba el conde, además de sus ojos color zafiro, eran sus labios llenos y rojos pidiendo ser besados... Llevaba un vestido rosa pálido que acentuaba su femineidad y el cabello castaño ensortijado en un moño muy elegante. Apartó la mirada algo turbado, la deseaba sí, y ese deseo había crecido tanto que casi era doloroso.

    —Conde de Braxton—lo saludó Deirdre con una reverencia.

    Él besó su mano y se detuvo más tiempo del recomendado para rozarla con sus labios, lo que hizo que la joven se ruborizara levemente al sentir el contacto de esa boca fría en su piel.

    —Encantado de volver a verla, señorita Hamilton—respondió él observándola con sus fríos ojos grises. Era todo un hombre, aunque sólo contara veintinueve años.

    Conversaron un momento y luego bailaron. Su madrina casi se lo había ordenado. Al parecer ella había decidido que no encontraría mejor partido que ese, así que mejor no dejarlo escapar mostrándose fría o altanera.

    Debes demostrar cierto interés querida o lo perderás, le había advertido su madrina ese día.

    Así que charló y conversó con ese hombre cuando lo que quería era escapar.

    Era muy tímida, y habría deseado enamorarse de un joven y luego casarse. Pero su madre y su tía habían puesto fin a esos locos sueños, mucho tiempo atrás. Atrapar un rico heredero era su misión y nada debía interponerse.

    Sir Edward pensó que la joven era perfecta.

    —Ha cambiado usted señorita Deirdre, y el cambio ha sido muy positivo—dijo de pronto.

    Ella se ruborizó sin saber de qué hablaba.

    —Usted visitó mi castillo hace tiempo con sus hermanas. ¿Lo recuerda? El castillo Dorian en Devon.

    La joven tragó saliva, era un lugar extraño y se había asustado mucho por las historias que alguien le había contado sobre un fantasma que moraba en ese lugar.

    —Pero ya no es una chiquilla traviesa—insistió sir Edward.

    Deirdre pensó con horror que ese hombre iba a besarla, no dejaba de mirar sus labios y su cuerpo con deseo, aunque sabía disimularlo: ella lo notaba. Y también sabía que era la única a quién cortejaba.

    —¿Recuerda usted el castillo de Dorian? —insistió él.

    Ella murmuró una frase cortés, mientras él volvía a observarla con devoción.

    Era bella y muy distinguida, callada y el conde quería que fuera su esposa y le diera muchos niños. No podía esperar más para hablar con la joven y expresarle sus sentimientos y luego con su madrina, sin decidirse a qué haría primero. Porque la damisela era muy prudente, asustadiza, tímida, no sabía si era por pudor, recato o porque no tenía interés alguno en él. Le parecía algo extraño que fuera esto último pues jamás dejaba de saludarle y bailar con él y notaba en ella cierta turbación cada vez que se acercaba a conversarle.

    Deirdre sabía que el caballero estaba interesado en ella, y que era un candidato más que aceptable y conveniente. Sólo que no estaba enamorada de él y su interés la asustaba porque sabía que pediría su mano y ella no podría negarse. Sus padres esperaban con ansiedad que hiciera un buen matrimonio y ayudara a sus dos hermanas luego, y a su familia entera. Toda su vida había escuchado que debía hacer un matrimonio adecuado, con un caballero de linaje y fortuna, de costumbres sanas y moral intachable. Y sir Edward conde de Braxton lo era.

    Sólo que ella no quería casarse con él.

    Le tenía miedo. No sólo al conde en realidad, sino a todos los caballeros que se interesaban en ella. Temía al matrimonio, por timidez o por una razón que no llegaba a comprender, sabía que no sería una esposa apropiada. Pero su familia la obligaba a casarse y no podía escoger esperar, ni elegir a su futuro esposo.

    Y esa noche cuando el conde le pidió para hablar en privado supo que su suerte estaba echada.

    Fueron a los jardines y caminaron viendo las estrellas. Era una noche hermosa, romántica, y luminosa, la noche ideal para hablar de amor y matrimonio.

    —Señorita Deirdre—dijo él de pronto.

    Ella no escuchó lo que dijo, estaba aturdida, quería casarse con ella y cualquier otra joven habría sonreído loca de felicidad. Sería la esposa de un conde muy rico, viviría en un señorío, en el castillo Dorian, rodeada de sirvientes y riquezas.

    De pronto notó que iba a besarla sin esperar su respuesta ni aprobación, mientras la abrazaba despacio. Quiso gritar, no podía permitir que ese hombre la tocara, no era correcto... Y sin poder soportarlo un minuto más lo apartó y corrió espantada por los jardines hasta que tropezó con un caballero de traje oscuro y cayó al pasto con estrépito arruinando por completo la falda de su vestido con pasto y lodo. Sintió deseos de llorar y lo hizo mientras se deshacía en disculpas y el desconocido la ayudaba a incorporarse aturdido y divertido por la situación.

    La dama era como un ángel caído del cielo, con ese rostro en forma de corazón y esos ojos, el cabello fuera del moño y parecía tan triste y desvalida.

    —Perdone—dijo ella ruborizada.

    —Aguarde, ¿se siente usted bien señorita?

    Ella asintió mientras secaba sus lágrimas y comprendía que ese desconocido la tenía atrapada entre sus brazos y no parecía querer soltarla.

    —No hemos sido presentados señorita. ¿Quién es usted y de quién estaba huyendo? —preguntó sir Lawrence mirándola con intensidad y deseo, al ver la suave curva de su abundante pecho, sujeto pudorosamente en un corsé.

    —Deirdre Hamilton señor, disculpe mi torpeza debo regresar al salón por favor.

    Él pensó que no quería dejarla ir tan pronto y decidió presentarse y lo hizo.

    —Lawrence, conde de Stratford—dijo y muy a su pesar liberó a esa hermosa damisela lentamente mientras le rogaba que le dijera por qué estaba tan asustada.

    Ella buscó a su pretendiente y lo vio a la distancia y pensando que seguramente no volvería a ver a ese joven le confesó:

    —Debo casarme sir Lawrence y me asusta rechazar a un pretendiente que mi familia aprobaría, no puedo hacerlo y por eso hui recién y tropecé con usted. ¡Lo lamento tanto!

    El caballero sonrió mirando a la jovencita con intensidad.

    —Qué coincidencia más extraordinaria señorita Deirdre que tropezara con un caballero que también necesita una esposa—dijo haciéndole un guiño—¿Vive usted en Londres?

    —No, en Devon, vine a ver a mi madrina, pero me iré en unas semanas.

    Ahora sí que estaba sorprendido, ¿vivían en el mismo distrito y jamás habían sido presentados? ¡Qué desconsiderada había sido su tía Ellen, o qué torpeza la suya! Era justo lo que necesitaba: una esposa hermosa, y saludable, dulce y femenina... De pronto imaginó los besos tiernos y suaves que le daría la noche de bodas cuando estuviera en su lecho y despertara la pasión en su cuerpo suave, tan tentador.

    —Esto es extraordinario, perdone mi insistencia señorita Hamilton, pero... ¿Acaso aquel caballero es el afortunado pretendiente con el que debe casarse? —preguntó.

    Ella asintió mirando a sir Edward nada emocionada.

    Sir Lawrence conocía al conde en cuestión, y no tenía nada que objetar excepto que le llevaba cerca de doce años o más a la jovencita, mientras que él era más joven y apropiado.

    —¿Y usted le teme al conde de Braxton? —dijo sorprendido.

    La dama lo miró con una expresión mortificada.

    —¿Cuándo se casarán? —insistió.

    Deirdre pensó

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